24 de abril de 2007

LECTOR LUDI-ALQUIMIA DE LA LECTURA-Bajo el volcán y

Cien años de soledad

Capítulo 1

Gabriel García Márquez: La literatura como secreto

Desde las entrañas de Bajo el volcán

a Cien años de soledad

"En el que deben traslucirse los rastros -tenues pero no indescifrables- de la "previa" escritura de nuestro amigo".

Jorge Luis Borges, Ficciones.

Por Iván Rodrigo García Palacios

Si alguna cosa aprendí en todos mis años de lecturas, es que en la literatura nada es literal ni inocente. Todo significa lo que significa... y, además, puede significar infinidad de otras cosas.

Por esa razón, lo que voy a contar a continuación se interpreta como se interpreta o como se quiera interpretar.

La anécdota de ese viaje en autobús que hicieron Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes y que éste contó en el homenaje a Gabriel García Márquez en Cartagena, ya leída del texto que escribió para la presentación de la edición especial de Cien años de soledad, por la RAE, en la que, además del cuento, se lee, en el párrafo anterior, hace una referencia a Kafka y a lo kafkiano del asunto y, a continuación, pasa a contar su posterior viaje a Europa, estoy seguro que, bien mirada en el contexto, deja de ser un simpático cuento para pasar a convertirse en una extraña clave sobre el momento en el cual, se supone, Gabriel García Márquez fue golpeado por un rayo sobrenatural que lo iluminó para escribir de un sólo tirón y por catorce meses continuos, Cien años de soledad.

Esto fue lo dijo Carlos Fuentes:

"Recuerdo estos viajes porque en uno de ellos Gabriel García Márquez se transformó. Lo miré y me asusté. ¿Qué había ocurrido? ¿Nos habíamos estrellado contra un implacable autobús de la línea México-Chilpancingo-Acapulco? ¿Nos habíamos derrumbado por los precipicios del Cañón del Zopilote? ¿Por qué irradiaba una beatitud improbable el rostro de Gabo? ¿Por qué le iluminaba la cabeza un halo propio de un santo? ¿Era culpa de los tacos de cachete y nenepil que comimos en una fonda de Tres Marías?

"Nada de esto: sin saberlo, yo había asistido al nacimiento de Cien años de soledad -ese instante de gracia, de iluminación, de acceso espiritual, en el que todas las cosas del mundo SE ordenan espiritual e intelectualmente y NOS ordenan: "Aquí estoy. Así soy. Ahora escríbeme".

(Carlos Fuentes, Para darle nombre a América, homenaje, Cien años de soledad, edición conmemorativa, RAE, 2007, p. XIX).

Son ya varias las versiones tanto del propio Gabriel García Márquez como de otros, sobre ese momento extraordinario y mágico, las qué y cómo se sabe, más que servir para esclarecer, se las usa para despistar, dar tema, crear polémica, poner a los periodistas y críticos -tan serios ellos- a precisar las fechas exactas del Génesis bíblico y del fin del mundo. O, simplemente, para mamar gallo y ocultar la verdad, que es la que mejor se corresponde, tratándose de Gabriel García Márquez.

Pero, esta anécdota, dadas las circunstancias, personajes involucrados, la ocasión y la íntima relación de Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, no es ni inocua ni casual, tiene todos los elementos para ser más que eso:

Es un guiño o un acuerdo secreto entre ellos dos para mostrar una pista o clave de un verdadero misterio:

La verdad sobre el momento del “nacimiento” de Cien años de soledad.

Como yo lo veo, mi conjetura, mejor, mi hipótesis descabellada:

Ese momento extático de transformación, según lo cuenta Carlos Fuentes, ocurre en una carretera que corre por las vertientes del "volcán", mejor dicho, "el nacimiento" de Cien años de soledad se sucedió a la sombra oculta, mágica y cabalística de "los dos volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl", que son los mismos protagonistas telúricos de Bajo el volcán.

¿Será coincidencia, o no? Lo cierto es que, también y, al poco de ingresar en el primer capítulo de Bajo el volcán, si inicia una interminable serie de correspondencias que conectan la anécdota, Cien años de soledad y Bajo el volcán.

La primera correspondencia, por supuesto la del autobús:

"[...] cuando el autobús Tomalín-Zócalo, pequeño y repleto, pasó traqueteando a su lado colina abajo, rumbo a la "barranca", antes de iniciar el ascenso a Quauhnáhuac".

(p. 27, Malcolm Lowry, Bajo el volcán, Tusquets, Barcelona, 1997).

Y, por supuesto, como también lo dice Carlos Fuentes, "Recuerdo estos viajes...", porque a Geoffrey Firmin, el Cónsul; Yvonne, Hugh, los personajes de Bajo el volcán, también les ocurren cosas extraordinarias durante sus viajes en autobús a Tomalín y Parián (el lugar de la muerte).

Además, está la carta en la cual Malcolm Lowry le cuenta a Ronald Paulton, su kafkiano viaje a México en 1945.

La segunda correspondencia, más asombrosa y realísticamente mágica que la anterior. Se pregunta Carlos Fuentes:

"¿Nos habíamos derrumbado por los precipicios del Cañón del Zopilote?".

¿Coincidencia de coincidencias? Malcolm Lowry había escrito en el prólogo para la edición francesa de Bajo el volcán, de 1948:

"Después de dejar el Casino de la Selva, M. Laruelle se encuentra frente a la barranca, que juega un gran papel en la historia, y que es también el precipicio, ese maldito abismo que se abre en la actualidad entre todo hombre honesto. La barranca es también, simplemente, y según el gusto del lector, la cloaca" (BV: p.14).

Hago la necesaria y también importante aclaración, para el asunto que trato de demostrar, que barranca también significa cañón.

Pero, ¿las coincidencias? se van haciendo aún mayores, asombrosas y portentosas:

La carta que Malcolm Lowry le escribiera al editor Jonathan Cape desde México, el 2 de enero de 1946, justificando que se hiciera la publicación de Bajo el volcán sin recortes ni modificaciones.

Esa carta es prácticamente una cartilla sobre cómo Malcolm Lowry escribió Bajo el volcán, pero también, una cartilla de cómo leerla.

Por esa razón, la carta ha sido incluida en muchas ediciones a manera de prólogo de la novela y, nada incierto que, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, la hubieran leído y se hubieran lucrado de sus instrucciones sobre cómo debe escribirse una novela.

Pero, lo importante en este momento, es que, en un aparte de la carta, Malcolm Lowry le escribe a Jonathan Cape sobre el significado de otra carta. Una carta al interior de la novela, la carta que el Cónsul había escrito para Yvonne, pero que no le envía. Carta que M. Laruelle se encuentra, hacia el final del capítulo I de Bajo el volcán, entre las páginas del libro que el Cónsul le había prestado:

"[...] el volumen de teatro isabelino que M. Laruelle ha perdido dieciocho meses atrás y aparece el tema de Fausto"

(p. 41, Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, Barcelona, 1984).

Más adelante, Malcolm Lowry, agrega, sobre ese punto de correspondencias que estoy tratando de demostrar, lo siguiente:

"Laruelle quema la carta del Cónsul y ese acto está balanceado poéticamente por el vuelo de los zopilotes ("como papel quemado que flota sobre una hoguera") al final del capítulo III y también por el incendio del manuscrito del Cónsul en el sueño agonizante de Yvonne en el XI"

(p. 42, Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, Barcelona, 1984).

Sobre el sueño agonizante de Yvonne en el capítulo XI, se mostrará más adelante otra portentosa correspondencia.

Por el momento, es necesario explicar, también, el por qué de la referencia a Kafka y el motivo kafkiano de esos viajes que Carlos Fuentes anota en su discurso.

"[...] íbamos por carretera a Acapulco, donde Gabo tomaba un vapor inglés de la P. and O. (homenaje a sin duda a su admirado Somerset Maugham) y viajaba a Panamá, obtenía su visa y regresaba a México".

(p. XIX, Carlos Fuentes, Para darle nombre a América, homenaje, Cien años de soledad, edición conmemorativa, RAE, 2007,).

Pues bien, el asunto se explica al leer la otra carta de Malcolm Lowry, la que le remite a Ronald Paulton desde Canadá el 15 de junio de 1946, para informarle de los sufrimientos que le hicieron padecer durante su visita de 1945 a México y, al mismo tiempo, recuerda algunos sucesos de su anterior permanencia en el país, sobre su frustrado viaje a Panamá

"[…] en un barco de la Panamá Pacific Line, desde Acapulco".

(p. 74, Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, Barcelona, 1984. La carta completa; pp. 71 a 102).

La sorpresa es mayor, allí están las correspondencias entre lo que Malcolm Lowry vivió en sus dos épocas en México y lo que cuenta Carlos Fuentes como una anécdota de lo que, presuntamente, les ocurriera a él y Gabriel García Márquez.

Se me escapa, por el momento, la relación y "la culpa" que con todo lo anterior pueda tener esto que también dice Carlos Fuentes:

"[...] los tacos de cachete y nenepil que comimos en una fonda de Tres Marías".

(p. XIX, Carlos Fuentes, Para darle nombre a América, homenaje, Cien años de soledad, edición conmemorativa, RAE, 2007,).

Pero, de alguna forma, esa fonda de Tres Marías, debe corresponderse con algún lugar de Bajo el volcán.

De todas maneras, el cuadro ha sido completado, todos lo códigos se corresponden: Viajes, autobús, cañón o barranca y, al fin, los zopilotes... la clave del criptograma puede ser descifrada, el mensaje secreto puede ser leído:

Nada más claro: Bajo el volcán (publicada en español en 1947) fue escrita por Malcolm Lowry (1909-1957), bajo la influencia de la Cábala, la magia negra, la alquimia, en fin, de cuanta doctrina ocultista o esotérica le cayó a Lowry bajo los ojos.

La mejor información sobre el asunto de Lowry y la Cábala, está en: Perle S. Epstein, El laberinto privado de Malcolm Lowry, Monte Ávila, Caracas, 1975.

Ya leí: Guillermo Samperio, Muerte y alquimia en Cien años de soledad, bastante ilustrativo, pero se queda muy corto.

El tema de la alquimia y el ocultismo en Cien años de soledad y de las obras posteriores de Gabriel García Márquez, está pendiente de ser explorado.

Como sea. No es propiamente el asunto de la alquimia y el ocultismo el que a continuación quiero descifrar, mi ambición va mucho más allá: me interesa establecer las conexiones y las correspondencias entre Bajo el volcán y Cien años de soledad.

Para empezar a contar mi cuento bajo esa perspectiva, se me ocurre pensar que más que el propio Melquíades, como han explorado algunos críticos, es todo Cien años de soledad el que le debe a la "alquimia y al ocultismo", más de lo que se cuenta.

Porque, lo que aquí sí aparece, es el poder transmutador de una alquimia literaria que, como todo lo de la literatura, toma materias de "aquí y de allá" para realizar la "Gran Obra", el "Opus Magnum", la obra maestra.

Para ser más exactos, es más lo que Gabriel García Márquez y Cien años de soledad, le deben a Malcolm Lowry y a Bajo el volcán que a la alquimia. Y, ese es un asunto que a nadie se le ha ocurrido mencionar... hasta este momento.

Así las cosas y como en la literatura nada es inocente ni absoluto, me atrevo a proponer mis hipótesis descabelladas y que quien tenga algo que decir, que lo diga:

El "realismo mágico" de Cien años de soledad, es la síntesis alquímica y maravillosa de variadas materias. Quizás las más importantes de esas materias son: el "realismo del delirium tremens" de Malcolm Lowry en Bajo el volcán; el "realismo surrealista" de Luis Buñuel en el Ángel exterminador y Nazarín, películas realizadas por la época de Gabriel García Márquez en México; el "realismo rulfiano" en Pedro Páramo y El llano en llamas y, por supuesto, ese "realismo mágico rural" que se manifestaba en el cine mexicano de los primeros años sesenta.

Esos términos de teoría literaria que apenas estaban siendo bautizados por los críticos académicos para 1962, cuando Gabriel García Márquez llegó a México, eran, en ese momento, la sustancia esencial que influía en el ámbito cultural y artístico mexicano. El de los escritores, pintores, cineastas, ensayistas, etc., con los que él se relacionó y que lo acogieran con la exaltada hospitalidad, de la que han dado buena cuenta tanto los protagonistas como los estudiosos de su vida y obra.

Así que, no es descabellado afirmar que Gabriel García Márquez conoció, en el más íntimo sentido, todas esas materias y muchas otras obras conectadas por esa sustancia esencial con la que se buscaba crear un propio "realismo latinoamericano". Sustancia que, también y con toda seguridad, Gabriel García Márquez fue sintetizando en sus propios escritos: cuentos y guiones de la época.

Al escribir para el cine, Gabriel García Márquez, debió descubrir los secretos de la reescritura, esa que consiste en reescribir un texto literario propio o de otra persona para convertirlo en soporte con el cual y a partir de cual se realice una película.

Algo similar a lo que ocurre en el periodismo, cuando el periodista escribe, a partir de lo que otros le cuentan y lo que él ha visto, para crear su propia noticia, crónica, reportaje, o lo que sea.

En literatura a este proceso de reescritura se le conoció, en tiempos ya remotos, con el término de palimpsesto, cuyo significado, en el sentido original de su definición era:

"Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente".

Hasta que los filósofos de la literatura, el texto y la lingüística, así como los teóricos y críticos literarios comenzaron a tratar de desvelar los secretos y misterios del texto literario y, a partir de allí, inventaron mil y una maneras para denominar aquello que se hace cuando se escribe tomando como modelo un texto o ideas de otra persona para escribir un texto nuevo, original y propio.

Algo así como lo que dijo Jorge Luis Borges de Pierre Ménard, en Ficciones: un texto

"En el que deben traslucirse los rastros -tenues pero no indescifrables- de la "previa" escritura de nuestro amigo".

Y, ese descubrimiento debió fascinar a Gabriel García Márquez, junto con todo lo nuevo que debió aprender con Carlos Fuentes y, quiénes más, sobre eso que ahora llaman intertextualidad o cómo quiera que eso se llamara en esa época o cómo se llame ahora. Ese algo sobre lo que Carlos Fuentes ya tenía conocimiento y experiencia narrativas desde antes de conocer a Gabriel García Márquez.

La fascinación debió ser portentosa, porque, a partir de allí, Gabriel García Márquez, ya pudo montar su retorta alquímica para someter a transformación todos los materiales de su imaginación; los de su memoria y las pulsiones de su subconsciente, todo ello, para ser mezclado y combinado con la acumulación de los materiales literarios de su memoria de lector incontinente y, así, crear una nueva y original obra de conexiones, correspondencias, nexos, proyecciones y profundidades, inconmensurables, cuyo resultado fue Cien años de soledad... (Novela considerada paradigma por los posmodernos intertextualistas).

Desde luego, de todo lo que Gabriel García Márquez ha escrito después, ya más con deliberada consciencia de materia y con labor de orfebre intertextualista, en El otoño... La crónica... El amor... Del amor... Memoria de mis putas tristes. Que, si se les mira bien, con exceso posmodernista.

Considero que, los primeros y previos ensayos de ese método, Gabriel García Márquez, los realizó con los cuentos del libro Los funerales de la Mama Grande y que, finalmente, en el cuento que le da título al libro, encontró ese otro elemento fundamental y monumental que hace de Cien años de soledad la maravillosa y exclusiva lectura que es: el tono.

Como desconozco estudios de esa intertextualidad sobre las narraciones anteriores a Cien años de soledad, mejor prefiero callar.

Mejor me concentro en mi cuento.

Si se piensa en que toda la teoría literaria del siglo XX se dedicó a esclarecer hasta los nimios detalles y misterios de los textos de las obras literarias y que algunas de ellas llegaron hasta la exageración de afirmar que toda la literatura no era más que una reescritura, es posible, en alguna parte, hacer una transacción a medias y repartir por partes iguales y significativas para afirmar que, en toda obra literaria, se sintetizan elementos de esa literatura, en general y de algunas obras específicas, en particular.

Entonces se puede preguntar, ¿cuál o cuáles son las obras literarias específicas que en mayor o menor sustancia, sirvieron a Gabriel García Márquez como palimpsesto, materia a sintetizar, en Cien años de soledad?

Ese es un trabajo al que le han gastado tiempo y esfuerzos los críticos desde el mismo momento en que la novela se volvió famosa: que William Faulkner, que Rebeláis, que Hawthorne, que Dos Pasos, y, en fin, que muchos otros. La lista crece cada día y, ahora, conmigo que le agrego otra más con mis hipótesis descabelladas.

Nadie que yo sepa, ha mencionado a Malcolm Lowry y su novela Bajo el volcán, obra de culto y reverencia en México para la época mexicana de Gabriel García Márquez. Novela a la que se le han reconocido sus evidentes materiales y sentidos cabalísticos, alquímicos, esotéricos, herméticos, etc., como ya lo dije antes.

Es por ello que me atrevo a afirmar, como ya también lo dije antes, que esa nueva fiebre alquímica y esotérica de Gabriel García Márquez (la anterior se remonta a Barranquilla y al catalán, Ramón Vinyes), le fue contagiada por Malcolm Lowry y su novela Bajo el volcán. Esa conexión es muy fácil de afirmar, baste con pensar en las convergencias:

Como bien me lo dijo Gustavo Arango en nuestro intercambio de correos electrónicos sobre el tema del origen de Melquíades y su relación con Clemente Manuel Zabala:

"Creo que hay aspectos de Melquíades que se identifican con la figura del maestro, pero me parece que el personaje le debe más a las lecturas sobre alquimia y ocultismo que García Márquez estaba haciendo por los tiempos en que escribió la novela".

Ahora sólo hace falta que Gabriel García Márquez diga que esa fue la época en que leyó a Malcolm Lowry y a su novela Bajo el volcán, para que el círculo de la afirmación se cierre. Nada del otro mundo.

Lo que si está bien establecido es que Ramón Vinyes le habían recomendado y facilitado libros y lecturas relacionadas con esos temas, cuyos títulos no sería difícil averiguar.

Al fin y al cabo, él, conocedor de la España judía de Isaac Luria; la España al-Andalusa, de Salomón Ibn-Gabirol (Avicebrón); la España cristiana y cabalística de Raimundo Lulio que influye en el Renacimiento italiano a través de Pico de la Mirándola, Cornelio Agrippa y Jacob Böhme, quienes, a su vez, fueron punto de posterior convergencia para los hermetistas, alquimistas visionarios que les siguieron en la cultura occidental de los últimos cinco siglos.

Y, con ellos, también, los árabes, los griegos, los latinos, Petrarca, y Dante, las novelas de caballería y la poesía clásica española y el romancero y el Renacimiento, etc. (aquí es donde hay que introducir a Clemente Manuel Zabala y Gustavo Ibarra Merlano).

Todo ello materia reconocida, aceptada y legitimada, en la formación de Gabriel García Márquez, por él mismo y sus estudiosos.

Por la otra parte y, aun cuando falta el estudio completo de la alquimia y el ocultismo en Cien años de soledad y Gabriel García Márquez, la cosa es materia aceptada.

Sin embargo, sobre esto, es más lo que falta que lo que hay.

Como bien se sabe, Gabriel García Márquez, ha sido un maestro del ocultamiento, el mimetismo, el camuflaje, el disfraz, las máscaras.

Pienso que ello, si bien hace parte de los recursos, del repertorio y de las técnicas literarias, en Gabriel García Márquez podrían rastrearse otras motivaciones conscientes y subconscientes que involucran algunos aspectos oscuros de su personalidad y biografía, a partir de los cuales ha jugado a ocultar y descubrir, según su propia conveniencia.

Uno de ellos, el que explica Gustavo Arango frente al sentimiento que Gabriel García Márquez tenía sobre sus relaciones con los personajes, circunstancias y su propia historia, de sus épocas de Cartagena y Barranquilla.

En especial, los misterios y secretos, así como sobre sus deudas de formación y desarrollo intelectual en la época de Cartagena, expuestas por primera vez, pero con desafortunada intención, por Jorge García Usta.

Afortunadamente, retornadas a sus debidas proporciones y mejor informadas, por Gustavo Arango, en su libro: Un ramo de nomeolvides, García Márquez en El Universal, en el que expone los pormenores del trabajo de Gabriel García Márquez en ese periódico de Cartagena y sobre su vida social y cultural.

Ahora bien, se podría mirar un poco más adentro de las tinieblas interiores de Gabriel García Márquez y pensar que para él no debió ser fácil aceptar que, luego del éxito de sus primeros cuentos, publicados en El Espectador, los personajes de Cartagena le enrostrarán las evidentes influencias kafkianas en ellos y le llamaran la atención sobre sus vacíos intelectuales y literarios, clásicos y modernos.

Su orgullo y ambición debieron resentirse, al mismo tiempo que extasiarse, pues a pesar de ello, le reconocieron, en abundancia, su talento y capacidad, adoptándolo como protegido y discípulo, de lo cual obtuvo beneficios inmensos, en especial de parte de Clemente Manuel Zabala, Gustavo Ibarra Merlano y Héctor Rojas Herazo, a los que, desde entonces, si bien no les ha negado su reconocimiento, si les ha ocultado la debida gratitud por el inconmensurable valor de su deuda.

De ahí que piense que, ese mecanismo de ocultar/descubrir de su personalidad, también se ha instalado y opera en su escritura, razón por la cual, al intentar desvelar sus intertextualidades, antes que emprender la búsqueda de las similitudes y simetrías, también es necesario dirigir la exploración a establecer las diferencias y las asimetrías.

Por supuesto, tratándose de un interesado en lo oculto, la magia, la Cábala, lo esotérico, lo hermético, el secreto y el misterio, nada deleznables deben ser, también, la infinidad de alegorías inversas, bizarras y a contracorriente, que deben rondar por todas las páginas de sus obras.

Por todo lo anterior y por quién sabe cuantas cosas más, se requiere de un estudio autorizado y a fondo, si se quieren demostrar los diversos asuntos de mis dos siguientes hipótesis descabelladas:

La primera: Qué fueron, Malcolm Lowry y su novela Bajo el volcán, los que provocaron ese golpe sobrenatural que recibió Gabriel García Márquez "en el camino de Damasco" y del que Carlos Fuentes fuera testigo presencial, según la anécdota citada antes.

Sigo pensando que esa anécdota, más que un suceso real, es una clave hermética y cifrada de entendimiento entre Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes y qué será muy difícil que ellos la desvelen. Insisto, no hay literatura inocente ni inocencia en la literatura.

La segunda: Qué Bajo el volcán es, además, una de las obras literarias más sustanciales en la concepción, gestación y conformación de Cien años de soledad, bien por su influjo cabalístico, oculto, mágico, hermético, fácil de establecer, o bien, por sus relaciones de intertextualidad y palimpsesto, similitudes y simetrías, diferencias y asimetrías.

Como mí propósito no es el de desvelar todos esos misterios, me voy por la línea del menor esfuerzo y sólo propongo, a manera de ejemplo, hacer una comparación superficial de ambas novelas por el camino fácil, pues son muchas las conexiones y correspondencias que pueden encontrarse sin apretar mucho la coincidencia ni la similitud ni la alegoría.

Tal el caso de aquellas imágenes extrañas y maravillosas y los portentos que en Bajo el volcán se presentan en los sueños y delirios alcohólicos de Lowry/El Cónsul. Y que, en Cien años de soledad, son transmutados en los sucesos extraordinarios de la realidad macondina.

Pero aún más, muchas de esas imágenes, en ambas novelas, son motivo de interpretaciones alquímicas o cabalísticas: Flores o mariposas de oro o amarillas; diluvios de lluvias apocalípticas; invasiones de pájaros multicolores; personajes que ascienden o desparecen en cuerpo y alma; muertes extrañas o raras; olores, colores y aires que no son de este mundo; paisajes alegóricos, sobrenaturales o fantasmagóricos, etc., la lista sería motivo de una labor dispendiosa y merecida.

Sobre los paraísos y jardines en Cien años de soledad, ver las citas en el apéndice a este capítulo.

Sin embargo y más allá de estas presuntas coincidencias, es posible establecer conexiones y correspondencias, más sólidas y encontrar "parecidos" más sustanciales, en los cuales, más que imágenes y eventos dispersos, se puedan conectar amplios trozos de ambos textos como para hablar de palimpsestos o de intertextualidades o de amplios telones de fondo o de estructuras "parecidas".

O, "los rastros -tenues pero no indescifrables-", de la "previa" escritura de nuestro amigo", del Borges, ya citado.

Este sí que será un trabajo que requiere autoridad, esfuerzo y tiempo, pero por alguna parte hay que meterle el diente, por ejemplo y como ahora lo hago:

Estableciendo conexiones descabelladas, como las que se pueden verificar con sólo darle una rápida lectura al texto en cursiva con el que comienza el capítulo V de Bajo el volcán.

Y, compararlo con la descripción del viaje y descubrimiento de Macondo (pp. 34 y 35, edición RAE). Creo que, entre ellos, se establece más que un "parecido".

Claro que también existe ya una conexión mejor documentada de Macondo y Cien años de soledad con La casa de los siete tejados, de Nathaniel Hawthorne, como lo hace Carlos Rincón, refiriéndose a las lecturas de las novelas de Hawthorne que Gabriel García Márquez hizo junto con Gustavo Ibarra Merlano en los tiempos de Cartagena:

"Era como si Hawthorne, sus novelas, estuvieran de algún modo en Cien años de soledad".

(p. 95, Carlos Rincón, García Márquez, Hawthorne, Shakespeare, de la Vega & co. Unltd., Instituto Cara y Cuervo, Bogotá, 1999).

Continuando con Bajo el volcán y Cien años de soledad, no es ese el único ni el último "parecido"... Son numerosas y notables las correspondencias que, si se tiene la clave, es posible descifrar el código y desentrañar uno más de los palimpsestos que, me parece, se pueden encontrar escritos en los "pergaminos" de Melquíades y de Cien años de soledad.

Este trabajo ya lo han realizado los críticos literarios con sus obras posteriores: El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios.

Ahora bien, tienen que ser más que coincidencias o "parecidos", todas estas posibilidades de conexión y correspondencia. Como ya lo dije, hay que buscar al derecho y al revés, arriba y abajo, similitudes y diferencias, simetrías y asimetrías, en fin, lo visible y lo oculto.

La más evidente: las lecturas sobre "alquimia y ocultismo", precisamente de esa época. Esa fiebre se desató, en Gabriel García Márquez, con motivo de su lectura emocionada de Bajo el volcán y nada raro que hubiera sido Carlos Fuentes quien se la hiciera leer.

Las otras, más complejas: comparar los textos, como el que ya mencioné del capítulo V. O, mejor, todo el capítulo IX, de Bajo el volcán, que termina con la rulfiana imagen fantasmagórica del indio viejo que carga a la espalda un indio decrépito.

Que conste que los indios de Malcolm Lowry son anteriores a los de Juan Rulfo.

O, más allá, el capítulo X, en el cual

"El tema central de Lowry en esta etapa de su novela es el motivo de Tlaxcala. Pues esa ciudad es donde la magia tiene todavía vigencia".

(p. 186, Perle S. Epstein, El laberinto privado de Malcolm Lowry…).

O, más evidente, el final del capítulo XI, en donde Yvonne, como Remedios la bella, se eleva hacia las estrellas, como se muestra más adelante.

O, con un poco más de curiosidad y "racionamiento por abducción", empezar desde el principio, con el primer capítulo y lo que dice Perle S. Epstein:

"Este capítulo inicial presenta casi todos los temas y símbolos importantes del libro, pues es como una introducción a los sucesos del año pasado y una recapitulación de los mismos".

(p. 77, El laberinto privado de Malcolm Lowry…).

Para comenzar a establecer conexiones y correspondencias, tonos y atonalidades, paridades o disparidades, similitudes por el anverso y por el reverso, por ejemplo:

En Bajo el volcán, que se inicia el Día de los Muertos, en noviembre de 1939, se narran, en las doce horas siguientes, las vidas y los sucesos que condujeron a los personajes a su desenlace fatal, a través de sucesos en tiempo presente y por los mil y un recuerdos con los que ellos reconstruyen sus vidas y sus relaciones y que culmina en:

"[...] una erupción, aunque no, no era el volcán, era el mundo mismo el que estallaba, estallaba en negros chorros de ciudades lanzadas al espacio, con él (el Cónsul), que caía en medio de todo aquello, en el inconcebible pandemonio de un millón de tanques, en medio de las llamas en que ardían diez millones de cadáveres, caía en un bosque, caía..." (BV: pp. 414 y 415).

Simetría que se establece, por su parte, en Cien años de soledad que se inicia con un recuerdo y narra la historia de cien años de una familia y un pueblo, que ya fue escrita en unos pergaminos que se van escribiendo durante la narración, hasta cuando:

"Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico" (CAS: p.470).

Cataclismos estos que son las consecuencias y castigos para sendas transgresiones:

En Bajo el volcán, es el adulterio. En Cien años de soledad, es el incesto.

La memoria y los recuerdos son los motores que mueven y dinamizan las dos narraciones y con las que se inician los inexorables caminos de ambas tragedias.

En el primer capítulo de Bajo el volcán, M. Laruelle, recuerda:

"Cuanto había sucedido un día como hoy exactamente el año anterior parecía parte ya de una era distinta" (BV:p. 25).

La primera frase de Cien años de soledad:

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo" (CAS: p. 9).

Para los interesados en saber por qué se eleva Remedios la bella en cuerpo y alma. La explicación la tiene, otra vez, Malcolm Lowry:

"Las visiones de Yvonne en su agonía se asocian con sus primeros pensamientos a comienzos del capítulo II y también del XI, pero el final del capítulo prácticamente rebasa los límites del libro. Yvonne imagina ascender a las estrellas: una idea parecida aparece al final del libro de Julien Green, pero mi noción provine directamente del Fausto, donde Margarita asciende al cielo en poleas, mientras el diablo persigue a Fausto hasta el infierno. Yvonne imagina que viaja directamente, a través de las estrellas, a las Pléyades, en tanto que el Cónsul simultánea e incidentalmente se derrumba en los abismos".

(p. 61, Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, Barcelona, 1984).

La correspondencia en Cien años de soledad:

"Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.

-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.

Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse".

Extraña, para decir lo menos, es la anotación que Malcolm Lowry hace en su carta a Jonathan Cape, sobre una modificación al capítulo XII, que pareciera inspirada en la autobiografía de Teresa de Ávila, la que, a su vez, sirviera de motivo a Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), para su escultura Éxtasis de Santa Teresa, por la cual, se vuelven a conectar las dos novelas:

"[...] en 1944 sustituí con el pasaje "qué semejantes son los gemidos del amor y los de la agonía", otro que no era tan bueno".

(p. 62, Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, Barcelona, 1984).

Que ya no es ni asombroso encontrarle su correspondencia en Cien años de soledad:

"Se detuvo junto a la hamaca, sudando hielo, sintiendo que se le formaban nudos en las tripas, mientras José Arcadio le acariciaba los tobillos con la yema de los dedos, y luego las pantorrillas y luego los muslos, murmurando: «Ay, hermanita: ay, hermanita.» Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no morirse cuando una potencia ciclónica asombrosamente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad con tres zarpazos y la descuartizó como a un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de perder la conciencia el placer inconcebible de aquel dolor insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que absorbió como un papel secante la explosión de su sangre".

Los paralelismos y correspondencias podrían continuar sin fin.

Así que, por ejemplo, se me ocurrió buscar la correspondencia de los fusilamientos y me encuentro con que, en Cien años de soledad, no fusilan al coronel Aureliano y, si bien, son muchas las amenazas de fusilamientos, con las que por miedo se hace perder la razón a otros, sólo fusilan a Arcadio, a un trompetista, a un joven oficial y se habla de un fusilamiento anónimo que el coronel Gerineldo Márquez le permitió ver a José Arcadio Segundo.

Por su parte, en Bajo el volcán y en correspondencia, la única referencia a fusilamiento, es indirecta y se presenta cuando, M. Laruelle, recuerda el trágico destino de Maximiliano y Carlota en México:

"Maximiliano había sido desafortunado incluso en sus palacios, ¡pobre diablo! ¿Por qué tuvieron que llamar también Miramar a ese fatídico palacio de Trieste, aquel en que Carlota perdió la razón y donde todos los que en él vivieron, desde la emperatriz Isabel de Austria hasta el archiduque Fernando, perecieron de muerte violenta?" (BV: p. 35).

Las mismas muertes violentas por las que también perecieron muchos de los miembros de la familia Buendía que habitaron aquella casa.

Las comparaciones continúan, pero yo continúo leyendo de corrido el primer capítulo de Bajo el volcán para encontrar y asociar aquello que me suene, consonancias o disonancias, se me parecieran o no, a lo que recuerdo de mi lectura de Cien años de soledad.

Esto es una mínima parte de lo que encontré. Quien quiera establecer la comparación de citas que lo haga, ya verá que resulta muy entretenido e iluminador:

"Apenas nada sugería que allí llegaba tren, menos aún que se iba: Quauhnahuac" (BV: p. 28).

"[...] el campo de golf estaba desierto: amapolas amarillas y desgarradas se agitaban entre la espinosa vegetación marina. En la playa se extendían los restos de un bosque antediluviano entre los que sobresalían feos troncos ennegrecidos y más arriba un viejo y grueso faro abandonado. En el estuario había una isla en la que se alzaba un molino de viento como extraña flor negra, y podía llegarse hasta ella en bajamar montado en un asno" (BV: p. 38).

"Por el contrario, fue un hombre en extremo valeroso, de hecho, ni más ni menos que un héroe, que había merecido, por su notable gallardía al servicio de su país durante la última guerra, una codiciada condecoración" (BV: p. 52)

"Dadas las circunstancias, arrojarse no era tan malo como volar. Labrada en la cubierta de cuero marrón había una figurilla dorada y sin rostro que también corría y llevaba una antorcha semejante al largo cuello y la cabeza con el pico abierto del ibis sagrado" (BV: p. 56).

"¿Qué había producido la ilusión: el evasivo parpadeo de la vela unido a la mortecina, si bien ya menos débil, luz eléctrica, o tal vez una correspondencia, según le gustaba decir a Geoff, entre el mundo subnormal y lo anormalmente sospechoso?" (BV: p. 56).

"Mientras tanto, ¿me imaginas todavía trabajando en el libro intentando aún responder a preguntas tales como: existe una realidad última, externa, consciente y omnipresente, etc., etc., que pueda ser comprendida por cualesquiera medios aceptables a todos los credos y religiones, y que pueda adaptarse a todos los climas y países? ¿O acaso me imaginas entre Misericordia y Comprensión, entre Chesed y Binah (pero aún en Chesed) -mi equilibrio, y el equilibrio lo es todo, precario- oscilando sobre el horrible vacío infranqueable, la vía del todo indiscernible del rayo de Dios que vuelve al cielo?" (BV: p. 61).

"Hay un poeta frustrado en cada hombre, aunque en las circunstancias actuales tal vez sea buena idea fingir cuando menos que se está realizando la gran obra personal sobre la "Sabiduría Secreta" y entonces se pueda afirmar, si nunca se llega a publicar, que el título mismo explica esta falta".

"... Pero, ¡ay del Caballero de la Triste Figura!" (BV: 61).

"Una vez al año los muertos viven por un día" (BV: p.62)

"A veces, cuando veo el avioncito rojo de Acapulco que a las siete de la mañana vuela sobre las extrañas colinas" (BV: p. 62).

También quería encontrar un ataque pirata y algunas otras correspondencias, pero y de paso, sólo me encontré con esta expresión, la primera línea del segundo capítulo:

"¡Transportar un cadáver en el tren expreso!" (BV: p. 65).

Al fin de los fines, se encuentra otro pórtico, el de las correspondencias dantescas; aquel de la fatídica inscripción de las tragedias; aquel por el cual, el que así lo desee, podrá entrar pero nunca salir; ese pórtico que da acceso al territorio donde se encuentran los Jardines-Paraíso-Infierno por los que se conectan o contraponen Bajo el volcán y Cien años de soledad.

En Bajo el volcán y después de cruzar por todos los Jardines/Paraíso/Infierno, desolados unos, ilusorios los otros: el jardín del señor Quincey; el jardín arruinado de Geoffrey; las ruinas de Maximiliano; los jardines públicos; el paraíso canadiense; el jardín del Infierno, se llega al último pórtico o ¿morada? Y a su enigmática inscripción:

"¿LE GUSTA ESTE JARDÍN,

QUE ES SUYO?

¡EVITE QUE SUS HIJOS LO DESTRUYAN!"

(BV: p. 415).

La versión de esta misma inscripción que hace Malcolm Lowry en su carta a Jonathan Cape, presenta algunas diferencias que es bueno tener en cuenta:

“¿Le gusta este jardín?

¿Por qué es suyo?

¡Expulsaremos a quienes lo destruyan!”

(p. 63, Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, Barcelona, 1984).

Al cruzar ese último pórtico, la profecía se ha cumplido para Geoffrey Firmin, el Cónsul, quien, al fin, por ese jardín, el Jardín del Edén y sus atributos cabalísticos, ha desvelado su secreto, su camino de salida del infierno.

Pero, ¿qué significan los jardines para Malcolm Lowry? El mismo lo aclara en su carta a Jonathan Cape:

"Hay una clase de atributo de la palabra SOD que significa también jardín o jardín descuidado, según creo recordar, pues la Cábala es a veces considerada como un jardín, en el que se encuentra el Árbol de la Vida, relacionado por supuesto con aquel otro Árbol cuyo fruto prohibido nos permite el conocimiento del Bien y del Mal, y de nosotros mismos -la leyenda de Adán y Eva-".

(p. 42, Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, Barcelona, 1984).

La misma correspondencia, los mismos Jardines/Paraíso/Infierno, desolados unos, ilusorios los otros, que luego, los Buendía y Macondo, también habitarán y cultivarán, por cien años, siguiendo sus propios senderos hasta encontrar la salida final.

Que no se olvide que el jardín de la casa de los Buendía siempre fue un territorio sagrado y mágico, paraíso e infierno, gloria y decadencia, construcción y destrucción, tanto para la familia y sus personajes como para la novela en sí misma.

En el apéndice transcribo aquellos párrafos de Cien años de soledad en los que se menciona "paraíso" o "jardín", pues considero que son importantes para establecer las correspondencias y conexiones de sentidos, significados, estructura, tono, operación dramática, tragedias, etc., entre Bajo el volcán y Cien años de soledad.

Quien lo desee, como lo había dicho antes, se divertirá e iluminará si emprende la labor de buscar aquellos párrafos en los que, en Bajo el volcán, aparecen también: "paraíso" o "jardín".

En la literatura como en el arte, la imaginación del hombre es el universo: inabarcable. Así que, en algún lugar tengo que detener esta exploración y lo voy a hacer en el punto exacto en el que la rueda inicia su eterno retorno.

Esa rueda que había iniciado su giro en Bajo el volcán, como lo explicó Malcolm Lowry en la carta a Jonathan Cape:

"Afuera, en la oscuridad de la noche se mueve una rueda luminosa".

Continúa Malcolm Lowry:

"Se trata por supuesto de la rueda de la fortuna instalada en la plaza, pero también es, si no tiene usted inconveniente, muchas otras cosas: es la rueda de la ley de Buda (véase en el capítulo VII), es la eternidad, es el instrumento del eterno retorno, la recurrencia eterna, y es la forma del libro; o superficialmente puede verse simplemente en un sentido pura y evidentemente cinematográfico como un símbolo del retorno del tiempo que nos conduce hacia un año atrás y al capítulo II, y en ese sentido, si queremos, podemos considerarla como el resto del libro, a través de los ojos de Laruelle, como si fuera su creación".

(p. 42, Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, Barcelona, 1984).

La rueda retorna a su giro en Cien años de soledad, como si las instrucciones que escribiera Malcolm Lowry, fueran la guía por medio de la cual escribir la historia de cien años de una familia y un pueblo, cuya existencia estaba en la memoria de Gabriel García Márquez, pero cuya cartografía era necesario desentrañar de los ocultos y oscuros territorios en los delirios oníricos de Malcolm Lowry en Bajo el volcán.

La rueda de Cien años de soledad, es la misma pero distinta; es la rueda de la historia de la familia Buendía, la rueda de su destino:

"Cuando Aureliano se lo dijo, Pilar Ternera emitió una risa profunda, la antigua risa expansiva que había terminado por parecer un cucurrucuteo de palomas. No había ningún misterio en el corazón de un Buendía que fuera impenetrable para ella, porque un siglo de naipes y de experiencia le había enseñado que la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje".

Así no lo queramos, esa rueda ya no se detendrá, nadie podrá hacerlo, ni nadie podrá decir ni podrá ocultar la última palabra.

Por algo sería... Por algo, todo será como tiene que ser:

¡Paradoja de paradojas! Que de las oscuras y delirantes páginas de Bajo el volcán emergiera portentoso poder para servir de inspiración a la escritura de Cien años de soledad, novela de cataclismos bajo el sol, en donde la oscuridad corre por la sangre.

Para finalizar y completar el cuadro, en este texto me faltaba demostrar las conexiones y correspondencias con el viaje de Carlos Fuentes a Europa.

Como ya lo dije en la presentación, esa demostración la fundamentó Gustavo Arango, con posterioridad a su lectura de lo aquí escrito, al hacerme saber las condiciones actuales en las cuales se encuentra la correspondencia que intercambiaron Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez durante el proceso de la escritura de Cien años de Soledad.

Y, para purgar mis pecados, yo que no creo en que nada sucede por casualidad. Por hoy y sólo por dos veces, creo en que la casualidad si es posible.

Porque, siendo deliberado el que Carlos Fuentes, justo antes de contar la anécdota de él con Gabriel García Márquez, menciona a Kafka para conectar la kafkiana desventura de Lowry en México, con la situación de Gabriel García Márquez y encriptar, de esa manera, su referencia a Malcolm Lowry, a Bajo el volcán y a su conexión con “el nacimiento” de Cien años de soledad.

Esa mención se convierte ahora en una pura casualidad de especial significación, dado el hecho de que Kafka utilizó a Crimen y castigo como palimpsesto para escribir El proceso, tal y como ya lo demostró Guillermo Sánchez Trujillo. Tema que se comenta en otros capítulos de este libro y en mi Weblog:

http://lectorludi.blogspot.com/

Los que tengan ojos para ver que vean. Los que quieran creer y gozar de esta lectura alquímica que crean y sean LECTORES LUDI.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

- Carlos Fuentes, Para darle nombre a América, homenaje, Cien años de soledad, edición conmemorativa, RAE, 2007.

- Las citas de Malcolm Lowry, Bajo el volcán, han sido tomadas de la edición de Tusquets, Barcelona, 1997 (415 p.).

- Las citas de Malcolm Lowry, el volcán, el mezcal, los comisarios..., han sido tomadas de la edición de Tusquets, Barcelona, 1984.

- Perle S. Epstein, El laberinto privado de Malcolm Lowry, Monte Ávila, Caracas, 1975.

- Guillermo Samperio, Muerte y alquimia en Cien años de soledad, Memorias, XX Congreso Nacional de Literatura, Lingüística y Semiótica, Cien años de soledad 30 años después, U. Nacional, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, octubre 29, 30 y 31 de 1997.

- Otras citas de Cien años de soledad han sido tomadas de la edición digital de Libros Tauro.

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