28 de diciembre de 2005

CUADERNO DE CITAS-1

Tres citas tomadas del libro de Fernando Bayón,
La prohibición del amor


Por Iván Rodrigo García Palacios

Como bien recordarán los nacidos antes de 1960, existía la costumbre, entre muchas otras y que no me atrevo a calificar, de transcribir en un cuaderno las citas, frases y poemas que nos parecían importantes o que tocaban las fibras más sensibles o que parecían ofrecer gotas de sabiduría para aliviar las angustias y ansiedades de la existencia, o a veces, hasta guías para dirigirla. De ello se llegó hasta hacer mercado editorial con los libros de máximas, refranes y dichos, que todavía tienen alguna popularidad.

O, por otra parte, como para ponerle la nota cínica, muchos intelectuales de la época y de la actualidad, lo convirtieron en su bagaje de erudición y descreste de ingenuos, al mismo tiempo que en método epistemológico (cuando esa palabra no estaba de moda) con el cual destajar las obras de sus escritores favoritos en pequeños fragmentos, la mayor parte de las veces, descontextualizados, a los que agregaban alguno que otro comentario retórico decimonónico, con lo cual dejaban al pobre escritor convertido en una carnicería de pequeños trozos, muy saboriados para el sancocho o los fritos, pero completamente ajenos a la sustancia vital de la obra original. Para la muestra, la obra de Fernando González, víctima de la buena voluntad de sus admiradores y de la bilis negra de sus detractores.

En fin, lo anterior a manera de presentación de un cuaderno de citas, cuya intención, lejos de ser erudita, quiere ser el aperitivo a la curiosidad y deseos desenfrenados de aquellos que se morirán de las ganas por buscar y leer el libro o los libros de las que las he extractado.

Para empezar, tres citas tomadas del libro de Fernando Bayón, La prohibición del amor, sujeto, cultura y forma artística en Thomas Mann, Anthropos, Barcelona, 2004 (414 p.), ps. 240, 241 y 243. La primera del autor y las dos siguientes citadas por él.

LA PRIMERA
“La tragedia de la cultura nos pone tras la pista de aquellos procesos que han derivado, en los casos de sociedades tardías, bien en una ociosa “cultura de la salvación puramente subjetiva”, montada sobre una exacerbación de los psíquico, a la que resulta en exceso perturbador el contenido específico de los elementos objetivos de cuya integración depende, sin embargo, que se cumpla el concepto de una cultura concreta; bien en una “cultura de la extinción del sujeto” y de la exacerbación de lo objetivo, muy propia de épocas maduras que depositan la confianza de su salvación en el ensimismado perfeccionismo de productos cuyo valor real, autocontenido, suprapersonal, se olvida de su sentido cultural. Esto es lo que ocurre cundo se pierde la continuidad metafísica entre las energías subjetivas-psíquicas y sus plasmaciones o formas objetivas, obstruyéndose o desviándose infinitamente la corriente que traía de vuelta los objetos materiales hacia los procesos vitales creativos en que habrían de reintegrarse con vistas a la promoción cultural de sus interpretes”.

LA SEGUNDA
“Mundo del idioma y mundo de las cosas siguen separados, doble la patria de la palabra, doble la patria del hombre, doble el abismo de la esencialidad, pero doble también la castidad del ser y con ello duplicado en impudicia, que impregna como un renacimiento sin nacimiento todo presentimiento lo mismo que toda belleza y lleva en sí el germen del estallido de los mundos, la impudicia primigenia del ser, temida por la madre; impúdico es el manto de la poesía y nunca jamás se transforma la poesía en fundación, nunca jamás despierta la poesía de su juego de presentimientos, nunca jamás se torna oración la poesía, oración de la verdad con validez de sacrificio, tan profundamente insertada en el genuino nombre de las cosas, que para el orante, encerrado por la palabra del sacrificio, vuelve a cerrarse la duplicación del mundo, que para él y sólo para él cosa y palabra logran nuevamente la unidad... Oh castidad de la oración, inasequible para la poesía y sin embargo, oh, sin embargo accesible a ella, en tanto en cuanto ella misma es sacrificada, superada y aniquilada”.
Hermann Broch, La muerte de Virgilio, Alianza, Madrid, 1989 (489 p.), p. 188.

LA TERCERA
“Ésta es la verdadera tragedia de la cultura, porque decimos de un designio que es trágico –a diferencia del que es triste o destructivo desde fuera- cuando las fuerzas destructivas dirigidas contra un ser brotan de las capas más profundas de ese ser mismo; cuando con su destrucción se consuma un destino, radicado en él mismo, que es el desarrollo lógico de la estructura con la que el ser en cuestión ha erigido su propia positividad. Pertenece al concepto de toda cultura que el espíritu crea algo objetivo independiente, a través de lo cual transcurre la evolución del sujeto desde sí mismo a sí mismo; pero con ello aquel elemento integrador, condicionante de cultura, está predeterminado para un desarrollo propio, que utiliza las fuerzas de los sujetos, los atrae a su órbita, sin por ello alzarlos a la altura de sí mismos: la evolución de los sujetos ya no puede seguir el camino que toma la de los objetos; al tomarlo, a pesar de todo, entra en un callejón sin salida o en el vaciamiento de su vida más íntima y propia”.
Georg Simmel, El concepto y la tragedia de la cultura.

COMENTARIO
Leyendo estas citas se piensa sobre Colombia y, lo peor, más que sobre la tragedia de la cultura, la tragicomedia de los intelectuales colombianos. He dicho.

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