LECTOR LUDI-20
Hipótesis descabelladas sobre genética literaria
Las grandes mutaciones literarias
y el nacimiento de la literatura moderna
Lo que va de Homero y las Mil y una noches al Hamlet, de Shakespeare y al don Quijote, de Cervantes
Por Iván Rodrigo García Palacios
La literatura es el resultado más elevado de la evolución del lenguaje humano como medio para la expresión del pensamiento, la conservación y comunicación del conocimiento y la creación de nuevas visiones en la exploración de los misterios del corazón humano y los secretos, por desvelar, del universo y sus leyes.
Como el cuerpo del hombre, la literatura ha evolucionado junto con él, e igual, consecuente con fenómenos genéticos, se han producido mutaciones que generan nuevas formas y expresiones acordes, con los cuales enfrentar y resolver las necesidades y circunstancias que el cambio, constante de la naturaleza, del planeta y de su propia su cultura, le exigen.
Tomando lo anterior como punto de partida, se podría pensar en utilizar, de manera libre, algo de la metodología de la genética biológica y proponer algunas hipótesis descabelladas de genética literaria, así como especular sobre la existencia de un genoma literario que evoluciona y muta, generando y produciendo fenómenos y resultados concretos y estudiables, como los que se estudian de los seres vivos y sus relaciones.
Para efectos del estudio, como en la genética biológica, los diversos elementos que conforman una obra literaria son de forma y contenido, pero, el resultado, es un producto de naturaleza y características particulares. Podría decirse entonces que en las obras literarias se presentan elementos de su naturaleza que se manifiestan por su origen, así como por sus efectos o comportamientos. De esa manera, se estudia la filosofía, la ideología, la psicología, la sociología, la teología, la historia, etc., así como la morfología, la lingüística, la filología, etc., de la obra, estableciendo la incidencia, más compleja y profunda o sencilla y superficial, de unas que otras, pues, si bien todas participan, con diferentes grados de énfasis, para el análisis de una obra literaria, única, que hace parte de una especie común, es posible aislar, teóricamente, cada elemento, así como establecer las relaciones y los efectos de su interdependencia. Algo así como hablar de un hombre que es matemático, o atleta, o líder, por sus habilidades o dones, pero que no deja, por ello, de participar de todos los demás elementos y características de la especie humana. Algo como eso es lo que propongo para que se aplique a la poesía, la novela, el teatro, en fin, a la literatura.
Por supuesto, en el campo de las ciencias literarias ya existen y con gran propiedad, todo tipo de estudios, como los de Gérard Genette sobre la transtextualidad (1), y muchos otros similares y anteriores, relacionados con la filología, la lingüística, el formalismo, y hasta genéticos, que se proponen desvelar esa maraña de relaciones de las obras literarias entre sí, desde distintos puntos de partida o de vista, sin olvidar aquellos otros que estudian la poética y la estética de las obras de arte y, en medio de los cuales, esta genética literaria no es otra cosa que una novelería más, un juguete nuevo, con el cual los LECTORES LUDI puedan jugar con sus lecturas, demostrándose que la literatura, al fin y al cabo, es algo único, fascinante y, por qué no, de infinitas potencialidades y posibilidades de juego y gozo.
Bien, continuando con el asunto, véase, como ejemplo, la afirmación que hace Harold Bloom, al atribuir a las obras de Shakespeare y Cervantes, una naturaleza psicológica particular que puede ser definida, establecida y estudiada, que es el resultado del ámbito cultural, y al que, al mismo tiempo y consecuentemente, las afecta y determina:
"Podemos establecer, creo, el principio de que el cambio, ese ahondamiento e internalización de sí mismo, es absolutamente antitético si comparamos a Shakespeare con Cervantes. Sancho y don Quijote desarrollan personalidades nuevas y variadas escuchándose uno al otro; Falstaff y Hamlet levan a cabo el mismo proceso escuchándose a sí mismos". (2)
Se podría pensar que el genoma del que descienden los personajes y situaciones de Shakespeare y de los que de él descienden, provendrían de una cepa común que, remontándose en el pasado, nos lleva al San Agustín de La ciudad de Dios y Las confesiones, y al Dante, que como aquel, al admirarlo a él, también admira la poesía de Virgilio. ¿Será en ellos donde Shakesperare obtiene esa iluminación que le permite crear ese Yo interior, reflexivo y monologante, del cual se inspira toda la sicología posterior?
Y, por el otro lado, ¿el genoma cervantino habría sido modificado por el toque diferente de la cultura mora y judía de la que fue víctima durante su cautiverio y testigo en la España de su tiempo, para producir esos Yo dialogantes que son don Quijote y Sancho?
Doctores tiene la sacrosanta crítica literaria.
Ahora bien, por otra parte, en el estudio del genoma literario, también existen otros elementos que participan en la naturaleza y características de las obras literarias. Tal el caso de la herencia, bien sea por un proceso de influencias o fusiones, que es lo más común en la historia de la literatura, o por el resultado de injertos deliberados que generan obras literarias particulares. Pero, en general, salvo casos especiales, la herencia literaria es la conjunción de ambos procesos, a veces con la posibilidad de diferenciar el aporte específico en cada uno de ellos.
Como ejemplo de la herencia por influencias y fusiones que se van extendiendo por un largo período, continuemos con la cita de Harold Bloom:
"Los novelistas mayores de Occidente deben tanto a Shakespeare como a Cervantes. El Ahab, de Melville, protagonista de Moby-Dick, no tiene un Sancho; está tan aislado como Hamlet o Macbeth. Tampoco lo tiene Emma Bovary, quijotesca por demás, y en última instancia muere de escucharse a sí misma. El hallazgo de un Sancho en Jim salva a Huckleberry Finn de marchitarse gloriosamente en el aire de la soledad. Si tomamos a Dostoievski, el Raskolnikov de Crimen y castigo se enfrenta con lo que podría definirse como un anti-Sancho en la figura del nihilista Svidrigáilov; y el príncipe Mishkin de El idiota debe mucho a la noble "locura" del Quijote. Mann, muy consciente de la deuda, repite deliberadamente el homenaje que rindieran a Cervantes tanto el poeta Goethe como Sigmund Freud".
Un segundo ejemplo de herencias extendidas en el tiempo, productoras de nuevas obras, podrían ser las diversas interpretaciones y versiones, unas más directas que otras y con las cuales, escritores y poetas de épocas y lugares distintos, han re-creado temas, asuntos o personajes anteriores, como por ejemplo, el mito de Fausto, cuyas versiones más conocidas son las de Marlowe, La trágica historia del doctor Fausto, de 1588, que sigue el mito de la Historia de Fausten, de Johann Spiesz, de 1587; la de Goethe y Doctor Faustus, de Thomas Mann.
Por otra parte, los casos de injertos deliberados son muchos, unos más puros o artificiales que otros, así, simultáneamente, sean portadores de herencias por influencia o fusión, en distintos grados. Como más adelante intentaré una búsqueda, más que de los genomas literarios de los que descienden algunos troncos de la literatura de Occidente, de las mutaciones que la han transformado, no me extenderé ahora sobre el tema. Así que los siguientes son apenas unos ejemplos ilustrativos sobre las especulaciones anteriores:
Remito, en primer lugar, a mi LECTOR LUDI-18, en el cual hablo del genoma: Bartleby + Barnabooth = Bartlebooth, de Herman Melville, Valery Larbaud y Georges Perec, respectivamente, en el cual hice una primera aproximación al tema.
Otro caso, de similar precisión e ilustración de herencia por injertos, es el realizado por Thomas Mann, quien en su tetralogía, José y sus hermanos, además de la historia misma narrada en el Pentateuco, toma los personajes originales y los mezcla en su retorta creativa con otros elementos de las mitologías mediterráneas, para crear una obra asombrosa que, al mismo tiempo, trata de interpretar la tragedia de la humanidad en la primera mitad del siglo XX.
Pero Thomas Mann no ha sido ni el primero ni el último en inspirarse o en tomar del Antiguo o del Nuevo Testamento, sus personajes, temas, tonos, estructuras, etc., pues, y como hipótesis descabellada, la Biblia puede considerarse como un gran genoma en la que ya están manifiestos la casi totalidad, sino la totalidad, de los genes de la herencia que han marcado la evolución de la historia de la literatura Occidental. Los otros grandes genomas son, por supuesto, las mitologías de todas las culturas.
Y un tercer caso, un poco más misterioso y mucho mejor documentado, pues, sólo recientemente, el profesor Guillermo Sánchez Trujillo, ha dado a conocer el resultado de veinte años de su maníaca investigación (la que considero precursora y ejemplar para la genética literaria que propongo), mediante la cual, al tiempo que logró descubrir "de dónde sacaba Kafka sus historias" (3), demuestra las relaciones genéticas estrechas y directas entre Josef K. y Raskolnikov, así como entre las dos novelas de las que son protagonistas, El proceso y Crimen y castigo.
En fin, como en las leyes de la herencia, la evolución literaria parte de ascendientes, se producen descendientes y, aleatoriamente, se presentan eventos fortuitos o factores detonantes que desencadenan mutaciones... literarias. Será del caso ahora, emprender un breve viaje por la antigüedad y buscar algunos antepasados.
MUTACIONES DEL GENOMA LITERARIO
Ahora si, y retrocediendo en el tiempo todo lo necesario para iniciar la búsqueda de las mutaciones del genoma literario occidental, iniciemos en el punto y las obras que comúnmente se han tomado como su origen.
Se dice y se prueba que son los poemas épicos de Homero, Iliada y Odisea, en los que nace la literatura de Occidente, y en principio, ello no debiera suscitar discusión alguna, salvo si se piensa, que como en la genética biológica, hubo un genoma literario ascendiente que, en algún momento, en circunstancias y condiciones especiales, mutó para crear un nuevo tronco o troncos descendientes, como el que produce esos poemas, que, a su vez, serán la materia prima para una siguiente mutación.
Al querer hacer una exploración hacia los antecedentes de la literatura de Occidente, así sea rápida y para proponer hipótesis descabelladas como estas, las dificultades comienzan desde el mismo inicio, pues, como lo propone el helenista de Cambridge, G. S. Kirk (4), parece ser que los griegos tuvieron especial cuidado, no se sabe, si en borrar las huellas anteriores, o en conservar de la literatura del pasado sólo aquello que se consideraba perfecto, tal y como consideraron a los poemas homéricos que, como lo demuestra la historia, llegaron a ser tan importantes, hasta el punto que condicionaron el desarrollo cultural, social, político y económico de Grecia-Atenas, desde el siglo VIII a. C., hasta el siglo V a. C., fecha, esta última, cuando se presenta ese momento extraordinario que da origen a la mutación, que no sólo afectará a la literatura, sino a la visión total del mundo que los griegos transmitieron, y que determinará los desarrollos consecuentes de la humanidad, claro que con luces y sombras, hasta que se presenta la siguiente mutación, casi dos mil años después, por una parte y por la otra, hasta la actualidad.
Ahora bien, por lo que se sabe, es sólo de los egipcios de quienes se conserva, en su escritura jeroglífica, muestras de literatura propiamente dicha, diferente a otros escritos, como los religiosos, administrativos o jurídicos. Aparecen, en los tiempos del Imperio Medio, veinte siglos antes de nuestra era, los cuentos: La historia del náufrago, La historia de Sinué y El cuento de los dos hermanos, los que pudieron haber sido conocidos por los minoicos y haber influido en el muy posterior desarrollo de la literatura griega, desde Homero y hasta la expansión helénica.
Se conoce que, desde 1600 a. C., el idioma griego comenzó a concentrarse en la cuenca del Egeo: el Peloponeso y las islas de Creta, Rodas, traído desde el Asia Menor y el Oriente Cercano, por migraciones de grupos indoeuropeos que, a su vez, venían del norte y el oriente. Y fue allí donde alcanzó el desarrollo que finalmente tendría para la época de la Grecia homérica del siglo VIII a. C., la que es el resultado de la conjunción violenta de las culturas minóica y micénica, y de los eventos y sucesos que se diera entre una y otra fecha. Igualmente, y para complementar el cuadro, estos y otros grupos trajeron elementos culturales procedentes de las civilizaciones del Tigris y el Eufrates, de los arios del Indo y de los indoeuropeos de la India y, posiblemente del extremo oriental y el norte de Asia, tales como la escritura sumeria, la organización administrativa de sirios y babilonios, el urbanismo del Indo y, por supuesto, las mitologías y religiones, correspondientes.
Pero, y haciendo breve la historia, al anterior conjunto de circunstancias se suma que la cultura egipcia también participó, no sólo con su literatura, sino también con su mitología, religión y demás componentes. Primero, a través de sus relaciones con los minóicos (2600-1200 a. C), una civilización aislada de las demás, pues parece no ser de origen indoeuropeo, asentada en la isla de Creta, que había desarrollado una cultura pacífica y sofisticada, de alto contenido estético y lúdico, y con una economía comercial autosuficiente. Y, segundo, cuando los micénicos (2000-1200 a. C.) conquistaron y absorbieron a los minóicos, mantuvieron las relaciones con la civilización del Nilo.
Hasta aquí y muy sintéticamente contado, ya están preparadas las condiciones para que ocurra esa primera gran mutación literaria, a la que ya sólo le hace falta el factor detonante: la Guerra de Troya.
Parece ser que la oscura edad media en que se sumen las civilizaciones del Egeo, entre 1200 a. C., cuando los aqueos destruyen Troya y emprenden sus últimas campañas gloriosas, y 800 a. C., cuando se supone aparecen los poemas homéricos, fue el tiempo en el cual se gestó y maduró la leyenda épica de aquella guerra gloriosa, en la que los dioses, los héroes y los hombres, eran seres extraordinarios. Y fue, esa poesía, que ya es un nuevo genoma literario mutado, la que se convirtió en motivo de inspiración, en memoria permanente y repetida, y la que da pie a una nueva poesía, exaltada y lírica, que por cerca de dos siglos es el caldo de cultivo para la gran mutación que se sucede entre el siglo VI y V a. C., y que da nacimiento a la cultura griega, esa en la que, teatro, comedia, filosofía, política, matemáticas, religión, historia, oratoria, etc., alcanzaron la más alta expresión y en la que se origina la cultura occidental, claro que tras otras mutaciones.
La primera de esas otras mutaciones comienza ya a prepararse en el siglo IV a. C., con las conquistas de Alejando III el Magno y el extenso territorio que dominó, desde el Mediterráneo hasta la India, y en cuya capital simbólica, Alejandría, pretendió concentrar todas las fuentes de conocimiento esparcidas a lo largo y ancho de su inmenso imperio. Si bien Alejandro no sobrevivió para verlo, la Biblioteca de Alejandría y las escuelas que allí se establecieron, dieron origen al helenismo, esa síntesis cultural que fue absorbida por los romanos desde 146 a. C., cuando conquistaron a Grecia y continuaron su expansión por el dividido imperio alejandrino, así como por nuevos territorios en Europa y Asia. Roma comienza a absorber el helenismo con la primera traducción al latín de la Odisea y otras obras griegas, por parte de Livio Andrónico.
Curiosamente, es también por esta época cuando aparecen las precursoras de la novela moderna y de las cuales se conservan algunas en fragmentos, como Nino y Semíramis, quizás la primera, del siglo II a. C., o íntegras, como Quéreas y Callirroe, de Caritón de Afrodisias del siglo I a. C., y posteriormente, Las Efesíacas, de Jenofonte de Efeso; Las Babilónicas, de Jámblico; o la más conocida, Dafnis y Cloe, de Longo, ya en el siglo II d. C., entre otras.
Se inicia así la evolución de un nuevo genoma literario, en el cual se produce toda la cultura latina y de la que son representantes, entre muchos otros de gran importancia, Lucrecio, Virgilio, Horacio, Cicerón, Séneca, Petronio, Tácito, Juvenal, en poesía, teatro, filosofía, política. Genoma que se extiende, después de la caída del imperio romano, casi hasta el Renacimiento, y del que también son derivaciones cercanas: Petrarca, Dante y Boccaccio y, a su vez, origen de lo que de allí en adelante vendrá tras la oscuridad de la Edad Media.
Pero, antes de continuar con esa línea de evolución, es necesario mirar otra línea que dará origen a la otra gran mutación. Se inicia en el 323 d. C., con el imperio romano de oriente, o Imperio Bizantino, en el cual y contra el cual, se forja la cultura árabe, pre y pos-islámica, que llegará, en sus conquistas, al territorio del Al-Andalus en la península Ibérica en el 711 y será expulsada de allí en 1492. Es, en aquellos califatos, donde árabes, judíos y cristianos, compartirán, con relativa tolerancia, sus culturas y ciencias, incluyendo el rescate y divulgación de lo mejor de la cultura helenística y latina. Allí se extenderá la tradición oral de los cuentos, como los de las Mil y una noches, así como la poesía, la mística, la filosofía, las matemáticas y las ciencias árabes, así como la medicina y las tradiciones religiosas árabes y judías, de lo que son sus más conocidos representantes: Avicena (980-1037), Averroes (1126-1198), Maimónides (1135-1204). Mezcla que, también, y por diferentes vasos comunicantes, se extenderá por Europa, en donde hará su especial aporte en el despertar del Renacimiento italiano.
Regresando a la oscuridad de la Edad Media europea, similar a aquella de la Grecia primitiva, que tiene su inicio con la caída del imperio romano, también será el tiempo adecuado para que se geste una nueva cultura, la misma que dará origen a una nueva época luminosa en el Renacimiento y a otra mutación, mutación de la que surgirán: El príncipe, de Maquiavelo; el Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam; Gargantua y Pantagruel, de Rabelais, y una nueva literatura, ciencia, filosofía, política, que se extenderán por Europa, con sus marcas propias y generando una nueva época, pero que, en la España católica, será procesada de una manera diferente.
En principio y hacia el siglo VII, con la alianza de los Papas de Roma con los pueblos francos que habían invadido a Europa y que comenzaban a establecerse y a organizarse, se desarrolla una cultura propia que se consolida en el imperio carolingio y da origen a una nueva épica, la épica de los caballeros: por un lado, la gesta de Orlando furioso, de Ariosto, y por el otro lado, la de los relatos del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda, procedentes del norte y familiarizados con las culturas y mitologías celtas, de los que se originará la novela de caballería, como las de la saga artúrica, de Thomas Malory y las obras anónimas Sir Gawain y El Caballero Verde, de influencia francesa, como las del francés, Chrétien de Troyes. Por los lados de España, el Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell y Martí Joan de Galba; el Amadís de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo y la proliferación de muchas otras novelas de caballería de dudosa calidad y amplio comercio. Y es esta literatura de amor cortés y caballería, uno de los elementos necesarios para que se produzca la última gran mutación.
Tras la decadencia de la literatura de caballería surgirán algunas de las literaturas europeas, de las cuales, la literatura inglesa, entre otros, de Geoffrey Chaucer (1343-1400), Thomas Moro (1478-1535), William Shakespeare (1564-1616), y de la francesa, entre otros, de François Villón (1431-1463), François Rabelais (1494-1553), son consideradas como la más importantes de la época.
Sin embargo, será la España de los Reyes Católicos, la retorta genética literaria en la que se mezclen los genomas adecuados y las circunstancias favorables para que se produzca la última gran mutación de los tiempos modernos. Ellos son: primero, el mestizaje árabe-judío-mozárabe (claro que, desde ese momento y hasta la caída de la dictadura franquista, se ha tratado de borrar o enterrar todo lo que se relacionara con ese mestizaje, como sí se tratara de una mancha de familia). Segundo, los excesos de la literatura de caballería y su rechazo por parte de la iglesia romana. Tercero, la literatura y el pensamiento clandestino del Renacimiento, igualmente reprimido por la misma iglesia romana. Sobre ellos va a intervenir, por supuesto, el evento fortuito o factor detonante, que desencadenará la gran mutación, y éste se presentó en la mazmorra de una cárcel española:
Un preso, poco común, sueña que su azarosa existencia se transforma, por el arte de su escritura, de su imaginación y de su ingenio, en las aventuras y desventuras de un noble y anacrónico caballero que va libre por los caminos de España, "Yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones" (5), y a merecer el sublime amor cortes, ya en desuso, de su amada ideal. Y la va escribiendo, como si se tratara "de un "raro inventor" (6) de la misma calaña que Sheherezade" (7), para leérselas, en charlas nocturnas o 'asmâr', a sus hermanos de infortunio como si él fuera un narrador profesional morisco, 'qass', de los que conoció en los cinco años de su secuestro en Argel y en sus correrías por la clandestinidad nocturna de los moriscos a quienes se persigue a muerte y que se ocultan para preservar sus tradiciones. Todo ello tan morisco que se corre el riesgo de ir a parar a las hogueras inquisitoriales, razón de más que al inicio de la segunda parte de la novela, diez años después, sea el mismo don Quijote, presa del terror, quien denuncie la suplantación por parte del cronista árabe Cide Hamete Benengeli, al que es necesario desenmascarar, pues para él "los árabes son "embelecadores, falsarios y quimeristas", por lo "que la crónica de su vida habrá de ser delirante" (8).
¡Eureka!... y fue escrita la novela que da nacimiento a la novela moderna: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1615), autor, además, de Novelas ejemplares, teatro y poesía, de la que en El Quijote, hay abundantes muestras.
Pero, como en toda gran mutación, sus antecedentes y consecuentes son, igual, de gran tamaño e importancia. Para mencionar, sólo algunos de los más importantes:
El antecedente más significativo, fue la publicación en 1492 de la Gramática de la lengua castellana, de Elio Antonio de Nebrija (1441-1522), y la adopción del castellano como lengua oficial por parte de los Reyes Católicos. Como bien se sabe, en el castellano, descendiente directo del latín, abundan las influencias de origen árabe.
Los otros dos antecedentes, entre muchos otros, son: la poesía de Jorge Manrique (1440-1479), y la publicación, en 1499, de La Celestina, o tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas, una novela dialogada que ya anticipa lo que vendrá.
Y, ¿los consecuentes o contemporáneos? Son también, mayores y numerosos, hasta el punto que los personajes que de allí en adelante viven y crean, por todo un siglo, han sido considerados como lo que se ha dado en llamar Siglo de Oro Español, el más importante entre otros siglos de oro de la literatura. Y, de ellos, los más conocidos: Garcilaso de la Vega (1501-1536), Fray Luis de León (1527-1591), San Juan de la Cruz (*) (1542-1591), Luis de Góngora y Argote (1561-1627), Lope de Vega (1562-1635), Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), Pedro Calderón de la Barca (1600-1681). Nunca, antes ni después, en un espacio tan reducido del planeta y en tan corto período, se vio tal concentración de genios y obras tan importantes. La mutación había dado su fruto para mayor gloria de la humanidad.
Y..., misterios de la genética literaria, sólo hasta el siglo XIX se verá algo que se parezca a lo anterior: la explosión de la literatura europea, a la que el filósofo alemán, Johann Gottfried von Herder, establece un marco universal, para que en él se manifiesten: Goethe, Schiller, Hölderlin, los hermanos Grimm, Novalis, E. T. A. Hoffmann, Nietzsche, Víctor Hugo, Dumas, Balzac, Flaubert, Stendhal, Baudelaire, Rimbaud, Tolstoi, Dostoievski, Galdós y un largo etcétera.
Pero esa es una exploración para otra oportunidad.
(*) Las relaciones de la poesía mística de San Juan de la Cruz con la tradición mística y poética árabe han sido estudiadas en los seminarios del Centro Internacional de Estudios Místicos, del Ayuntamiento de Ávila, cuyas memorias han sido publicadas por Editorial Trotta, Madrid. Igualmente, la catedrática portorriqueña, Luce López-Baralt, participante de esos seminarios, es autora del libro: Asedios a lo Indecible, San Juan de la Cruz canta al éxtasis transformante. Y la catedrática italiana, Rosa Rossi, es autora de la biografía: Juan de la Cruz, Silencio y creatividad. Ambos textos publicados por Editorial Trotta.
NOTAS:
(1). Gérard Genette, Palimpsestos, la literatura en segundo grado, Taurus, Madrid, 1989 (519 p.), p. 9
(2). Harold Bloom, Cómo leer y por qué, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2000 (337 p.), p. 177
(3). Guillermo Sánchez Trujillo, El proceso, edición crítica, publicado por la Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 2005 (359 p.), p. 15
(4). G. S. Kirk, Los poemas de Homero, Ediciones Paidós, Barcelona, 1985 (365 p.)
(5). Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, Real Academia Española, Bogotá, 2005 (1253 p.), p. 51
(6). Epíteto que se atribuye a sí mismo Cervantes en El viaje del Parnaso
(7 y 8). Luce López-Baralt, El viaje maravilloso de Buluquiyâ a los confines del universo, Editorial Trotta, Madrid, 2004 (158 p.), p. 12. La autora demuestra la presencia de elementos de la narrativa árabe en Don Quijote, en especial de las Mil y una noches e Historias de los profetas, como parte de su estudio y versión de la Historia de Buluquiyâ, que también hace parte de la novela de Cervantes.
Lecturas y escrituras de un LECTOR LUDI para demostrarse que los libros son una fuente de gozoso "furor".
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