6 de enero de 2006

LECTOR LUDI-16

En la hora de las muertes de Thomas Mann

* A los 130 años del nacimiento y a los 50 de su muerte.

Por Iván Rodrigo García Palacios

Para Thomas Mann (Lübeck, junio 6 de 1875-Zurich, agosto 12 de 1955), su vida y su obra, y por supuesto, su muerte, fueron una y la misma, “una obra de arte vital cerrada en sí misma”, asuntos que, a la hora de intentar un análisis y ser justos, complica un poco la tarea, pues, no se sabría si juzgársele, o bien, a partir de esas amplias expresiones de ironía y serio humor con los que trató en sus obras a los seres humanos y sus actos, o bien, ignorando, de antemano aquella actitud altiva, solemne, fría y calculadora, con las que él siempre se representó públicamente y que, posiblemente, no era más que otra de sus máscaras con la cual ironizar y burlarse de sí mismo y de todo lo demás, pues, al fin y al cabo, lo que pretendió demostrar en sus obras no fue otra cosa que la degeneración de aquellos mitos y ritos tras los cuales se ocultan, como una máscara, la falsedad, la violencia, la inhumanidad y las ansias de dominación del hombre por el hombre y hasta su propia ridiculez, cuando todo termina con la muerte, y se retorna, como en Nietzsche, a una nueva realidad.

Cualquiera que sea el enfoque o bien desde ambos, la lectura de la obra de Thomas Mann puede hacerse con la misma solemnidad, seriedad, ironía y humor, con los que él mismo se construyó y representó ante el mundo y, lo más importante, sin miedos ni perezas.

SU PROPIA EXISTENCIA
Ya, desde sus primeros escritos, los lectores identificaron lo autobiográfico. Los personajes y situaciones reales que allí aparecían, que no eran otros que sus propios familiares, amigos, conocidos, así como a los lugares en que ellos actuaban, y por supuesto, él mismo, que se convirtió en su propio personaje de ficción a través del cual quiso resolver los conflictos, íntimos y externos, que lo afectaron, hasta el punto que su comportamiento público fue, en gran parte, una creación deliberada de sí mismo, como lo han demostrado las anotaciones rigurosas y casi maniáticas con las que registró en sus diarios hasta los mínimos detalles de sus pensamientos, sentimientos, miedos, amores, odios y las actividades más nimias o trascendentes, como el deseo de anticipar el momento de su propia muerte a los setenta años, que no se cumplió, pero sí a presentir, con certeza, que había llegado la hora del silencio, tal y como lo consigna en el último registro, dos semanas antes de morir: “Dejo en la oscuridad hasta cuando durará esta existencia mía. Poco a poco se irá esclareciendo. Hoy me dicen que me siente un rato en la butaca. –Problemas digestivos y molestias varias” (29 de julio de 1955).

Fue, al fin, su última muerte. Antes, fueron muchas otras las muertes que invocó en sus escritos mientras contempló la suya distante, algunas de ellas las más bellas y dramáticas de la literatura, hasta llegar a la íntima familiaridad que le permite reconocerla, inútil y peligrosa, al momento de su inminente arribo y, entonces, cesa de hablar de ella, tal y como lo había comprendido del Sermón sobre la disposición a morir, de Martín Lutero, uno de los tantos maestros con los que se nutrió. O como lo había dicho en su relato El muerto: “Uno no se muere antes de estar conforme”.

Fue esa idea de muerte a la que finalmente despojó, en nombre del amor y de la vida, de todo poder sobre sus ideas, como lo dijo su hija Erika. Idea a la que transustanció, al igual que todos los conflictos que le desordenaban la existencia, en su escritura, creando, como bien se sabe ahora, algunos de los personajes literarios más trascendentales de la literatura del siglo XX. Encarnaciones con las cuales confrontó, como se dijo atrás, sus propios conflictos y afecciones: la homosexualidad, el suicidio, el pecado, la gracia, la política, la identidad, la familia, la amistad, el amor, en fin, la vida y la muerte, que son las materias primas que se integran en disonante unidad en la obra de Thomas Mann.
He aquí algunas de esas muertes tomadas de sus novelas:

LA EXTINCIÓN FAMILIAR
Los Buddenbrook (1900). La primera de las extensas y mayúsculas novelas en las que Thomas Mann se enfrenta a la idea de la muerte y que se podría considerar el réquiem manniano, pues en ella no sólo se extingue la familia Buddenbrook, sino que se alegoriza la extinción de la antigua Alemania, que moría, junto con la familia, para hacer el tránsito hacia el caos del siglo XX.

De Los Buddenbrook, dice Fernando Bayón, es “un mito sinfónico sobre la muerte (...) un moderno mito escatológico. Y, efectivamente, el tema que unifica todas las variaciones de este vasto relato es el de la muerte paseándose por los cuatro grandes dominios del apellido Buddenbrook: cada una de las cuatro generaciones que van desde el anciano patriarca de la estirpe hasta el malogrado Hanno. De este modo, el libro nos da cuatro versiones distintas de la extinción de la vida, o, dicho más precisamente, Los Buddenbrook es una gigantesca secuencia organizada a partir de cuatro escenas de muerte” (1).

Muertes que ponen en conflicto el significado filosófico que quiere dársele y la fealdad y suciedad de su ocurrencia. Cuando la vida ya empieza a declinar, Thomas Buddenbrook lee el tratado de Schopenhauer Sobre la muerte y se siente embriagado:

“La muerte era una dicha, tan honda que sólo se podía medir plenamente en unos pocos instantes bienaventurados (...) Era el regreso de un descarrío indeciblemente embarazoso, la rectificación de un grave error, la liberación de los vínculos y barreras más desfavorables; la muerte podía corregir un lamentable caso de infortunio” (Los Buddenbrook).

Por contraposición a la escena de su muerte, cuando Thomas Buddenbrook, al regresar, agotado y maltratado del dentista, siente un poder nunca antes visto que lo arroja al suelo:

“Fue exactamente como si algo hubiera agarrado su cerebro y lo centrifugara, con velocidad creciente, espantosamente creciente, impulsándolo por espaciosas circunferencias que se iban volviendo más y más pequeñas hasta que finalmente lo arrojara sin compasión, con una fuerza desmesurada y brutal, contra el punto central, duro como la piedra, de todos aquellos círculos (...) Dio media vuelta y se desplomó hacia delante, con los brazos extendidos, contra el asfalto mojado”.

“Como la calle hacía pendiente, su tórax quedó situado a bastante menos altura que sus pies. Había caído sobre la cara, bajo la que enseguida empezó a extenderse un charco de sangre. Su sombrero rodó unos metros por la calzada. Tenía el abrigo de pieles salpicado de estiércol y de aguanieve. Las manos, embutidas en los guates blancos de cabritilla, estaban extendidas en un charco”.

“Así yacía, y así siguió yaciendo hasta que se acercaron un par de personas y le dieron vuelta” (Los Buddenbrook).

LA MUERTE EN EL MITO
Muerte en Venecia (1912). En unas vísperas que ya anunciaban los horrores de la Primera Guerra Mundial, Thomas Mann asume en el personaje de Gustav von Aschenbach, la muerte del pasado y la incertidumbre del próximo futuro a través de un mito que le era tan caro. Así la representa Hermann Kurzke:

“El cólera que causa la muerte de Gustav von Aschenbach es una enfermedad muy desagradable. No obstante, el placer es mayor que el miedo. Él decide quedarse mientras todos los demás se van. La muerte en Venecia es también una muerte de amor. El símbolo de la añoranza de muerte es el mar:

“Amaba el mar por motivos profundos: por el deseo de reposo del artista que trabaja duro y desea refugiarse de la exigente diversidad de las apariencias en el seno de lo simple y descomunal; por una tendencia prohibida, totalmente opuesta a su misión y, precisamente por eso, tan tentadora, hacia lo informe, lo desmedido, lo eterno, la nada” (Muerte en Venecia)

Lo eterno, la nada, la muerte y el amor son una sola cosa; todos ellos ponen fin a la diversidad y, con ello, al encierro del individuo en la jaula de su yo. El narrador continúa:
“Reposar junto a la Perfección es el anhelo de aquel que se esfuerza por la excelencia; y la nada, ¿acaso no es una forma de perfección? Pero mientras iba soñando tan profundamente con la mirada perdida, de pronto la horizontal de la línea de costa se vio quebrada por una figura humana, y cuando centró y recuperó su mirada apartándola de lo ilimitado, resultó ser el bello muchacho que, procedente de la izquierda, cruzaba la arena ante su vista” (Muerte en Venecia)

Gustav von Aschenbach abandonará este mundo mientras contempla al bello muchacho junto a la orilla. El muchacho es Hermes Psicopombo, el guía de las almas, que acompaña a los difuntos hasta el mundo subterráneo.

“Pero a él le pareció como si aquel psicopombo pálido y dulce de ahí afuera le estuviera sonriendo y haciéndole señas; como si, apartándose la mano de la cadera, señalara hacia delante y le abriera el paso, levitando, hacia lo prometedor y descomunal. Y como tantas otras veces, se puso en camino para seguirle” (Muerte en Venecia) (2).

BELLEZA Y HORROR
La montaña mágica (1924). Suficientemente conocida es la anécdota que da origen a la quizás más popular de las novelas de Thomas Mann: o era condenarse a morir de tuberculosis, una enfermedad mortal para esa época, o enfrentar la muerte a través de la escritura. Decide lo segundo y el resultado es su novela más célebre.

Es en aquella montaña, en la que se suspende el tiempo en la antesala de muerte para quienes ya viven en el horror de morir en cualquier momento, donde Mann, en otra muerte por amor, contrapone la trágica belleza y el horror de la muerte. Dejo de nuevo la palabra a Hermann Kurzke:

“¿En qué relación se encuentran la belleza y el horror de la muerte? Sólo el arte hace bello al esqueleto. Pero Thomas Mann tampoco olvida el horror. En el capítulo dedicado a los discos de La montaña mágica, Hans Castorp escucha Aída, de Verdi. También en este caso se trata de una muerte por amor. Radamés reencuentra en el calabozo a su amada Aída, que ha venido a compartir con él su destino en la fosa. ¿Acaso no es espantoso? Pero aun así, Hans Castorp disfruta de

“la idealidad victoriosa de la música, del arte, del ánimo humano, del embellecimiento elevado e irrevocable que las notas le otorgaban al horror vulgar de las cosas reales. ¡Sólo había que tener presente lo que, de hecho, estaba teniendo lugar en ese momento! Dos enterrados vivos, con los pulmones repletos del gas de la fosa, iban a terminar sus días juntos o, aún peor, uno después del otro, presas de las convulsiones del hambre, y después la corrupción ejecutaría en sus cuerpos su indecible misión hasta que sólo hubiera dos esqueletos almacenados bajo la bóveda, cada uno de los cuales sería totalmente indiferente e insensible al hecho de yacer solo o acompañado. Ésta era la cara real y objetiva de las cosas: una cara y un asunto independiente, que para el idealismo del corazón no entraba en consideración en absoluto, y que se veía triunfalmente trasladado a un segundo plano por el espíritu de la belleza y de la música. Para los ánimos operísticos de Radamés y de Aída, no existía lo que objetivamente les estaba esperando. Sus voces se alzaban al unísono hasta la bendita octava, asegurando que ahora se les estaba abriendo el cielo y que verían la luz de la eternidad” (La montaña mágica).

Una visión dramática de lo que sucede en las montañas de la muerte y que reafirma el papel de la cultura, que consiste en maquillar el rostro de la muerte” (3).

EL BUEN MORIR
José y sus hermanos: Las historias de Jacob (1933), El joven José (1934), José en Egipto (1936), José el proveedor (1943). Ya han pasado los años, la fama lo ha coronado con los laureles del Premio Nobel y la amenaza nazi ya se ha instalado en Alemania, así que la visión de Thomas Mann sobre la vida y la muerte han derivado hacia otros sentidos, hacia el deseo íntimo de un buen morir... un deseo paradójico en vísperas del horror que ya se apoderaba de Europa. Y escribe, la que en apariencia, es su novela más alejada de su biografía, de los modelos de la vida real y con verdaderos personajes de ficción creados por su imaginación e inspirados en el breve texto bíblico.

¿Qué muerte hubiese deseado Thomas Mann para sí mismo en aquellos tiempos? Con plena seguridad, la benéfica y sencilla muerte de Mont-Kaw, el mayordomo a quien José remplaza en la casa de Putifar y a quien se le concede morir según sus deseos, consolado en su dolorosa agonía por la compañía y palabras del bello muchacho:

“La mano derecha de José yacía sobre las lívidas manos del agonizante, mientras con la izquierda le sujetaba el muslo. “¡La paz sea contigo!”, dijo. “¡Reposa dichoso, padre, en la oscuridad de la noche! Mira, yo velo y cuido de tus miembros, mientras tú puedes enfilar sin preocupación alguna el sendero del consuelo, sin tener que preocuparte por nada más. Piénsalo por un momento y alégrate: ¡Por nada más! (...) Se acabó todo el ajetreo, y la preocupación, y cualquier otra forma de fastidio. Ya no hay necesidad física, ni otras ocurrencias ni miedos espasmódicos. Nada de medicinas repugnantes, ni cataplasmas ardientes, ni sanguijuelas en la nuca. Se abre el calabozo de tus molestias, y tú sales al exterior para recorrer sano y salvo el sendero del consuelo, que te alivia más a cada paso que das. Y es que al principio recorres todavía terrenos ya conocidos, aquellos que te acogían todas las noches por obra de mi bendición, y aún queda contigo cierta pesadez y dificultad para respirar sin que termines de darte cuenta, y que proceden de este cuerpo que ahora yo sujeto aquí con mis manos. Pero pronto –tú no repararás en el paso que te lleva al otro lado- verás praderas que te acogerán en plena levedad, en las que ni remotamente, ni en lo más inconsciente habrá ya esfuerzo alguno que penda de ti y trate de arrastrarte, y enseguida estarás liberado de cualquier preocupación y de la angustia que causa no saber cómo están las cosas contigo, qué pasará con tu persona y qué va a ser de ti, y te preguntarás asombrado cómo has podido atormentarte alguna vez a ti mismo con este tipo de reparos, ya que todo es como es, y las cosas aparecen del modo más natural, correcto y mejor, en la más feliz armonía consigo mismo y contigo, Mont-Kaw, que lo serás por toda la eternidad. Porque lo que es, es, y lo que fue, ya no será (...) ¡Que tengas buen viaje, pues, mi padre y superior! En la luz y en la levedad volveremos a vernos” (José en Egipto).

LA MUERTE DEL PECADOR
Doktor Faustus (1947). Justo después de cumplir los setenta años y como había querido anticiparlo, Thomas Mann se enfrenta, en 1946, a una grave crisis de salud que lo puso al borde de la muerte. Pero se levanta para culminar Doktor Faustus, en la cual, además de la prohibición del amor, de que habla el libro de Fernando Bayón, ya citado, los temas son: el pecado, la gracia y el castigo por una muerte horrible, en un mundo que se disuelve. Una muerte horrible para quienes le han vendido el alma al diablo, la que, ¿quizás temió para sí mismo?.

Si en las muertes de sus personajes no había escatimado ni el horror ni la belleza, los últimos momentos de Adrián Leverkühn, impactan en lo profundo como un grabado de Durero:

“En el fondo de la pieza, tendido sobre un diván, vuelto hacia mí de modo que podía ver su cara, bajo una ligera manta de lana, estaba aquel que un día fue Adrián Leverkühn y cuyo nombre persiste en la inmortalidad. Sus manos pálidas, expresión modelada de su sensibilidad, las había cruzado sobre su pecho cual una medieval estatua yaciente. La barba, mucho más canosa, daba una línea alargada a la faz, evocadora de los rasgos de un noble de Greco. ¡Curiosa ironía de la naturaleza, capaz de sugerir una imagen de la más alta espiritualidad allí donde se extinguió la llama del espíritu! Los ojos parecían profundamente hundidos en las cavidades, las cejas se habían hecho más hirsutas, y desde el fondo de sus tinieblas el fantasma lanzó de pronto hacia mí una mirada escrutadora hasta la amenaza, que me hizo erguir involuntariamente pero que al cabo de un segundo se había apagado ya. El enfermo puso entonces los ojos en blanco y bajo los párpados medio cerrados los dos globos no cesaban de ir de un lado para el otro. Repetidamente me invitó la madre a acercarme más. No seguí su consejo y me marché, los ojos bañados en lágrimas” (Doktor Faustus).

LA SUCESIÓN FAMILIAR
El elegido (1950). La última novela que publicó Thomas Mann, completamente terminada, fue El elegido, con la cual también doy por concluida esta breve e incompleta selección sobre las visiones y las escenas de la muerte que él creo para sus personajes, y ¿por qué no?, podrían haber sido las que imaginó para sí mismo, acorde con lo que ya se conoce de su vida como obra de arte.

Bien, en El elegido, la muerte ya no llega en una dramática escena, por el contrario, el narrador de la vida del Papa Gregorius, pareciera dictar las disposiciones de lo que habría de ser el destino de la familia una vez desaparecido él y, casi con profético tono de anticipación de cuento de hadas, establece, al parecer pensando en su esposa Katia, sus últimas disposiciones:

“Así vivieron todos en común alegría, y fueron muriendo cuando les llegó la hora, siguiendo el mismo orden en que habían venido al mundo. Sibila fue la primera que murió, a los ochenta años; no vivió más porque la muchas desgracias tempranas y los duros años de penitencia le habían acortado considerablemente la vida” (El elegido).

POR FIN... LA MUERTE VERDADERA
Thomas Mann quiso morir como Goethe, quizás el más caro de sus maestros, dulce y tranquilamente sentado en su butaca, y casi lo logró. A las ocho de la noche del 12 de agosto de 1955, en presencia de Katia su esposa, como lo cuenta Erika, su hija: “La expresión de su rostro cambio en ese instante. Adoptó su ‘cara de música’, que entonces volvió hacia mi madre: el rostro de alguien que, de un modo simultáneamente absorto y profundamente atento, atiende al sonido de sus personas más próximas y queridas” (4).

Y, por mi parte, sólo digo que las anteriores notas no tienen nada que ver con el echo de pertenecer al gremio de los jubilados y ancianos, por el contrario, quiero pensar que la muerte es todavía algo distante... pero, como nadie sabe, disfruto cada minuto como si fuera el último y la vida como si fuera a durar mil años.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
(1) Fernando Bayón, La prohibición del amor. Sujeto, cultura y forma artística en Thomas Mann, Anthropos, Barcelona, 2004 (414 p.), p. 130.
(2) Hermann Kurzke, Thomas Mann, la vida como obra de arte, una biografía, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003 (763 p.), pp. 641-642.
(3) Ídem, pp. 642-643.
(4) Ibídem, pp. 654.
LECTOR LUDI-15

Pequeñas reseñas
En los asuntos del amor,
la mujer tiene la última palabra


Por Iván Rodrigo García Palacios

La amante de Bolzano
Autor: Sándor Márai
Ediciones Salamandra, Barcelona, 2005 (283 p.)

Del amor, cada cual cree saber un poco, pero, la suma de esos saberes jamás podrán explicar lo qué el amor es. Quizás sea la literatura, toda la literatura universal, una especie de enciclopedia interminable en donde es posible hacer la mejor exploración en las tinieblas interiores del corazón humano y sobre el amor... en primer lugar.
Del amor, entre los demás temas eternos, tratan las novelas del húngaro Sándor Márai (Kassa, hoy Kosice, Hungría, 1900-San Diego, California, 1989). Y, La amante de Bolzano, la última en ser traducida al español, se aventura por aquella vertiente del amor del que Giacomo Casanova es representación y leyenda: la pasión aventurera que hiere y mata a los amantes. Pero poco se ha escrito sobre las consecuencias y reacciones que ese amor provoca en las víctimas, no siempre inocentes, que son las mujeres enamoradas y, algunas veces, engañadas por los don Juanes y Casanovas de este mundo. ... Y, Francesca, la protagonista de La amante de Bolzano, intenta dar una respuesta, tan intensa y hermosa, como las de las otras novelas de Márai.
A Sándor Márai se le empezó a descubrir, en español, a partir de 1999, cuando Ediciones Salamandra publicó El último encuentro, la novela que más lectores le ha atraído, y que aquí en Medellín, gracias a la ferviente recomendación que de ella hace Adriana, la de la Librería Simsalabim, le ha ganado un respetable puesto en el corazón de los lectores. Luego, fueron publicadas las novelas Divorcio en Buda y La herencia de Eszter y el libro de memorias, Confesiones de un burgués, y acaba de llegar al país la última publicada, en su segunda edición de 2005, La amante de Bolzano, escrita en 1940, antes de El último encuentro y posterior a las otras dos.
Y ese orden en la escritura le da un cierto significado y continuidad a las reflexiones que se hace Sándor Márai en sus cuatro novelas. Voy a hablar del amor en sus novelas, sin que por ello los otros temas sobre los que reflexionan dejen de ser significativos. De ese amor, que en tres de ellas, se debate en asombrosos y fascinantes triángulos amorosos.
En Divorcio en Buda, es el amor que llega a su trágico final con el suicidio de una mujer que ha sido amada por dos hombres. En La herencia de Eszter, a diferencia de las otras, el amor muestra sus trágicas condiciones al regreso del hombre que estafó y abandonó a Eszter. Y en El último encuentro, la tragedia se hace presente cuando el honor es puesto por sobre el amor: dos amigos se encuentran cuarenta años después... para hablar del amor de una mujer, pero esa lectura ya la han hecho muchos.
En La amante de Bolzano, el orden de los factores si altera el producto: aquí el amor es puesto por sobre el honor. Los dos rivales por el amor de una bella mujer no podían ser otros que, como lo dice el propio Márai, el uno, es la índole novelesca del mítico amante de todos los tiempos, Giacomo Casanova a sus cuarenta años y, el otro, un anciano conde Parma, que le dobla en edad, un hombre con el poder para destruir a Casanova, pero que, por el amor de Francesca, la única mujer que ambos aman, y a la que quiere conservar a su lado hasta el fin de sus días, le ofrece al amante aventurero oro y libertad con la condición de que “la cure” de su ilusión de amarlo. Pero será la misma Francesca quien dirá la última palabra, pues, todo lo que se han dicho y han pensado los dos hombres, son las palabras de ellos sobre el amor, que como siempre, son razones... El amor de las mujeres es y seguirá siendo un misterio insondable y sólo de ellas será la última palabra. Y Francesca, a su modo, los ama a los dos. ¡Ah, Francesca!, mujer de luz a sus quince años, como la ve Giacomo Casanova en esa fría y gris mañana del duelo, cuando él renuncia al amor de su vida para dejarla vivir al lado del conde de Parma una vida que ella no deseaba... Y es que esa irradiación luminosa de Francesca, también es una luz de Ying y Yang.
Ahí les queda a los lectores esa extraordinaria lectura que los sorprenderá además con las deliciosas reflexiones de Sándor Márai sobre el oficio del escritor en el capítulo del mismo nombre, así como sobre la racionalidad, más cerebral que emocional, de los hombre frente al amor en los capítulos El contrato y El disfraz. Y el asombroso final en los dos últimos capítulos, en los cuales se unen, como una única sustancia, todos los asuntos.
Como los lectores lo sintieron con El último encuentro, en La amante de Bolzano volverán a encontrarse frente a esa presencia imborrable e infinita del único amor y la razón masculina que todo lo confunde.

4 de enero de 2006

CUADERNO DE CITAS-3

¿Por qué los LECTORES LUDI viven mejor?
Porque sueñan mejor


* Aprender a soñar, tan importante como aprender a pensar
* El poder de los sueños es realmente saludable
* Se puede aprender a soñar
* El que sabe soñar, vive mejor
* ¿Las incoherencias de los pensamientos y de los sueños pueden tener similares efectos sobre normalidad de la salud?
* ¿Quién no ha tenido un mal día luego de haber sufrido sueños malucos y caóticos que no entiende?
* La realidad será como las pesadillas, o viceversa
* Citas de, Elémire Zolla, La amante invisible, La erótica chamánica en las religiones, en la literatura y en la legitimación política

Por Iván Rodrigo García Palacios

En el LECTOR LUDI-23 mencioné el poder que los sueños tuvieron para la vida de los pueblos de la antigüedad, así como de su pérdida y malinterpretación en la modernidad y posmodernidad, con las consecuencias que se podrían deducir de ello.

Aclaro de entrada, el asunto que propongo ahora no trata de autoayudas, ni de nuevas eras, ni de nada que se le parezca, que al fin y al cabo son formas de engaño y autoengaño que las personas utilizan para evadirse de la realidad y ocultar bajo las cobijas sus temores e incertidumbres.

Mi deseo es compartir algunas citas de un interesante libro de Elémire Zolla, un profesor italiano de la Universidad de Roma, estudioso de los asuntos sobrenaturales en las culturas y su incidencia sobre ellas, lo que, a su vez, conduce a pensar que si bien el afán modernizante y posmodernizante ha traído beneficios notables para la humanidad, también, en su desespero progresista, ha desperdiciado o malinterpretado, por ignorancia o intereses ideológicos, algunos aspectos importantes, yo diría esenciales, para su existencia, los mismos que en las antiguas culturas se manejaban con solvencia y claridad, tal el caso de los sueños, que como podrán leerlo, tienen más incidencias en la salud mental y corporal de lo que se cree y que poco más tienen que ver con toda la basura seudo-científica que el psicoanálisis popularizó irresponsablemente.

Me atrevo a pensar que cuando Goya dibujó y tituló su conocido grabado de los Caprichos: "El sueño de la razón produce monstruos", también podría estar sugiriendo que una vida de sueños incoherentes produce una razón monstruosa. Que una razón sin sueños es una razón monstruosa.

Pienso, como lo dan a entender las citas más adelante, que los sueños y la vigilia son dos partes integrales de un todo que, si funcionan adecuadamente, generarán una vida armónica. Así, quien sufre perturbaciones de pensamiento y lenguaje, tiene problemas con la realidad. Igual, quien sufre perturbaciones con sus sueños y el lenguaje de los sueños, tiene problemas con ese otro mundo que llamamos trascendencia, sobrenatural o metafísico. Y quien tiene problemas en la una, tendrá problemas en el otro, y viceversa.

Los sueños, como el pensamiento, son elementos fundamentales del Ser humano y, por lo tanto, deben ser considerados consecuentemente: conocidos y tratados con igual peso e importancia.

Y no son, por el contrario, eso en que los han convertido: paporreta de adivinos y pitonisas, o en arquetipos de seres poderosos o divinos que vienen del pasado a transformar y transfigurar la pobre existencia en que nos hemos convertido. Los sueños, de alguna forma, tienen esos poderes, pero nunca de esas formas.

En fin, el de los sueños es un asunto fascinante que sugiero a los LECTORES LUDI pensar con cuidado. Para ello recomiendo y los antojo con el libro: Elémire Zolla, La amante invisible, La erótica chamánica en las religiones, en la literatura y en la legitimación política, Paidós, Barcelona, 1994 (154 p.)

... pues será una fuente de dulces sueños.

PRIMERA CITA

"Después de haber atisbado durante toda una vida los estremecimientos oníricos, Proust concluyó: "Comprendí que solamente una percepción ordinaria atribuye todo al objeto, mientras que es en el espíritu donde cada cosa ocurre". (p. 28)

SEGUNDA CITA

"Las mentalidades diferentes de la moderna, tienen experiencia del sueño como de una realidad continuada y coherente tanto o más que la vigilia. Al dormir se retoma el sueño, exactamente como al despertar se retoma la conciencia de la vigilia; pero esta idea resulta inadmisible cuando se cree que la autoconciencia es la verdad y el sueño falso por excelencia" (p. 29).

TERCERA CITA

"Un personaje de Momaday dice: "Si el sueño no es verdadero, tampoco el soñador lo es", lanzando el más radical desafío al pensamiento moderno. Si pienso luego soy, sueño (sonno) y sueños (sogni) se convierten en escándalos metafísicos: cuando duermo no existo" (p. 29).

CUARTA CITA

"La vanguardia no hace sino ratificar lo que ocurrió con nuestros sueños, no hace sino exponer en la vigilia los significantes sin significado, a los que ha sido reducida la vida onírica" (p. 30)

QUINTA CITA

"El psicoanálisis pareció rescatar los sueños, pero en realidad, y con mucha más frecuencia, se sirvió de ellos para llevar a cabo, hasta en lo más íntimo de la conciencia, la obra de socialización despiadada característica del siglo. En el hábito psicoanalítico, el sueño casi nunca sirvió para la creación de carismas: ha sido utilizado más bien para enunciar consejos con miras a la adaptación social" (p. 31).

SEXTA CITA

"Premisa para sueños continuados y coherentes es un sistema de símbolos; si éste faltara, las imágenes oníricas flotarían sin sentido, como lo harían las palabras de perderse el nexo entre significados y fonemas. Mientras no se interponga un tejido de mediaciones entre los instintos y el sistema del cosmos, entre sentimientos y verdad, prevalecerá la casualidad. Cuando, por el contrario, se dispone de un tejido de mitos, las imágenes mismas naturalmente gravitan hacia el recuadro que a ellas corresponde en el cuadro total, exactamente como las palabras se ordenan entre ellas cuando se da por descontada una semántica.
En los mundos arcaicos, los conocimientos particulares asumían un rol, una imagen, en el sistema de mitos. A cada número, nota musical, figura geométrica, dirección en el espacio y porción del tiempo cíclico, correspondía en Babilonia, un dios y su historia. Los ritos sinodales de Venus dibujaban un pentagrama en el eje tiempo-espacio; dicho pentagrama, que puede reconocerse en la disposición de las semillas de una manzana cortada por la mitad, evidenciaba que la manzana era la fruta de Venus y el 5 su número: la historia de la diosa expresaba la gama de sentimientos amorosos.
Son semejanzas, consonancias, que ayudan a no olvidar el sistema de nexos y una vez que éstos han sido adquiridos, los sueños se tornan lenguaje.
De igual modo, basta que el hábito haya relacionado ciertos fonemas con ciertos significados: las articulaciones de la voz constituirán una lengua.
Los conocimientos aritméticos, geométricos, astronómicos y de todas las ciencias, se expresaban en los mitos, y los sueños entraban en la vida del mito, tal como los discursos de una lengua, haciéndole eco, continúan el texto que la origina: la epopeya o la cosmogonía que al ser releídas y salmodiadas periódicamente, vuelven al centro de la existencia colectiva. Por otra parte, los mitos correspondían a los sentimientos que sus historias expresaban.
De esta manera, entre conocimientos y sentimientos, se establecían unos vínculos, el mito mediaba entre ellos. Por esa razón, las imágenes de los sueños tendían a conformar una trama" (ps. 33 y 34).

SÉPTIMA CITA

"Nada prohíbe relacionar las leyes de la naturaleza con los sentimientos a través de narraciones. A mi entender, esto solamente lo realizó un biólogo, que escribió un hermoso y profundo libro para niños, en el que las leyes de la naturaleza se traducen fielmente en fábulas (V. Sermonti, L'anima scientifica).
De este modo, la ley de Heisenberg (la posición de una partícula y su velocidad no se pueden medir simultáneamente, pues entre nosotros, los que medimos, y los sistemas medidos, se efectúa un intercambio de energía por lo que estos últimos son modificados en la medición), se convierte en la fábula o mito del rey que deseaba saber quien era la más pequeña de sus sílfides danzantes del parque real. Para comprobarlo mandó a sus pajes armados de balanzas. Mas cuando éstos tocaban una sílfide, veían desvanecerse en la nada su etéreo velo y la criaturilla huir con un gemido. Se dijo al rey que si bien con toda certeza debía existir la sílfide más pequeña de todas, sin embargo pesarla era imposible y las palabras no alcanzaban. Así el rey descubrió que no sólo existían cosas que no podía poseer, sino que tampoco las podía medir.
El sueño de un rey que descubre los límites de su poder corresponde a una gama de sentimientos que incluirá el sentido de los límites, la delicadeza, la maravilla: ¿por qué reprimirlos y, además, no sentirlos ligados a la fábula y a las leyes de la naturaleza? ¿Por qué no dejar depositar en la mente de quien sentirá una amable emoción, el pequeño relato, reconociendo seguidamente en la fórmula de Heisenberg la fábula de otros tiempos? ¿Por qué no asociar, de manera ordenada y significativa, los sentimientos a los conocimientos?" ps. 34 y 35)

OCTAVA CITA

"Para que las mentes más hábiles se imbuyan de estas verdades serán necesarias algunas generaciones, por lo pronto se asiste al cómico espectáculo de gente informada sobre la física reciente y sobre la neurobiología y sin embargo aferrada a la idea de un mundo objetivo como tal o a la idea de la evolución como una flecha disparada en un tiempo carente de simetría. No obstante, cuando finalmente se impriman estas verdades en la verdad metafísica, nada nos prohibirá volver a la fabulación interrumpida en los inicios de la era moderna, los sentimientos podrán corresponder a los conocimientos, las imágenes míticas compararse en cuanto significativas, portadoras de verdades, podrán ofrecer un armazón para la fantasía también en los sueños" (ps. 36 y 37)

NOVENA CITA

"Son opuestos: el desorden máximo y el orden absoluto, la inquietud y la quietud, la confusión y la experiencia metafísica. Sin embargo, la oposición entre los dos términos parece tal sólo desde el punto de vista de la experiencia corriente, pues desde el punto de vista de la experiencia metafísica coinciden, salvo en el hecho de que la experiencia metafísica es consciente de la unidad absoluta de todo, mientras al sumergirnos en el inconsciente sentimos desvanecerse los límites sin obtener con ello ni quietud ni conocimiento; la misma diferencia existe entre un místico y el esquizofrénico" (p. 37).
LECTOR LUDI-14

Pequeñas reseñas
Algunas novedades bibliográficas NO muy populares para los medios de comunicación

* El pergamino de la seducción, de Gioconda Belli;
* El maestro del Go, de Yasunari Kawabata;
* La náusea, Jean-Paul Sartre.


Por Iván Rodrigo García Palacios

Luego de más de quince años de reseñador profesional para El Colombiano y ya disfrutando de mi tiempo de jubilado, pensé que me había librado del vicio de escribir aquellas pequeñas reseñas promocionales e informativas, pero, después de pensarlo un rato, me di cuenta de que, también, las circunstancias habían cambiado, ya no tendría que reseñar todos aquellos libros que me enviaban para que les hiciera la respectiva nota divulgativa, como fue la política editorial que mantuve por todo ese tiempo para el Ex-libris, sin casi excepción y, que ahora, podría reseñar sólo aquellos libros que me provocaran y con las condiciones que yo mismo me impusiera: algo así como escribir la descripción breve de los libros que adquiría para que, al mismo tiempo, se convirtieran en las fichas del catálogo de mi biblioteca, como lo soñé desde el momento en que me inicié en ese delicioso y envidiado oficio, del que descubrí y experimenté sus agonías y éxtasis... y ese es otro cuento.

Así que y pasada esta explicación no pedida, los libros seleccionados:

El pergamino de la seducción
Autora: Gioconda Belli
Editorial Seix Barral, Bogotá, 2005 (331 p.)

Cuando leí hace más de quince años la primera novela de Gioconda Belli (Managua, 1949), La mujer habitada (1988), ella era más conocida por sus actividades guerrilleras en Nicaragua y por su obra poética, que habría adquirido reconocimiento internacional, al mismo tiempo que me encantó su forma de contar, me asombró esa forma suya de hacer literatura de la buena a partir de aquellos difíciles temas sobre la revolución social en Latinoamérica, a los que ya tantos habían convertido en panfletos o proclamas de proselitismo político y, consecuentemente, en mala literatura.

La literatura de Gioconda Belli era y continuaría siendo literatura en todo el sentido de la palabra, tal y como lo demostró con las novelas siguientes: Sofía de los presagios (1990), Waslala (1996), o el cuento para niños, El taller de las mariposas (1992), o ser capaz de crear un bello libro de memorias con El país bajo mi piel (2001), superando las limitaciones sentimentales de ese género. De su poesía no hablo,
doctores tiene la madre de las musas...

Pues bien, acaba de ser publicada su novela, El pergamino de la seducción, en la cual, si bien aparentemente, se aleja de aquellos temas de la identidad y la lucha nicaragüense, profundiza un poco más en aquel asunto que ha sido constante de su narrativa y poesía: el ser y la sustancia de la mujer en el mundo que le ha correspondido, sólo que ahora su exploración de la feminidad la hace por medio (y cuado digo medio quiero significar médium) de una figura histórica a la que rescata de las garras de la leyenda absurda que crearon los poderosos de su época para arrebatarle el poder y ridiculizar su amor y sus vanos intentos por colocar a la mujer a la altura de sus derechos humanos, se trata de Juana, a la que injustamente llamaron la Loca.

Para reivindicar aquella bella y enamorada Juana, hace que Lucía se convierta en la médium de Manuel, un historiador español especializado en Juana la Loca y lejano descendiente de la familia de aristócratas a quienes se encargó mantener a la reina aislada del mundo, mientras los válidos de la corte española controlaban el poder del imperio.

Lucía, la narradora y una joven huérfana de diecisiete años que después de perder a los nueve a sus padres, es llevada por sus abuelos a un internado en Madrid, experimentará en sus trances la iniciación y desarrollo de su feminidad por medio de eso que ahora llaman regresión, a la vida de Juana la Loca, guiada por Manuel, con quien vivirá, al mismo tiempo, su primer amor, idéntico al de Juana y Felipe el Hermoso, e igual, otra historia de amor trágico.

En fin, si bien la novela cuenta y reivindica una verdadera historia de Juana la Loca, que amerita su lectura, es la historia de Lucía, que con la luz de su nombre, iluminará a las jóvenes lectoras, y por qué no, a los jóvenes lectores, sobre el ser mujer, y lo mejor, para leer buena literatura, infinitamente apartada de esas descargas sentimentaloides del corte de Corín Tellado, de la Allende, la Serrano y otras cuantas escritoras recientes más interesadas en la celebridad y el mercadeo, como bien lo denunciaba el chileno Roberto Bolaño.

El maestro de Go
Autor: Yasunari Kawabata
Emecé Editores, Buenos Aires, 2005 (205 p.)

La historia de esta novela es tan interesante como ella misma. Fue reelaborada a partir de las 64 entregas periodísticas escritas por el japonés y Premio Nobel Yasunari Kawabata (1899-1972), para un periódico de Tokio que le encargó cubrir el último campeonato de Go, al estilo tradicional, realizado en el segundo semestre de 1938 y que duró seis meses, entre el último maestro del Go, Shusai, de sesenta y seis años y el joven Otake, de treinta años, el primer maestro del Go deportivo, en que se convertiría ese juego a partir de entonces.

Conservando la esencia de su origen periodístico y trascendiendo a las alturas literarias de Kawabata, en esta novela se narra la historia de ese interminable juego y la experiencia humana de sus protagonistas, incluido el propio escritor, al mismo tiempo que va explicando la naturaleza del juego como ese hilo misterioso que une vida y juego. La novela se inicia con la noticia de la muerte del maestro de Go, Suazi, el 18 de enero de 1940, en medio de la Segunda Guerra Mundial, como un escenario que marca el fin del Japón antiguo y se ve obligado a entrar en el futuro.

Además de lectura para admirar a Kawabata, recomiendo El maestro de Go como lectura fundamental a los jóvenes periodistas, quienes encontrarán en sus páginas una escuela de singulares enseñanzas para el ejercicio de su oficio, así como de lecciones de vida que si se conocen desde ahora, costarán menos dolores aprenderlas obligatoriamente en el resto de la existencia.

La náusea
Autor: Jean-Paul Sartre
Editorial Sol90/El Colombiano, Medellín, 2004 (172 p.)

Esta reseña se justifica por una razón muy práctica, por muchos años fue difícil encontrar ejemplares de la más célebre e influyente novela del filósofo francés Jean-Paul Sartre, cuyos derechos los tenía la Editorial Losada de la Argentina, y que yo sepa, no volvió a realizar reediciones de la misma, así que los interesados en leerla, tenían que rebuscarse ejemplares viejos en bibliotecas y anticuarias, muchas veces sin suerte, ya que en su momento se le consideró una de esas lecturas peligrosas que no debieran estar en las bibliotecas públicas “políticamente correctas”, como se dice hoy, y mucho menos en las de aquellas gentes de bien, así que los pocos ejemplares circulaban desgastados de mano en mano.

Pero los tiempos han pasado, y si bien, a Sartre no se le han reivindicado del todo sus condenas morales y políticas, parece ser que si se le están reconociendo, tanto en Francia como en el resto del mundo, sus méritos literarios, en especial de su novela La náusea, a la que la crítica está considerando una novela precursora de la literatura de la segunda mitad del siglo XX, hasta el punto de llegar a considerar su importancia literaria del mismo tamaño de su importancia filosófica.

En fin, lo importante y para mayor paradoja, fue el periódico medellinense, El Colombiano, el que se encargó de hacer una amplia y económica difusión de una muy bien editada reimpresión de La náusea, rescatándola para el gusto los nuevos lectores y facilidad de aquellos que deseaban estudiarla.

Ahora y para complementar esta reseña, reproduzco lo que escribí sobre Sartre y su literatura en mi Lector Ludi-12, sobre la aproximación a la filosofía por las más importantes novelas de filósofos novelistas y que espero antoje a los lectores de estas reseñas.

A las vidas y las obras de Jean Paul Sartre (1905-1980) y Albert Camus (1913-1960), se les puede aplicar con justicia el concepto de paralelismo: corrieron equidistantes pero sin posibilidad alguna de encontrarse, pues, a pesar la espesa fama, la presunta similitud de sus ideas filosóficas e ideológicas y algunas coincidencias históricas, que los medios de comunicación, en su prisa irreflexiva, les otorgaron sin fundamento, las diferencias son más notorias que las semejanzas, en especial en lo del existencialismo, salvo en una igualdad que sólo los enaltece pero no los acerca: fueron dos magníficos filósofos novelistas, y escribieron las novelas, que en la historia de la literatura universal, encarnarían el modelo de filosofía novelada, sin que ello signifique detrimento alguno para la filosofía o la novela.

La obra filosófico-literaria de Sartre estaría representada por sus dos novelas, La náusea y Los caminos de la libertad, y sus obras de teatro, las que la crítica ha exaltado y denigrado con suficiencia, y que en la actualidad ha venido a reivindicar, con justicia, también, por su excelencia literaria, tan innegable, que bien valdría la pena volver a leer y descubrir lo que significaron sus anticipaciones para la narrativa posterior.

Pero, ¿cuál es la filosofía de las novelas de Sartre? Véase lo que dice Álvaro Restrepo Betancur, en Sartre a través de La náusea:

“Una es la clave del pensamiento filosófico de Sartre: el dualismo onto-fenomenológico del en-sí y del para-sí. La “unión específica” de estas dos regiones del Ser es lo que constituye la totalidad, lo concreto, esto es: el hombre como “ser-en-el-mundo”.

En su “grueso libro de filosofía, El ser y la nada, Sartre hace el develamiento del sentido de estas dos regiones del Ser en cuya “unión sintética” se muestra la totalidad de la existencia.

“El ser es. El ser es en sí. El ser es lo que es”.

Tal es la fórmula definitoria del ser utilizada por Sartre. La primera característica del ser contenida en la fórmula que lo define, “el ser es”, apunta hacia el carácter absurdo de la existencia. El ser existe innecesariamente, de ahí que ante la presencia de la conciencia, el ser está “de más”. Absurdo, innecesario, increado, el ser es.

Roquentin, portavoz de este pensamiento sartriano, descubre en La náusea esta absurdidad e innecesariedad del ser que lo circunda:
“Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros; cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con respecto a los otros. De más: fue la única relación que pude establecer entre los árboles, las verjas, los guijarros”.

Hasta aquí la cita, y de nuevo la invitación a leer al Sartre novelista y al dramaturgo, de “el infierno son los otros”, en su obra Las moscas, lecturas para pensar en las inquietudes del existir.

Continuaré próximamente.

3 de enero de 2006

LECTOR LUDI-13

El proceso, de Franz Kafka,
Un juguete que por veinte años desarmó y armó Guillermo Sánchez Trujillo
hasta descubrir su clave secreta


* Las mujeres-novela de Franz Kafka: América-la señora Tschissik, El proceso-Felice Bauer, El castillo-Milena Jesenská.

Por Iván Rodrigo García Palacios

El proceso,
Autor: Franz Kafka
Edición crítica (edición, introducción y notas) por Guillermo Sánchez Trujillo
Traducción del alemán: John Londoño Smith y Guillermo Sánchez Trujillo
Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 2005 (359 p.)

La buena literatura es como una juguetería (podría decirse el paraíso-biblioteca infinito de Borges) para un niño, para todos los niños lectores de la humanidad. Y jugar, sin olvidar que el juego es una de las cosas más serias y fundamentales de la existencia humana, fue lo que hizo durante más de veinte años Guillermo Sánchez Trujillo con uno de los juguetes más misteriosos y fascinantes de la literatura universal, El proceso, de Franz Kafka. Desarmarlo hasta sus mínimas piezas para luego armarlo con el plano original con el cual su autor lo construyó, pero que, por las razones que el lector sabrá cuando lea esta edición crítica, deliberadamente escondió en un laberinto de mil y un ardides y espejos, con la única finalidad de ocultar, como un tesoro, los materiales con los cuales creó y construyó aquel inmenso tesoro literario al que ahora podemos acceder, como Ali Baba, pues Guillermo Sánchez Trujillo ha encontrado un “Ábrete Sésamo”, que devela el secreto artificio o que, no faltará quien envidiosamente lo diga, sólo ha sido víctima de las mismas alucinaciones y fracasos de todos aquellos que han intentado descifrar la clave secreta de Kafka. Y digo esto último para contar un chisme: estaba de coordinador del desaparecido Literario Dominical, de El Colombiano, y se publicó el 22 de agosto de 2004 el ensayo: Cómo escribía Kafka. Así descifré el enigma de El proceso, en el cual, Guillermo Sánchez Trujillo, explicaba su descubrimiento y, a raíz de esa publicación, alguien, de la que sólo recuerdo que era posgraduada de la U. de A., y que estaba estudiando becada en los Estados Unidos, envió un correo electrónico en el que pretendía desvirtuar ese logro, considerándolo una futilidad que al igual que la tesis con la que ella se había graduado, no era más que un juego de interpretaciones sin más piso que el ser llamativas, truculentas y afortunadas, pero que nada tenían que ver ni nada aportaban a la parafernalia académica. Por mi parte, consideré, que lo que decía la corresponsal sobre su tesis, con toda seguridad, su comentario fuera válido, pero nunca con respecto al minucioso e intuitivo trabajo con el que Guillermo Sánchez Trujillo descifra las claves kafkianas. Sus ocultas razones tendría.

Así, y anotado lo anterior, se puede decir, que bien sea que Guillermo Sánchez Trujillo devele o alucine, o ambas cosas a la vez, lo más rico del paraíso, o juguetería, de las lecturas que se puedan hacer, de y sobre El proceso y la obra de Kafka, es que el juego continúa, es infinito, y el que ahora él propone es de los más deliciosos en los que he participado, pues, además de demostrar su plano definitivo, su mapa del tesoro, sobre cómo fue construida, por qué fue escrita y de dónde salen los materiales fuente que nutren la novela, también narra, con un familiar humor testimonial, todos y cada uno de los pasos del desarmado y armado, mostrando cada pieza con sus relaciones internas y externas, al igual que las guías y claves para armar y comprender el gran rompecabezas, eso, entre muchas otras cosas.

Y, puedo probarlo. Como consecuencia de mi privilegiada situación a mediados de 2004, tuve la oportunidad de discutir con Guillermo Sánchez Trujillo, las condiciones para la publicación de su ensayo, así que aproveché para pedirle que me diera la tabla de contenido, mejor dicho, el orden de los capítulos, con él que consideraba debía ser leído El proceso. Lo que hizo con su natural amabilidad, además de contarme que estaba en el proceso (en el mejor sentido kafkiano) de concluir la preparación de su edición crítica de la novela, ésta que ahora, casi un año después, ha salido publicada, para convertirse, sin exageraciones paisas, en la primera edición verdaderamente crítica de El proceso, en la que presenta las claves, el orden y los materiales fuente con que Franz Kafka escribió. Una primicia mundial que honra a un antioqueño, quien entrega en español lo que los mismos alemanes tendrán que esperar a ver traducido a su lengua original. Ahora, habrá que esperar a las reacciones que provocará su descubrimiento en el kafkiano ámbito de los críticos especializados en la obra de Franz Kafka, si es que la xenofobia no los enceguece.

Con aquellos datos y pistas me interné en aquel laberinto novelesco que me había asombrado, fascinado y desconcertado en mi lectora juventud, recobrando el instante epifánico de la primera lectura, al mismo tiempo que cayendo en el entusiasmado éxtasis de quien ha descubierto un gran misterio, y no era para menos, la lectura no era una relectura, era una nueva lectura, que si bien develaba el secreto, en ningún momento destruía su fascinación, aún mejor, me entregaba la posibilidad de continuar penetrando en el eterno misterio de las grandes creaciones humanas.

Y es esa misma lectura la que aquí recomiendo a los lectores ludi que, mejor, deben tomar en serio la advertencia que Guillermo Sánchez Trujillo les hace: leer la novela saltándose la introducción y las notas, para disfrutarla y asombrarse con su construcción original, que no será poca, ya que se encontrarán con más de una sorpresa al comprender y aclarar muchas de las confusiones que las ediciones comunes, que heredadas de la edición de Max Brod y de los editores alemanes, se han trasmitido de generación en generación, pero, que paradójicamente y gracias al poder de la escritura de Kafka, aún así, conserva su mágica fascinación. Será una experiencia increíble ver cómo este nuevo orden coloca en su propio lugar y les da su verdadero sentido a aquellos elementos, de apariencia inconclusos y herméticos, que impedían ver el bosque y que ahora resplandecerán con la real iluminación de Un sueño, y lo digo en homenaje a la reintegración del capítulo, con ese título, suprimido de la novela y convertido en cuento independiente, que ahora y leído en el lugar que le corresponde, descubre la íntima sustancia de la que está constituido Kafka, su infancia, su vida y su literatura, que es, como se entenderá luego, su propio ser.

KAFKA- NIETZSCHE
Una vez hecho lo anterior, el LECTOR LUDI deberá reemprender la lectura plena, introducción y notas incluida, para así, finalmente, comprender en su total magnitud a Kafka y su obra, quien, al igual que Nietzsche, hizo de su vida La Literatura, como bien lo explica, para el caso de Nietzsche, Alexander Nehamas en su libro Nietzsche, la vida como literatura (1), y para el caso Kafka, la deliciosa e íntima introducción de Guillermo Sánchez Trujillo en su edición crítica.

Y aquí, agrego de mi parte, que si bien la relación Kafka- Dostoievski, es el motivo central de la edición crítica de El proceso, no me aguanto las ganas de mencionar, así sea de paso, la relación Kafka- Nietzsche, con la que Daniel Desmarquest inicia su libro, Kafka y las muchachas (2), para mostrar cuando Kafka, a los diecisiete años, en el verano de 1900, seduce a la adolescente Selma con la lectura de Así habló Zaratustra, y deja, en el álbum de autógrafos de la muchacha, “el rastro más antiguo encontrado de puño y letra de Kafka”, con el cual inicia el protocolo amoroso que seguirá, con pocas variaciones por el resto de su existencia, y que con el choque violento de sus idealizaciones y sus miedos en la realidad, surgirá la totalidad de su literatura. O, para decirlo de otra manera, Nietzsche se convertía así en el primer tutor de Kafka “en el aprendizaje de las muchachas”, y, por que no, de su vida como literatura, como lo demuestra el hecho de que del desengaño amoroso de Nietzsche con Lou Andreas Salome, nace Zaratustra y que de las ilusiones y desilusiones amorosas que Kafka se provocaba a sí mismo, nacen la casi totalidad de sus escritos. Ahí queda abierta esa otra puerta.

Pero aún hay más, mucho más en esta edición crítica de El proceso. Adelantándome a las sorpresas, el lector se verá transportado al mundo novelesco de Dostoievski, Crimen y castigo, en primer plano, así como a sus personajes transustanciados (Roskolnikov-Josef K.-Kafka, o Sonia, Dunia y otras-Fräulein Burstner o Leni-Felice Bauer u Ottla Kafka, entre otros), a sus situaciones transplantadas e injertadas de una obra a la otra para germinar en raros frutos y, nunca finalmente, al gran escenario en el que Crimen y castigo representa para El proceso un gran palimpsesto dostoievskiano que amplifica, al infinito, la lectura de ambas novelas y rescata a Kafka como el gran artesano de la literatura, dotado de incomparable genio imaginativo y creativo que, en parte, se le ha negado en beneficio de un mito que, si bien nada le quita, opaca otros aspectos que lo engrandecen todavía más.

MUJERES-NOVELA
La lectura de la edición crítica de El proceso, será una experiencia deslumbradora para los lectores ludi y pienso que los aportes y descubrimientos de Guillermo Sánchez Trujillo son más que suficientes para asombrarse con la obra de Kafka, sin embargo, quisiera llamar la atención sobre un asunto que, además de ser importante en El proceso, también abarca el resto de su obra narrativa y es que en el origen y gestación de sus novelas y muchos de sus relatos, como una especie de materia prima antropófaga, está la presencia de una o varias mujeres con las que, si bien, la relación parecería casual, la imagen que de ella o ellas se formaba Kafka debía responder a unas particularidades específicas que sólo están confusamente claras en ese complejo y extraño universo emocional que dominaba las fuerzas eróticas, afectivas y creativas de Kafka y que lo obligaban a convertirlas en lo que llamo: mujeres-novela.

Sé bien que es innecesaria cualquier reafirmación sobre el papel que jugaron las mujeres en la literatura de Kafka, pero aún así, no resisto la tentación de reproducir una cita de la conferencia, Sus besos escritos, que el crítico polaco, Marcel Reich-Ranicki, pronunciara en Maguncia y Hamburgo en 1983, con motivo del centenario del nacimiento (3), y dedicada a la publicación del libro Cartas a Milena, que contiene la correspondencia completa, ordenada cronológicamente y con un apéndice con ocho cartas de Milena a Max Brod, además de la necrológica escrita por éste para Kafka y tres de las novelas por entregas de Milena y en la cual se reafirma ese fascinante misterio femenino que para Kafka entrelazaba su vida y literatura y que, por otra parte, amplifica el significado del trabajo realizado por Guillermo Sánchez Trujillo, tanto para su primer libro, Crimen y Castigo de Franz Kafka, Anatomía de El proceso, (4), como para la edición crítica de El proceso, que ahora se reseña:

“Así eran las mujeres que Kafka amaba, así debían ser: seres sin rostro que, precisamente por no tenerlo, podían excitar su fantasía con una fuerza especial y eran idóneas como pantallas de proyección de sus visiones. En su carencia permanente necesitaba no tanto personas reales del sexo femenino cuanto criaturas de su imaginación, principalmente. Pero éstas no podían surgir sin unos modelos reales, que, sin embargo, no debían ser ni demasiado claros ni demasiado próximos; y Kafka no tuvo ningún reparo en comunicárselo muy pronto y sin rodeos a su nueva pareja epistolar: a la “Milena real”, a quien enviaba sus cartas, opuso “la milena aún más real”, es decir, aquella que “se hallaba presente conmigo todo el día, en la habitación, en el balcón, en las nubes”.

La primera mujer-novela es América (El desaparecido, era su título original), empezada a esbozar a comienzos de 1912, cuando, en primer lugar, todavía está muy próximo a aquel enamoramiento “doloroso y secreto” por la señora Tschissik, actriz de una compañía de actores judíos, llegada del Este, “cuyo repertorio consiste en obras escritas en yídish, está dirigida por un tal Löwy (el mismo apellido materno), que se convierte en su amigo y le descubre la tradición de los judíos de Europa oriental”. Y, en segundo lugar, en la que intenta trabajar sin mayores éxitos a mediados de año, después de haber conocido a Grete, la Grete Kirchner, de Weimar, la Gretchen, el amor de los quince años de Goethe, revivida en aquel territorio sagrado, diferente a la Grete, Margarethe Bloch, la intermediaria que le envía Felice a Kafka un par de años después. La escritura de América se extenderá por mucho tiempo (las citas corresponden al libro, Kafka y las muchachas, de Daniel Desmarquest, ya citado antes).

Continuando con las mujeres-novela y como bien insiste Guillermo Sánchez Trujillo, las circunstancias que unen la vida y la obra de Kafka nunca son casuales, siempre existirá una relación de causalidad deliberada que, más que asombrar, aterra, y eso es lo que sucede con las mujeres que originan y nutren América, El proceso y El castillo.

Como lo ha demostrado Guillermo Sánchez Trujillo, se puede decir que las tormentosas relaciones de Kafka con Felice Bauer se consumaron en el gran palimpsesto dostoievskiano de Crimen y castigo que es El proceso, y en una extensa correspondencia, que se inicia a partir de la noche del 13 de agosto de 1912, noche que da origen al relato La condena, escrito de un tirón en la noche del 22 al 23 de septiembre, un poco más de un mes después, relato que le dedicará a ella y en el que extrañamente ya está prefigurada la tormentosa relación. Luego, para continuar con esta consumación, en los últimos días de noviembre de 1912, comienza a escribir La metamorfosis, relato también dostoievskiano. Y que, finalmente, concluirá, tras un largo silencio que se rompe en agosto de 1914, cuando empieza a escribir El proceso, causalmente, poco después de conocer a Grete, esta si Margarethe Bloch, la enviada de Felice, que se aparece ante Kafka con su estola de pieles, cual si invocara La venus de las pieles, de Sacher-Masoch (en la edición crítica se entenderá esta presencia), muchacha esta a la que también inserta en su laberinto amoroso, laberinto que se desata pronto con una traición por parte de ella, así como también, poco antes de que se lleve a cabo el tribunal en el Hotel Askanischer Hoff en Berlín, todo lo cual se relaciona con el inicio de la escritura de El proceso. Pero aún más, antes y para extrañas causalidades, en abril de 1914 ya había concluido la escritura de La metamorfosis, la que Kafka le regala a Grete y “en donde aparece una tal Grete”. Al final del relato, le señala Franz, esta “abandona a quien la necesita” (Kafka y las muchachas). Es así que la consumación definitiva se concreta a finales de 1914, cuando, tras muchas penurias, El proceso, tal como se conoce ahora, queda terminado. Si bien, la relación con Felice se prolonga hasta 1917, ella ya había salido de su literatura en aquel momento. Con la publicación póstuma de la novela en 1925, se inician el misterio y el mito. Claro que esa historia la cuenta mejor Guillermo Sánchez Trujillo en su edición crítica.

Y para finalizar con las mujeres-novela, he aquí a la hermosa Milena Jesenská, origen y materia de El Castillo. Si la relación de Kafka con Felice se consuma con Crimen y castigo, tres años más tarde, también con Dostoievski, pero esta vez es bajo su influjo, tienen origen su relación con Milena y la escritura de El castillo. “Al situar su encuentro bajo el signo de Dostoievski, cuya sombra planea sobre sus misivas, Kafka parece prefigurar lo que será su amor y se condena a repetir el papel del príncipe en El idiota: Milena dividida entre Pollak y Kafka, igual que Nastassia entre Rogogine y Mychkine. Un “trío” aciago, según expresión de Kafka” (Kafka y las muchachas). El inicio de sus relaciones y la traducción de El fogonero, en abril de 1920, da lugar a una inmensa e intensa correspondencia, la misma que y durante esos tres primeros meses está escrita bajo el influjo dostoievskiano, y que determina el encuentro de cuatro días, a finales de junio del mismo año, en el que se sucede la “media hora en la cama” que ella evocó un día en una carta, “con desprecio, como un relato masculino”. Encuentro éste en el que se rompe el contacto físico entre ambos y se reestablece la distancia de sus cartas que continuarán fluyendo inconteniblemente hasta el rompimiento definitivo, y hasta “que la inmensa facultad de animar”, escribe Kafka, produzca su efecto, y que del desastre nazca una obra maestra” (Las muchachas y Kafka).

Y esa “facultad de animar” se sucederá en los primeros meses de 1922, cuando Kafka inicia la escritura de El castillo. Y, para decirlo de nuevo con las palabras de Daniel Desmarquest en Las muchachas y Kafka: “Si el impacto de una muchacha se refleja en la obra, el de Milena guarda proporción con el fracaso que representa: la literatura va a trasformar esta pérdida en un libro grandioso hasta en su no conclusión. Es, claro, El castillo. Kafka abraza su destino transfigurándolo. Sería inútil preguntarse si Milena es la Frieda de la novela, la “rubia insignificante”, un poco “ajada”, con la que el agrimensor rueda por el suelo en medio de charcos de cerveza y suciedad, y si hay que ver en esta profanación el anverso negro de las cartas. Lo decisivo es que Kafka haya extraído de Milena la fuerza erótica de esta escena –“la escena erótica más hermosa-, dice Milan Kundera, que se haya escrito”.

Que más decir, sólo recomendar la lectura de las obras de Franz Kafka, tal y como lo recomienda Guillermo Sánchez Trujillo en la advertencia de su edición crítica. “desprevenidamente (...), y de esa manera no se priven del asombro que esta enigmática novela produce en el ánimo de todo el que la lee”.

Y, por supuesto, quedan ahí, abiertas pero secretas, esas otras dos mujeres-palimpsesto-novelas, a la espera de que otro Guillermo Sánchez Trujillo les dedique su existencia en develar sus claves y misterios.

BIBLIOGRAFÍA
(1) Alexander Nehamas, Nietzsche, la vida como literatura (Turner/Fondo de Cultura Económica, México, 2002)
(2) Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas (Editorial Edaf, Madrid, 2003)
(3) Siete precursores escritores del siglo XX, Marcel Reich-Ranicki, (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2003)
(4) Guillermo Sánchez Trujillo, Crimen y Castigo de Franz Kafka, Anatomía de El proceso, (Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 2002)

2 de enero de 2006

LECTOR LUDI-12

La mejor literatura para enseñar
a pensar... filosóficamente


El filósofo autodidacto, de Abu Bakr ibn Tufayl, una novela filosófica de hace 900 años.
Otros filósofos novelistas, Sartre, Camus, Fernando González, y sus mejores obras filosófico-literarias

Por Iván Rodrigo García Palacios

Todos pensamos, pero ¿se sabe pensar? Uno de los lamentos más generalizados es que ya no se enseña a pensar. Que la educación transmite conocimientos pero no da la formación para saber pensar. No sé si será lamento de viejos pasados de moda o de quienes, en los ámbitos del trabajo y la cotidianidad, se encuentran con personas que tienen muchos conocimientos pero que no saben interpretar ni comprender lo que saben. Pero ¿qué es, cómo y para qué pensar?
Sin mucha metafísica, pensar, para el hombre “unificado en razón y en pasión”, del que habla el amigo Jairo Ibarbo (1) sería interpretar, comprender y transformar de manera ordenada, proyectiva y eficaz, lo que se siente y se hace, acumulándolo como conocimiento y convirtiéndolo en nuevo punto de partida, en un proceso infinito de acumulación y creación de ese conocimiento, lo que, al mismo tiempo, permite entrever ese extraño misterio de ser humanos. Y eso es lo que se supone hacen el filósofo y su filosofía.

Así, que la función de enseñar a pensar, que en la Grecia clásica estaba encomendada a los “filósofos”, esos hombres sabios, amantes de la sabiduría que buscaban, a la vez que la verdad, la salud del espíritu y el buen vivir ciudadano, fue traspasada, en la modernidad fragmentada y especializada, a la filosofía profesional y académica, que no son otra cosa que Historia de la Filosofía (con mayúsculas) y esa hermenéutica, que como dijo con fina ironía un olvidado filósofo de comienzos del siglo XX, “consiste en una serie de notas de pie de página a las obras de Platón”, y que, como tal, ya no puede ejercer ninguna enseñanza del pensar, pues perdió su objeto, al ser humano, en la intrincada selva de los sistemas y el ultimo absoluto. Como quien dice, en nombre del mismo ideal griego se disolvió en la confusión.

En fin, como se quejaba un amigo, en estos días la filosofía, en el buen sentido griego, ha sido desterrada de nuestras vidas y, en consecuencia, la existencia se ha hecho opaca y sin sentido, controlada por peligrosas ideologías mimetizadas de falsos iluminismos Nueva Era, la mayor parte de las veces simples y oscuros, que más que la verdad y el buen vivir ciudadano, sirven, como siempre han servido, para perpetuar la ignorancia en beneficio de intereses particulares, valiéndose para ello del poderoso instrumento que siempre ha sido la literatura, claro que de la más dudosa calidad, como la historia de la literatura se ha encargado de demostrar.

Valga la pena aclarar que existe una larga y profunda polémica sobre las relaciones entre filosofía y literatura, en la que estas notas no pretenden terciar de manera alguna, pues su propósito es el de mostrar que a la formación del pensamiento filosófico y al estimulo de la vocación de filósofo, también puede llegarse por la lectura de la buena literatura. Al igual que reseñar a cuatro filósofos novelistas, el primero de ellos, quizás el ejemplo más antiguo de una novela como sistema filosófico y tan cercano a la cultura hispánica que asombrará. Pero eso será más adelante.

FILOSOFÍA EN LA LITERATURA
Así que continuando con lo del poder de la literatura, como ésta es un arma de doble filo en las manos de la inteligencia, sólo han sobrevivido aquellas obras maestras de la literatura universal cuya razón de haber sido creadas ha sido y sigue siendo: enseñar a pensar y a descubrir las realidades del ser humano a través de la narración de las aventuras, las desventuras y los pensamientos de aquellos personajes que los novelistas crean para mostrar y demostrar lo qué somos los hombres, explorando en las tinieblas interiores de su humanidad.

Esas obras maestras están ahí, para ser aprovechadas y, si bien todas muestran el pensamiento e ideologías de su época, algunas de ellas, específicamente, fueron escritas con el propósito de exponer y demostrar una idea o sistema filosófico. O, mejor, como una guía para encontrar el camino de retorno al ideal griego, claro está, en las condiciones de nuestro propio tiempo y espacio.

En la larga lista de la historia de la filosofía, son muchas las novelas, poemas y otras obras de diversos géneros, cuyo contenido sustancial ha sido la divulgación y enseñanza de ideas filosóficas. Desde los griegos, y por influencia directa, los romanos, las obras de los poetas y los dramaturgos, estaban destinadas a enseñar a pensar y a criticar sus propias realidades. Quienes mejor, y a veces mucho mejor que los propios “filósofos”, los grandes escritores trágicos y cómicos, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, enseñaron a los griegos a liberarse de la superstición y a usar la razón en la determinación de su destino, al mismo tiempo que criticaban al poder como una investidura otorgada por los dioses.

En la cúspide del poder romano, serán Lucrecio, Cicerón, Séneca, Virgilio, Ovidio, así como los escritores satíricos, quienes se encargarán de divulgar, criticar y hasta burlarse, de la idea que del imperio y de sí mismos, tenían los romanos, al igual que exponían el pensamiento e ideologías que debiera dirigir su vida y sociedad.
Luego, entre la Edad Media y el Renacimiento, sería Giovanni Boccaccio, quien con su Decamerón desnudaría la estúpida credulidad y enaltecería la pícara burla, en un mundo caído de nuevo en la superstición, para proponer el retorno de la razón. Y la lista podría continuar larga y generosa por los siglos posteriores y por toda la geografía de la literatura universal, con Dante, Rabelais, Cervantes, Shakespeare, Diderot, Swift, Sade, De Quincey, Hawthorne, Melville, Goethe, Hugo, Chaucer, Milton, Novalis, Hölderlin, Kleist, Balzac, Flaubert, Tolstói, Dostoievski, Manzoni, Svevo, Proust, Döblin, Musil, Kafka, Papini, Bulgakov, Onetti, Sabato, Kawabata, Xingjian, y un extenso etcétera que cada cual resolverá su gusto.

LITERATURA Y FILOSOFÍA
Como se dijo antes, existen algunas obras de la literatura que los autores las crearon con la finalidad de presentar y demostrar sus ideas filosóficas por medio de los géneros y técnicas literarias, logrando, al mismo, una bella obra y una exposición vívida, y cuyo antecedente máximo serían los Diálogos platónicos y los exponentes modernos, La náusea, de Jean Paul Sartre y El extranjero, de Albert Camus, como se verá más adelante.

Algunos ejemplos de ello y que si bien no son propiamente novelas, la calidad de su narración las estimula a leer como si lo fueran. Inspirados en La República y Leyes, de Platón, los relatos sobre utopías, los más conocidos son: Utopía, de Tomas Moro; La ciudad del sol, de Tomaso Campanella; Nueva Atlántida, de Francis Bacon, y muy cercana, La ciudad de Dios, de San Agustín. O, como novelas propiamente dichas, Cándido, de Voltaire y La isla, de Aldous Huxley.

En este apartado, también se podrían incluir las confesiones, al que la española María Zambrano considera un género literario, las más famosas, las de San Agustín y Juan Jacobo Rousseau, a éste último habría que agregarle sus casi novelas: La nueva Eloisa y Emilio o de la educación, que forman parte de su obra filosófica.

Vale la pena destacar aquí, entre otras, la obra narrativa del alemán Thomas Mann, quien en sus novelas, cuentos y relatos, siempre se inspiró y se propuso la discusión crítica de las filosofías, teologías e ideologías que determinaron la existencia y vida social de su época: Doktor Faustus, y el sentido religioso de la vocación en el cristianismo; La montaña mágica, y su crítica al pragmatismo en perjuicio del espíritu y el amor; la tetralogía, José y sus hermanos, y la búsqueda de los valores universales de la civilización, para citar sólo tres.

Y, la del también alemán del siglo XX, Hermann Broch, quien en su trilogía Los sonámbulos, explora los límites de la libertad, la anarquía, la justicia, el amor, así como las posibilidades de redención humana, y que, en La muerte de Virgilio, explora los avatares de la existencia y la visión de la muerte.

CUATRO NOVELISTAS FILÓSOFOS
Ahora bien, voy a destacar cuatro filósofos que fueron magníficos novelistas, el primero, una asombrosa sorpresa bibliográfica, los otros tres, más que conocidos.

Cuatro siglos antes que naciera la novela moderna con El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Cervantes, en el mismo territorio andaluz, el místico sufí y médico, Abu Bakr ibn Tufayl (Guadix, primer decenio del siglo XII- Marrakech, 1185), escribió la novela Epístola de Hayy ibn Yaqzan sobre los secretos de la sabiduría oriental, mejor conocida con el título de El filósofo autodidacto que le dio su primer traductor, E. Pococke, y en la que narra la evolución intelectual y moral de su protagonista, Hayy, que vive desde niño en una isla desierta y que aspira a llegar al máximo estado místico.

Del autor y la novela, dice Emilio Tornero en la introducción a la edición de Editorial Trotta (2): “Abu Bakr ibn Tufayl frecuenta las tariqas (comunidad o cofradía mística), es un sufí practicante, pero también es un hombre ilustrado, un intelectual, un filósofo. Ambos extremos son los que une en su vida, y es, sin duda, esta experiencia suya la que quiere transmitirnos en su obra, fundiendo filosofía y sufismo en una síntesis armoniosa en la que la filosofía es puesta el servicio de un fin místico, el de llegar a conseguir el éxtasis, pues éste es el objetivo principal de El filósofo autodidacto, mostrar prácticamente, mediante la narración de un caso ejemplar, el de un personaje, Hayy ibn Yaqzan, aislado de toda sociedad humana, cómo es posible conseguirlo, cómo la razón natural en su despliegue muestra el camino a seguir, descubriendo por sí sola, sin el auxilio de revelación ni de autoridad alguna, las verdades necesarias al hombre en su camino ascendente hacia la fusión con lo divino”.
Lamentablemente, se me ocurre pensar, que esta bella literatura árabe-andaluza, pueda estar siendo mal utilizada por mercantilistas escritores Nueva Era, que con superficiales y simplistas narraciones engañan a millones de lectores que creen estar encontrando el camino con su barata alquimia.

VIDAS PARALELAS
A las vidas y las obras de Jean Paul Sartre (1905-1980) y Albert Camus (1913-1960), se les puede aplicar con justicia el concepto de paralelismo: corrieron equidistantes pero sin posibilidad alguna de encontrarse, pues, a pesar la espesa fama, la presunta similitud de sus ideas filosóficas e ideológicas y algunas coincidencias históricas, que los medios de comunicación, en su prisa irreflexiva, les otorgaron sin fundamento, las diferencias son más notorias que las semejanzas, en especial en lo del existencialismo, salvo en una igualdad que sólo los enaltece pero no los acerca: fueron dos magníficos filósofos novelistas, y escribieron las novelas, que en la historia de la literatura universal, encarnarían el modelo de filosofía novelada, sin que ello signifique detrimento alguno para la filosofía o la novela.

La obra filosófico-literaria de Sartre estaría representada por sus dos novelas, La náusea y Los caminos de la libertad, y sus obras de teatro, las que la crítica ha exaltado y denigrado con suficiencia, y que en la actualidad ha venido a reivindicar, con justicia, también, por su excelencia literaria, tan innegable, que bien valdría la pena volver a leer y descubrir lo que significaron sus anticipaciones para la narrativa posterior.

Pero, ¿cuál es la filosofía de las novelas de Sartre? Véase lo que dice Álvaro Restrepo Betancur, en Sartre a través de La náusea (3):
“Una es la clave del pensamiento filosófico de Sartre: el dualismo onto-fenomenológico del en-sí y del para-sí. La “unión específica” de estas dos regiones del Ser es lo que constituye la totalidad, lo concreto, esto es: el hombre como “ser-en-el-mundo”.

En su “grueso libro de filosofía, El ser y la nada, Sartre hace el develamiento del sentido de estas dos regiones del Ser en cuya “unión sintética” se muestra la totalidad de la existencia.

“El ser es. El ser es en sí. El ser es lo que es”.

Tal es la fórmula definitoria del ser utilizada por Sartre. La primera característica del ser contenida en la fórmula que lo define, “el ser es”, apunta hacia el carácter absurdo de la existencia. El ser existe innecesariamente, de ahí que ante la presencia de la conciencia, el ser está “de más”. Absurdo, innecesario, increado, el ser es.
Roquentin, portavoz de este pensamiento sartriano, descubre en La náusea esta absurdidad e innecesariedad del ser que lo circunda:
“Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros; cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con respecto a los otros. De más: fue la única relación que pude establecer entre los árboles, las verjas, los guijarros”.

Hasta aquí la cita, y de nuevo la invitación a leer al Sartre novelista y al dramaturgo, de “el infierno son los otros”, en su obra Las moscas, lecturas para pensar en las inquietudes del existir.

UN EXTRAJERO EN EL MUNDO
Igualmente, la obra filosófico-literaria de Camus la componen tres de sus novelas: El extranjero, La peste y La caída, junto con sus obras teatrales y aquellos textos literarios de profunda reflexión filosófica como El verano y Bodas. Al contrario que Sartre, la obra literaria de Camus fue exaltada desde su publicación por la crítica especializada y su fama es tal que continúa siendo leída por miles de lectores, nuevos y viejos.

Y, ¿cuál sería la filosofía de Camus? Salvo por su equívoca vinculación y clasificación en las corrientes existencialistas, su pensamiento se orienta hacia otras respuestas y propuestas sobre la existencia humana, que bien valdría a los interesados estudiar, pues su actualidad es innegable.

Véase lo que dice el jesuita Charles Moeller, en el primer tomo de Literatura del siglo XX y cristianismo (4), en el fragmento que se inicia con la siguiente cita de Anverso y reverso del mismo Camus:
“Una obra de hombre no es más que un largo caminar para redescubrir por los rodeos del arte las dos o tres imágenes sencillas y grandes ante las cuales el corazón se abrió por vez primera... Para mí, yo sé que mi fuente está en Anverso y reverso, en ese mundo de pobreza y de luz en que viví largo tiempo y cuyo recuerdo me preserva todavía de dos peligros contrarios que amenazan a todo artista, el resentimiento y la satisfacción” (A. Camus, Anverso y reverso)

“La obra de Camus oscila entre estos dos polos. La pobreza será ante todo la de su infancia, luego el “absurdo”, después “la peste” de la Segunda Guerra Mundial, por último la obsesión de la muerte y la idea fija de una nueva “pobreza”, la culpabilidad. La luz se identificará primero con el sol de una “juventud mediterránea”; será, más tarde, la extraña claridad que envuelve al étranger; se convertirá en la religión de la dicha; finalmente, debía ser un amor: la novela El Primer hombre (sólo publicada hasta 1994), nos dirá el secreto de esta luz. “Hay más amor verdadero en Anverso y reverso que en lo que le ha seguido” (Anverso y reverso), escribía Camus, el año de 1954, en el prefacio de la reedición de su primer escrito. Y, más adelante, añade: “Mi obra hablará de cierta forma de amor” (A y R).
Hasta aquí la cita. Lo que sigue es el estudio delicioso de la obra de un hombre del siglo XX, quizás el último en encarnar el ideal del intelectual con el que los intelectuales franceses se distinguieron en el siglo XIX y principios del XX.

LA DESNUDEZ DE LA MUCHACHA ALSACIANA
La vida y la obra del filósofo y escritor antioqueño Fernando González (1895-1964), fue y continúa siendo acosada por los círculos viciosos de la estupidez humana. El primero, mientras los “lanetas”, sus enemigos encarnizados se empeñaban en estigmatizarlo y en desconocer la originalidad de su pensamiento, por otra parte, sus jóvenes lectores, de todas las calañas, y muchos admiradores sinceros, reconocían el gran valor de su ejemplo y su filosofía. El segundo, por la misma originalidad y novedad de su escritura, la gran mayoría de sus estudiosos y críticos no han sido capaces de contextualizar sus propuestas filosóficas y se han dedicado ha descuartizarla en mínimos fragmentos de sus frases, porque su sistema filosófico es la suma de su obra, de principio a fin. El tercero y que más lamento, no se le ha reconocido que es uno de los filósofos novelista más importantes del siglo XX, con todos los méritos para figurar al lado de Sartre y Camus, como lo demuestra el hecho de que en 1954, Jean Paul Sartre, Thornton Wilder, así como un amplio grupo de intelectuales y escritores europeos y estadounidenses lo nominaran como candidato al Premio Nobel de Literatura, a lo que, como todo en la envidia colombiana, se opusiera la “lanetas” Academia Colombiana de la Lengua, por candidatizar al español Ramón Menéndez Pidal.

Literatura sin par, en el doble sentido de calidad y originalidad, es lo que hay en la obra de Fernando González, a lo que hay que sumarle la originalidad y profundidad de su pensamiento. Es casi que imposible separar en su obra lo uno de lo otro, aun en aquellos textos que no parecen estar de un lado o del otro, como sus escritos jurídicos o, los mal llamados, panfletarios. Por mi parte, prefiero dejar que cada lector seleccione a su gusto, pues yo prefiero quedarme con la sensual desnudez de la muchacha alsaciana, en El remordimiento y Salomé, que han sido mi puerta a la deliciosa mística del al-Andaluz, y por supuesto de Teresa y Juan.

Quizás, quien más ha intimado con la totalidad de la vida y obra de Fernando González, ha sido su pariente cercano, Alberto Restrepo González (sin desconocer los acercamientos que ha hecho su sobrino, Tomás González), quien en su obra Para leer a Fernando González (5), dice:

“Nada hay en la obra de Fernando González que él no hubiera padecido y meditado, con dolor y gozo. Jamás intentó sistematizar conceptualmente pensamientos ajenos a sus emociones y problemas vitales de cada día: no le interesó, ni trató de conceptuar lo que no hubiera vivido pasionalmente, surgido de su fisiología e instintividad más primarias.

Entre angustias y gozos, sin elusión alguna, vivió toda su filogenia, instintividad, emocionalidad y pasionalidad y, en un lenguaje totalmente suyo, sin otra intención que vivir intensa y auténticamente cada instante, fue consignando sus vivencias en las libretas que siempre lo acompañaron y constituyen el germen de sus libros.

Sus obras son su confesión y su itinerario, no un elenco de pensamientos y conceptos ajenos a su experiencia, pues para él vivir fue afrontar instante a instante, desde su individualidad más desnuda y su solidaridad más comprometedora, sin elusiones especulativas ni sistematizaciones meramente intelectuales, la agonía de las vivencias fisiológicas, instintivas, pasionales, mentales, religiosas y espirituales”.

Agregó por mi parte, una excelente, original y novedosa literatura, que al igual que su pensamiento, todavía permanece ignorada e incomprendida.

CONCLUSIÓN Y RECOMENDACIONES
Ninguna mejor que la obra de Fernando González para inspirar la siguiente conclusión a estas notas: No hay que ser filósofo profesional para saber pensar, pero si es necesario saber pensar filosóficamente para vivir saludablemente.

Y para cerrar, a aquellos lectores más que interesados en el tema, les recomiendo tres buenos títulos para conocer un poco mejor estas relaciones entre filosofía y literatura:

¿En que piensa la literatura?, de Pierre Macherey , editado por Siglo del Hombre Editores, con la colaboración de la Universidad Nacional de Colombia y la Embajada de Francia, Bogotá, 2003 (286 p.). Un brillante ensayo en el que el autor plantea las relaciones entre filosofía y literatura, al tiempo que analiza un grupo de importantes títulos de la literatura universal.

Introducción al pensamiento filosófico, de Michel Gourinat, Ediciones Istmo, Madrid, 2004 (325 p.). Aparentemente, un sencillo manual de filosofía que sorprenderá a los lectores, y el que se inicia con un capítulo sobre literatura y filosofía.

La prohibición del amor, sujeto, cultura y forma artística en Thomas Mann, de Fernando Bayón, Anthropos Editorial, Barcelona, 2004 (414 p.). Un delicioso ensayo dedicado a explicar el contenido filosófico en las obras del escritor alemán, en especial, Doctor Faustus.

NOTAS
(1) Ibarbo, Jairo, Incertidumbre y objetividad en el conocimiento, Editorial ?, Medellín, 2003 (174 p.), p. 22.
(2) Abu Bakr ibn Tufayl, El filósofo autodidacto, Editorial Trotta, Madrid, 1995 (114 p.), p. 19
(3)Restrepo Betancur, Álvaro, Sartre a través de La náusea, Facultad de Ciencias de la Educación, UNAULA, Medellín, 2003 (121 p.), ps. 39-40.
(4) Moeller, Charles, Literatura del siglo XX y cristianismo, tomo I, Editorial Gredos, Madrid, 1981 (524 p.), p. 37
(5) Restrepo González, Alberto, Para leer a Fernando González, Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 1997 (827 p.) p. 21

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