21 de marzo de 2019

Cartas Abelardinas- 2




Spinoza (http://ciacentro.org.ar/node/2318)


Cartas Abelardinas- 2


En el Tratado de la reforma del entendimiento, Spinoza define el método como “conocimiento reflexivo, o una idea de una idea; y dado que no hay una idea de una idea a menos que haya primero una idea, no habrá método a menos que haya primero una idea” (Warren Montag, Cuerpos, masa y poder. Spinoza y sus contemporáneos, Tierradenadie Ediciones, Madrid, 2005, p. 23).


Medellín, jueves 21 de marzo 2019
Abelardo
La lectura de la Ética demostrada según el modo geométrico de Barush Spinoza es uno de los más fascinantes y asombrosos desafíos que un buen lector pueda enfrentar, por un lado, es arduo seguir, armar y comprender aquel laberinto de definiciones, proposiciones, axiomas, escolios, corolarios. Por el otro lado, la forma como Spinoza los remite entre paréntesis y atravesados en el texto como si de notas de pie de página se tratara con el fin de sustentar, complementar, esclarecer y demostrar los argumentos con los que va construyendo su pensamiento y con los que va dándole forma a esa estructura de demostraciones que es la Ética, un diseño original para el saber pensar que es necesario aprender a descifrar y a manejar para sacarle el máximo provecho, que no es poco.
Pero, una vez comprendido el meollo del asunto, en particular y en general, y con el apoyo de las otras obras del autor y de algunos y bien escogidos escritos de los buenos estudiosos de su vida y filosofía (de los que iré nombrando algunos), el perseverante lector se encontrará con la mayor alegría, o sea y según el mismo Spinoza, con una mayor potencia de su esencia y capacidad de actuar. Algo así como un lector spinoziano, que es aquel cuya felicidad es el la búsqueda del conocimiento.
Pues bien y para empezar a nombrar los lectores spinozainos prometidos. El francés Laurent Bove y su libro La estrategia del conatus. Afirmación y resistencia en Spinoza (1996, traducción al español de 2009), así como en sus otros ensayos sobre Spinoza ha realizado la lectura que yo hubiera querido hacer, me explico.
Para mi, la Ética demostrada según el orden geométrico, es, además de la exposición rigurosa del pensamiento de Spinoza con una escritura estricta y sin adornos, la guía para trazar un holograma conceptual como si se tratara de un cuerpo trasparente, pero vivo, al que se puede contemplar en su funcionamiento tanto interior como exterior y que, a su vez, construye una figura geométrica de gran complejidad y, me imagino, de asombrosa belleza.
Pero, si bien Laurent Bove no dibuja aquel holograma, si expone y explica el pensamiento expuesto por Spinoza en su obra como una guía para que el buen lector y el Lector Ludí construyan la imagen de esa figura geométrica, así sea imaginaria y a su imagen y semejanza.
Y, lo mejor, Laurent Bove ha hecho algo mejor, ha seleccionado y destacado de manera independiente aquellos asuntos fundamentales del pensamiento de Spinoza como si se tratara de bloques fundamentales para la construcción de aquel edificio conceptual y así cada lector realice su propio ensamble y construcción.
Y el asombro llega cuando al ir haciendo la lectura de Spinoza se van estableciendo los descubrimientos que Spinoza anticipó sobre la naturaleza humana y, en particular, sobre el cuerpo humano y los que las neurociencias y otras ciencias han venido esclareciendo. Y no solo eso, agregar también las propuestas que hizo para las otras ciencias, en particular, para las ciencias exactas y no pocas para las ciencias biológicas y humanísticas.
Por ejemplo, para las neurociencias. Antonio Damasio en su libro En busca de Spinoza se refiere a lo que el filósofo dice en su Ética sobre la naturaleza del cuerpo (E, II, Postulados), tal el que la mente es la imagen del cuerpo, así como afirma la la unidad indivisible de cuerpo y mente. Asuntos todos ellos que inspiraron sus investigaciones sobre las funciones del cerebro y sus consecuencias en la acción y comportamientos humanos.
Pero que sea el mismo Antonio Damasio el que lo diga con sus propias palabras tomadas de su libro En busca de Spinoza:
Considere el lector las palabras exactas de Spinoza: «El objeto de la idea que constituye la mente humana es el cuerpo», que aparecen en la proposición 13 de la parte 11 de la Ética. 22 La afirmación se escribe de otra manera y se complica en otras proposiciones. Por ejemplo, en la prueba de la proposición 19, Spinoza dice: «La mente humana es la idea o conocimiento mismo del cuerpo humano». En la proposición 23, afirma: «La mente no tiene la capacidad de percibir ... excepto en la medida en que percibe las ideas de las modificaciones (afecciones) del cuerpo».
Considérense, además, los siguientes pasajes relevantes, todos ellos de la parte II de la Ética:
a) El objeto de la idea que constituye la mente humana es el cuerpo, y el cuerpo tal como existe realmente ... Por lo cual, el objeto de nuestra mente es el cuerpo tal como existe, y nada más ... (De la prueba que sigue a la proposición 13.)
b) De esta forma comprendemos, no sólo que la mente humana está unida al cuerpo, sino también la naturaleza de la unión entre mente y cuerpo (y)
c) ... con el fin de determinar si es que acaso la mente humana difiere de otras cosas, y si acaso las sobrepasa, es necesario que conozcamos la naturaleza de su objeto, es decir, del cuerpo humano. Cuál sea su naturaleza, no soy capaz de explicarlo aquí, ni el que yo lo hiciera sería necesario para la prueba de lo que propongo. Sólo diré generalmente que en la misma proporción en que cualquier cuerpo dado es más capaz que otros para realizar muchas acciones o recibir muchas impresiones de una vez, también lo está la mente, de la que es el objeto, más capaz que otras para formar muchas percepciones simultáneas ... (De la nota que sigue a la proposición 13.)
Este último concepto se plasma de forma resonante en la proposición 15: «La mente humana es capaz de percibir un gran número de cosas, y lo es en la misma proporción en que su cuerpo es capaz de recibir un gran número de impresiones».
Quizá más importante todavía, considere el lector la proposición 26: «La mente humana no percibe ningún cuerpo externo como si existiera realmente, excepto a través de las ideas de las modificaciones (afecciones) de su propio cuerpo» (Antonio Damasio, En búsqueda de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, Crítica, Barcelona, 2009, p. 201).


Otro caso, tanto más asombroso, es el del descubrimiento de las denominadas “neuronas espejo” por los neurocientíficos Giacomo Rizzolatti, Vittorio Gallese, Luciano Fadiga y Leo Fogassi, que palabras más o palabras menos ya había sido propuesto por Spinoza en la Ética:
PROPOSICIÓN XXVII
Por el hecho de imaginar que experimenta algún afecto una cosa semejante a nosotros, y sobre la cual no hemos proyectado afecto alguno, experimentamos nosotros un afecto semejante” (Ética, III, 27).
Si se lee con atención lo que dice Laurent Bove en el capítulo 3 de su libro sobre ese asunto, se puede deducir la notable influencia que Spinoza tuvo sobre científicos, filósofos, artistas y otros, en los siglos que le siguieron. Para una mayor información, leer le volumen IV de la obra que León Dujovne realizó sobre la vida, obra y época de Spinoza en el que habla específicamente de sus influencias.
Para mostrar algo de esa influencia. El neurocientífico Marco Iacoboni en su libro Las neuronas espejo, hace una referencia a la anticipación que Edgar Allan Poe y otros tuvieron del funcionamiento de lo que se denominarán “neuronas espejo” y los comportamientos que manejan:
En su famoso cuento “La carta robada”, Edgar Allan Poe escribe, a través de las palabras del protagonista C. August Dupin: “Si quiero averiguar si alguien es inteligente, o estúpido, o bueno, o malo, y saber cuáles son sus pensamientos en ese momento, adapto lo más posible la expresión de mi cara a la de la suya, y luego espero hasta ver qué pensamientos o sentimientos surgen en mi mente o en mi corazón, coincidentes con la ∗ expresión de mi cara”. ¡Cuánta preciencia! Poe no podría haber elegido una mejor manera de penetrar en la vida interna de sus personajes. Sin embargo, no fue el único. En la literatura científica sobre las emociones, la teoría de que la experiencia emocional cobra forma mediante los cambios de la musculatura facial –la “hipótesis de la retroalimentación facial”– tiene muchos antecedentes. Charles Darwin y William James fueron dos de los primeros en escribir sobre el tema (aunque Poe se adelantó a ambos por varias décadas). Darwin escribe: “La expresión libre de una emoción se intensifica por medio de signos externos. Por otro lado, la represión de todos sus signos exteriores suaviza nuestra emoción”. Para James, el fenómeno significa que “nuestra vida mental está entretejida con nuestro marco corpóreo, en el sentido más literal del término” (Marco Iacob0ni, Las neuronas espejo. Empatía, neuropolítica, autismo, imitación, o de cómo entendemos a los otros, Katz, Buenos Aires, 2009, pp. 120-121).
Más allá de estas referencias, es bueno tener en cuenta que los neurocientíficos mencionados atrás poseían también una sólida formación filosófica y humanística.
Igual puede decirse de Jean Pierre Changeux quien no solo reconoce la influencia de Spinoza sobre su trabajo, si no que también hizo buen uso de Demócrito, Epicuro y Lucrecio para inspirar su trabajo neurocientífico, los mismos que habían inspirado el pensamiento de Spinoza.
Y no fueron sólo ellos.
Pero también es del caso hacer una crítica a los filósofos actuales, a los que pareciera que menosprecian las enseñanzas de Spinoza y a los que todos estos descubrimientos y desarrollos científicos sobre el cerebro y las incidencias en la actividad cerebral y, por ende, en el comportamiento humano individual y colectivo, los estuviera dejando “pasmados” y ya no se atreven a especular y mucho menos a intentar proponer sus propias explicaciones o, al menos, a proponer sus propias hipótesis sobre el origen y finalidad de la acción y comportamiento humano, pues temen que las ciencias contradigan sus propuestas teóricas y, no se diga, las empíricas.
Se puede decir que, por un lado, las teorías evolutivas y, por el otro, las ciencias del cerebro, los amenazan con demostrar la certeza de lo que dijo Spinoza sobre la sustancia y la “causa sui”. Pero, por sobre todo, la alegría que provoca la gran labor, esa que es el conquistar el conocimiento como lo propuso Spinoza.
Y para finalizar de manera expedita. De entre las muchas e importantes explicaciones que ofrece el libro de Laurent Bove, me gustaría destacar las que hace en el capítulo IV sobre la alegría, a la que Spinoza considera el alimento de la vitalidad, la potencia de la vida, de la salud del cuerpo y la del espíritu:
Dice Spinoza que la Hilaritas, es decir, el Regocijo o Jubilo, es una alegría que expresa un perfecto equilibrio afectivo de las partes del Cuerpo (y habría que decir que de todas las partes de nuestro ser) que están, en ese afecto, afectadas de igual o parecido modo)” (Lauren Bove, La estrategia del conatus. Afirmación y resistencia en Spinoza, Tierradenadie Ediciones, Madrid, 2009, p. 113).
Pero también y quizás el asunto principal del libro, es ofrecer una explicación a las propuestas políticas de Spinoza, tal y como lo anuncia en el mismo subtítulo del libro: La estrategia del conatus. Afirmación y resistencia. Se puede decir que es una revaloración del Spinoza político, más allá y en una dirección diferente a la realizada por los neo-marxistas a partir de lo dicho por Althusser de Spinoza, su filosofía y sus propuestas políticas. Algunos de aquellos neomarxistas: los franceses Etienne Balibar, Pierre François Moreau, Pierre Macherey, Martial Gueroult, Alexandre Matheron. O los italianos: Antonio Negri, Emilia Giancotti, Paolo Virno, Augusto llluminati, Vittorio Morfino, Filippo del Lucchese, Stefano Visentin. Y, por supuesto, el autor de la cita del epígrafe, Warren Montag. Por contraste, la lectura de Spinoza por parte de Gilles Deleuze de la que hablar requiere de otro empeño.
Y para concluir, en términos generales, lo que Laurent Bove propone es una lectura de la filosofía y de las propuestas políticas de Spinoza a partir de lo que él considera el punto de apoyo sobre el que Spinoza soporta sus propuestas para mover a ser libres y a la búsqueda del conocimiento: la “causa sui” y, luego, la sustancia: “Deus sive natura”.
Por aquello que dice Spinoza:
Los hombres luchan por su esclavitud (servidumbre) como si se tratara de su salvación” (Spinoza, Tratado Teológico-Político, Prefacio, I).
Y lo que luego complementa al iniciar la conclusión de su libro cuando Laurent Bove dice:
Tanto en el ámbito político, como en el ámbito ético, el proyecto filosófico spinozista es siempre acercarnos lo más posible al movimiento real de la autoreproducción de lo Real. Filosofía naturalista de la causa sui, el spinozismo, en su posición inmanentista radical es también la filosofía por excelencia del movimiento real – o, lo que es lo mismo, una filosofía de la sustancia -. Porque la “sustancia” es ese movimiento autonormativo, autoorganizador, autoconstitutivo “sin principio ni fin”, que (se) produce en una infinitud infinita de maneras (y según) una infinidad de cosas. Y esa realidad dinámica (en su complejidad casual), tanto para los hombres como para los pueblos, tanto para los cuerpos como para las ideas, es la Libertad, porque la libertad es movimiento” (Lauren Bove, La estrategia del conatus. Afirmación y resistencia en Spinoza, Tierradenadie Ediciones, Madrid, 2009, p. 331).


Mejor dicho, más allá de las lecturas especializadas a la filosofía de Spinoza, propongo una lectura lúdica, es decir, esa lectura que es un viaje al conocimiento, que es alegría y que aumenta la potencia de ser, estar, actuar y ser libre.
Salud y alegría,
Iván Rodrigo.


14 de marzo de 2019

Cartas Abelardinas- 1



Cartas Abelardinas- 1


Lo grata que es para mí su amistad, podría juzgarlo usted mismo, si su modestia le permitiera reflexionar sobre las cualidades que posee tan abundantemente” (Spinoza, Carta a Enque Oldenburg).


Y por esto que decimos que el placer es principio y fin del vivir venturoso” (Epicuro, Carta a Meneceo).


Medellín, jueves 14 de marzo 2019
Abelardo
Me explico. Estas cartas son Abelardinas por dos Maestros: Uno, Abelardo, Pedro Abelardo, fue maestro en los combates de la disputa. Y dos, Abelardo, Abelgomo, un Magister Ludi. Como quien dice dos personajes anacrónicos al día de hoy, pero no porque sus buenos oficios ya no sean necesarios, todo lo contrario: son más necesarios ahora que nunca. Y me explico.
Uno, los combates de la disputa no son combates de la disputa en busca de una verdad huidiza, pero al fin, una verdad. Por el contrario, los otros combates son enfrentamientos de fanáticos iracundos y energúmenos que anteponen la violencia física y destructora contra el otro como la única posibilidad de derrotar sus argumentos. Eso que llaman “troll” que la mayor parte de las veces se atrincheran en la clandestinidad.
Dos, porque en esta época el jugar con la propia imaginación y el propio pensamiento es ya algo, no inútil, sino superfluo y hasta ridículo: otros, con sus dispositivos tecnológicos, juegan con nuestras neuronas espejo y piensan por nosotros y opinan por nosotros. Somos, como en el poema de Barba Jacob, “briznas de paja al viento” o, mejor, dispersos en una tormenta de pixels.
Para superar esas catástrofes en desarrollo de nuestra humanidad, es necesario que estos Abelardos, muchos Abelardos, sean rescatados. Del primero, para que vuelva a enseñar el arte de la disputa. Del segundo, para que prosiga con su tarea de divulgar y entusiasmar a otros por la lectura y el disfrute de la lectura y el ejercicio de la conciencia crítica.
Y, por mi parte, escribo estas cartas porque soy un anacrónico admirador y escribidor de cartas, epístolas, correspondencias, en fin, correos electrónicos como cartas, esas que se escriben desde la intimidad para compartir la propia vida y existencia, junto con algunas reflexiones y con los mejores sentimientos por los amigos, esos seres humanos con los que establecemos relaciones personales, es decir, de persona a persona, cara a cara, así sea en la cara de una pantalla en blanco, para compartir las propias experiencias sobre los asuntos que nos interesan a ambos y no por contactos indiscriminados de muchos con muchos y sin otra intención que exhibir aquello que se presume es lo más excitante de nuestras vidas y para hacernos creer que nuestras vidas son espectaculares, porque la ven muchos, para envidia o escarnio, mejor dicho, eso es un espectáculo masivo de vacuidades. Algo así como el montaje editado de mínimas escenas inventadas con el único fin de despertar la envidia y no la honesta admiración.
En fin, escribo cartas para jugar a ejercitar un diálogo conmigo mismo y al mismo tiempo jugar a armar pensamientos con las palabras adecuadas.


La historia de la literatura incluye gran cantidad de libros denominados epistolarios o correespondencias, más todavía, ese tipo de escritura se ha constituido en un género particular. Pero hay que distinguir. Unos son los libros publicados como el intercambio de cartas de dos personas y otros son los libros que recopilan y editan las cartas personales eíntimas de algunas persona que, bien por su importancia como personajes de la vida pública o por la de sus cartas, se las publica para el uso público, según las intenciones de los editores.
Como género literario, las novelas escritas como intercambio de cartas o epistolarios estuvieron de moda en la Europa del siglo XVIII. Una de las más célebres fue Las penas del joven Werther de Goethe, en Alemania. En Francia, Las amistades peligrosas de Pierre Ambroise Choderlos de Laclos; Julia, o la Nueva Eloísa de Jean-Jacques Rousseau. En Inglaterra, Pamela o la virtud recompensada y Clarisa, la historia de una joven dama de Samuel Richardson, etc.
Para efectos de lo que escribo, las cartas de los personajes que atraen mi atención y gusto, son aquellas que son importantes por lo en ellas escrito, tal el caso de las cartas de Séneca conocidas como las Epístolas morales o a Lucilio, que no son propiamente un intercambio de cartas entre el maestro y el discípulo, sino la escritura de unos pensamientos con el propósito de ser publicados pero dirigidos, eso sí, al joven discípulo y amigo.
Pero más me atraen las cartas personales e intimas, es decir, aquellas que dos amigos o dos amantes, en fin, dos personas intercambian con el fin de compartir y debatir sus pensamientos íntimos como un proceso de su desarrollo y elaboración. Tal sería el caso de las cartas que se conservan de Epicuro dirigidas a sus amigos y alumnos con el fin de compartirles su pensamiento filosófico y científico. De no ser por ellas poco más se sabría de Epicuro la importancia de sus ideas científicas, políticas, filosóficas.
En este apartado, podrían incluirse las cartas de Spinoza, de las que se conservan un buen número y que son la materia para que sus estudiosos conozcan las propias opiniones del filósofo sobre sus obras y su pensamiento. Fueron varios y variados los corresponsales con los que intercambio Spinoza sus cartas.
Hay que incluir aquí las cartas de Hölderlin y las de los románticos de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en las que compartían la amistad y las inquietudes artísticas, filosóficas y personales que los afectaban. Y no solo las de ellos, sino las de muchos otros que podrían agruparse como las cartas ensayo. Las hay de todas las especies.
Y en el grado sublime de la intimidad epistolar están las cartas de los amantes. A manera de ejemplo máximo las de Abelardo y Eloisa. En otro grado menor, las cartas de Rainer María Rilke y Lou Andreas Salome, que más que cartas íntimas son la intimidad de la necesidad y el apoyo emocional que el poeta solicitaba de su amiga y amante.
Más extrañas son las cartas de Nietzsche, extrañas en el sentido de que el filósofo tenía una forma muy peculiar de decir lo que quería y pensaba a sus amigos y a sus presuntas amantes y digo presuntas porque Nietzsche fue un impotente para amar.
Y ya en los tiempos recientes, destaco la extensa correspondencia entre Albert Camus y María Casares que es la exposición de una pasión en carne viva desvelada en el tiempo y en el espacio de sus vidas.
En fin, la lista podría ser todo lo extensa que se desee tanto en personajes como en motivos, las cartas son como la vida.
Pero lo cierto, como podrás leer en la cita final, la idea es la de darle sentido a la amistad. Hasta la siguiente.
Salud y alegría,
Iván Rodrigo.


Que nadie, por joven, tarde en filosofar, ni, por viejo, de filosofar se canse. Pues para nadie es demasiado pronto ni demasiado tarde en lo que atañe a la salud del alma. El que dice que aún no ha llegado la hora de filosofar o que ya pasó es semejante al que dice que la hora de la felicidad no viene o que ya no está presente. De modo que han de filosofar tanto el joven como el viejo; uno, para que, envejeciendo, se rejuvenezca en bienes por la gratitud de los acontecidos, el otro, para que, joven, sea al mismo tiempo anciano por la ausencia de temor ante lo venidero. Es preciso, pues, meditar en las cosas que producen la felicidad, puesto que, presente ésta, lo tenemos todo, y, ausente, todo lo hacemos para tenerla” (Epicuro, Carta a Meneceo).






10 de enero de 2019

Martin Heidegger y “el ser” el macho alfa




Martin Heidegger, en el círculo.
http://filosofianews.blogspot.com/2012/01/la-coartada-de-heidegger.html


Martin Heidegger y “el ser” el macho alfa


Por Iván Rodrigo García Palacios


Martin Heidegger (1889-1976) siempre quiso ser ser el macho alfa, no solo de las atractivas hembras a su alrededor, sino y lo más visceral, entre los filósofos y, aunque al fin lo logró en ambos campos, por su cobardía fue más bien un logro triste y desgraciado en el que prevaleció la miseria del corazón humano. “Genio y figura ...”.
Resulta que cuando Heiddeger quiso “ser alguien” en el ámbito de la filosofía como catedrático de la Universidad de Friburgo, su primer trabajo como docente, parecía que en la filosofía alemana y universal ya todo estaba dicho y hecho, así como que también todos los puestos importantes ya estaban ocupados. Los maestros de la antigüedad casi agotados. Los maestros alemanes, ya superados. Así que el único lugar novedoso e importante de lo que estaba sucediendo en filosofía también estaba ocupado por Emund Husserl (1859-1938) con su fenomenología. Por lo que Heidegger se tragó ese zapo y con la falsa humildad que siempre lo caracterizó, se aguantó a Husserl, un judío, como su maestro y como la autoridad académica de la que dependía su futuro, por supuesto, no sin evidentes y hasta violentas repulsas. Igual y con el mismo rencor, soportó a otros maestros judíos como Jaspers y a los condiscípulos judíos y, luego, a sus alumnos judíos (Karl Löwith, Fritz Kaufmann, Werner Brock, Helene Weiß). Y, por supuesto, a las jóvenes discípulas judías a las que sedujo. Sus deseos afrodisíacos no eran para nada eugenésicos.
Tanto con las mujeres como con los filósofos y con otras personas, de ambos sexos, Heidegger fue un predador. Usó y descartó a sus jóvenes alumnas y a otras mujeres a las que sedujo para su placer y provecho. Igual hizo con los filósofos, tanto los antecesores a los que consideró, pero no como el aprendiz que con la humildad del sabio se reconoce sobre hombros de gigantes. Lo mismo hizo con sus maestros y con los colegas de su tiempo, a los que derrumba como a ídolos vencidos para elevar sobre esos escombros su propia inmortalidad de bronce o mármol.
Heidegger era poseído por dos fuerzas. Las de Eros, ese estro amoroso que impulsa a la generación en el espíritu, y por las de Afrodita, ese impulso biológico de poseer y fecundar en los cuerpos. Pero también, era poseído por las fuerzas destructivas que tanto Eros como Afrodita encarnan en la naturaleza: las veleidades de la adulación y el apetito de poder absoluto.
Si bien es posible que Heidegger no destruyera las vidas de las jóvenes a las que sedujo, si las afectó profundamente, para bien o para mal. La seducción más documentada, junto con las consecuencias de la misma, es la de Hannah Arentd, la que, a pesar del desprecio que Heidegger sentía por su obra, o precisamente por ello, ella creó y desarrolló una de las más importantes filosofía del siglo XX.
Sin embargo, no se puede decir lo mismo de los filósofos a los que destruyó, no tanto en su persona como en su obra, aun cuando no estuvo lejano de destruir las vidas de algunos judíos a causa de su antisemitismo, tal el caso particular la de su maestro Husserl que, además de ser judío, era, junto con su obra, aquello a lo que tenía que superar y destruir para así poder levantar su propio pedestal. Si en la sabiduría popular esta bien que el discípulo supere a su maestro, está mal que este lo haga de malas maneras.
Esto dijo Heidegger de su maestro:
Husserl nunca fue filósofo, ni un segundo de su vida” y “cada vez es más ridículo” (Carta del 20 de febrero a K. Löwith en T. Kisiel y T. Sheehan (2015). […] “quizás el viejo advierta en verdad que le estoy retorciendo el cuello, y entonces se acaba la expectativa de la sucesión” (Carta del 8 de mayo de 1923 a K. Löwith en T. Kisiel y T. Sheehan (2015).
De todas maneras Husserl recomendó, aprobó y logró que Heidegger fuera nombrado como su sucesor en la cátedra de la Universidad de Friburgo, a pesar de lo que luego sucedió y que ya es una triste historia … que todavía levanta ampollas.
Es cierto también que, si bien no se sabe de que hubiera enviado a ningún judío a los campos de concentración o a la cámara de gas, si se sabe que negó su ayuda a aquellos judíos que creyeron ser sus amigos y a sus colegas judíos. Claro que el desquite llegó después de la derrota de los nazis cuando Heidegger pidió la ayuda de aquellos a los que se las había negado y alguno de ellos se la dieron, tal el caso de Karl Jaspers y Hannah Arentd. Ella fue criticada por haber promovido “el perdón y olvido” y así como la reincorporación de Heidegger a la cátedra en reconocimiento de la importancia de su obra. La historia no ha sentenciado todavía ese suceso.


Una revisión y re-consideración


Por allá en 2009 estaba investigando el enamoramiento de Nietzsche por Lou Andreas Salome y se me ocurrió que lo mismo les había sucedido a otros filósofos y fue así como me interesé en el enamoramiento de Heidegger por Hannah Arentd, igualmente celebre en la historia de la filosofía.
Pues bien, en ese entonces el amigo, filósofo y músico, Víctor León Jaramillo era profesor en la Universidad Luis Amigó y era el organizador de un congreso internacional de filosofía cuyo tema era algo así como “Del amor, el cuerpo y el deseo en la posmodernidad” y le pareció que yo podría decir algo sobre el asunto de los filósofos enamorados ya que lo habíamos conversado en las tertulias que hacíamos en mi casa. Y acepté.
En esa época también andaba entusiasmado estudiando la erótica platónica, esa que Platón propuso en Fedro, Banquete y República, razón por la cual le daba más importancia a la acción de Eros sobre los espíritus que al poder de Afrodita sobre los cuerpos, algo que el mismo Platón distinguía de manera clara y tajante, pero en lo que todavía yo no estaba interesado.
Fue por eso que las consecuencias de los enamoramientos de los filósofos que propuse en mi ponencia, fueron más eróticas que afrodisíacas o, mejor dicho, estas últimas no hacían parte de mi exposición porque yo mismo no establecía las diferencias en las causas y en los efectos de lo que son Eros y Afrodita tanto en la erótica platónica como en la misma evolución natural y cultural de los humanos, esos estados fisiológicos y anímicos a los que metaforizamos con ese par de motivos mitológicos griegos y sobre los que han corrido ríos de tinta.
Así que ahora, diez años después, vuelvo al asunto. Y es que, recientemente se encendió otra vez la intensa polémica sobre “el ser nazi” de y en la obra filosófica de Heidegger. Polémica en la que, además del asunto nazi, se desnudó el lado oscuro de Heidegger como predador sexual de jóvenes atractivas, en especial, entre sus alumnas, algo de lo que Heidegger se justificaba como lo justificó ante su esposa Elfride (Carta del 14 de febrero de 1950), porque, según él, le eran necesarios esos ardores afrodisíacos para poder encender el Eros que lo impulsaba a generar y escribir sus obras filosóficas.
Lo cierto es que ahora, y para empezar a reivindicarme, voy a proponer la diferencia que para mi tienen ambos asuntos: El sexo es un imperativo biológico - Afrodita/Venus. El deseo es un sentimiento – Eros. Es por ello que cualquier consideración que se haga sobre las motivaciones de los humanos para realizar sus obras y vidas y a partir de estas diferencias, va a demandar el que se esclarezca el punto y hora en el que un instinto provoca un deseo y el punto y hora en el que ese deseo se trasforma en el Eros del espíritu tal y como Diotima le enseñó a Sócrates. Mejor dicho, de vuelta a la polémica sobre ¿qué es el deseo? Y de allí en adelante, demostrar cómo y por qué el pensamiento se origina en el sentir.
Pero si a ese Eros platónico había atribuido en mi ponencia la importancia del enamoramiento de Heidegger por Hannah Arentd. También y si bien Heidegger parecía requerir de esa doble motivación, Eros y Afrodita, para generar su pensamiento, ello no lo justifica y con toda seguridad lo hubiera pasado muy mal en esta época del “me too”.
Claro que, y a pesar de la lascivia y lujuriosas debilidades de Heidegger ante las atracciones del poder y del sexo, hay que reconocer que su hermenéutica determinó la filosofía del siglo XX. Pero, aun así, tampoco lo uno justifica lo otro. Un acto criminal es un delito por donde quiera que se le mire.

7 de diciembre de 2018

Lecturas lúdicas - El escritor personaje - Post Scríptum ... y dos mujeres y otro hombre




https://www.aprendemas.com/es/blog/mundo-educativo/17-de-octubre-un-dia-por-las-mujeres-escritoras-71251


Lecturas lúdicas - El escritor personaje - Post Scríptum


y dos mujeres y otro hombre


Por Iván Rodrigo García Palacios


Después de lo escrito en la publicación anterior sobre los personajes escritores, se evidenció una lamentable discriminación, tras una larga lista de hombres no había ninguna mujer escritora que hubiera escrito alguna narración en la que el personaje fuera también una escritora como la autora.
Pues bien, para pedir disculpas por esa injusticia y tratar de repararla de forma parcial, he aquí un nuevo escrito, esta vez con dos mujeres: Virginia Woolf (1882-1941) y Marguerite Duras (1914-1996) y una novela de cada una de ellas en la que cada autora se encarna en un personaje que es, a su vez, una escritora o que aspira a serlo.
Y agrego otro hombre escritor, Lawrence Durrel (1912-1990), porque soy ferviente lector de su hermosa, fascinante, monumental, novela: El cuarteto de Alejandría Y lo hago por tres razones. La una, obvio, porque el personaje narrador es un escritor. Las otras dos, por sus personajes mujeres que son de una belleza y grandeza que amerita su lectura y la tercera, porque el gran motivo de la novela es una exploración sobre el amor en el mundo caótico y en descomposición en el que habita la humanidad desde las dos grandes guerras del siglo XX y el que anda loco loco desde entonces en una locura delirante.





Virginia Woolf
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Virginia Woolf: En su primera novela profetizó su destino


Virginia Woolf (1882-1941), la escritora inglesa y exploradora de la fragilidad mental y psicológica en sus personajes.
Ahora bien, las preocupaciones e inquietudes literarias de Virginia Woolf no fueron ni la literatura ni la poética ni el ejercicio de su escritura. A ella le preocupaba e inquietaba explorar su propia psicología a través de sus personajes y, con ellos, sus relaciones consigo misma, con la psicología de los otros y de sus relaciones con el mundo. Al fin que sus estados mentales y su salud psicológica siempre estuvieron en un frágil equilibrio.
Si bien en su obra novelista y narrativa Virginia Woolf nunca se encarno en un personaje que, como ella, fuera escritora, en su primera novela, su primera experiencia de escritura narrativa, a la que se dedico por seis años, desde 1907 hasta 1915 cuando la publicó luego de cerca de cinco versiones, algunas de ellas quemadas, si hizo algo extraordinario: creo un personaje que profetizó el resto de su vida.
Final de viaje (1915), es una novela primeriza de Virginia Adelaide Stephen, nombre de soltera de Virginia Woolf, la cual es, además, completamente diferente a todas las demás que escribió después de casada, pero que, a diferencia de aquellas, fue profética y anticipó tanto su destino literario como su trágico fin. Además, esta novela es la versión revisada y corregida de una novela previa nunca publicada íntegra, pero de la que se publicó en 2002 una parte de su escritura y titulada: Melymbrosia. Por eso se pudo establecer que allí Virginia Woolf expuso de una manera más abierta y cruda que en Final de viaje los conflictos sociales, sexuales, el incesto, el abuso sexual y el lesbianismo. Esos fueron los traumas que afectaron la salud mental y psicológica de Virginia Woolf desde su infancia.
En Final de viaje, la narrativa de Virginia Woolf es diferente a todo lo demás de su narrativa posterior. En ella la narración es lineal y se cuenta el viaje en barco de un grupo diverso de personajes masculinos y femeninos en un viaje con destino de Londres a Lisboa y, de allí, en una expedición a Suramérica a una ciudad llamada Santa Marina y, luego, a un río no nombrado y en algún lugar no precisado del continente, el que, según especulaciones, bien puede estar localizado en Brasil o hasta en Colombia.
Final de viaje trata de un “viaje inicíatico”, en el cual Rachel Vinrace, el personaje en el que se encarna Virginia Woolf, va en búsqueda de las experiencias con las cuales empezar una carrera de escritora, poeta y narradora, igual que como para en ese momento de su vida la misma Virginia Woolf se enfrentaba al futuro de su vida.
Por extraños poderes proféticos, la escritora le profetiza una vida a su personaje similar a la suya: una intensa vida como escritora e intelectual y un final trágico. Claro que las aspiraciones de Rachel Vinrace se quedan en aspiraciones, pero no su muerte, la que es igual para ambas: ahogada, la una por voluntad propia en las aguas oscuras y profundas, la una en las aguas del Río Ouse, cerca de su casa en Sussex y la otra en las aguas oscuras y profundas de los delirios de la fiebre en aquella tropical ciudad de Santa Marina en algún lugar de Suramérica.


Marguerite Duras
https://www.filmin.es/directora/marguerite-duras


Marguerite Duras, la vida como materia narrativa


La vida de Marguerite Duras fue agitada e intensa, una vida de novela ella misma. Así que no es de extrañar que ella hubiera hecho de su vida la materia fundamental de su narrativa.
Prácticamente la cuarentena de las novelas, la docena de obras de teatro y los guiones que escribió Marguerite Duras (1914-1996), están inspiradas en ĺos eventos y sucesos de su propia vida, pero también parece que solo en una de ellas el personaje fue una mujer escritora: Emily L (1987), novela que es una intensa exploración sobre la escritura, el arte de escribir y el poder de los relatos
Una mínima sinopsis: En el principio, ahí, mirando, en la terraza de un café al caer la tarde, hay una mujer que querría escribir un libro pero que no sabe ni cuándo ni cómo podrá escribirlo, y que ve cómo se desarrolla la historia de otra mujer, Emily L., quien a su vez escribe poemas de los que nunca habla. La mujer que quiere escribir un libro queda atrapada al vuelo en la historia de Emily L., que evoca en ella aquel baile con los oficiales de a bordo y el joven guardián de la isla de Wight, con quien pudo, tal vez, vivir un gran amor.
Y es una intensa reflexión sobre la escritura y la vida de Marguerite Duras quien se siente atrapada entre su propia vida hecha literatura en un personaje que ella ha creado y que a su vez crea una escritora, personaje que es atrapado como personaje del personaje que ha creado ...
Dijo Marguerite Duras: «A veces ocurre que, de pronto, pase por ti una historia, sin escritor para escribirla, tan sólo visible. Nítida. (...) Es raro. Pero puede ocurrir. Es maravilloso cuando ocurre.»

Lawrence Durrel y Henry Miller
https://blogindieo.wordpress.com/2013/03/18/henry-miller-y-lawrence-durrell/


Lawrence Durrell, el tiempo, el espacio y el amor en la escritura


La novela de Lawrence Durrell (1912-1990), El cuarteto de Alejandría: Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960), empieza cuando Darley, el escritor narrador, está listo para escribirla y reconstruir los recuerdos para ponerlos en la perspectiva de tiempo y espacio que permita contemplar y comprender la totalidad del conjunto de personajes, sucesos, lugares, etc., que actuaron y estuvieron allí en un momento y espacio específico de sus vidas, pero en un tiempo que no es propiamente el de la Historia (con mayúscula), sino en el que viven y se sienten los humanos a sí mismos y a su mundo. Son aquellos tiempos, previos y durante la II Guerra Mundial, cuando en El Cairo y, en especial, en Alejandría, se tejieron todas las intrigas y maromas que todavía hoy perturban al Medio Oriente y al resto del mundo y que fueran las consecuencias de un reparto de territorios y de los hombres que los habitaban para beneficiar a los vencedores, los nuevos poderoso se la tierra. Y en el medio, el conflicto de los árabes entre sí y de estos con los israelies.
Las tres primeras novelas del cuarteto narran los mismos acontecimientos desde tres puntos de vista diferentes, es decir, los tres lados del mismo espacio. La última novela es la dimensión del tiempo en el cual los eventos avanzan en el tiempo y alcanzan el desenlace.
Darley como Durrell, escribe su novela en una isla griega. Hay que recordar que Lawrence Durrell vivía en la isla griega de Corfu situada en el mar Egeo desde 1935. Allí recibió a su amigo Henry Miller en 1940, al que admiraba y apreciaba de manera muy especial y con quien, él y otros amigos de París, incluida Anaïs Nin, se propusieron crear un movimiento literario que expresara sus propias ideas y formas de escritura.
Pero será en Chipre donde Lawrence Durrell escribirá El cuarteto de Alejandría, toda esa historia en que se trasforman sus experiencias desde antes y durante la II Guerra Mundial, las que vivirá como funcionario diplomático británico. Allí en aquella ciudad conoció a Eve Cohen, su segunda esposa, quien será el modelo para el personaje de Justine.


29 de noviembre de 2018

Lecturas lúdicas – El escritor personaje-1 El escritor, personaje de sí mismo y de otros



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Lecturas lúdicas – El escritor personaje-1
El escritor, personaje de sí mismo y de otros


¡Hazte el que eres!, como aprendido tienes.
Píndaro, Píticas, II, 70.


Por Iván Rodrigo García Palacios


Madame Bovary soy yo”. Lo haya dicho o no Gustave Flaubert, lo cierto es que, como él, los personajes de las narraciones de los escritores son en buena parte ellos mismos y algunos cuantos de esos escritores hacen que sus personajes sean los escritores que son ellos mismos o que se convierten en personajes de otros escritores.
Ahora bien, estas encarnaciones o transposiciones literarias han sido motivo de múltiples estudios y propuestas teóricas. Sin embargo, como en las cosas humanas, se puede decir que cada caso es cada caso y que si bien existen familiaridades, será en los detalles propios y particulares de cada escritor que se determine la razón de ser de cada caso.
Es por ello que a continuación voy a mostrar someramente algunos ejemplos sobre esos asuntos para que cada lector haga sus propios análisis y saque sus propias conclusiones, pero, por sobre todo ello, para que se embarque en la aventura de la lectura de esos y otros escritores y sus obras y, ojalá, en la escritura de sus propias ideas.
Mejor dicho, esto es un juego de Lector ludi.

Fedor Dostoievski es Iván Petróvich (Vania), pero mucho más

En el primer párrafo de Humillados y ofendidos, Iván Petróvich (Vania), el personaje protagónico y narrador de la novela, un escritor venido a menos, anuncia que va a relatar “una aventura por demás extraña”, la que le ocurrirá la noche de ese 22 de marzo, al final de ese día durante el cual estuvo buscando una nueva habitación para mudarse, pues en la que estaba viviendo es húmeda e insalubre, pero no encuentra ninguna que le satisfaga. Es entonces que hace la siguiente digresión:


He observado que en las habitaciones exiguas, también los pensamientos padecen de estrechez. Siempre me ha gustado pasearme por mi habitación para pensar mis futuras novelas. Por cierto que en toda ocasión ha sido para mi más agradable meditar sobre mis obras e imaginar el modo de componerlas que escribirlas. Y no por pereza. ¿A qué se deberá esto?” (Fedor Dostoievski, Humillados y ofendidos).


Quien escribe lo anterior es Fedor Dostoievski en Humillados y ofendidos, novela publicada en 1861 y la primera de las grandes novelas que escribirá luego de regresar de la prisión en Siberia.
Lo que vale la pena destacar aquí es que Dostoievski, al igual que muchos otros escritores, también se encarna en sus personajes y que Iván Petróvich (Vania) es también su propia encarnación si tenemos en cuenta lo que dijo la esposa del escritor, Anna Grigorievna, en una anotación a las obras de su esposo: “él decía lo mismo que Vania: que las habitaciones estrechas dificultan la expansión de los pensamientos”, además, que iba y venía por su cuarto de trabajo cuando pensaba en sus novelas. Igual, su biógrafo Nikolái Strakhof, dijo que lo mismo que Iván Petróvich a Dostoievski le costaba gran esfuerzo empezar a escribir sus obras, pero que una vez había empezado lo hacía de manera imparable: “La abundancia de pensamientos y sentimientos que llenaban su cerebro y su alma no le permitían permanecer jamás ocioso, aunque lo anhelaba”.

Franz Kafka se encarna en Fedor Dostoievski

Pero lo de “la extraña aventura” que Iván Petróvich (Vania) va a narrar más adelante en aquella novela de Dostoievski, nos lleva a algo que es mucho más extraño y extraordinario, a la narrativa de otro escritor, el que, además de encarnarse en en sus propios personajes, encarnaba a los autores de las obras que tomaba como referencia de las suyas. Y ese es el caso de Franz Kafka quien hizo de Dostoievski y de sus novelas un modelo para las suyas.
Vamos por partes.
En el capítulo X de la primera parte de Humillados y ofendidos, antes de contar “la extraña aventura”, Dostoievski describe lo que será la ambientación anímica de la misma y a la que define como “terror o pavor místico”, el mismo que será el motivo para la ambientación de las narraciones de Kafka.
Pues resulta que para el primer semestre de 1910 Kafka tiene los primeros contactos con la obra de Dostoievski. Al principio del primer semestre de 1910 Kafka hace las primeras anotaciones en sus diarios de la lectura de la narrativa de Dostoievski y de su interpretación de aquel “terror o pavor místico”. Sin embargo, lo más importante es que para el verano de ese mismo año escribe un breve relato, al que titula Desdicha, que es la transposición “casi literal” de “la extraña aventura” que cuenta Iván Petróvich (Vania) en Humillados y ofendidos.
Es por ese proceso que Franz Kafka se encarna en Iván Petróvich (Vania) que, a su vez, es Fedor Dostoievski que se traspone en el Kafka que escribirá muchos de los relatos de un escritor llamado Franz Kafka a partir de 1910.

Zaratustra es Nietzsche despechado

Zaratustra es el personaje en el que Nietzsche se encarna para afrontar los dolores del parto del libro del que Lou Andreas Salome lo preñó: Así habló Zaratustra y del “despecho” en el que lo dejó su rechazo.
A manera de curiosidad literario-filosófica, se sabe que Lou “inició” a Nietzsche en la lectura de las obras de Dostoievski y que Kafka les leía fragmentos del Así habló Zaratustra a las muchachas para seducirlas.

Valery Larbaud es A. O. Barnabooth que es …

Archibald Olson Barnabooth es Valery Larbaud y Valery Larbaud es el crerador de Archibald Olson Barnabooth, ellos son un par de millonarios excéntricos dedicados a los placeres estéticos de la vida y de las artes como una expresión de la utilidad de lo inútil, el uno en la vida real y el otro en la ficción. Pero, más allá de esa aparente paradoja, la vida real y la vida de ficción de ambos, personaje y escritor, es también una asombrosa historia que tuvo sus mejores tiempos y que ha sido olvidada.
Valery Larbaud (1881-1957) fue narrador, poeta, crítico, ensayista, y si bien sus escritos tuvieron importancia y repercusiones en su tiempo, fue su actividad como mecenas y promotor de escritores y pintores en la inaccesible República de las Letras que es Francia, que es la antesala de Europa, con la que se estableció el sitio que va ocupar Valery Larbaud en la historia universal de las letras y las artes.
Por ejemplo. Gracias a Valery Larbaud, el Ulises de James Joyce se dio a conocer, primero con su publicación en inglés y luego con su traducción al francés. Otros autores y pintores a los que Valery Larbaud promovió fueron Samuel Butler, Ramón Gómez de la Serna, Gabriel Miró, Walt Whitman, José Asunción Silva, Mariano Azuela, Gerar Manley Hopkins, Ricardo Güiraldes y Alfonso Reyes, por mencionar algunos.

La gratitud de los latinoamericanos

Como se puede apreciar, no son pocos, los mencionados y muchos más los que no se mencionan, los escritores hispanoamericanos que promovió Valery Larbaud, razón por la que se le reconoció, se le recuerda y se le admira mucho mejor en estos territorios.
Por ejemplo, el mexicano Octavio Paz le dedicó intensos ensayos a su vida, su obra y sus peculiares excentricidades, tal uno en el que establece una conexión íntima entre Valery Larbaud y Fernando Pessoa por sus heterónimos (Revista Vuelta, febrero 1989).
Otro fue el colombiano Álvaro Mutis que le rinde homenaje en una conferencia dedicada a la vida y obra de Valery Larbaud, además de hacer el reconocimiento a su mecenazgo. Allí también Mutis cuenta su propia versión de la anécdota sobre el origen del nombre de Archibald Olson Barnabooth, el que considera como el resultado de una combinación. Esa la combinación que muchos años después dará origen a otra combinación, pero la que mostraré más adelante.
La explicación que da Álvaro Mutis, es que el nombre de Archibald Olson Barnabooth es el resultado de combinar el nombre de una localidad cercana a Londres, Barnes, y la marca Booth que distingue un consorcio farmacéutico ampliamente difundido en Inglaterra, luego de un viaje de Valery Labaud a ese país.
Y no es la única versión.
En el posfacio a la publicación de Obras completas de A. O. Banabooth, El pobre camisero, poesías, Diario íntimo (Ediciones Igitur, Tarragona, 2005) Adolfo García Ortega también hacer referencia al origen del nombre y del personaje Archibald Olson Barnabooth y señala que Valey Larbaud se inspiró «de la trágica muerte de un joven rico, Max Lebaudy y el recuerdo infantil de la lectura de una novela de Louis Boussenard, Le secret de M. Synthèse», que es la historia de un hombre riquísimo, capaz de comprar en un solo día “las propiedades de todo el planeta”.
En fin … una historia todavía sin final.

José Asunción Silva es José Fernández

¿Es posible que hubiera existido, desde antes que el mismo Valery Larbaud lo creara, un personaje con las mismas características de Archibald Olson Barnabooth?
Digo lo anterior, porque hay que recordar que Valery Larbaud fue uno de los promotores de la obra del poeta colombiano José Asunción Silva (1865-1896), quien fue el autor de una novela publicada casi treinta años después de su suicidio: De sobremesa, cuyo protagonista, José Fernández, es un millonario suramericano que cuenta un viaje a las luces del París del siglo XIX con sus placeres pasionales y estéticos, pero también de inquietudes políticas, filosóficas, literarias, en fin, artísticas, como se decía entonces de las aspiraciones intelectuales de personas y personajes burgueses. En fin, esa novela es una propuesta literaria revolucionaria malentendida en su momento, en la que José Asunción Silva expuso sus críticas a la sociedad bogotana y en general a la anacrónica sociedad suramericana.
Un detalle atener en cuenta, es que para finales del siglo XIX, en París eran celebres los millonarios suramericanos a los que se ridiculizaba por sus excentricidades y extravagancias por la forma de vivir y de gastar sus fortunas.
Y al decir lo anterior se me ocurre que las semejanzas entre José Fernández y Archibald Olson Barnabooth y Valery Larbaud, son evidentes y asombrosas, mucho más si se tiene en cuenta que el personaje de Valery Larbaud apenas es concebido en 1902 y aparece en su primera obra publicada en 1907, o sea, más de diez años después de que José Asunción Silva escribiera su De sobremesa. Eso sí, está claro que Valery Larbaud no leyó la novela de Silva para esa época, pues apenas fue publicada en 1925. Pero quizás si más tarde, pues la promoción de la obra de José Asunción Silva fue póstuma, porque para el momento en el que Valery Larbaud la conoció, el poeta colombiano ya hacía muchos años que había muerto.
Y claro, José Asunción Silva no fue un excéntrico millonario, pero con seguridad en medio de los problemas económicos que lo llevaron al suicidio, deseó haber sido … José Fernández.

Georges Perec es Percival Bartlebooth que es ...

Como lo anuncié antes, la historia de Archibald Olson Barnabooth tiene otros desdoblamientos. El protagonista de la novela de Geroges Perec, La vida instrucciones de uso, Percival Barthlebooth es en parte el propio Georges Perec, pero su nombre es la combinación de los nombres y de los personajes literarios de Archibald Olson Barnabooth de Valery Larbaud y Bartleby del relato del mismo nombre de Herman Melville. Pero Percival Bartlebooth no es un personaje escritor como Archibald Olson Barnabooth ni un escribano como Bartleby, sino que es un pintor, eso sí, un millonario excéntrico como aquel.
La excentricidad de Percival Bartlebooth consiste en que emprende el proyecto de pintar quinientas acuarelas de marinas durante veinte años y en diferentes puertos marinos de todo el mundo, las cuales son convertidas en un puzzles de setecientas cincuenta piezas cada uno, los que luego el mismo Percival Bartlebooth se dedicará a armar por los siguientes veinte años, lo que no logrará concluir, no podrá colocar la última pieza del último puzzle.
Además, Percival es también el nombre de uno de los caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo, el que, originalmente, emprende la búsqueda del Santo Grial, no una, sino dos veces. Además, Chrétien de Troyes uncia con su primer libro, Percival, La leyenda del Santo Grial, lo que será la tradición de la materia caballeresca de la corte del Rey Arturo.
No hay que olvidar que La vida instrucciones de uso es, más que una novela, una construcción, en los más variados sentidos y uno de ellos es, precisamente, la del uso de numerosas referencias literarias y de otras fuentes.
Leer para creer.

Henry Miller es Henry Miller

A la obra de Henry Miller (1891-1980) se llega por muchos motivos, pero siempre se termina en la literatura que el inventó, esa en la que él es el personaje de su propia obra y su biografía es la materia de su narrativa y de algunos libros autobiográficos.
Desde comienzos de los años veinte del siglo XX, cuando Henry Miller empieza a escribir, él ya tiene claro cual será la materia de su narrativa, así que cuando escribe su primera novela, Moloch o Este mundo pagano (1927), apenas publicada en 1992, ya está allí todo de lo que va a escribir en adelante, sólo que esa novela es apenas el primer ejercicio para perfeccionar el estilo único y propio de Henry Miller: delirante y vital, en el que la sexualidad es la sustancia y la materia que lo convierte en fundador de esa literatura única a la que se pueden asociar otros escritores, por ejemplo, Louis Ferdinand Celine y Charles Bukowski.
En fin, Henry Miller se hizo famoso en 1934 cuando publicó su novela Trópico de Cáncer, la que trascurre en París y en Francia, en general, escenarios a los que Miller ha desplazado a ese personaje escritor que es él y que narra en primera persona los eventos más delirantes y vitales de su propia conciencia, sus relaciones con las mujeres, así como los eventos que suceden a su alrededor con sus amigos y amantes y esa sexualidad desbordada. Cabe destacar sus relaciones con Anaïs Nin (1903-1977), la que se puede decir que hizo de la escritura de diarios su propia literatura como una especie de espejo a la literatura de Henry Miller. Son muchos los diarios de Anaïs Nin ya publicados, hasta el punto de que se aclara de si cada versión ha sido o no censurada.
La otra obra famosa de Henry Miller es Trópico de Capricornio (1938) de la que se podría decir que es el relato previo al viaje de Miller a Francia y en la que se cuenta la vida del personaje escritor y su trabajo en Nueva York. Años más tarde, Henry Miller publicará una trilogía, La crucifixión rosada, compuesta por las novelas Sexus, Plexus y Nexus, en las que narra las aventuras sexuales y las peripecias vitales del peonaje escritor desde su adolescencia hasta sus trabajos varios y dispersos en Nueva York y, en particular, en esa compañía telegráfica que marcará la vida del protagonista.
En fin, la obra de Henry Miller tiene el mágico poder de que su lectura provoca unas ganas locas de ser escritor.

Philip Roth es Zuckerman encadenado

Con toda seguridad Philip Roth (1933-2018), leyó a Henry Miller, al igual que otros jóvenes aspirantes a escritores de su generación y la primera de sus novelas que se hizo popular fue El lamento de Portnoy (1969), cuyo personaje principal es un joven judío, el mismo Philip Roth y sus inquietudes existenciales, incluido el sexo. Luego vinieron otras novelas con variado éxito comercial.
Pero lo que ahora me interesa es ese período de 15 años durante los cuales la narrativa de Philip Roth establece una especial conexión kafkiana, Kafka incluido.
Esta etapa se inicia en 1972 con la novela El pecho (1972), cuyo personaje principal es un profesor de literatura, David Kepesh, quien compara sus desdichas con las del Gregor Samsa de La metamorfosis de Franz Kafka, al mismo tiempo que describe las sensaciones de su compleja vida sexual, igual a la de Kafka.
Philip Roth marcará el principio de esa etapa de Kafka con la novela El profesor del deseo (1977) en la que será otra vez el profesor David Kepesh el personaje principal y que concluye con la visita a la prostituta favorita de Kafka, una evidente referencia a la biografía de Kafka.
En una novela de 1974, Mi vida como hombre, el personaje escritor es Nathan Zukerman, el mismo que posteriormente será el escritor de las tres novelas que componen esa especia de trilogía, Zukeraman encadenado (1979 a 1983).
Es en las tres novelas agrupadas en Zukerman encadenado donde Nathan Zukerman ya es un escritor y en las que Philip Roth explora las relaciones del escritor con su escritura. La primera, La visita al maestro (1979), en la que Nathan Zukeraman es un joven escritor muy prometedor que al final vive una delirante relación con Ana Frank en sus fantasías de escritor. La segunda es Zuckerman desencadenado (1981), allí Philip Roth encarnado en Nathan Zuckerman habla de la escritura y del éxito de El lamento de Portnoy (1969). La tercera, La lección de anatomía (1983), en la que Philip Roth/Nathan Zukerman habla de la lucha contra la página en blanco y la crisis del escritor incapaz de volver a escribir otro éxito como aquel primero.
La trilogía tiene una especie de epílogo, La orgía de Praga (1985), con la que se cierra la etapa Kafka. En esta novela el que visita la Praga de Kafka es Nathan Zukerman y está narrada por las anotaciones de su diario. Ese viaje tiene como propósito encontrar el manuscrito de un escritor en yidis, evidente conexión con el Kafka que buscaba sus tradiciones judías en los judíos rusos y que quiso aprender yidis para poder escribir en ese idioma. También siente las penurias de los escritores e intelectuales en una sociedad totalitaria como la de entonces en la Europa del Este.
Esta conexión de Philip Roth con Franz Kafka no es gratuita, pues como aquel, también el hace su exploración de su raíces judías y como él, hace de sí mismo la materia de su escritura.

Roberto Bolaño es Arturo Belano y otros tantos

Roberto Bolaño (1953-2003) fue un obseso con los personajes escritores en su narrativa y ahora que todavía se están publicando los escritos que no publicó en vida y que se conservaron en sus archivos, es posible remontarse hasta finales de los años setenta y comienzos de los ochenta para descubrir, como sucede con la novela El espíritu de la ciencia ficción (1980?), que allí ya ha empezado a desarrollar a esos dos personajes escritores, jóvenes, amigos cercanos, habitantes de una ciudad de México alucinante y en la búsqueda de un destino incierto y de una realidad aterradora: la violencia política y de Estado y los asesinatos de muchas mujeres.
Uno de esos personajes escritores siempre es el mismo Roberto Bolaño y el otro, un amigo. En El espíritu de la ciencia ficción, novela publicada póstumamente, sus personajes escritores son Remo Morán y Jan Schrella que es Roberto Bolaño.
Se puede decir que El espíritu de la ciencia ficción, es la historia fundadora de la que se originará Los detectives salvajes (1998) y en la que Arturo Belano es Roberto Bolaño y Ulises Lima es Mario Santiago, Y 2666 (2004), en la cual Roberto Bolaño también es Benno von Archimboldi, el escritor perdido. Esta novela de cinco novelas es una gran sátira a la ciencia literaria.

Fernando Pessoa o el juego de las matrioskas rusas

Fernando Pessoa (1888-1935) es la máxima expresión de la heteronimía, que es esa acción mediante la que un escritor crea personajes/personas que son escritores como él y que son seres plenos y autónomos de su creador con su propia vida y obra.
Cada vez que se abre a Fernando Pessoa aparece, como en las muñecas rusas, otro autor, otro poeta, todos propios y distintos y un único cuerpo verdadero, hasta el mismo Fernando Pessoa es uno de ellos. Hasta ahora los estudiosos de su vida y obra han propuesto la existencia de 68 heterónimos identificables y como dije, incluido el propio Fernando Pessoa.
Los más conocidos son Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Ricardo Reis, cada uno de ellos con biografía y obra literaria propia e independiente.

César Aira y el fracaso de los escritores

El escritor argentino César Aira (1949-) también muestra una especie de obsesión con los personajes escritores, en particular sobre sus posibilidades de éxito o fracaso en la vida literaria.
Para César Aira el escritor está siempre condenado al fracaso de su intención. En El Congreso de literatura (1997) un escritor llamado César tiene la intención de clonar a Carlos Fuentes para realizar su gran obra y extender su dominio al mundo entero, y la experiencia le sale fatal. En Cumpleaños (1999), un escritor cuenta precisamente cómo su obra proviene de intenciones que no tienen nada que ver con la literatura, conculcando así la idea de que hay intenciones literarias anteriores a la obra. En El mago (2002), un mago escritor hace todo por ocultar su magia porque tampoco él sabe cómo hace lo que hace.
En Parménides (2005), un escritor del siglo V antes de Cristo, Perinola, recibe el encargo de un prominente jerarca llamado Parménides de escribir un libro sobre la naturaleza que ya está escrito sin palabras “en su cabeza”. Perinola se va a encontrar rápidamente y durante años enfrentado a una situación inédita para él: mientras “quiere” escribir algo para Parménides, es decir para el poder, no logra escribir nada, y sólo cuando deja de “querer” escribir algo, se pone a escribir el Poema del ser de Parménides, que es, como todos sabemos, el texto fundador de la filosofía y de la poesía y más o menos de todo.

Juan Carlos Onetti es Eladio Linacero

La primera novela de Juan Carlos Onetti (1909-1994), El pozo (1939) es un diario escrito por el escritor Eladio Linacero. Esta breve novela será el antecedente de la narrativa de Onetti y en particular de su novela más famosa, La vida breve, en la que el personaje protagónico, Juan María Brausen, es un escritor de guiones cinematográficos para la publicidad y en la que junto con el otro guionista, su amigo Stein, van creando a Santa María, una ciudad de ficción, casi onírica; así como al personaje principal de ese guión, el médico Díaz Grey.
Santa María es también el escenario de la obra de Juan Carlos Onetti: "El astillero" (1961) "Juntacadáveres" (1964) y gran parte de su narrativa.

Al fin … por el principio

Cuando el lector llega a las últimas líneas descubre que en la historia que acaba de leer, Marcel, el personaje narrador, apenas esta pensando en cómo la va escribir.
Si, se trata de la novela de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido y sus siete volúmenes, una monumental exploración por la memoria y los recuerdos y por los mecanismos que los hacen funcionar.


Si me diese siquiera el tiempo suficiente para realizar mi obra, lo primero que haría sería describir en ella a los hombres ocupando un lugar sumamente grande (aunque para ello hubieran de parecer seres monstruosos), comparado con el muy restringido que se les asigna en el espacio, un lugar, por el contrario, prolongado sin límite en el Tiempo, puesto que, como gigantes sumergidos en los años, lindan simultáneamente con épocas tan distantes, entre las cuales vinieron a situarse tantos días” (Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. El tiempo recobrado. VII).


Así que, de regreso al principio, es por ello que la novela empieza con la evocación que hace Marcel de sus rutinas cuando en las horas de la noche se dispone para dormir, lo que lo lleva a recordar el Combray de su infancia y al momento en el que el recuerdo del sabor en la boca de una magdalena empapado en te le provoca el impulso para realizar la más extraordinaria exploración en la memoria y en sus recuerdos.


Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no; pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo” (Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. El camino de Swan, I).


Como lector que ya ha sido revolcado por la novela de Marcel Proust, les sugiero empezar su lectura por el volumen IV, Sodoma y Gomorra, seguir hasta el final y luego, como el mismo narrador escritor, regresar a los tres primeros volúmenes, me parece que hace que la lectura sean más emotiva y entusiasta.
Mejor dicho, felices lecturas.


Fin.

Cartas Abelardinas – 10 Pietro Citati, charlando entre amigos sobre la y algunas novelas del siglo XIX

Lectura en grupo. https://elpais.com/elpais/2014/12/12/album/1418422523_273005.html Cartas Abelardinas – 10 Pietro Citati, ch...