18 de enero de 2006

LECTOR LUDI-21

Genética literaria: un ADN mitocondrial literario

Comentarios a la carta de un amigo

Por Iván Rodrigo García Palacios

Mi querido Guillermo:
Como decía García Márquez: "Uno escribe para que lo quieran sus amigos". Muchas gracias por tus comentarios que me pusieron a pensar un poco más seriamente ese juego de la genética literaria que me inspiró tu delicioso trabajo sobre Kafka, pero que, como a los niños, me gusta ponerle variaciones y complicaciones al tono de mi ociosidad productiva, que no es otra cosa que sacarle provecho a eso que llaman saber vivir.

En ese sentido, se me ocurre pensar que si bien tu método con Kafka y Dostoievski logró descifrar y establecer el misterio de los elementos que el primero tomó del segundo por medio de "su técnica del palimpsesto" -como tu la defines-, junto con otras originalidades creativas que le permitieron escribir otra novela a partir de Crimen y castigo y otras influencias dostoievskianas, al mismo tiempo que creaba aquellas otras cosas que Dostoievski no escribió y debió haber escrito en su novela, generando así un organismo literario nuevo, original, como la criatura que nace de la fecundación de un óvulo por un espermatozoide. Considero que esto permite que un buen LECTOR LUDI pueda leer las dos novelas como si fueran una sola, magnificando su lectura al infinito. Algo así como descifrar las coincidencias y divergencias genéticas y la totalidad del resultado en un individuo particular .

Sin embargo, a mi me interesan, como ya te dije, las cosas con más variaciones y más complicaciones, algo así como pensar que existe un ADN mitocondrial literario que se trasmite de generación en generación, sin importar las mezclas y cruces y que permanece inmodificable, para el caso de los humanos, sólo en las hembras, lo que, en consecuencia, se presta para imaginar que existirían obras literarias hembras y machos, es decir, las engendradoras y las reproductoras, y las reproducciones... en fin, como ves, el asunto mío, a diferencia del tuyo, es complicar las cosas como parte de un juego mental sin otra finalidad que la del juego infantil, que ya metaforicé, y que consiste en conocer y ejercitar, probando la extensión de la realidad y la imaginación hasta más allá de las fronteras establecidas, al fin y al cabo eso somos: un misterio por resolver con pretensiones de ser "el ombligo". Y, por el otro lado, la Verdad no existe, todavía; sólo que dicen que Cristo dijo que "la verdad os hará libres", y en esa búsqueda es mejor ser niños, lo cual es muy divertido y me exime de cualquier responsabilidad y obligación de producir para el mercado académico, ya tu sabes de esos tejemanejes. El asunto es jugar por jugar e invitar a otros a inventarse sus propios juegos, para que los compartamos.

Por ello es que me pregunto si Kafka leyó a Dostoievski en su idioma original, pues como ambos pertenecen a culturas, aparentemente diferentes, se podría pensar que en sus ADN literarios también existen diferencias, que como tu dices, las nuevas tecnologías podrían ayudar a desentrañar, algo así como desarrollar un proyecto "Genoma literario", similar al que se está trabajando con el genoma humano y los genomas de cuanto ser vivo existe. De este asunto ya se ha hecho algo, como más adelante mostraré.

Y es que cada gran escritor se expresa con los tonos y características de su ámbito genético literario, que son algo así como una marca distintiva de su código, que si bien, en términos generales, es el mismo para todos, sus particularidades locales, los hace diferentes y propios. Cada cultura tiene su modo y manera, su estilo de pensar, narrar, teatralizar, poetizar, etc., lo cual no impide que se trasplanten y se injerten en otras, produciendo nuevas expresiones, estilos, modos y maneras, que en algún evento extraordinario generaran mutaciones espectaculares, originales y magistrales, como lo comente en mi anterior LECTOR LUDI-20, y son esos rasgos genético-literarios sobre los que me gustaría ir mirando, por si acaso. Como para el ejemplo, establecer si Kafka fue, además, fecundado y mutado, no sólo por Dostoievski, sino también por Nietzsche, al que sí leyó en alemán, y otros, que lo predispusieron para crear tan original, asombrosa y aterradora narrativa, en combinación con sus propias circunstancias culturales.

Como ves, pienso que en alguna parte existe un genoma literario que evoluciona y que sufre, como en la vida, eventos extraordinarios o mutaciones que crean esas novedades, generando nuevas especies que, como en la teoría evolutiva darwinistas, se expresan con mayor propiedad en las nuevas realidades en que les corresponde existir, es decir, se adaptan a las circunstancias para sobrevivir. Algo así como lo que sucede en el genoma biológico: sectores de texto se acomodan en posiciones distintas y en el resultado se observan cambios que no estaban presentes o desaparecen características del ADN previo, produciendo un nuevo ser. En esto, me acojo a la propuesta de Jost Herbig, quien, "demuestra que el progreso del conocimiento humano no se debe sólo a la adaptación forzosa de nuestros órganos sensoriales al entorno, sino también a otro "órgano" decisivo: nuestra "percepción cultural" del mundo" (1). Como quien dice, existe un genoma cultural y literario que evoluciona y muta y que es posible seguir en su desarrollo, así, como en las ciencias que investigan el origen de la humanidad, apenas entreveamos fragmentos de una historia perdida en las tinieblas del tiempo.

Utilizando mis ejemplos anteriores y sin ir muy atrás. En el período minóico y micénico se produjo el caldo de cultivo en el cual se desarrollarían los poemas homéricos y la poesía que dominó el pensamiento griego por casi tres siglos, desde el siglo VIII a. C. hasta el V a. C., tres siglos durante cuales se expandió un imperio de Ciudades-Estado por el Mediterráneo y el Oriente Cercano, con las consecuentes migraciones e intercambios, y que, finalmente, mutaron hasta la consolidación del pensamiento griego, pero igualmente, en el nacimiento de un nuevo género: la dramaturgia, la tragedia, la misma que, todavía hoy, continúa vigente, y que veinte siglos después de Esquilo, Sófocles y Eurípides, Shakespeare y otros cuantos, restituyeron y superaron a niveles esplendorosos, aún no reeditados en el teatro isabelino.

Aquí se me ocurre pensar en la originalidad y novedad que representó el "sentido de lo trágico" que, obviamente, no fue invención griega, pero si el resultado de la evolución o mutación de conceptos procedentes de las tierras de Caldea, Egipto, Persia y culturas del Mediterráneo, el Norte y el Oriente, cercano y lejano, que se amalgamaron allí y que, junto con el pensamiento filosófico, contribuyeron a desvelar y modelar lo que, como Jairo Ibarbo dice, "Consideraré que la tragedia se da solo porque existe el hombre, tanto como ente razonador como proyector de ensueños y sensaciones" (2). Y es ese "sentido de lo trágico" el que se convertiría en el ADN mitocondrial de toda la cultura occidental desde entonces y cuya interpretación y expresión ha dado origen a todo lo que siguió desde el caldero del helenismo hasta hoy, con sus correspondientes variaciones y mutaciones.

Cambiando el escenario, llama la atención que en la cultura latina se hubieran inclinado con mayor éxito por la expresión poética épica homérica (ejemplo: Virgilio y su Eneida) y la lírica, más que por las manifestaciones dramáticas, considerando que para los griegos, al momento de su conquista, era más importante el teatro que la poesía. Fue la Iliada el primer texto traducido al latín y, hace pensar, que el tono épico de los poemas de Homero y el lírico de los otros grandes poetas, se asimilaba mejor al gen cultural y literario latino, un pueblo guerrero y conquistador que estaba evolucionando en el naciente imperio romano.

Esas circunstancias se extendieron hasta más allá de la caída del imperio y hasta el Quatrocento, y se hace presente en los cantares de gesta y, por supuesto, en Petrarca y en el Orlando o Rolando furioso, de Ariosto, del que nacen las aventuras de caballería, que como ya dije, degeneran hasta la gran mutación en Don Quijote, de lo que hablaré un poco más adelante. Como puede verse, las culturas guerreras, cultas o bárbaras, se sienten mejor expresadas en el tono épico y epopéyico del gen trágico.

Y es en esa época, en la decadencia del imperio, que interviene un nuevo gen, el gen del cristianismo, que mezclado con el gen trágico, dará origen a dos nuevas expresiones, por un lado, San Agustín, y su yo interior que alcanzará su plena maduración, luego de pasar por Dante, en los personajes monologantes, reflexivos, ensimismados, de Shakespeare, que constituyen el gen dominante de la literatura del norte de Europa, hasta el Romanticismo, la novela gótica del siglo XIX, los estadounidenses, Poe, Melville y Hawthorne, y la gran novela del siglo XX: Joyce, Mann, Broch, etc.; por el otro lado y con elementos provenientes de otras culturas, en los dialogantes, extrovertidos, filosofantes andariegos, don Quijote y Sancho Panza, de los que desciende esa otra literatura que culmina en la gran novela francesa del siglo XIX.

El caso de los rusos, Tolstoi, Dostoievski y los demás, es un caso especial que habría que analizar mejor.

De don Quijote y Sancho es necesario decir que en ellos juega un papel predominante y de ocultación, clandestinidad, el gen cultural y literario moro-judío que durante siete siglos se gestó en la península Ibérica, y que por más candela inquisitorial, que desde entonces han empleado para exterminarlo, ahí sigue vivito y coliando, circulando por las arterias de la cultura hispánica que, como tu lo dices, "es lo mejorcito que tiene España". Ese gen literario moro-judío no es otro que aquel que, de manera temeraria, desvela el mismo Cervantes al inicio de la segunda parte del Quijote: "los árabes son "embelecadores, falsarios y quimeristas" (es decir, magníficos escritores de ficción) (3), y que por supuesto, agrego yo, son de una extroversión emocional masculina igual o mayor a su capacidad de narrar quimeras como las de las Mil y una noches, en las que se desarrolla su gen narrativo y poético, el cual muta, en extensa copulación cultural, con el gen helénico-latino-cristiano, para "engendrar" ese nuevo "género" que en adelante será la novela moderna de Occidente.

Debo decir que es precisamente el carácter de clandestinidad de ese gen moro-judío, que se engendra en Cervantes, una de las condiciones necesarias de su expresión y éxito posterior, pues sólo de esa manera la nueva cultura y literatura que crea puede sobrevivir a la persecución y establecer un metaescenario en el cual es posible explorar y expresar los misterios de la tragedia humana más allá de los dogmas e ideologías y hasta de fronteras nunca imaginadas, como ya lo había hecho, como un fructífero antecedente genético literario, Fernando de Rojas en su Libro de Calixto y Melibea y de la puta vieja Celestina (*), y que inocula a los franceses, Rabelais para su Gargantua y Pantagruel; Voltaire, para su Cándido y otras novelas y relatos; Diderot para su Jacques el fatalista; Víctor Hugo, en fin, toda esa tradición de la literatura que tu mencionas: "de influencias secretas, genes literarios que algunos escritores prefieren ocultar o callar por cualquier motivo, por ejemplo, motivos de censura, de seguridad, de vergüenza, etc.". Tradición que tiene un especial renacimiento en los escritores satíricos rusos de finales del siglo XIX y buena parte del siglo XX, y aquellos otros que se expresaron durante la macabra dictadura de Stalin y sucesores.

En fin, el asunto es largo y divertido. Por ejemplo, me encontrado con una mención que dice que Shakespeare pudo conocer la obra y el pensamiento de uno de mis personajes admirados, Giordano Bruno y de su permanencia en Inglaterra, así como la de otros exiliados o viajeros italianos a ese reino, lo que haría pensar en la migración de esos genes latinos y renacentistas que se injertan en la literatura inglesa de la época isabelina y engendran la literatura de ese peculiar tono que perdura hasta hoy y en el que se destacan Milton con su Paraíso perdido; el satírico Swift, con Los viajes viajes de Gulliver; Fielding, con Tom Jones; Defoe, con Robinson Crusoe; el extrañamente romántico, W. Blake; la novela gótica; Joyce, con Ulises; los estadounidenses del siglo XIX, y un largo etcétera.

Y para abundar, existe un antiquísimo y poco explorado ADN mitocondrial literario que nos llevaría a otro de los temas fundamentales de la genética literaria: la Dama celeste, la amante invisible, la Dama sobrenatural, el eterno femenino, en fin, el amor, el erotismos, ese viaje sobrenatural que va desde las luces del éxtasis a las tinieblas del inframundo, o si se quiere, del otro mundo, la muerte en vida, o lo ineluctable. Y por supuesto, su signo negativo, en la Medusa, la bruja, Melusina, la mujer fatal, etc. Si se piensa, es un gen universal sin excepciones, y quizás el más antiguo de todos.

Para preguntarse, por simple ejemplo, ¿qué clase de mujer y qué papel juegan ellas -que son muchas-, en las novelas de Gabriel García Márquez?, o como, en los análisis de Carlos Rincón (1995 y 1999), ¿qué tienen que ver las mujeres del mismo García Márquez con las mujeres de Dante, Hawthorne o Svevo? O, más fascinante todavía: ¿Qué significan esas vitales muchachas de Fernando González: mademosille Tony, la muchacha alsaciana, y Martina la Velera? En fin, toda obra literaria se gesta en la mujer, al amor y la muerte, con diversos arquetipos y un único ADN mitocondrial que las condiciona y determina. Otro misterio, territorio sagrado, para jugar y desvelar.

Como ves, los misterios de la genética literaria podrían llegar a ser tan fascinantes y complejos como los de la genética biológica y, a lo mejor, algún día, se llegue a demostrar que todo y uno, somos una y la misma cosa.

Ojalá mi juego inspire a otros a realizar sus propios juegos y a compartirlos con los amigos, por esa razón respondo a tu nota de manera pública. Sé que tu continúas con tus juegos, de los que algún día conoceré sus resultados. Gracias de nuevo por tus comentarios que, como ves, me permitieron continuar jugando el mismo partido, por quién sabe cuánto más.

Un abrazo,
Iván Rodrigo.


(*). Aquí me pregunto: ¿qué pretendía, o qué oculta, nuestro Fernando González sobre el mismo asunto en La tragicomedia del padre Elias y Martina la Velera?: "Sospecho que vuestra merced era el que daría la versión andina de la tragicomedia de Calixto y Melibea de que hoy tiene necesidad la gente". Además, aquello de los "sabios judíos, sefarditas cristianos, entre los que vive hace tiempos Lucas de Ochoa", un misterio que sería bueno desvelar.

NOTAS
(1). Jost Herbig, La evolución del conocimiento, Del pensamiento mítico al pensamiento racional; Editorial Herder, Barcelona, 1996 (333 p.), quien, en esta obra, busca conciliar las teorías biogenéticas más radicales con la poesía, la política y la cosmogonía de la Grecia clásica.
(2). Jairo Ibarbo, Incertidumbre y objetividad en el conocimiento, Editorial Phi, Medellín, 2003 (174 p.), p. 21.
(3). El comentario a esta cita de Don Quijote: "El Caballero de la Triste Figura lleva razón cuando asegura que sólo un sabio encantador puede violar el espacio de las conciencias y abolir el tiempo. Está, pues, en las manos peligrosas de un "raro inventor" (Cervantes en El viaje del Parnaso) de la misma calaña de Sheherezade, y nuestro soñador manchego tiene por seguro que la crónica de su vida habrá de ser delirante. Ya sabemos que no se engañaba". Luce López-Baralt, El viaje maravilloso de Buluquiyâ a los confines del universo, Editorial Trotta, Madrid, 2004 (158 p.), p. 12.

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