31 de diciembre de 2005

LECTOR LUDI-10

Las obras literarias como iniciación
para futuros científicos


La primera gran obra de la literatura occidental en la que la ciencia actúa como motivo central: De la naturaleza (De rerum Natura), de Lucrecio

Por qué la lectura de obras literarias no significa peligro alguno y, por el contrario, es el mejor camino hacia la iniciación de una vocación en el conocimiento científico.

Por Iván Rodrigo García Palacios

Las buenas obras literarias son, además de trascendentales logros estéticos, depósitos y fuentes de conocimiento y sabiduría. Toda buena obra literaria, en la medida que crea o cumple un ideal estético, es, también, la que explora y desvela los misterios y realidades de la existencia humana, generando y conservando un conocimiento que se pone al servicio de la humanidad.

Si bien, en todas las buenas obras literarias se encuentran conocimientos sobre los misterios y realidades de la existencia humana, en algunas de ellas los motivos y temas sobre el conocimiento científico y las ciencias puramente dichas, es más evidente y primordial.

Para algunos investigadores, por ejemplo, las grandes obras literarias desde la antigüedad, son fuente fundamental y casi única para el conocimiento filosófico, antropológico, político, social, histórico, en fin, de los seres humanos y comunidades en las cuales se crearon. Las homéricas Iliada y Odisea, hablan más allá de la belleza de sus versos, de los griegos primitivos del siglo VIII a. C., cuando los dioses regían el destino de los hombres. Las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides o las comedias de Aristófanes, permiten conocer de los griegos de los siglos V y IV a. C., cuando reivindican la inteligencia y la razón como determinantes de su presente y su futuro. La Eneida, de Virgilio, expone las virtudes de los romanos en el nacimiento del imperio augusto. La Divina comedia, de Dante y el Decamerón, de Boccaccio, son magníficas visiones sobre los hombres y sociedades prerenacentistas italianas y el nacimiento de Europa. Por supuesto, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Cervantes, desnuda el alma española en lucha entre la ilusión sobrenatural y la razón. La lista se haría inmensa, pero no podrían faltar Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais y la naciente Francia; Shakespeare y sus tragedias que se anticipan a toda sicología; Balzac, Stendhal y Flaubert, que profundizan sobre los franceses posrevolucionarios; Melville, Hawthorne y Poe, y la formación de los Estados Unidos. En fin, Thomas Mann, James Joyce, Franz Kafka, William Faulkner, y tantos otros que en el siglo XX se aventuraron por las angustiosas tinieblas interiores y exteriores de las gentes que enfrentaban un mundo que se hacía rápidamente más complejo y trágico, precisamente, por el violento impacto de la ciencia y la tecnología.

Esta brevísima lista por la literatura universal y los aportes que allí se hace al conocimiento del hombre y el desarrollo de su inteligencia y las ciencias, sirve de introducción para comentar sobre algunas obras literarias en las que la ciencia y la tecnología son el motivo central de la narrativa, así como otras en las que las ciencias figuran como elemento importante.

Pero, antes, es necesario hacer una exclusión. No tendré en cuenta la literatura de ciencia ficción, que si bien, ha tenido y tiene excelentes escritores y obras, de hecho ya es lugar común que los motivos y materias de su narrativa están estrechamente ligados con las ciencias y la anticipación de sus futuras manifestaciones. Entre los mejores: Julio Verne, H. G. Wells, Karel Capek (el primero en utilizar la palabra robot con el significado que hoy se le da), Arthur C. Clarke, Stanislaw Lem, Philip K. Dick y, finalmente, el más popular pero escritor menor, Isaac Asimov.

LA CIENCIA COMO MATERIA LITERARIA
Ahora sí, un viaje rápido por algunas de las obras y autores de la literatura universal en las que las ciencias juegan papel importante. Desde los orígenes mismos de la literatura, oral y escrita, los cuentos, relatos, poemas y otras formas literarias, ya incluían y hasta describían materias científicas y tecnológicas, pero no eran su motivo central. Tal el caso de los cuentos egipcios La historia del náufrago, La historia de Sinué, de dos mil años antes de nuestra era, y El cuento de los dos hermanos, de mil trescientos años antes de nuestra era, en los que se describen procedimientos para embalsamar cadáveres, movimientos astronómicos, el control de las inundaciones del Nilo, técnicas de construcción, entre otras. Así mismo, antes del surgimiento de la cultura occidental en Grecia y Roma, se sabe que en muchos relatos son temas frecuentes el manejo del fuego, la trasformación de la materia, el trabajo de forjadores y herreros, la manipulación de la vida y la muerte por la medicina primitiva, la construcción de grandes obras de ingeniería.

Sin embargo, no es hasta el nacimiento de la literatura griega y romana, cuando la inclusión de temas científicos y tecnológicos se convierten en motivos importantes para la trama, como la construcción del caballo en la Iliada y la descripción de algunos artificios, también, en la Odisea.

Pero, es el motivo bíblico de la creación de un hombre a partir de materiales de la naturaleza, el más asombroso y común de la literatura occidental y que, si se mira con imaginación, anticipa los avances a los que ya ha llegado la ingeniería genética y la robótica. Aparece en la Iliada y, luego, en la Metamorfosis, de Ovidio, convirtiéndose en motivo importante de la literatura posterior y, desde la Edad Media, inspira una serie de criaturas mecánicas a las que se les quiere infundir vida, hasta el romanticismo, cuando Frankenstein, o el moderno Prometeo, de la inglesa Mary W. Shelley (1797-1851), la más conocida y popular de las novelas sobre el tema, narra la creación de una criatura construida con partes de cadáveres a la que, por medio de procedimientos físicos y químicos, se le infunde vida y, como dice el propio creador de la criatura, el doctor Víctor Frankenstein: “Tres jornadas enteras de inimaginable trabajo, había logrado, al precio de una fatiga insoportable, penetrar en los secretos de la generación y de la vida. ¡Qué digo! ¡Mucho más todavía! Era ya posible para mí dar vida a una materia inerte”. Y, ya en el siglo XX, el judío austriaco Gustav Meyrink (Viena 1868-1932), escribe en 1915 la novela El Golem, y algunas otras, por las que los lectores podrán indagar por su propia cuenta.

DE RERUM NATURA
Si bien, en Grecia y Roma fueron notables los tratados científicos y sobre las ciencias de la naturaleza, las matemáticas y la lógica, es sólo hasta finales del siglo I antes de nuestra era que aparece la primera gran obra literaria cuyo motivo y materia total son las ciencias: De la naturaleza (De rerum Natura), del romano Lucrecio (aproximadamente 94 a.C.-51 a. C.). Lo que Lucrecio ofrece en su poema, al lector de hoy, es la exposición crítica de la filosofía y la historia de las ciencias desde Grecia hasta su tiempo, sin perder su calidad poética (* )

(Para los lectores curiosos, al pie de página transcribo lo que dice el filósofo estadounidense-español, George Santayana, en su libro: Tres poetas filósofos, Lucrecio, Dante, Goethe).

Desde el nacimiento de la literatura moderna, la lista de obras con contenido científico sería amplia y variada, así que en una selección rápida, habría que empezar por mencionar:

Gargantúa y Pantagruel, las dos novelas del francés François Rabelais (1494-1553) que, a la vez que narran las aventuras de los dos gigantes, padre e hijo respectivamente, en medio de asombrosos artificios y la inclusión de numerosas digresiones y explicaciones sobre diversas ciencias y tecnologías de su época, cuentan las aventuras que vive y los conocimientos que adquiere Pantagruel cuando va a estudiar en París.

El Coloquio de los perros, Cipión y Berganza, una de las novelas ejemplares del español Miguel de Cervantes (1547-1616), y la que, no es conjetura, sirvió de inspiración a S. Freud en su invento, al deducir como en su trama se trenzan los temas de las brujas, los traumas secretos y la fantasía, básicamente los fundamentos del psicoanálisis. El lector interesado en el asunto podrá leer el libro de Jeffrey Moussaieff Masson, El asalto a la verdad, La renuncia de Freud a la teoría de la seducción (Seix Barral, Barcelona, 1985).

Dando un salto hasta el siglo XVIII, época en que se dio el auge de la novela, es Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán, a quien habría que destacar y en especial por su obra Fausto, que es la culminación de la temática literaria medieval del pacto con el diablo que, desde la antigüedad, casi siempre estuvo asociado con la obtención de infinitos conocimientos y poderes sobre la naturaleza y a los que el Fausto goethiano agrega el amor y la eterna juventud. Más que una obra literaria con contenidos científicos, es una reflexión sobre los peligros que amenazan al hombre al manipular los poderes de la ciencia, tendencia, esta última, en la literatura que toma el conocimiento y la ciencia como motivos centrales.

En el siglo XIX y para hacer un homenaje a la literatura latinoamericana, quiero destacar al escritor brasileño, Joaquim Maria Machado de Assis (1839-1908), y su cuento, El alienista, publicado en 1882, en el que con sarcástico humor, parece que se anticipa, no sólo a las extrañas relaciones de los psicoanalistas modernos con la locura, sino a los estereotipos que en siglo XX representaron los fundadores del psicoanálisis y la infinidad de sectarios que les siguieron como gregarios de un culto secreto y misterioso que finalmente terminó por ser develado.

La novela científica por excelencia en el siglo XX: Un mundo feliz, publicada en 1932 y causante de una gran polémica, del inglés Aldous Huxley (1894-1953), en la que presenta una la visión irónica sobre una civilización altamente desarrollada tecnológicamente y, en la cual, sus individuos han sido genética y sicológicamente programados y reproducidos, para el hedonismo total y la ausencia de sentimientos amorosos o de filiación sentimental con los demás, considerados como las causas de la violencia y el caos que conducen a la destrucción de la humanidad. Irónicamente, los grandes maestros en que se inspira esta civilización son “Nuestro Ford –o nuestro Freud, como, por alguna razón inescrutable, decidió llamarse él mismo cuando hablaba de cuestiones sicológicas”.

DE ARGENTINA Y COLOMBIA
Quizás el personaje más trágico y alucinado por la invención científica de la literatura universal, sea Remo Erdosain. Protagonista en las novelas Los siete locos (1930) y Los lanzallamas (1931), del argentino Roberto Arlt (Buenos Aires, Argentina, abril 2 de 1900-julio 26 de 1942).

La relación entre Arlt, el escritor y Erdosain, el personaje, no es casual, pues Arlt, descendiente, en primera generación, de emigrantes alemanes, llegados ya adultos a la Argentina, fue un inventor fracasado que al momento de su muerte trabajaba en su laboratorio casero en un procedimiento para evitar que las medias de nylón femeninas de aquella época se corrieran al romperse, una especie de mini tragedia para las mujeres, como lo cita Julio Cortázar en su prefacio a las obras completas de Roberto Arlt publicadas por Ediciones Carlos Lohlé en 1981, del cual citaré el aparte dedicado a la obsesión científica de Arlt:

“Por su parte, Remo Erdosain también es un inventor, cuyo sueño inicial es la creación de la rosa de cobre y algunos otros inventos, a cual de ellos más alucinado, pero que termina por convertirse en el inventor de una sociedad secreta cuya revolución pretende destruir la civilización con las armas inventadas por Erdosain, entre ellas con el fosgeno, un gas tóxico, para el cual desarrolla todo su proceso de fabricación.

Pero Erdosain no es un alter ego de Arlt, más bien, se podría decir que es el personaje por medio del cual él actúa su rabia existencial, esa que le calienta la sangre: ver lo que el resto de intelectuales, periodistas y escritores, todos aburguesados, no ven ni quieren ver: el lado oscuro de una Buenos Aires en decadencia en plena época de florecimiento económico, o sería mejor decir, la perdida de la dignidad humana en la emergencia de los nuevos poderes económicos y políticos de la primera mitad del siglo XX en Argentina, y por supuesto, en el resto del mundo”.

En fin, Erdosain es uno de los personajes más asombrosos de la literatura latinoamericana por su belleza, lucidez y tragedia. Un autor que bien vale la pena leer, además, por la enorme influencia que ha tenido sobre la actual literatura argentina, más allá del mismo Borges y el mismo Cortázar.

(Arlt, Roberto, Los siete locos, Los lanzallamas, -Ediciones que conozco: Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1978 (456 p.). Obra completa, Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1981, dos tomos. Los siete locos, Los lanzallamas, Edición crítica coordinada por Mario Goloboff, Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores, Madrid, 2000 (875 p.)

Y para cerrar con broche de oro y en Colombia, la novela Cien años de soledad, del colombiano y Premio Nobel, Gabriel García Márquez (1928- ), presenta, con los inventos y procedimientos asombrosos del gitano Melquíades y con los talleres oscuros y polvorientos de José Arcadio y Aureliano Buendía, una historia novelada de las formas cómo ingresaron y se desarrollaron las ciencias y las tecnologías en estos remotos territorios del tercer mundo, más cercanos a la magia que a la ciencia, aislados de la civilización e ignorados por la historia de los grandes imperios occidentales.

En fin, dejo a la curiosidad y gusto de los lectores el continuar la búsqueda de otros autores y títulos, en este juego delicioso que ofrece la literatura como materia de conocimiento e inspiración para ser mejores personas.

UNA CITA PARA PENSAR
Así que paso a transcribir el texto de George Santayana sobre De la naturaleza, de Lucrecio:

(*) “Lucrecio adopta el más radical de todos los sistemas cosmológicos bosquejados por el genio de la antigua Grecia. Considera el universo como un gran edificio, como una gran máquina cuyas partes se hallan todas en acción recíproca, originándose unas de otras de acuerdo con un profundo proceso general de la vida. Su poema describe la naturaleza, esto es, el nacimiento y composición de todas las cosas. Muestra que todas están compuestas de elementos, y que estos elementos, que supone son átomos en perpetuo movimiento, experimentan una redistribución constante, de tal suerte que perecen cosas viejas y surgen otras nuevas. En el seno de esta concepción del universo inserta una concepción de la vida humana como una cosa sometida a las mismas condiciones que rigen para todas las demás. Su materialismo queda complementado mediante una aspiración a la libertad y al sosiego y paz del espíritu. Como nos es permitido contemplar una sola vez el maravilloso espectáculo que se repetirá eternamente, debemos mirar y admirar para morir mañana. Debemos comer, beber y estar contentos, pero con moderación y habilidad, a menos que no queramos morir miserablemente y morir hoy mismo”.

“Se trata de un sistema completo de filosofía: el materialismo en la ciencia natural, el humanismo en la ética. Tal fue la sustancia de toda la filosofía griega anterior a Sócrates, de aquella filosofía que era verdaderamente helénica y correspondía al movimiento que produjo las costumbres griegas, el poder griego, el arte griego, un movimiento que tendía a la simplicidad, a la autonomía y a la moderación en todas las cosas, desde el modo de vestir hasta le religión. Tal es también la sustancia de lo que puede llamarse la filosofía del Renacimiento, la reafirmación de la ciencia y la libertad en el mundo moderno realizada por Bacon, por Spinoza, por toda la corriente contemporánea que estima la ciencia por su examen de los hechos y que concibe como su ideal la felicidad del hombre sobre la tierra. Este sistema es llamado naturalismo. Es el sistema de Lucrecio, su poeta sin igual”.

George Santayana, en su libro: Tres poetas filósofos, Lucrecio, Dante, Goethe, Editorial Tecnos, Madrid, 1995 (164 p.), traducción de José Ferrater Mora.

No hay comentarios.:

Cartas Abelardinas – 10 Pietro Citati, charlando entre amigos sobre la y algunas novelas del siglo XIX

Lectura en grupo. https://elpais.com/elpais/2014/12/12/album/1418422523_273005.html Cartas Abelardinas – 10 Pietro Citati, ch...