28 de junio de 2009

Una genealogía parcial para Melquíades

Por Iván Rodrigo García Palacios

¿Es descabellado trazar el árbol genealógico de un personaje de ficción?
El genetista Lugigi Luca Cavalli Sforza planteó la posibilidad de una evolución cultural (1) similar a la de la evolución biológica. En ese contexto, se puede pensar en aplicar a la literatura una genética literaria mediante la cual se pueda trazar el árbol genealógico de las obras y de los personajes literarios, como ya lo han propuesto algunos estudiosos de la literatura.
Sin pretender alcanzar un refinado método ni realizar una investigación exhaustiva, quiero mostrar, como LECTOR LUDI, algunas sugerencias sobre los posibles antecesores, reales y de ficción, que pudieron inspirar, de manera deliberada, la invención de un fascinante personaje de la literatura colombiana y universal del siglo XX y el cual se inserta dentro de una tradición evolutiva literaria tan antigua como la misma literatura: Melquíades, el personaje que escribió los pergaminos de la historia de Macondo y de la familia Buendía, en la novela de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.
Como ya es bien sabido y cientos de veces lo ha manifestado Gabriel García Márquez hasta de formas paradójicas y paródicas, Cien años de soledad, es una novela llena de conexiones, correspondencias y relaciones con su biografía y la ingente literatura que él había leído y estudiado al momento de su escritura. Y, Melquíades es un reconocimiento y un homenaje a aquellos escritores y obras que nutrieron su imaginación.
Por ello, es legítimo abducir que Melquíades es un personaje de extensa genealogía en la literatura universal y que ya han sido identificados algunos de los motivos y personajes que lo inspiraron, con razón o sin ella. Sobre ese asunto que no polemizaré, porque, las genealogías literarias como las genealogías humanas, como bien se sabe, no son ciencias exactas y, en sus investigaciones, es posible encontrarse, en los límites de la imaginación y la razón, con las maravillas más asombrosas como sorpresivas y no siempre a gusto de los interesados.
De eso se trata ahora: mostrar, por abducción (2), algunos de los antecesores de Melquíades en un juego de LECTOR LUDI con el cual justificar la existencia de los libros, porque de lo contrario:
"Los libros no sirven para nada", dijo Abrenuncio de buen humor" (Del amor y otros demonios, p. 41) (3).

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En la genealogía de Melquíades es necesario partir de dos antecesores primordiales: Cide Hamete Benengeli y Sheherezade, los personajes que contribuyeron a engendrar en la mente de don Miguel de Cervantes Saavedra su Don Quijote de la Mancha, la novela nacida como mutación y continuadora de antiguas evoluciones literarias, porque, según el mismo don Quijote, fue Cide Hamete Benengeli el que escribiera los "pergaminos" originales de su novela y Sheherezade, la inspiración de su imaginación.
Estos dos personajes imaginarios, se sitúan en el origen de la novela que es “la madre” de todas las novelas, en una historia tan fantástica como ella:
Un preso, poco común, sueña que su azarosa existencia se transforma, por el arte de su escritura, de su imaginación y de su ingenio, en las aventuras y desventuras de un noble y anacrónico caballero que va libre por los caminos de España, "Yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones" (4), y a merecer el sublime amor cortes, ya en desuso, de su amada ideal. Y la va escribiendo, como si se tratara "de un "raro inventor" (5) de la misma calaña que Sheherezade" (6), para leérselas, en charlas nocturnas o 'asmâr', a sus hermanos de infortunio como si él fuera un narrador profesional morisco, 'qass', de los que conoció en los cinco años de su secuestro en Argel y en sus correrías por la clandestinidad nocturna de los moriscos, a quienes la Inquisición persigue a muerte, por lo que se ocultan para preservar sus tradiciones.
Una historia tan morisca que el autor corre el riesgo de ir a parar a las hogueras inquisitoriales. Razón de más para que al inicio de la segunda parte de la novela, diez años después, sea el mismo don Quijote, presa del terror, quien denuncie la suplantación por parte del cronista árabe Cide Hamete Benengeli.
Porque, como lo escribe Luce López-Baralt:
"Cuando el bachiller Sansón Carrasco trae de Salamanca la inaudita noticia de la publicación de la historia de Don Quijote de la Mancha, cunde inmediatamente el pánico entre los personajes historiados. Sancho se hace cruces de que el autor haya podido conocer los más íntimos detalles de lo que él y su célebre amo Don Quijote pasaron a solas. Don Quijote, por su parte, queda suspenso y promete no comer bocado hasta dilucidar el enigma de saberse de súbito hijo de la pluma de un escritor que es capaz de violar no sólo el espacio íntimo de su conciencia, sino el tiempo: aún no estaba enjuta la sangre de sus enemigos en la cuchilla de su espada, y ya querían hacerle creer que anduviesen en estampa sus altas caballerías.
No cabe duda de que estrenar inesperadamente una nueva identidad de papel y tinta, cuando hemos creído ser de carne y hueso, es una de las sorpresas ontológicas más graves que pueden acontecer a nadie. Lo vio con ominosa lucidez Jorge Luis Borges cuando homenajeó solapadamente a Cervantes en Las ruinas circulares: su protagonista descubre que no sucumbía ante las llamas porque era un ente de ficción, el sueño de un escritor ignoto. Pero es que el vertiginoso dilema existencial de Don Quijote y Sancho tiene una dimensión adicional de peligro: no los ha historiado un autor cualquiera. Han caído en las manos de un cronista árabe. Al oír el nombre de su "autor", que Sancho trastrueca por "Cide Hamete Berenjena", el anacrónico caballero manchego reconoce el linaje de quien le ha arrebatado el ser para instalarlo en una nueva dimensión existencial: "Ese nombre es de moro". La prosapia agarena lo explica todo, ya que para Don Quijote los árabes son "embelecadores, falsarios y quimeristas". (Es decir, magníficos escritores de ficción). El Caballero de la Triste Figura lleva razón cuando asegura que sólo un sabio encantador puede violar el espacio de las conciencias y abolir el tiempo. Está, pues, en las manos peligrosas de un "raro inventor" de la misma calaña Sheherezade, y nuestro soñador manchego tiene por seguro que la crónica de su vida habrá de ser delirante" (7).
Cide Hamete Benengeli, un digno antecesor para Melquíades, pero no el único en "un hilo de papel y tinta" en el que personajes de ficción hablan y escriben como los autores de sus propias narraciones.
A diferencia del recurso literario más extendido, en el que los escritores son los amanuenses de un manuscrito encontrado, este de don Miguel de Cervantes Saavedra con su Don Quijote de la Mancha, es mucho menos común, más complejo y rico, por ello llama la atención el que Gabriel García Márquez lo utilizara de manera novedosa en Cien años de Soledad y con algunas varianzas en otras de sus obras posteriores.
Así que la genealogía de Melquíades debe partir de allí.

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Nada sencillo entrar en este ámbito donde los árboles no dejan ver el bosque, porque tanto la misma novela como las toneladas de interpretaciones que se han hecho sobre ella, más que un laberinto, son un caos casi impenetrable en el que la lógica de la inducción o la deducción sólo operan marginalmente y es necesario recurrir a otras lógicas para desentrañar claves que permitan conectar, corresponder y relacionar, algunos motivos y figuras de un árbol genealógico, así sea parcial, de Melquíades que es, en buena parte, el mismo de Cien años de soledad.
El primer paso de esta expedición parte de las dos primeras descripciones que se hacen en Cien años de soledad sobre la figura y motivos que identifican a Melquíades:
"Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades" (CAS: p. 9) (8).
(...)
"Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus, era un hombre lúgubre, envuelto en un aura triste, con una mirada asiática que parecía conocer el otro lado de las cosas. Usaba un sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo, y un chaleco de terciopelo patinado por el verdín de los siglos". (CAS: p. 105).

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En las primeras líneas de Cien años de soledad hacen su aparición los tres personajes que que determinan la novela. En su orden: el coronel Aureliano Buendía, su padre, José Arcadio y Melquíades, este último es el único de ellos al que se describe con los detalles que lo identifican y los que se convertirán en algunos de los motivos que me propongo descifrar para señalar cuáles son, también, algunos de sus posibles antecesores o inspiradores.
Esos motivos son:
1. "Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión".
2. "Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus, era un hombre lúgubre, envuelto en un aura triste".
3. "Con una mirada asiática que parecía conocer el otro lado de las cosas".
4. "Usaba un sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo, y un chaleco de terciopelo patinado por el verdín de los siglos".
5. "... las alas extendidas de un cuervo".

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He dispuesto así las cosas, porque voy a utilizar un método en apariencia arbitrario: el que se recomienda al descifrar códigos y claves desconocidos: empezar por un elemento al que se le pueda asignar un significado válido y sostenible, el que pueda conectarse con los otros elementos para así iniciar una interpretación que sea posible validar o no en el desarrollo del proceso.
Lo que si puedo asegurar es que, para mis análisis, interpretaciones y conclusiones, los motivos y figuras que he seleccionado son válidos y permiten, bien, extender la exploración más allá, si así se lo desea o, bien, realizar otras combinaciones.
Voy a analizarlos y a interpretarlos siguiendo el orden de su aparición en la novela, porque esta se rige por su propio orden y método, los que aquí no son materia de análisis, pero que, como se verá, no responden a un orden lógico de la exposición, pero que en el proceso, como si se tratara de armar un rompecabezas por distintas partes, al final, en el resultado, se podrá contemplar la imagen total.
Lo otro, es que estos análisis e interpretaciones parten del hecho de que Cien años de soledad es una novela que contiene numerosas señales y referencias de la propia biografía y las ingentes lecturas de Gabriel García Márquez que es posible identificar y que, como lo han hecho los críticos posmodernos, expande sus significados e intenciones hasta niveles de los que quizás el mismo autor no fuera plenamente consciente al escribir.

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Primer motivo

1. "Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión".

Es crucial descifrar este motivo, así sea hipotéticamente, porque suministra la clave para descifrar el resto de la trama.
Así que para explicarlo, parto de una hipótesis: es necesario aceptar que está ligado a unas fuentes inmediatas.
Como se sabe, en los dos años anteriores al inicio de la escritura de Cien años de soledad, Gabriel García Márquez estaba escribiendo una novela titulada El otoño del patriarca, manuscrito que fuera destruido y título que ya pertenece a la novela publicada en 1975. De ese manuscrito sobrevivieron algunos elementos que fueron traspuestos a Cien años de soledad con esenciales modificaciones, tal el caso del coronel Aureliano Buendía, que de triunfador en una guerra civil y dictador, se convirtió en un derrotado coronel en treinta y dos guerras.
Gabriel García Márquez ha dicho que El otoño del patriarca no tiene ninguna relación con Tirano Banderas, de don Ramón María del Valle-Inclán, lo cual, en términos generales, es cierto, pero lo que si no es cierto es que Tirano Banderas no tenga nada que ver con Cien años de soledad.
Es más que probable que el Coronelito Domiciano de la Gándara, el mismo que escapó al fusilamiento y triunfó en su revolución, en Tirano Banderas, sea la conexión primaria del coronel Aureliano Buendía y Cien años de soledad, con Tirano Banderas y con don Ramón María del Valle-Inclán.
Esta si que es una conexión rica en posibilidades, porque permite desgranar una serie de otras conexiones, correspondencias y relaciones.
Para empezar, don Ramón María del Valle-Inclán es español y gallego, poco más que ver con un gitano, pero afirmo que si son suyas la "barba montaraz y manos de gorrión", como puede comprobarse en cualquiera de sus fotografías.
Pero, ya en clave de enigma y parodia, ese gitano no está muy lejano en Tirano Banderas, porque allí existe un personaje que si se le ajusta, en motivos, figura y moda, a Melquíades: el Doctor Polaco:
"El Doctor Polaco, alto, patilludo, gran frente, melena de sabio, vestía de fraque con dos bandas al pecho y una roseta en la solapa" (TB, Libro segundo: La terraza del club, III, p. 207) (9).
Aunque las conexiones de Cien años de soledad con don Ramón María del Valle-Inclán y sus obras, puedan ser muchas otras, ahora interesa seguir la otra pista que él mismo nos ofrece para el análisis e interpretación al segundo de los motivos.

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Segundo motivo

2. "Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus, era un hombre lúgubre, envuelto en un aura triste".


Esta clave la desvela el propio Don Santos Banderas, Tirano Banderas, cuando dice, refiriéndose al Doctor Polaco:
"¡Estamos en un folletín de Alejandro Dumas! Ese Doctor, que magnetiza y desenvuelve la visión profética en las niñas de los congales, es un descendiente venido a menos de José Balsamo. ¿Se recuerdan ustedes la novela? Un folletín muy interesante. ¡Lo estamos viendo! ¡El Licenciadito Veguillas, observen no más, émulo del genial mulato" (TB, VII, Libro tercero, pp. 204-205).
Con José Balsamo o Conde Alessandro di Cagliostro (10) -curandero, mago, alquimista, entre otras cosas y quien, ya como personaje de folletín, pretende provocar una revolución social con su poderes-, entramos en los territorios de Alejandro Dumas, padre, y el folletín, Joseph Balsamo: Mémoires d'un médecin, del que habla Don Santos Banderas, Tirano Banderas, y en otras de sus novelas.
Por supuesto, ese asunto de la política y la revolución social es ya territorio para el galimatías de interpretaciones a los discursos narrativos posmodernos, muy interesantes, pero que no es lo mío.

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Tercer motivo

3. "Con una mirada asiática que parecía conocer el otro lado de las cosas".


Las claves para desvelar este motivo y figura, la ofrece el discurso de Carlos Fuentes en el homenaje a Gabriel García Márquez, Cartagena, 24 de abril de 2007, en el que de manera evidente conecta, corresponde y relaciona "el nacimiento" y escritura de Cien años de soledad con Malcolm Lowry, su novela Bajo el volcán y algunos aspectos de su vida, como ya lo expuse en otros escritos (11).
No me cabe duda de que el personaje de Melquíades es una trasposición del nombre de Malcolm Lowry y un homenaje -el mejor- que Gabriel García Márquez pudo hacerle al escritor, la vida y la obra que lo "iluminaron" e hicieron que contemplara sus Cien años de soledad, como lo relató Carlos Fuentes:
"[...] ese instante de gracia, de iluminación, de acceso espiritual, en que todas las cosas del mundo se ordenan espiritual e intelectualmente y nos ordenan: «Aquí estoy. Así soy. Ahora escríbeme»".
Ese Melquíades / Malcolm, aparece con total correspondencia en la descripción que hace Gabriel García Márquez de Melquíades en Cien años de soledad:
"Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus, era un hombre lúgubre, envuelto en un aura triste, con una mirada asiática que parecía conocer el otro lado de las cosas. Usaba un sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo, y un chaleco de terciopelo patinado por el verdín de los siglos". (CAS: p. 105).

Por asombroso que pueda parecer, esa descripción se corresponde con exactitud con la de los ojos de Malcolm Lowry en cualquiera de sus fotografías. Una sola mirada mostrará que son como dos gotas de agua, en particular, los ojos rasgados, asiáticos, de Malcolm Lowry, tal y como lo he destacado, con cursivas, subrayado y negrillas, en el texto citado en el que se describe a Melquíades en Cien años de soledad (ver fotografía adjunta).



Para acabar de ajustar el retrato, son de sobra conocidos los motivos alquímicos, cabalísticos, esotéricos herméticos, etc., que Malcolm Lowry utilizó para la escritura de Bajo el volcán.

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Cuarto motivo

4. "Usaba un sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo, y un chaleco de terciopelo patinado por el verdín de los siglos".

La apariencia y vestimenta de Melquíades, ese sombrero grande y negro, así como el chaleco de terciopelo, son los motivos y figuras más complejos de desvelar, porque si bien pueden corresponderse con los motivos y figuras anteriores, también puede atribuirse o conectase con cientos de otros autores y personajes de la literatura universal. Así que dejo abierta la ventana para que los lectores jueguen al LECTOR LUDI por su cuenta.

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Quinto motivo

5. "... las alas extendidas de un cuervo".


Es fácil conectar ese "cuervo" con el cuervo más conocido de la literatura universal: El cuervo, de Edgar Allan Poe, quien, entre muchas maravillas, escribió un "pergamino" titulado: El hundimiento de la casa de Usher, en el que también se profetizaba, en buena parte, la historia de la familia Buendía, el incesto y el hundimiento de Macondo... al cabo de Cien años de soledad.


NOTAS

(1)Lugigi Luca Cavalli Sforza, La evolución de la cultura, Anagrama, Barcelona, 2007.
(2) Cita tomada de: Carlos Rincón, García Márquez, Hawthorne, Shakespeare, De la Vega & Co. Unltd., Serie La Granada Entreabierta, 86, Instituto Caro y Cuervo, Santa Fe de Bogotá / 1999:
"Racionamiento por abducción", descubierto por Charles S. Peirce en 1879 y que funciona, algo así, como lo explica Carlos Rincón:
"Se trata, según leía alguna vez en un artículo de Heinz Heckhausen, del cortocircuito, de la chispa que se produce entre dos complejos de imaginación hasta entonces separados, "por mediación de un elemento común". La complejidad de un concepto -de una imagen- puede así potenciarse, multiplicarse como por arte de magia, al estar puesta en contacto con diferentes contextos.
El tic-tac que escuchaba era quizás el mismo del reloj de Tiffany olvidado por Charles S. Peirce el 21 de junio de 1879, al llegar a Nueva York a bordo del "Bristol", y que lo llevó a descubrir el razonamiento por abducción. Mientras la inducción y la deducción, según Peirce, nada agregarían a los datos de la percepción, la abducción, dependiente de las "percepciones inconscientes de relaciones entre aspectos del mundo", sería, según su notable relato de la pérdida y recuperación del reloj olvidado y robado en el "Bristol", la inclinación a sostenr una hipótesis, con algo de instinto de adivinación. Según Thomas A. Sebeok y Jean Umiker-Sebeok, en la yuxtaposición que hicieron en 1980 de Charles S. Peirce y Sherlok Holmes en su You Know My Method: "todo nuevo conocimiento depende de la construción de una hipótesis. Sin embargo, y dicho citando la página 238 del octavo volumen de los Collected Papers de Peirce: "Al comienzo no parece haber lugar alguno para preguntar qué la apoyaría, pues del hecho concreto de que se dispone sólo se desprende un tal vez (tal vez sí y tal vez no). Hay, sin embargo, una clara tendencia en dirección a la confirmación; y la frecuencia con que la hipótesis se establece como un hecho concreto (...) pertenece a los más sorprendentes entre los milagros del universo".
(3)Gabriel García Márquez, Del amor y otros demonios, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1994, p. 41.
(4). Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, Real Academia Española, Bogotá, 2005 (1253 p.), p. 51
(5). Epíteto que se atribuye a sí mismo Cervantes en El viaje del Parnaso.
(6 y 7). Luce López-Baralt, El viaje maravilloso de Buluquiyâ a los confines del universo, Editorial Trotta, Madrid, 2004 (158 p.), pp. 11-12. La autora demuestra la presencia de elementos de la narrativa árabe en Don Quijote, en especial de las Mil y una noches y Historias de los profetas, como parte de su estudio y versión de la Historia de Buluquiyâ y sus conexiones con la escritura de Don Quijote de la Mancha.
(8) Las citas corresponden a: Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, edición conmemorativa, RAE, 2007.
(9) Las citas corresponden a: Ramón María del Valle-Inclán, Tirano Banderas, Planeta, Barcelona, 1994.
(10) Este personaje fue usado por Alejandro Dumas, padre, en varias de sus novelas y folletines:
Conde Alessandro di Cagliostro (Palermo, Sicilia, 2 de junio de 1743 – 26 de agosto de 1795) es un título nobiliario falso con el que Giuseppe Balsamo, médico, alquimista, ocultista y alto masón, recorrió las cortes europeas del siglo XVIII.
Nació en el seno de una familia pobre en Palermo, Sicilia. Su delito más famoso fue estafar a un hombre todo su dinero, aduciendo que poseía aptitudes para la alquimia. La identificación de Cagliostro con Giuseppe no es del todo segura, ya que se basa principalmente en el testimonio no fidedigno de Theveneau de Morande, espía francés y chantajista, y más tarde en su confesión a la Inquisición, obtenida a través de la tortura.
Cagliostro afirmaba haber nacido en una familia cristiana de noble cuna, pero ser abandonado al poco de nacer en la isla de Malta. También aseguraba que siendo niño viajó a Medina, La Meca y el Cairo, y al regresar a Malta, ser iniciado en la Soberana Orden Militar de los Guerreros de Malta, donde estudió alquimia, la Kabala y magia. Fundó el Rito Egipcio de la Francmasonería en La Haya, donde (al igual que sigue ocurriendo en las logias masónicas en la actualidad) se iniciaba a hombres y mujeres en logias separadas, y tuvo influencia en la fundación del Rito Masónico de Misraim.
http://es.wikipedia.org/wiki/Cagliostro
(11) Iván Rodrigo García Palacios, Desde las entrañas de Bajo el volcán al “furor” de Cien años de soledad:
http://lectorludi.blogspot.com/
http://geneticaliteraria.blogspot.com/
http://lowry-garciamarquez.blogspot.com/

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