30 de septiembre de 2013

Lector Ludi No. 71: La mente es lo que el cerebro hace




Lector Ludi No. 71
Iván Rodrigo García Palacios
La mente es lo que el cerebro hace


Son más los neurocientíficos que han propuesto alguna forma de filosofar a partir de los descubrimientos de las neurociencias que los filósofos, quienes, prácticamente, están pasmados ante tal avalancha de los avances neurocientíficos.
Sin embargo, no puede decirse que tales avances neurocientíficos ofrezcan todavía un terreno firme sobre el cual fundamentar ni una ciencia ni una filosofía adecuadas sobre la naturaleza de lo humano y de la naturaleza de la mente. Ni los científicos y, por ende, ni los filósofos, tiene aun una comprobación científica sobre la naturaleza de la mente, salvo la frase que ya es un lugar común en los campos de las neurociencias:
"La mente es lo que el cerebro hace".
Pero, como no soy ni científico ni filósofo, esa frase me es suficiente para intentar una Lectura Lúdica de todos esos asuntos y eso es lo que he hecho en algunos de mis escritos.
Pero, ahora no me voy a meter en los laberintos ni de las filosofías ni de las neurociencias, voy a realizar un liviano recorrido por las leyendas y las historias de las relaciones de los científicos con la filosofía y de los filósofos con la ciencia en los territorios de la mente y la naturaleza de lo humano.
Si se quisiera poner una marca evidente e histórica del comienzo de esas relaciones, habría que tomarla del pórtico de la Academia de Platón, en el cual se colocó la siguiente inscripción:
"No ingrese quien no sepa geometría".
Para Platón, las ciencias eran un punto de apoyo para el logro del fin último de la dialéctica: El Bien Supremo.
Sin embargo, fue el mismo Platón quien rompió con ese posible punto de apoyo, pues para él eran más importantes los aspectos metafísicos del ser y del conocer que los aspectos científicos. Para Aristóteles, el avanzado discípulo de Platón, las cosas fueron casi lo mismo, aunque diferentes.
Como puede deducirse, es a partir de allí que se rompen las relaciones entre ciencia y filosofía y, si bien, la filosofía se pretenderá desde entonces como la única dueña de La Verdad, será en la ciencia donde y desde siempre estará el punto de apoyo o de partida para las reflexiones de la filosofía, tal y como lo habían hecho los Sabios anteriores a Platón, más consagrados a desvelar lo desconocido de la naturaleza material de las cosas que en los asuntos metafísicos e ideales de las mismas. Para los Sabios, lo fundamental estaba en el desarrollo de los lenguajes, los códigos, con los cuales conocer y explicar la vida, el espacio, el tiempo y el movimiento.
Dos mil años después, los filósofos humanistas del Renacimiento italiano, retomarán el propósito de interpretar a la naturaleza a partir de los avances de la ciencias, buscando que filosofías y ciencias hablaran en sus propios lenguajes, independientes de los de la metafísica y de los de las teologías, pero ese intento es frustrado por el miedo a las hogueras del Santo Oficio, tal y como ocurrió con Giordano Bruno y su infinito universo y los mundos, así como con su interpretación filosófica y divulgación de las ideas copernicanas.
Un poco más tarde, Descartes, atemorizado por las hogueras inquisitoriales y víctima de los prejuicios religiosos, opta por malinterpretar el método científico de Galileo y propone el error o mito de la dualidad cuerpo-mente, paradigma que todavía prevalece (Ver: Gilbert Ryle, El concepto de lo mental y Jean-Marie Schaeffer, El fin de la excepción humana).
Sólo Spinoza se atreve a proponer y demostrar "geométricamente", la naturaleza unida de cuerpo y mente:
"El objeto de la idea que constituye el alma (mens) humana es un cuerpo, o sea, cierto modo de la Extensión existente en acto, y no otra cosa" (Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, II, Proposición XIII).
Ante la imposibilidad de quemar a Spinoza en las hogueras inquisitoriales, queman y prohíben sus libros e ideas y a aquellos que las aceptan, defienden y divulgan.
En consecuencia, las ciencias de la naturaleza unida de cuerpo y mente, desde entonces y hasta finales del siglo XX, quedan relegadas a la clandestinidad y enterradas bajo gruesas capas de ignorancia y superstición, así como enfrentadas a una estéril polémica entre dualismo o monismo, inmanencia o trascendendencia.
Las demás ciencias de la naturaleza alcanzan vertiginoso avance a partir de la integración de sus lenguajes: las ciencias físicas se nutren con los avances de los lenguajes matemáticos, como lo hacen Leibniz y Newton, al tiempo que se desarrollan los lenguajes de otras ciencias naturales y sociales: la química, la botánica, la zoología, la sociología, etc.
Durante el siglo XVIII, las ciencias de la naturaleza logran extraordinarios resultados y descubrimientos, hasta el punto que los filósofos de la Revolución Francesa se proponen la realización de una enciclopedia que reúna todos los conocimientos y saberes existentes.
Será a mediados del siglo XIX cuando Charles Darwin conmocione los ámbitos científicos y filosóficos con sus teorías de la evolución. Sin embargo, más que debates científicos y filosóficos, las teorías de Darwin desatan la cruenta persecución, teológica y religiosa, a la que los filósofos temerosamente le sacan el cuerpo.
Así que, salvo tímidas aproximaciones filosóficas, las teorías evolutivas quedan restringidas y encerradas en las ciencias biológicas y sociales dedicadas al estudio de la naturaleza del cuerpo humano y sólo relacionadas con la naturaleza de la mente humana por sus comportamientos culturales, psicológicos, políticos, éticos y morales.
La mente, como producto natural del cerebro, continuó siendo terreno vedado, pero, no por ello, dejó de ser terreno de oportunidades para los falsos profetas, los que se encargan de arar en el inmenso territorio de las supersticiones y especulaciones de la dualidad cuerpo-alma y de la naturaleza sobrenatural del pensamiento y del lenguaje.
Serán entonces los extraordinarios descubrimientos y avances de las ciencias y las tecnologías durante el siglo XX los que permitirán desarrollar las herramientas adecuadas con las cuales realizar las exploraciones en "la caja cerrada", hasta entonces hermética, del cerebro, en búsqueda de la naturaleza de la mente, así todavía no se pueda decir otra cosa que lo ya afirmado:
"La mente es lo que el cerebro hace".
Pero, no será por mucho tiempo. Porque, ahora si puede decirse que lo propuesto por Goethe puede ya aplicarse sin temores ni reservas:
"Si el físico puede llegar a conocer aquello que hemos llamado un fenómeno primigenio, queda entonces aliviado, y el filósofo con él. El primero porque está convencido de haber llegado a los límites de su ciencia, de que se encuentra en las alturas empíricas, desde donde, hacia atrás, puede vislumbrar la experiencia en todos sus niveles, y, hacia adelante, el reino de la teoría, donde puede penetrar. El filósofo queda aliviado porque toma del físico algo último, que para él se convierte en algo primero" (J. W. Goethe, Teoría de los colores).

















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