13 de julio de 2010

Iván Rodrigo García Palacios

Las máscaras de Nietzsche enamorado:
Dionisios, Empédocles y Zaratustra.
Ariadna: la amada inmortal


- El origen y el enigma de Zaratustra

Para Friedrich Nietzsche la máscara fue una representación de Dionisios en la tragedia griega, tal y como lo interpretó en los textos previos y en su libro de 1872, El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música. Pero también,
"(...) además de una cuestión profundamente personal",

como lo afirmó, de ese mismo libro, en el Ensayo de autocrítica de 1886.
Nietzsche fue un hombre de máscaras y en su obra fueron importante motivo. Toda su vida estuvo marcada y condicionada por estas, bien por necesidad psicológica y social como forma de autorepresentarse o bien como una forma de expresión artística, filosófica y religiosa o bien como una forma deliberada para ocultar o disfrazar sus pensamientos y sentimientos.
Las máscaras más conocidas y documentadas de Nietzsche, sobre las cuales es posible contar una historia, así sea sólo como hipótesis descabelladas, fueron las de Dionisios-Empédocles y Ariadna, en el enamoramiento por Cósima Wagner y Dionisios-Empédocles-Zaratustra y, de nuevo, Ariadna, en el enamoramiento por Lou Andreas Salomé.
Pero, ¿por qué Dionisios, Empédocles, Zaratustra, Ariadna?
Como filólogo, Nietzsche se sumerge, por una parte, en sus estudios de la antigüedad clásica: Grecia, el helenismo, Roma y los latinos y, por la otra, sobre aquellos poetas, estudiosos y filósofos alemanes de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX que retornaron a esas fuentes clásicas en la búsqueda de un ideal y de un Renacimiento para Alemania. Además, es a partir de esos asuntos que inicia su reflexión filosófica. Es por ello que sobre esos asuntos Nietzsche ejercita su actividad como profesor.
Para empezar, es necesario esclarecer la relación de Nietzsche con Dionisios, Ariadna y la antigüedad clásica. Como punto de referencia recurro a la interpretación que hizo Giorgio Colli sobre esa antigüedad y en la cual reinterpreta el modelo propuesto por Nietzsche, no para controvertirlo, si no para invertirlo:
"Nietzsche parte, como se sabe, de las imágenes de dos dioses griegos, Dionisos y Apolo, y por medio de la profundización de los conceptos de dionisiaco y apolíneo, delinea ante todo una doctrina sobre el surgimiento y la decadencia de la tragedia griega, luego una interpretación global del helenismo y finalmente una nueva visión del mundo. Ahora bien una perspectiva parece abrirse si, en lugar del nacimiento de la tragedia, se considera el origen de la sabiduría.
Son también los mismos dioses, Apolo y Dionisos, los que se encuentran si remontamos por los senderos de la sabiduría griega. En este campo, sin embargo, la caracterización de Nietzsche llega a modificarse, además de que la preeminencia se concede a Apolo más bien que a Dionisos. De hecho, al dios de Delfos, más que a otro, hay que atribuirle el dominio sobre la sabiduría" (1).
Como es bien conocido, Nietzsche propone una original interpretación sobre el origen de la tragedia griega a partir de las figuras de los dioses Dionisios y Apolo y, a partir de ellos, los impulsos: lo "dionisiaco de lo apolíneo", los mismos que ya estaban prefigurados en Hölderlin: Hiperión, Empédocles, Pan y vino, etc., como lo escribiera Hans-Georg Gadamer:
"(...) Hölderlin, el precursor del descubrimiento nietzscheano del sustrato dionisíaco de lo apolíneo en la cultura griega" (2).

En general, esta parte de la historia de la vida de Nietzsche está bien probada y documentada; sin embargo y para la historia de las máscaras que él asumió para sí y que voy a contar más adelante, es necesario aclarar un asunto que los biógrafos apenas sugieren, porque el mismo Nietzsche lo ocultó, al igual que lo hizo con algunos otros: sus conexiones y correspondencias con la vida y la obra de Hölderlin.
Bien se sabe que Nietzsche admiró y estudió con profundidad la vida y la obra de Hölderlin y son variadas las interpretaciones sobre la influencia y el uso que Nietzsche hizo de ello, específicamente para su interpretación de lo dionisiaco y apolíneo, así como en su libro El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música.
Sin embargo, las conexiones de la vida y las obras de Hölderlin con la escritura del drama de Nietzsche, Empédocles de 1870, así como con la figura y motivos que en 1882 harán parte de Zaratustra, son asuntos que se han tratado con reserva y temor.
Debo anotar que Nietzsche admiró entrañablemente a Hölderlin y a su obra, pero debió atemorizarlo su trágico destino como para atreverse a reconocerlo y trasponerlo como el modelo para una de sus máscaras. Nietzsche contempló con pavoroso temor a la locura.
Ahora bien, ¿quiénes son Dionisios y Ariadna? Para esclarecerlo recurro en extenso a Giorgio Colli:
"Concluyendo, si bien una investigación de los orígenes de la sabiduría en la Grecia arcaica apunta hacia el oráculo délfico y la significación conjunta del dios Apolo, la “manía” se nos presenta como aún más primordial, como fondo del fenómeno de la adivinación. La locura es la matriz de la sabiduría.
II LA DAMA DEL LABERINTO
Hay algo anterior incluso a la locura: el mito remite a un origen más remoto. Aquí, el encadenamiento de símbolos es inextricable, y debemos abandonar la pretensión de descubrir una interpretación unívoca. El único acercamiento al oscuro problema es una crítica cronológica del mito, en búsqueda de un fondo primordial, de la raíz más lejana de esta pululante manifestación de una vida de la fuente de los dioses. Cinco siglos antes de que se introduzca el culto de Apolo en Delfos, poco después de la mitad del segundo milenio a. de C., en aquel legendario mundo minóico-micénico tendido hacia Creta se busca, como se ha supuesto recientemente con creciente insistencia, el origen del culto de Dionisos. Pausanias nos habla de un Dionisos cretense, en cuyo recinto sacro de Argos el dios mismo dio sepultura a Ariadna, cuando esta murió. Ariadna es por tanto un mujer, pero también una diosa, según testimonio escrito del todo primordial, “la dama del laberinto”.
Esta doble naturaleza, humana y divina, de Ariadna, esta ambigüedad radical, nos atrae hacia una interpretación simbólica de aquello que tal vez es el mito griego más antiguo, el mito cretense de Minos, Pasifae, el Minotauro, Dédalo, Teseo, Ariadna y Dionisos. Ariadna es la única figura femenina que el mito griego en general presenta junto a Dionisos, de manera explícita y directa, como esposa. El vínculo tiene raíces lejanas, y Hesíodo dice:
Dionisos del cabello de oro hizo esposa próspera suya a la rubia Ariadna, hija de Minos, que el Crónida volvió inmortal y sin vejez”, donde se alude también a la duplicidad de Ariadna, mujer y diosa. Dionisos está ligado a todas las mujeres, pero nunca a una en particular, fuera de Ariadna. En otra parte, se menciona la relación entre Dionisos y una divinidad femenina, pero solo en forma indirecta y alusiva, a fin que no e transparente un nexo sexual. Así en la tradición eleusina Dionisos se presenta al lado de Koré (Perséfone)(que no es solamente la hija de Deméter, sino que significa a menudo en las fuentes órficas la divinidad femenina virgen en general, por ejemplo Atenea o Artemisa), pero el vínculo sexual entre los dos resulta solamente de su desdoblamiento en el mundo de los infiernos, donde Dionisos como Hades (así lo declara Heráclito), y Koré como Perséfone. Hades goza de Perséfone mediante el rapto, la violencia. En el mito cretense, en cambio, Dionisos es el esposo de Ariadna. Pero no se trata, como se sabe, de un matrimonio quieto. Dice de hecho Homero: “y ví la hija de Minos el insidioso, la linda Ariadna, que un Teseo condujo un tiempo desde Creta a la alta roca de Atenas protegida por los dioses, pero no disfrutó de ella: Artemisa la mató primero, por acusación de Dionisos, en Día (Naxos), situada en medio de las olas”. El pasaje es decisivo para distinguir, por una parte, una versión más reciente del mito, desarrollada por ejemplo por Cátulo según la cual Ariadna, abandonada por Teseo en Naxos (Día) es recogida por Dionisos (o, en otra variante, es raptada por Dionisos), o sea pasa de una vida humana a una divina; y por otra parte, una versión más antigua -apoyada, además de por Homero y Hesíodo, por el origen cretense del vínculo Dionisos-Ariadna y por la antigüedad de la noticia sobre la potentísima naturaleza divina de esta última- según la cual Ariadna abandona a Dionisos por amor a Teseo, o sea pasa de una vida divina a una humana, Pero al final, prevalece Dionisos, cuya acusación guía el castigo de Artemisa: Ariadna muere como mujer y no es disfrutada por Teseo, vive como diosa" (3).
Como puede notarse, ya las figuras de Dionisios y Ariadna se corresponden con las máscaras que Nietzsche traspone para él y Cósima. Máscaras que serán traspuestas, doce años más tarde, a un nivel más amplio y profundo de significación existencial en Así habló Zaratustra y en su enamoramiento por Lou Andreas Salomé.
Lo mismo sucederá con la máscara de Empédocles de Acragas, la que Nietzsche asume en su drama, en el que sólo traspone al profeta, al maestro en religión y médico de cuerpos y almas, pero en cuyas ideas ya se prefigura, sin formalizar todavía, Zaratustra.
Ese Empédocles de Acragas que se anuncia de la siguiente manera en el proemio de su poema épico-filosófico, Las purificaciones:
"¡Oh amigos míos, que moráis en la poderosa ciudad
Que se alza desde el amarillo Agrigento hasta las alturas
De la ciudadela, ocupándoos en excelentes obras,
Puerto para extraños, oscuramente conscientes de sus derechos
Y aborrecedores del mal, salud!
Mas yo, yo ahora ando entre vosotros, dios libre de la muerte,
Ya no un mortal, y honrado por todos, como veis,
Con girnaldas y bandas y coronas de flores. Cuando me encuentro
En las florecientes ciudades con estas gentes, mujeres y hombres,
Soy reverenciado como un dios. Y en multitudes de miles
Me persiguen, buscando el camino de su salud; y mientras algunos
Tienen hambre de oráculos otros no piden sino oír
En su múltiple enfermedad, harto transida de aflicción,
Una palabra que les aporte la curación...".
Habla Empédocles de Acragas y es como si hablara el mismo Zaratustra. El Zaratustra del superhombre, el del "eterno retorno de lo mismo", el de la muerte de dios, el de las tres trasformaciones y el de la nueva ética.
Y, también, dice Epédocles de Acragas, prefigurando ese Superhombre y ese "eterno retorno de lo mismo", nietzscheanos:
"... Y entre ellos vivía
Un hombre de raro saber, poseedor de las mayores riquezas del espíritu
Y maestro en toda especie de ingeniosa destreza;
Pues siempre que ponía todos sus talentos en tensión, podía mirar
Con facilidad a todo lo existente, habiendo vivido
Diez y veinte vidas de hombres".
(259 Empédocles, Purificaciones, fr. 129, Porfirio, Vida de Pitágoras 30) (4).

En términos generales, esas son algunas de las materias de Dionisios, de Empédocles de Acragas y de Ariadna, de las que Nietzsche se nutre para incorporarlas a sus máscaras más conocidas. No son las únicas, porque, al desarrollar cada máscara, las mezclará, las fundirá, las fusionará y las sublimará, unas con otras, como si de un iniciado orfíco o de un maestro alquimista se tratara y les agregará infinidad de otras materias tomadas de sus experiencias, formación y lecturas, tal el caso de Bruno y Spinoza, mártires por sus ideas, y el de Hölderlin anotado atrás.
En fin, las máscaras de Nietzsche son obras maestras del enigma cuyo desentrañamiento son un desafío y una labor fascinantes, tal y como ya lo he propuesto en otros textos (5).

***

A continuación propongo una breve historia de los enmascaramientos de Nietzsche enamorado de Cósima Wagner y de Lou Andreas Salomé: Ariadna, la amada inmortal, Una y Otra y La misma.
Si bien Nietzsche fue consciente desde muy joven de sus propios enmascaramientos y de los enmascaramientos de las personas con las que se relacionaba, sólo fue hasta 1870 que se enfrenta a la imperiosa necesidad de utilizar una máscara que le permitiera expresarle su enamoramiento, de manera velada, herméticamente enmascarada, a Cósima Wagner. Es en ese año en el cual decide ocultarse tras las máscaras de Dionisios y de Empédocles y, para ocultar a Cósima, recurre a Ariadna y a Corina.
Es necesario agregar que, como el enamoramiento es un "furor" trasformador, por esa misma época Nietzsche siente la necesidad de cambiar de filólogo a filósofo y a ello dirige sus estudios y solicita una plaza como catedrático de filosofía en la Universidad de Basilea.
Para establecer un inicio de esta historia: a partir del 22 de septiembre de 1870, Nietzsche comienza la escritura de los primeros textos sobre el tema del nacimiento de la tragedia griega, los que culminarían en El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música (6) y, un poco después, escribirá el proyecto de un drama, Empédocles y, con ellos y en ellos, nacen las máscaras de Dionisios, Empédocles y Ariadna. En esos primeros textos, Nietzsche interpreta la función y significados de la máscara como representación de Dionisios y, en la escritura del drama, realiza la representación de su enamoramiento por Cósima, él como Dionisios y Empédocles y, a ella, la representa como Aridana y Corina.
La máscara de Dionisios la explica el mismo Nietzsche en El nacimiento de la Tragedia a partir del espíritu de la música:
"Según este conocimiento y según la tradición, al principio, en el período más antiguo de la tragedia, Dioniso, héroe genuino del escenario y punto central de la visión, no está verdaderamente presente, sino que sólo es representado como presente: es decir, en su origen la tragedia es sólo «coro» y no «drama». Más tarde se hace el ensayo de mostrar como real al dios y de representar como visible a cualquier ojo la figura de la visión, junto con todo el marco transfigurador: así es como comienza el «drama» en sentido estricto. Ahora se le encomienda al coro ditirámbico la tarea de excitar dionisíacamente hasta tal grado el estado de ánimo de los oyentes, que cuando el héroe trágico aparezca en la escena éstos no vean acaso el hombre cubierto con una máscara deforme, sino la figura de una visión, nacida, por así decirlo, de su propio éxtasis" (El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música, 8).

La máscara de Empédocles la explica así Curt Paul Janz en su biografía de Nietzsche:
"Empédocles, en el que de modo francamente inquietante se prefigura ya el camino del Nietzsche posterior y en el que aparecen símbolos fundamentales. Como más tarde con Zaratustra, también aquí toma una figura histórica -la del filósofo siciliano, médico prodigioso, poeta y fundador religioso del siglo quinto antes de Cristo, el legendario Empédocles- como máscara en la que él mismo aparece idealmente, sólo que en este caso permanece más cercano a la tradición, mientras que del legendario-histórico persa Zaratustra sólo queda el nombre y su función como fundador religioso. Conocía a Empédocles a través de Diógenes Laercio. De su concepción filosófica del mundo hubo de interesar a Nietzsche el proyecto de unir lo místico-pitagórico con la ciencia natural moderna. En la doctrina de Empédocles de la trasmigración de las almas está uno de los impulsos para lo doctrina de Nietzsche del eterno retorno de lo mismo como hipotética ética. Pero lo que toma muy especialmente son las leyendas sobre la autodivinización de Empédocles y su muerte en el Etna, leyendas que ya el tiempo ilustrado de Diógenes Laercio narra como curiosidad. Separándose completamente de la tradición y yendo mucho más allá de los límites de la elaboración del tema, tal como se encuentra en el fragmento de Hölderlin (en relación a cuyo Empédocles, extrañamente, no puede encontrarse referencia alguna), da por compañera a su Empédocles, junto a su amado Pausanias, que también le reconocen Diógenes Laercio y Hölderlin, a una tal Corina". Existe una Corina histórica; fue una poetisa beocia que vino de Tesalia y según la leyenda habría sido maestra de Píndaro y le habría vencido en una competición poética. En cualquier caso se trataba de una mujer altamente intelectual.
Y con ello comienza la simbólica personal que habría de acompañar a Nietzsche toda la vida, incluso hasta en la locura. Empédocles se convierte más tarde en Dionisos, Corina en Ariadna. Empédocles es un disfraz de sí mismo, y bajo Corina / Ariadna habría que suponer ya ahora, en el otoño de 1870, a Cósima. Algunas citas del borrador que apoyarían esta interpretación:
"Tercer acto: Teseo y Ariadna. El coro, Pausanias y Corina. Empédocles y Corina en el escenario. Vértigo de muerte en el pueblo ante el anuncio de la reencarnación. Se le venera como al dios Dionisios, mientras que él comienza sufrir de nuevo. (El actor Dionisios ridículamente enamorado de Corina)... Quinto acto... Dos ríos de lava de los que no pueden escapar (Empédocles y Corina). Empédocles se siente asesino, digno de un castigo infinito, espera el renacimiento de una muerte expiatoria. Esto lo arrastra hacia el Etna. Quiere salvar a Corina. Un animal se les acerca. Corina muere con él. "¿Huye Dionisios de Ariadna?" (7).
Cósima no debió conocer nada del proyecto del drama Empédocles; sin embargo, el 25 de diciembre de 1870, en la celebración de su cumpleaños 33, Nietzsche le regala "... una copia en limpio de su estudio El origen del pensamiento griego" (8), uno de los textos previos a El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música, libro con el cual, además de reivindicar la música de Wagner, es posible abducir la velada y hermética declaración de su enamoramiento por ella. No de otra forma es posible interpretar párrafos como el siguiente que es la continuación del párrafo ya citado atrás:
"Imaginémonos a Admeto recordando en profunda meditación a su esposa Alcestis que acaba de fallecer, y consumiéndose totalmente en la contemplación espiritual de la misma - cómo de repente conducen hacia él, cubierta por un velo, una figura femenina de formas semejantes a las de aquélla, de andar parecido: imaginémonos su súbita y trémula inquietud, su impetuoso comparar, su convicción instintiva - tendremos así algo análogo al sentimiento con que el espectador agitado por la excitación dionisíaca veía avanzar por el escenario al dios con cuyo sufrimiento se había ya identificado. Involuntariamente transfería la imagen entera del dios que vibraba mágicamente ante su alma a aquella figura enmascarada, y, por así decirlo, diluía la realidad de ésta en una irrealidad fantasmal. Éste es el estado apolíneo del sueño, en el cual el mundo del día queda cubierto por un velo, y ante nuestros ojos nace, en un continuo cambio, un mundo nuevo, más claro, más comprensible, más conmovedor que aquél, y, sin embargo, más parecido a las sombras" (El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música, 8).
Que Cósima comprendió y aceptó, halagada, la hermética declaración amorosa de Nietzsche y, lo que de ello se sigue, es ya parte de una historia bien conocida que termina en tragedia.
Desde su rompimiento con Cósima y Richard Wagner, en octubre de 1876, Nietzsche, despechado y enfermo, se encarna en la máscara de Dionisios Zagreo, el Dionisios desgarrado, hasta el momento de su encuentro con Lou en Roma, en la primavera de 1882, cuando resucita con la máscara del Dionisios Baco, vital y festivo y, luego, encarnar la máscara de:
"Dionisios Iakchos, la estrella naciente "portadora de la luz de los misterios nocturnos" (Aristófanes, Las ranas), el dios por-venir".

Si bien es cierto que desde agosto de 1881 Nietzsche se siente exaltado con su concepción del pensamiento del "eterno retorno de lo mismo" y el nacimiento de un nuevo profeta y su máscara, al que comienza a llamar Zaratustra en sus notas privadas y en los planes de un nuevo libro, también es cierto que sólo serán temas y asuntos sobre los que nada comunica a los amigos, salvo su exaltación, tal y como lo escribe, el 14 de Agosto de 1881, a Peter Gast:
“¡Y bien, mi querido buen amigo! El sol de Agosto está sobre nosotros, el año corrió hacia su fin, sobre las montañas y los bosques desciende el mayor de los silencios y la mayor paz. En mi horizonte han surgido pensamientos como nunca hasta ahora he avistado, - de ello no quiero hablar en absoluto, y mantenerme a mí mismo en una inquebrantable serenidad. ¡Tengo que, vivir todavía algunos años!”
.
Nietzsche, íntima y privadamente, continúa elaborando, durante los meses finales de 1881 y los primeros de 1882, a Zaratustra y el pensamiento que este encarnará. Pero sólo será hasta junio de 1882 y ya en "los furores" de su enamoramiento por Lou, cuando Zaratustra y el "eterno retorno de lo mismo" aparezcan, por primera vez, públicamente y publicados en los aforismos 341 y 342 de la Gaya ciencia, libro que escribía por esa misma época como parte de los libros finales de Aurora, pero a los que luego convierte en los primeros de la Gaya ciencia. Ese es el anuncio público de la máscara de Zaratustra, esa en la que se encarna Nietzsche hasta el final.
Los apuntes, notas y libretas de Nietzsche de esa época de finales de 1881, permanecieron en su archivo y apenas están siendo editados, eso explica el silencio sobre la génesis de Zaratustra.
Sobre esos apuntes, notas y libretas de Nietzsche, ha escrito Bruno L.G. Piccione (9):
"Días más tarde, también en Agosto de ese año, en el esbozo de un nuevo plan con el título ahora de Mediodía y eternidad (“Indicaciones para una nueva vida”), aparece ya el protagonista de la obra que está concibiendo:

“Zaratustra, nacido a orillas del lago Urmi, abandonó a los treinta años su patria, marchó a la Provincia Aria, y en los diez años de su soledad en las montañas compuso el Zend-Avesta.” (“Nachgelassene Fragmente”, ‘Frühjahr-Herbst 1881’; KGW, V, 11 [195], 417).

Aunque en forma alternada y entremezclados con otros, van apareciendo numerosos fragmentos con la presencia de la figura de Zaratustra, todos escritos durante ese otoño de 1881 (meses de Septiembre a Diciembre). Transcribimos algunos:
“Cuando Zaratustra quiso conmover a la multitud, entonces debió ser su propio comediante.”
“La ociosidad de Zaratustra es el origen de todos los vicios.” (“Nachgelassene Fragmente”, ‘Herbst 1881’; KGW,V, 12 [112], 494).
“Tú contradices hoy lo que ayer habías enseñado - Pero eso era ayer, no hoy, dijo Zaratustra.” (“Nachgelassene Fragmente”, ‘Herbst 1881’; KGW, V, 12 [128] , 496)".


Zaratustra es la máscara más compleja de Nietzsche, en ella se mezclan, funden, confunden, fusionan, sincretizan y sintetizan, todas las máscaras: Dionisios, Empédocles (de Acragas y el del drama de Hölderlin) y el Zaratustra persa, así como todas las materias ocultas del Nietzsche pasado, presente y futuro:
"Yo os conozco a vosotros, hombres superiores, yo lo conozco a él, - yo conozco también a ese espíritu maligno, al cual amo a mi pesar, a ese Zaratustra: él mismo me parece, con mucha frecuencia, semejante a la bella máscara de un santo,
- semejante a una nueva y extraña máscara, en la que se complace mi espíritu malvado, el demonio melancólico: - yo amo a Zaratustra, así me parece a menudo, a causa de mi espíritu malvado" (Z, La canción de la melancolía, 2).

Un Zaratustra solar, como ya lo escribí en otro texto:
"Es por ello que, doce años después, en la primavera y en el verano de 1882, y ya enamorado de Lou, Nietzsche, en el aforismo 342 de la Gaya ciencia, al fin contempla la Esfera del solitario sol de Empédocles, así como "la bien redonda verdad", el sol de Parménides, esa Esfera y ese "sol" a los que Zaratustra entona su canto inicial, el mismo canto que volverá a entonar al final, en el último verso de Así habló Zaratustra" (10).

Y, por supuesto, el sol de Heráclito:
«El sol es nuevo cada día».

Ese es también el mismo sol que Hölderlin, en su drama Empédocles, invoca para cantar a Diotima:
"Desciende, hermoso sol, bien poco se preocupan
de ti, no te han conocido, oh sagrado,
mientras calmoso y sin esfuerzo pasabas
sobre los hombres en su afán.

¡Oh luz, gozosamente me levantas y me desciendes!
¡Qué bien te reconocen mis ojos, soberana.
Pues yo aprendí a adorar en tu paz divina
Cuando Diotima curó mi alma.

¡Cómo te escuchaba, enviada del cielo!
A ti amor, Diotima, como levantaba
desde ti mis ojos hacia el áureo día,
pensativos y absortos. Entonces susurraban

más vivas las fuentes, respiraban,
amándome, las flores de la tierra,
mientras riendo sobre nubes de plata
el éter se inclinaba enviando bendiciones".
(Friedrich Hölderlin, Empédocles, Fragmentos, cuarta escena, primera versión) (11).
Que es, también, el mismo sol que Nietzsche invoca, al inicio del prólogo de Así habló Zaratustra, para cantar a la innominada Lou:
"1/ Cuando Zaratustra tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:
«¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente te habrías hartado de tu luz y de este camino.
Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.
Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!
Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso, como dicen los hombres a quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!
¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas partes el resplandor de tus delicias!
¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.»
- Así comenzó el ocaso de Zaratustra".
(Z, Prólogo, 1).
Debo anotar que, como extraña coincidencia, el susurrar de las fuentes de Hölderlin, se repite para Nietzsche y Lou en los días y las noches de la primavera romana de 1882 y al que él canta en Así habló Zaratustra:
"Es de noche: ahora hablan más fuerte todos los surtidores. Y también mi alma es un surtidor.
Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es la canción de un amante.
En mí hay algo insaciado, insaciable, que quiere hablar. En mí hay un ansia de amor, que habla asimismo el lenguaje del amor" (Z, La canción de la noche).

Como este, muchos otros son los motivos que Nietzsche toma del drama Empédocles y otras de las obras de Hölderlin, porque, de esa forma, Lou es, además de Ariadna, también Diotima, la amada de la locura de Hölderlin, ese loco enamoramiento que poseía a Nietzsche y esa locura a la que tanto le temía.
Porque así, Nietzsche es también Hölderlin y Lou es Ariadna y también Diotima, la nunca llamada por su nombre en Así habló Zaratustra, pero siempre ella, la presente en las notas y escritos que Nietzsche realizó previos a su escritura. A ella estaban dedicados algunos de los discursos y lamentos, los que, al momento de publicar el libro, fueron cambiados de nombre, tales: La canción de la noche, Del gran anhelo, Los siete sellos, El mago (12).
Y, por supuesto, el Lamento de Ariadna, ese poema empezado a escribir por Nietzsche durante su enamoramiento por Lou y concluido en el otoño de 1884 para incluirlo en la IV parte de Así habló Zaratustra y que, luego, pasa a ser parte de los Ditirambos de Dionisios.
De esa y muchas otras formas, Nietzsche trasforma a Lou y su máscara de Ariadna en un complejo enigma. El mismo enigma en el que, el Empédocles de Hölderlin:
"(...) habla acerca de la aflicción y de la impotencia en que ha caído por su "atrevida arrogancia" al haberse proclamado dios, (escena III, v. 450-455). De su desmesura resulta el enigma de su padecimiento :
"Pausanias:
¿Por qué me ocultas y haces de tu pena para mi
un enigma. ¡Créeme!, nada es más doloroso.
Empédocles:
Y nada es más doloroso, Pausanias,
que descifrar una pena. ¿Es que no lo ves?".
(Hölderlin, Empédocles, Escena IV, v. 440-445). (13).

Ese es el mismo enigma que, al final, en Ecce homo, le hace exclamar a Nietzsche:
"Nada igual se ha compuesto nunca, ni sentido nunca, ni sufrido nunca: así sufre un dios, un Dioniso. La respuesta a este ditirambo del aislamiento solar en la luz sería Ariadna... ¡Quién sabe, excepto yo, qué es Ariadna! De todos estos enigmas nadie tuvo hasta ahora la solución, dudo que alguien viera siquiera aquí nunca enigmas. - Zaratustra define en una ocasión su tarea -es también la mía- con tal rigor que no podemos equivocarnos sobre el sentido: dice sí hasta llegar a la justificación, hasta llegar incluso a la redención de todo lo pasado" (Ecce homo, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. 8).

Nietzsche se ha enfrentado y, con él, ha enfrentado al resto de la humanidad, con el desafío oculto del enamoramiento, ese enamoramiento que trasforma al enamorado en un nuevo hombre, siempre él mismo. Ese desafío por descifrar el enigma de la Amada: siempre Otra, siempre Una, siempre La misma:
Ese enigma que la propia Lou había cantado, para otro, en su Himno a la vida y que Nietzsche, ilusionado, asumió para él:
Himno a la vida
Como el amigo ama al amigo
yo te amo, vida enigmática,
haya exultado en ti, o haya llorado,
Dolor o dicha me hayas dado.
Te amo a ti y a tus penas;
y si debes destrozarme
Me desprenderé de tus brazos
como del pecho amigo se desprende el amigo.
¡Con toda mi fuerza te abrazo!
Que tus llamas me prendan,
Que aún en las brasas de la lucha
Siga adentrándome en tu enigma.
¡Ser milenios! ¡Y pensar!
Cobíjame en tus brazos:
Si ya no puedes regalarme dicha
Sea, aún te queda el dolor”.
Ese es el enigma que siglos atrás ya habían planteado Giordano Bruno y San Juan de la Cruz.
Giordano Bruno en Heroicos furores:
"CICADA: Entiendo: porque el amor transforma y convierte en la cosa amada".
(...)
"TANSILLO: Así es. He aquí pues cómo Acteón, convertido en presa de sus propios canes, perseguido por sus propios pensamientos, corre y "dirige los nuevos pasos" -renovado en cuanto procede divinamente y con mayor ligereza, es decir, con mayor facilidad y con más eficaz vigor- "hacia la espesura", hacia los desiertos, hacia la región de las cosas incomprensibles; de hombre vulgar y común como era, se torna raro y heroico, tiene costumbres y conceptos raros, y lleva una vida extraordinaria. Y en este punto "le dan muerte sus muchos y grandes canes", acabando aquí su vida según el mundo loco, sensual, ciego e ilusorio, y comenzando a vivir intelectualmente; vive la vida de los dioses, nútrese de ambrosía y de néctar se embriaga" (Heroicos Furores, I, 4).
Y, San Juan de la Cruz en La noche oscura:
"¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el amado transformada!"
(San Juan de la Cruz, La noche oscura).

Es así como se configuran la tragedia, las máscaras y el enigma de Nietzsche:
Dionisios, el dios desgarrado, el que, en su recinto sagrado de Argos, dio sepultura a Ariadna. Empédocles, el inmolado en el cráter del Etna. Hölderlin, enloquecido. Zaratustra: "ardiente y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas" (Z, IV, El signo).
Y... ¿Ariadna? La que, al igual que en el mito griego:
"(...) muere como mujer y no es disfrutada por Teseo, vive como diosa".


NOTAS

(1) Giorgio Colli , El nacimiento de la filosofia, Tusquets, Barcelona, 2009, p. 15.
(2) Hans-Georg Gadamer, Poema y diálogo. Ensayos sobre los poetas alemanes más significativos del siglo XX, Gedisa, Barcelona, 1993, p. 11.
(3) Giorgio Colli , El nacimiento de la filosofia, Tusquets, Barcelona, 2009, pp. 22-27.
(4) Para una mayor ilustración sobre la vida y las ideas de Empédocles, sugiero el capítulo dedicado a él por Werner Jaeger, La teología de los primeros filósofos griegos, Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1997, pp. 129-154.
(5) Iván Rodrigo García Palacios, "Zaratustra, mi hijo". Así nació Zaratustra en los tiempos del amor, en blog:
http://nietzsche-louandreas.blogspot.com/
----------- Iván Rodrigo García Palacios, Lector Ludi: Nietzsche enamorado y otros textos:
http://lectorludi.blogspot.com
----------- Iván Rodrigo García Palacios, Ensayos de un Lector Ludi: Nietzsche enamorado y otros textos:
http://ivanrodrigogarciapalacios.blogspot.com/
(6) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche. 2. Los diez años de Basilea, (1869-1879), Alianza, Madrid, 1981, p. 98:
"De este modo, poco a poco, va creciendo en él un nuevo y personal sistema de pensamiento y sistema del mundo que irá ampliando de modo constante a espaldas de su entorno más próximo: en Naumburg escondido tras la máscara de un Fritz jovial, alegre, amable y social; en Basilea oculto trás el profesor diligente.
Así fue como surgió, fechado el 22 de septiembre de 1870 en Naumburg, y de su problemática en torno a la tragedia, el bosquejo de un libro, "La tragedia y los librepensadores", que ya iba con mucho más allá del tema original: una historia del desarrollo de la tragedia griega".
(7) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche. 2. Los diez años de Basilea, (1869-1879), Alianza, Madrid, 1981, p. 98 a 100.
(8) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche. 2. Los diez años de Basilea. 1869-1879, p. 102.
(9) Bruno L. G. Piccione, De Así habló Zaratustra (en su centenario). Una introducción. Publicado por su autor en Buenos Aires en 1984:
http://www.nietzscheana.com.ar/comentarios/zaratustra-introduccion.htm
(10) Iván Rodrigo García, ¿Por qué Así habló Zaratustra es un poema enamorado?, Lector Ludi: Nietzsche enamorado y otros textos:
http://lectorludi.blogspot.com
-------- Ensayos de un Lector Ludi: Nietzsche enamorado y otros textos:
http://ivanrodrigogarciapalacios.blogspot.com/
(11) Friedrich Hölderlin, Poemas, introducción y traducción de José María Valverde, Icaria, Barcelona, 1991, p. 71.
(12) Ver las notas de Andrés Sánchez Pascual, en su edición de Así habló Zaratustra, Alianza, Madrid, 1998:
La canción de la noche: (186) Títulos anteriores previstos por Nietzsche para este apartado fueron: Luz soy yo y La canción de la soledad. El propio Nietzsche hace en Ecce homo interesantes consideraciones sobre este poema. Le llama «el inmortal lamento de estar condenado, por la sobreabundancia de luz y poder, por la propia naturaleza solar, a no amar». Y después de trascribirlo íntegramente añade: «Nada igual se ha compuesto nunca, ni sentido nunca, ni sufrido nunca, así sufre un dios, un Dioniso. La respuesta a este ditirambo del aislamiento solar en la luz sería Ariadna... ¡Quien sabe, excepto yo, qué es Ariadna!»... Véase Ecce homo.
Del gran anhelo: (425) Otro título anotado por Nietzsche en sus manuscritos para este apartado era el de Ariadna, al que correspondía más adelante otro apartado titulado Dioniso (que ahora es Los siete sellos).
Del gran anhelo: (428) De manera encubierta hay en estas palabras una alusión a Dioniso. Este, en efecto, es representado en ocasiones como un viñador que viene en barco con una podadera en la mano para podar sus vides (así está representado en la copa de Exekias, del siglo VI, que se conserva en Munich). La vid, cargada de racimos, que anhela la llegada del viñador, es Ariadna (alma de Zaratustra). El viñador con la podadera es imagen que aparece también en el Apocalipsis. Véase Apocalipsis, 14, 18: «¡Echa tu afilada podadera y vendimia los racimos de la viña de la tierra, pues llegaron a sazón sus uvas!» Es posible que en el ánimo de Nietzsche se fundiesen ambas evocaciones.
El mago: (470) El largo «lamento» del mago que viene a continuación fue compuesto por Nietzsche en el otoño de 1884 y llevaba entonces el título de El poeta. - El tormento del creador. En otra copia manuscrita le puso estos dos títulos: De la séptima soledad, luego borrado, y El pensamiento. De hecho este poema no se hallaba destinado originalmente a Así habló Zaratustra, pero Nietzsche lo insertó en él al componer la cuarta parte. De la importancia que este poema tenía para Nietzsche da idea el hecho de que más tarde lo incorporase a los Ditirambos de Dioniso, bajo el título de Lamento de Ariadna. Allí lleva al final una «respuesta» de Dioniso, quien, tras un rayo, «se hace visible con una belleza de esmeralda». La citada respuesta dice así:
¡Sé inteligente, Ariadna!...
Tienes oídos pequeños, tienes mis oídos:
¡Introduce en ellos una palabra inteligente!
¿No tenemos que odiarnos primero a nosotros mismos cuando
debemos amarnos a nosotros mismos?...
Yo soy tu laberinto...
(13) Carlos Masmela, Hölderlin. La tragedia, Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2005, p. 107.

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