23 de enero de 2006

CUADERNO DE CITAS-9

Juan Matías, de El payaso interior
y el Matías Aldecoa, de León de Greiff


* Especulaciones sobre la amistad e influjos entre Fernando González y León de Greiff
* Algunas citas para descubrir qué y cómo se leía en aquellos tiempos

Por Iván Rodrigo García Palacios

Ernesto:
Continuando con el juego de las especulaciones, reitero la especulación que te llamó la atención sobre las razones de Fernando González para no publicar El payaso interior, que yo atribuyo, entre las muchas otras, a que ese librito carecía del hermetismo, que no del valor, que él ya había alcanzado en Pensamientos de un viejo y con el que cubrirá progresivamente su prosa y poesía en adelante y hasta el final.

Ya había especulado yo en anterior escrito que ese hermetismo podría haber tenido conexión con la juvenil amistad entre Fernando González y León de Greiff, en aquella época germinal de Panida, cuando ya los poemas de de Greiff eran casi un manual de hermetismo, como antes los cité, e hice conexiones y recomendaciones de leer a los LECTORES LUDI.

Pues bien, siendo, El payaso interior, un texto sin publicar y sin edición alguna por parte de su autor, publicado sólo ahora en su estado natural por tu afectivo esfuerzo, es obvio que en la libreta están escritas las cosas tal y como se le ocurrieron a Fernando González, a saber, como fuente o fundamento para su posterior edición y publicación.

Bien y abundantemente demuestran sus libros que ellos nacen de la trascripción intencionada de lo escrito en las libretas que el mismo Fernando González se atribuye a sí mismo o a algunos de sus personajes o heterónimos, como bien lo dices.

De ahí que yo piense que Fernando González renunció a publicar los dos posibles tomos de El Payaso interior, porque, al publicar Pensamientos de un viejo, sintió, algo así, como un "ya no es lo mismo" (demostrarlo es materia de un verdadero estudio crítico).

Pero, ahora y gracias a ti y quienes participaron en el empeño, los lectores podemos leer aquella semilla que quedó congelada y hacer, por ejemplo, especulaciones como las que me entretengo en hacer.

Una de ellas, es relacionar al Juan Matías, de El payaso interior, con el Matías Aldecoa, de la obra poética y en prosa de León de Greiff, y aprovechar este CUADERNO DE CITAS para explorar la presencia de esa amistad en los escritos autobiográficos que el poeta publicó con el título de Prosas de Gaspar, en los apartes que corresponden a la época de publicación de El payaso interior.

¿Cuál de aquellos nombres corresponde a Fernando González?

Para ampliar ese panorama, incluyo algunas citas en las que León de Greiff menciona las lecturas y otras inquietudes estéticas, que seguramente compartía con sus amigos, al igual que algunas de sus ideas, filosóficas, metafísicas y esotéricas, que debieron influirlos mutuamente.

Por ello, les presento el siguiente CUADERNO DE CITAS, como las notas y fichas dispersas e inconclusas de un estudio y escrito mayor que, por ahora, me provoca vértigo.

PRIMERAS CITAS

Me atrevo a pensar que el amigo sin nombre de la página 45, de El payaso interior, por razones de conexión, puede ser el mismo Juan Matías de las páginas posteriores:

"Yo tengo un amigo que me afirma en mi destino siempre que él habla. De esa clase son los amigos necesarios" (p. 45)(1)

Así pues, que de Juan Matías dice Fernando González, en El payaso interior:

"Me atormenta terriblemente, escribe Juan Matías, la obsesión de inventar un pecado. Hace siglos que el vivir es una repetición, y día tras día se representa la misma comedia pese al hastío de los titiriteros humanos.
Cómo me enloquecen de placer aquellos libros que muestran que sus engendradores tuvieron el ansia de inventar un nuevo paisaje para sus ojos y una nueva visión para su espíritu" (p. 49)

Más adelante:

"La vecina de Juan Matías cuenta así la vida visible de éste: jamás llegó a tener un hábito. Unas veces salía de su casa a las 8 y otras a las 10 y otras a las 12, y otras no se le veía a ninguna hora. Unas veces salía cabizbajo y melancólico, ya alegre y precipitado... No se podía decir: Juan Matías es así o asá.
Admirada se quedó la vecina cuando le conté que Matías era hombre de profundas meditaciones. Ella creía que los grandes pensamientos producían grandes obras.
Yo le dije: al contrario. Los grandes compresivos son ociosos. El que ve los cuatro lados no se decide por ninguno. Alejandro y todos los activos vieron y ven un lado solo. Ver la vida plenamente. Eso es necesario para la acción. Ver la vida redonda como una naranja, ese es gran pecado que conduce a la arrogancia. Admirada quedó la rubia vecina al oír estas razones. Era sutil y agregó a guisa de comentario o glosa. De tal suerte que el hombre que se enamora, es porque no ve sino una mujer. El que las ve a todas no se enamora de una...
Es usted una muchacha con quien se puede departir, terminó el autor de estas líneas". (ps. 53 y 54)

Y, más adelante, otra vez, el amigo sin nombre:

"He conseguido algo de más valor que un tesoro: es un amigo de mi mismo temple. Conversando con él es la vida ante mis ojos un mar apaciguado" (p. 55)

Y, enseguida:

"Me escribe Matías que ahora se ocupa en dormir sobre dura tabla y en escribir un libro de blasfemias". (p. 55)

Para los interesados, en la página 103, pueden leer un breve diálogo entre Juan Matías y Juan de Dios.

SEGUNDAS CITAS

Los amigos Panidas, según Gaspar von der Nacht:

"Parlaba, numeroso y cordial, caudal y apostólico, en los "aquelarres" que apodaban (sabbáticas tenidas, ágapes o tertulias) y que ellos usaban congregar con múltiples fines non sanctos o inocentones, en los nada babilónicos jardines o por las avenidas que bordeaban el riecillo -cuando la luna malva y rosa, en la noche azúlea-, o en el aposento de Cornelio Rufo Pino, o en el estudio o taller de Mosén Canijo, o en las "oficinas", como le llamaban al glorioso desván -asiento de la redacción de la revista-, cuando no en ágora pública o en el antedicho cafetín homildoso, verdadero centro de sus excéntricas andanzas, y sede habitual del Maestro Malaquita, sabidor y protervo, corrosivo y crisostómico -de Añeja Guardia-, de Farina, aquilino, y, para las plebes, enigmático -de la Guardia Joven-, y de Fortunato -alma clara como sus ojos infantiles, genio oteante y lápiz buido-, de Master Xovica, pergeñador de agudos aforismas, paradojal poeta-, buzo y nauta de selvas y paludes ogaño-, y de von Pfeife, músico malogrado, tañedor de laúd que aterrizó en urdidor de Baladas truculentas" (ps. 212 y 213) (2).

De los participantes en el grupo o grupetto "de "Panoplia", revistícula de "literatura y arte", como de ella rezaban los preventivos", advierte Gaspar:

"Eludo yo -Gaspar- aludir a todos y cada uno de los del grupetto, que no a todos conocí. Acaso fuera curioso interpolar un RETORNO AL CAFETÍN, en sonetos, facturados por Matías Aldecoa pocos años después, y donde van enumerados, magüer por modo sucinto" (pie de página, p. 213).

Matías Aldecoa, según Gaspar von der Nacht:

"(...)Bardo inédito por esos idus más que hoy: charlador infatigable como infatigable rimador de fantasías humorísticas y burlescas, y famoso fabricador de humo de su pipa y de su caletre; doñeaudor fervoroso, y buen amigo de Baco, el de las viñas" (p. 213).

Pero, más adelante, agrega:

"Recuérdese que Gaspar, Leo y Matías considerábanse tres en uno como cierto aceite" (pie de página, p. 214).

CITAS: CRIPTOLECTURAS

De las lecturas y de las charlas sobre literatura, música y otros asuntos graves, según Gaspar von der Nacht:

"En la taberna si parloteabamos, y, naturalmente, de libros y de poesía. Naturalmente, porque los tres andábamos, en esas kalendas, por los cerros de Ubeda de la literatura, o similares. Parloteabamos de libros. Libros raros -raros pero interesantes- y de libros interesantes. Y parloteabamos de poetas, ante todo de "nuestros" poetas. Es decir, de los caros a nuestra inteligencia y a nuestro corazón. Y de los músicos. De los magos de la música maga.
Yo, sencillo y un poco nefelibato, leía unas estrofas de Jaiyyám o de Firdussi o de Villon, acaso de Shelley, no sé... Tal vez la "Rima del Viejo Marinero", de Coleridge?
Y mis amigos dejábanseme venir con truculencias de ardua filosofía. ¿Swedemborg, quizá? ¿Novalis? Ya no recuerdo.
Y como una oración (pagana) o como un himno, -hubimos de balbucir nuestra adoración por el coloso de las Nueve y de los Diez y Siete y de las Treinta y Dos, y por el hondo cuanto suave Franz, el Cisne, y por el atormentado, trágico Schumann, y por el gnomo de Siegfried y Tristán, y por el mújik horrísono y el bárbaro, Mussorgsky... y por Claudio de Francia, el "químico de acordes".
Y nos enervábamos las flébiles almas con remotas armonías de abstrusos bardos, de abstrusas sofías, o con las luminosas creaciones musicales o con las nebulosidades impertinentes de nuestros personalísimos escolios y glosas a las metafísicas adoptadas, o por adoptar, o inadoptables...; de nuestros conceptos sobre toda cosa, toda idea, sistema o modo de forjar belleza o burilar dolor: paradojas desconcertantes (y poco profundas ni nuevas, las mías, vamos!) pero que resultaron embaidoras, cómo no, en ocasiones" (ps. 217 y 218) (3).

Un poco más adelante:

"Optaron mis amigos, mis fraternos amigos, por una especie de neo-helenismo trascendente y complicado, eso sí, cuyo "representativo" podía ser Goethe; mas yo seguía en mis trece, leopardiano y ultra-romántico, contagiado de balzacismo, de obermannismo, y aún de stendhalismo, como se solía ser -imagino- en los tiempos añorados (de mí, Gaspar), en los tiempos en que eran dueños de salones y de cabarets, esos que se decían Baudelaire, Villers de I'Isle-Adam, el germano Heine, Barbey d'Aurevilly, Petrus Borel, Gautier, magnífico y vacío (un poco), de Musset, Gerard de Nerval, Aloïsius Bertrand y Glatingny-, y en la estepa Púshkin y Liérmontov-, y, allá, en la metalizada y tocinesca Norte América, Edgar Poe, el trágico cantor y vividor de la locura y de todo lo eterno emocional, de todo lo vago y de todo lo persistente, el creador de los medrosos cuentos y de los etéreos poemas alucinantes..." (p. 218).

Pero... ¿quién es Zuláibar, que estudia e interpreta el fagot, así como pasa de anodinas a graves lecturas?, como puede leerse a continuación:

"Zuláibar, que atravesaba por una otra crisis de aburrimiento, solía distraerse dél con el comercio de deliciosas narraciones imbéciles, imbéciles un poco mucho (ma non troppo), en las que los cazadores y aventureros y en las que los gambusinos y léperos, a más de los siouxs y comanches y de natura bravía, hacían el juego para el tonto relato y anodino.
Luego, para disfrutar del contraste -imagino- [(ya en otra de sus crisis dióle -¿recuerdas, Juan Cristóbal?-, dióle por el fagot, por el estudio del fagot y en el Conservatorio de Lyon. Mas no estudió mucho, conjeturo, ni menos aprovecharía lo estudiado allí, con lo cual hubo de resultar un verdadero Sade o Torquemada de sus vecinos de aposento en el calmoso puebluco adonde fue a parar después de mil y otra vagabunderías. Colegiráse por lo apuntado que no dejo Zuláibar su afición al fagot: decorativo instrumento ese fagot, con su apariencia de fabulosa pipa enorme!, de la que surten esplendentes resonancias nasales al infatigado conjuro del soplar. ¿No habéis oído atenciosos, oh amigos, atenciosos, en superficial recogimiento, la emisión voluminosa y palatina del fagot? Desventurada estirpe la vuestra, oh amigos, si de tal deliquio no habéis gozado... Y fue aprendiz de fagot, dióle por el estudio del fagot, ya solo y en su puebluco: de esa la voz nasal y palatina lenguas innúmeras hacíase Zuláibar, como de su aprendizaje harto doliéronse nuestros oídos, salvo cuando -oh, cuánto más tarde!- ya ejecutaba (y no quiero sugerir otra cosa) trozos del arcangélico concierto mozartiano)] dábase una inmersión en las ingentes óperas literarias- y aún las diminutas- donde encontraba tan bellas cosas, tan lindas perversiones y acerbidad tamaña. Se curó -digo- y casi totalmente, de ese su mal (la intraducible angustia inmotivada de los adolescentes tocados del estigma metafísico) cuando por vez primera leyó Crimen y Castigo de Dostoievsky, -pues le resultó la situación de Rodión muy más violenta que la suya propia, ya que su crimen era apenas un delito íntimo, en que lo asesinado esta sólo una parte de su Yo la parte alígera, icárea-, que él cercenó de soslayo, esa vez en que todo era irradiante (la naturaleza, las cosas pequeñinas y la jugosa vida) pero en que él rezumaba el más absoluto, el más ilógico y absurdo de los desencantos.
De esa aventura sobraron canciones.
Después, de casi todas las demás aventuras le sobraron, le sobraron canciones para tirarlas como margaritas" (p. 219)

Así eran las noches de amistad, disertaciones y bebida, de Gaspar de la Noche y los amigos:

"La noche toda hémosla pasado en el Café, bebiendo.
(...)
Y bebimos tontamente (¿tontamente?) los cuatro, cinco amigos que éramos: Texeira; tú, Mario Marini; tu Rufo de Omaña; tú Fortunato, y yo, Gaspar de la Noche.
Bebimos, disertando (¿disertando?) disertando, vacíos (¿vacíos?), acerca de todos los tópicos imaginables, de los no imaginables, y de otros, aún.
Dábamos -eso sí- preferencia a motivos de poesía y de estética-, ¿y de ética- y de ática -y de estática?
Estoy por creer -temeroso- que de estáticas y de estéticas y de éticas y de áticas y de metafísicas y de metapsíquicas.
Comentamos, presumo, "Bárbara Charanga", aquel libro, todavía inédito, de don Lope de Aguinaga; breviario de malicias y de intransigencias -el libro-, y carcaj de acedos venablos y de buídos estiletes, para ejemplario de la Bestia.
E hicimos de Aristarcos y de Arquílocos criticantes, o de Zoilos, en algún compás de la barabúnda, trifulca, batahola o guazábara verbal.
De lo que sí ando seguro es de haber exhibido y visto exhibir -desnudas- o, peor, a medio vestir-, las almas nuestras, como ellas son, vanidosas, como ellas son, hirsutas... Singularmente, vanidosas" (p. 222)

O, para contar de cómo se leía:

"Tintinea la lluvia en los cristales de tu jaula, mientras los ratoncillos grises, ratoncillos de biblioteca, sacan jugoso provecho y lucro del comercio con los libros: lo que ni tú ni yo, ni el otro, jamás conseguiremos, ni a tal cosa aspiramos, carísimo Aldecoa: lo que nunca obtendremos, pues de nuestras lecturas -deliciosamente al azar- ¿qué otra opima cosecha nos queda, distinta de la nugacidad de haber leído un libro más, y de la melancolía de tener -para gozarlo, para la primicia de gozarlo, de degustarlo, de poseerlo- un libro menos?" (p. 223).

Y, para dar por terminadas, por hoy, estas citas... ¿Cuándo son de mayor fertilidad las lecturas y los poetas?:

"¡Oh Gaspard de la Nuit! ¡Oh Aloïsius Bertrand! ¡Oh Lautreamont! ¡Oh Chants de Maldoror! tan amados vosotros (y el loco Blake! y Coleridge!) en la adolescencia, en la juventud, y aun en la madura edad, pero más en los albores de la juventud, casi en la pubescencia, cuando apunta el bozo y empieza a clarinear el gallo y a rastrillar los espolines..." (p. 228).


En fin, dejo a tu gusto y el de los LECTORES LUDI, el ir llenando los vacíos de mis especulaciones e hipótesis descabelladas, que si bien no cambiarán para nada la historia, por lo menos proponen otra y divertida forma de leer a los propios maestros, igual, pero que sin temor ni inferioridades, hacen los lectores, los estudiantes y críticos, en otros países en los que el ocio productivo si es rentable.

O, por otra parte, una invitación a mirar de otra manera, pues bien se sabe que no todo es lo que parece. ... lo mismo digo de todo lo dicho.

Cordial saludo,
Iván Rodrigo.

NOTAS
(1) Todas las citas corresponden a: Fernando González, El payaso interior, Rescates, Fondo Editorial Universidad EAFIT, Medellín, 2oo5 (104 ps.)
(2) Esta y las siguientes citas corresponden a: León de Greiff, Prosas de Gaspar, Obras de León de Greiff, tomo II, Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, Procultura, Bogotá, 1986
(3) Esta y las siguientes citas corresponden a: León de Greiff, Prosas de Gaspar, Obras de León de Greiff, tomo II, Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, Procultura, Bogotá, 1986

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