15 de julio de 2014

Carta alejandrina No. 1


El asesinato de Hipatia de Alejandría.


Carta alejandrina No. 1


Medellín, 17 de junio 2014
Hipatia
Te escribo a Alejandría por motivos evidentes, porque fue esa la única ciudad en la que por unos cuantos siglos en la historia de la humanidad el calificativo de cosmopolita tuvo su total sentido cósmico, porque los sabios alejandrinos y tu, la última, fueron ciudadanos del universo, del cosmos.
Y te escribo, precisamente a ti, porque tu vida y tu muerte son dos eventos que marcaron eso que llaman "el destino" de la humanidad. Tu existencia dedicada a la búsqueda del conocimiento como sentido de la vida y, con ello, tu misión por vencer las tinieblas de la ignorancia y la superstición, esas mismas que fueron, finalmente, las motivaciones por las que te arrebataron la vida con particular sevicia, uno, para callar el sentido de tu vida con el que enseñabas a otros y, dos, para imponer sobre la humanidad un poder que niega la vida, arrasando ciegamente y a sangre y fuego con todos y con todo lo que se le oponga, como lo hacen todos los integristas y los fanáticos.
También, porque fuiste la última y la primera. La última de los sabios de cuerpo entero, de ese cuerpo que siente y se siente para pensar y pensarse. Y la primera de las víctimas por negar la dualidad de cuerpo y alma, de dios y universo.
Casi siete siglos separan un evento del otro, el nacimiento de la ciudad-cosmos y tu nacimiento. Un circuito de vida y muerte que se cerró con el nacimiento de un nuevo dios que condenó a muerte a todos los otros dioses pasados, presentes y futuros y con ellos a quienes se atreven a creer en algo que no sea ese nuevo dios (nuevo dios que tampoco, casi dos mil años después, ha muerto como anunciara Zaratustra el de Nietzsche, ese mismo dios que todavía pervive en la excepción humana y hasta en la polémica natura v/s. cultura, entre otros dogmas).
Fue la muerte de aquellos dioses, cuyo único pero no menor pecado era ser patriarcales y, en términos generales, ser generadores de espíritus particulares y ser los motivos y figuras de religiones que sustentaban su poder y dominio en la ignorancia, en la superstición y en el terror, las mismas condiciones impuesta por el poder de los fanáticos de ese nuevo dios.
Pero y lo peor, con la muerte de todo ese panteón, también se pretendió dar muerte a los dos dioses más peligrosos: Dionisios, el dios de la vida (bios y zoe) y Apolo, el dios del pensamiento, pero sin lograrlo, porque sus motivos y figuras son arte y parte de la materia de la que todo y todos estamos hechos.
Dionisios y sus mil caras originales y primordiales del placer y el dolor, los de Eros y Thanatos. El Eros cósmico, la fuerza que genera y degenera todo lo existente. Y Thanatos, no el dios de la muerte cristianizada, sino el de la fuerza por la que cada cosa cambia de un viejo estado en un nuevo estado, la metamorfosis, el cambio.
Apolo el dios del enigma que se piensa y nunca se soluciona, pero que igual mide y regula la existencia de los hombres en sí mismos y entre sí: logos y leyes.
Aparte de toda esa historia de dioses masculinos, también está la historia de la presunta muerte de la Gran Diosa Madre, un asunto viejo pero no enterrado, su existencia se mantiene vital pero clandestina, la misma clandestinidad en la que se sumergieron Dionisios y Apolo.
En fin, con tu muerte desapareció la última de las escuelas en las que se enseñaba y aprehendía la Sabiduría -del buen sentir al bien pensar- como condición necesaria para el conocer, el saber, el hacer, de las ciencias y como diferencia con la impostura de las creencias y los dogmas considerados fundamentos únicos y absolutos del vivir, del existir y del pensar.
Pero, aun así, con tu muerte tampoco se impuso el olvido. Unos pocos persistieron y siempre persistirán, a pesar de la amenaza y el terror, en continuar "las vías y caminos" de aquella Sabiduría. Para mencionar sólo algunos de los continuadores de ese círculo secreto: Giordano Bruno, Spinoza, Nietzsche, William James. Los he elegido sólo a ellos porque me gustan y porque sus ideas han sido motivos para que ahora algunos científicos se propongan mirar con nuevas y más precisas herramientas en "lo desconocido" de la Naturaleza y en la naturaleza del Homo-Humano, con el mismo "Espíritu" de aquellos antiguos maestros y con el tuyo, el "Espíritu" de la Hipatia "bienaventurada" como te llama Sinesio en sus Cartas 1, la Hipatia de las enseñanzas secretas y la maestra de las ciencias. Más adelante aclaro eso del "Espíritu", por el momento me pregunto: ¿qué es eso de "las enseñanzas secretas"? Pues son esas de las que escribe tu biógrafa, María Dzielska en su libro Hipatia de Alejandría, al referirse a tu "Espíritu" que "irradia conocimientos y prudencia derivados del "divino" Platón y de Plotino, su sucesor" 2.
Pero, para explicar mejor eso de "las enseñanzas secretas", recurro a Giorgio Colli, el filósofo que desde muy joven se sumergió en "los misterios" de "la Sabiduría" y del nacimiento de la filosofía griega buscando descubrir lo de "las enseñanzas secretas" de los primeros, "Los Sabios" y, luego, de Platón, Aristóteles, Plotino, etc., para llegar a comprender que no eran otra cosa que el efecto de un fenómeno espiritual que él explica así:
«En el siglo VI interviene un factor nuevo que transformará de modo decisivo la vida espiritual de Grecia, el llamado fenómeno dionisiaco ha sido estudiado en su aspecto artístico y religioso, y casi nunca se ha analizado su relación con toda la evolución espiritual griega. Con un término más filosófico se puede llamar misticismo a este movimiento. Mientras que hasta entonces el hombre miraba el mundo y se insertaba en él como una parte más, ahora se separa de todo, se vuelve hacia su propia interioridad y buscando en sí mismo encuentra allí el mundo y la divinidad. De este modo vemos coexistir en Grecia dos visiones del mundo antitéticas, política la una y mística la otra: del choque entre estas fuerzas nace el milagro de la filosofía griega. En nuestro estudio seguiremos esta distinción fundamental, desarrollándola y justificándola a partir de los textos de los presocráticos y de Platón» (Giorgio Colli, Filósofos sobrehumanos, Siruela, Madrid, 2011, p. 35).
Desde sus primeros escritos, Platón político (1937) Filósofos sobrehumanos (1939), La naturaleza ama esconderse (1948) y en sus investigaciones de La sabiduría griega y El nacimiento de la filosofía, así como su comprensión y crítica de los fenómenos dionisiaco y apolíneo a partir de la interpretación de Nietzsche, Giorgio Colli propone y aclara los diversos aspectos de la naturaleza del misticismo, el arte y la política, en los sabios y en los filósofos griegos, como fundamentos de "sus enseñanzas secretas" y su posterior influencia en algunos discípulos lejanos. Subrayo aquí tan sólo uno de tales aspectos: en Filósofos sobrehumanos se reivindica el misticismo como el máximo logro cognoscitivo (más adelante transcribo una extensa cita al respecto). Muchos años más tarde, en Después de Nietzsche, Colli volverá a insistir de nuevo en esta posición, en el aforismo que lleva por título Una palabra con mala fama:
«Hoy como ayer la palabra “místico” no suena bien: al recibir esta denominación, nuestros rostros se sonrojan o se ensombrecen. La buena sociedad de los filósofos no admite entre sus miembros a quien lleva tal nombre, y, por razones de etiqueta, lo proscribe. Hasta los más libres, como Nietzsche y Schopenhauer, rechazaban este nombre. Y sin embargo “místico” significa únicamente “iniciado”, el que ha sido introducido por otros o por él mismo en una experiencia, en un conocimiento que no es el cotidiano, que no está al alcance de todos. Es indudable que no todos pueden ser artistas, no hay nada de extraño en ello. ¿Por qué razón iban todos a poder ser filósofos? La misma comunicabilidad universal, como carácter de la razón, no es más que un prejuicio, una ilusión. Los meandros más sutiles, tortuosos y penetrantes de Aristóteles, después de veinticuatro siglos, todavía están sin explorar, aún no han sido aferrados. También el racionalismo es místico. En definitiva, se trata de reivindicar “místico” como epíteto honorífico» (Giorgio Colli, Después de Nietzsche, Anagrama, Barcelona, 2000, p. 117).
Para Giorgio Colli el asunto del descubrimiento y la expresión del conocimiento esta encarnado, entrañado, conectado y metaforizado con el asunto de la "verdad", al contrario del error de Descartes 3. La "verdad", así con minúscula, pues no se trata de la "Verdad Absoluta", esa que se escribe con mayúsculas, porque, tal y como lo intuyeron los maestros antiguos, él también intuyó que se trataba de un asunto del buen sentir para el bien pensar, un cuerpo que siente y se siente para pensar y pensarse, mejor dicho, un asunto de sentir y de sentimientos:
"Bello, sin reservas, es el amor a la verdad. Lleva lejos, y es difícil alcanzar el final de camino. Más difícil es, sin embargo, la vía de regreso, cuando se quiere decir la verdad. Querer mostrar la verdad desnuda es menos bello, porque turba como una pasión. Casi todos los buscadores de verdad han sufrido esta enfermedad, desde tiempos inmemoriales" (Giorgio Colli, La naturaleza ama esconderse, Sexto Piso, México, 2009, p. 27).
Sentir y sentimientos, he ahí "el misterio" y, en consecuencia, también "el secreto" de esas, las "otras" enseñanzas, las de "los Sabios" y luego las de Platón y, muy probablemente, las de Aristóteles, y, por supuesto, las Plotino, y las de la discípula ya posterior, Hipatia, y, muchos siglos después, las de Bruno y las de Nietzsche. Esas enseñanzas que sólo pueden ser "enseñadas" de Maestro a Discípulo, como lo hiciera Diotima con Sócrates, porque no es posible trasmitirlas de otra manera. En la nota del traductor, Miguel Morey, en Filósofos sobrehumanos dice lo siguiente:
"En Platón político se nos dice, aludiendo al giro exotérico, racionalizador, político, de Platón que culmina en la República, lo siguiente: «El racionalismo es el método gracias al cual la verdad puede realizarse en el mundo, gracias al cual puede fundarse un Estado en el que todos sus miembros vivan filosóficamente... En la República, política significa vida en común de la clase de los filósofos». En Filósofos sobrehumanos repite casi lo mismo, pero con un matiz decisivo. Dice aquí: «Este problema educativo es al mismo tiempo para él el máximo problema político, ya que la felicidad y la perfección del Estado dependen de que exista en él la posibilidad de educar a conocedores» (p. 20-21).
No es acaso esto la materia y el espíritu de "las enseñanzas secretas" de Hipatia, esas de las que el discípulo Sinesio escribe en sus cartas con el mismo hermetismo 4, o mejor sería decir con la misma dificultad de expresión con la que todos, maestros y discípulos, de la "Sabiduría" han sido afectados en todos los tiempos y espacios al querer exponer "su verdad", "la verdad" de la que todo y todos estamos hechos, porque, como ya lo dijo, Giorgio Colli: "También el racionalismo es místico", lo que viene a implicar que no se entenderían ni se podrían explicar los grandes descubrimientos, inventos y realizaciones de los Homo-Humanos sin que sus autores hubiesen estado afectados por "el toque" de la "locura divina", esa que expone el Sócrates de Platón en Fedro 5, Banquete, Fedón y otros de sus diálogos eleusinos, como bien lo explica Giorgio Colli en La naturaleza ama esconderse y en sus otras obras ya mencionadas.
Mejor dicho, "enseñanzas secretas", "locura divina", "heroico furor", "conocedores", en fin, todo aquello que debiera hacerse emerger, no sabría decir si desde lo más alto o desde lo más profundo, del "Gran Anhelo de la carne", eso que llamo "El Espíritu", que no es otra cosa que el anhelo de futuro, o sea, ese alzar las manos y dirigir los pasos hacia las estrellas, el retorno al origen. Ese sueño del sentir dionisiaco, ese contra el que se ensañan las pesadillas y los horrores de la razón apolínea, porque en él se encarna la naturaleza artística y política del misticismo tal y como lo examina Giorgio Colli en la cita que anunciaba más atrás:
Empédocles y lo dionisiaco
"Por tanto, también Empédocles es un místico, pero la característica que lo distingue de los otros presocráticos es la naturaleza más artística y política de su misticismo, rasgo este que en cambio le aproxima a Platón. Este aspecto artístico debe ser examinado dado que en casi todos los pensadores griegos hasta Platón, y particularmente en Empédocles, está ligado hasta tal punto a las doctrinas filosóficas que sin él no pueden ser comprendidas a fondo. Con Empédocles nos encontramos con el primer artista griego verdaderamente dionisiaco, y tal vez el único que ha sabido realizar artísticamente, de un modo pleno y en su totalidad, la visión dionisiaca del mundo. Esto se explica por los presupuestos filosóficos, aunque sea vistos a través de la religión, de los que parte el fenómeno dionisiaco: ningún artista puro, carente por tanto de sentido filosófico, puede ser un verdadero dionisiaco, y Nietzsche se equivoca al encontrar en la tragedia griega la máxima expresión de esta visión del mundo; esta máxima expresión fue alcanzada solamente por un poeta como Empédocles, que fue al mismo tiempo filósofo. Antes hemos definido, con una interpretación del fenómeno más amplia que la nietzscheana, el fenómeno místico, es decir la visión dionisíaca del mundo, como interioridad pura, como impulso a superar todo lo que es humano; lo apolíneo es en cambio cualquier forma de expresión, o sea, para los griegos, la actividad política en sentido amplio. El arte apolíneo es por tanto aquel en el que la expresión coincide con el sentimiento-intuición, donde la expresión es lo único importante y carece de interioridad previa, es visión pura, objetividad. En cierto sentido, el objeto finito es lo que precede, y es la causa del sentimiento: el sentimiento se expresa luego, se realiza a través de la cosa, se recuesta en la cosa, encuentra en ella un reposo satisfactorio y un límite a su infinidad. Para el verdadero artista dionisiaco sucede lo contrario, parte del interior, sin estímulos externos y sin impresión de cosas concretas: cuando en su soledad la vida se desborda, siente la necesidad de actuar, de comunicarse con los hombres, de crear, y busca afanosamente símbolos visibles que expresen su interior. Su sentimiento es infinito y busca la infinidad, no puede detenerse en las cosas determinadas que dan paz porque es una aspiración eterna, y quiere por tanto expresarse en lo general, en lo indeterminado, en lo que mantiene su desgarro, porque no puede por menos, pero debe ser algo general que no sea abstracto, que sea la esencia de la vida, de la que descienden, y en la que están comprendidas y representadas las cosas concretas. La creación dionisiaca, que, como he dicho, solamente en Empédocles se realiza cumplidamente, es por tanto una forma muy particular de arte, que se encuentra en algunas obras de los místicos, y en la música. Digo la música, porque sólo en el motivo musical, como ha observado Schopenhauer en el libro III del Mundo como voluntad y representación, se encuentra una generalidad que sea concreta, requisito necesario de la creación dionisiaca. Pero esta coincidencia de generalidad y concreción, que Schopenhauer encuentra ampliamente en la música, entiendo que debe limitarse a los músicos dionisiacos, o sea, a unos pocos de ellos. El músico dionisiaco se distingue sin embargo del poeta-filósofo dionisiaco por su carencia de sentido filosófico y político. Un dionisiaco como Empédocles crea algunos motivos fundamentales, los cuatro elementos, el amor, el Odio, los establece como principios filosóficos inmutables y los impone a los hombres como su propia legislación: Beethoven en cambio, que puede ser considerado un típico músico dionisiaco, al no comprender la necesidad filosófica de alcanzar la máxima generalidad con una creación única e inmutable, recurre por ejemplo a una inagotable variedad de motivos heroicos para expresar una vivencia interior de heroísmo que es única, por más veces que se repita. La filosofía de la naturaleza de Empédocles nace de esta búsqueda artística de creación y de expresión; y acude a símbolos cósmicos porque estos son los más generales y los más grávidos de vida. Sus creaciones artísticas y filosóficas, sus "motivos", el aire, la tierra, el fuego, el agua, el Amor, el Odio, a los que podría añadirse el Sphaîros, no son sino la expresión de sus experiencias fundamentales, de sus intuiciones místicas" (Giorgio Colli, Filósofos sobrehumanos, Siruela, Madrid, 2011, pp. 114 y ss.).
Todo esto es lo que diferencia y distingue eso de o darle sentido o darle valor a la vida y a la existencia. Sentido o valor, es lo que hace la diferencia entre conocimiento y saber, dos cosas bien distintas y por las que o vivimos o nos viven.
Pero ya este asunto apunta hacia otro ámbito, así que mejor detengámonos ahí que ya habrá una nueva oportunidad para charlar sobre estos asuntos, que como insinúa Giorgio Colli y también comparto, eran tratados de manera más discreta o clandestina, por el mismo Aristóteles, el presunto maestro del raciocinio, de quien sus seguidores de todos los tiempos no sospecharon su "lado oculto", "sus enseñanzas secretas", eso que él mismo reconoció:
"(...) aquellos cuya vida, por ser participación en los misterios e iniciación consumada, debe estar llena de satisfacción y de felicidad ... Después nos sentaremos aquí abajo en religioso silencio y con toda dignidad; porque nadie se lamenta de ser iniciado" (Aristóteles, Sobre la filosofía, fr. 14).
Y agrega:
"(...) como sostiene Aristóteles, que los iniciados no deben aprender otra cosa, sino experimentar una emoción y quedarse en un determinado estado, evidentemente después de haber sido capacitados para eso".
"(...) lo que pertenece a la enseñanza y lo que se refiere a la iniciación. Porque lo primero se hace presente al hombre a través del oído, pero lo segundo sólo cuando la mente experimenta una súbita iluminación; eso es lo que llamó Aristóteles mistérico y semejante a las iniciaciones de Eleusis (porque en ellas el iniciado quedaba marcado con respecto a las visiones, pero no recibía una enseñanza" (Aristóteles, Sobre la filosofía, fr. 15).
"Pero podría ser que uno ignorara lo que hace, por ejemplo ... o que no supiera que se trataba de secretos incomunicables, como decía Esquilo a propósito de los misterios..." (Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1111 a 8-10).
Lástima, ya no hay maestros como tu, ni escuelas como la tuya, ya los discípulos nunca sabrán que es necesario aprehender el conocimiento para aprender los saberes, todo porque la educación que interesa a los poderosos esta instrumentalizada para alienar y enajenar el sentido de la vida por el valor de producir y poseer.
En fin y para dar paso a sentir y pensar a pesar de lo poco que se sabe de tu vida y tu obra, pero lo suficiente como para imaginar que así como lo hiciste y lo hicieron tus maestros y tus discípulos, es posible "enseñar y aprehender" una vida, primero, con sentido y luego, con mejores valores que esos de la mera utilidad por la que unos cuantos someten, dominan y explotan a todos los demás para lucrarse en su propio beneficio.
Y para terminar y como se despedía de sus amigos el sabio Epicuro, deseo en tu recuerdo: Salud y alegría,
Iván Rodrigo.

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1 Sinecio de Cirerne, Cartas, Gredos, Madrid, 1995.
2María Dzielska, Hipatia de Alejandría, Siruela, Madrid, 2004, p. 60.
3Antonio Damasio, El Error de Descartes, Crítica, Barcelona, 1994, pág. 230 : "Este es el error de Descartes: La separación abismal entre el cuerpo y la mente, entre el material del que está hecho el cuerpo, medible, dimensionable, operado mecánicamente, infinitamente divisible, por un lado, y la esencia de la mente, que no se puede medir, no tiene dimensiones, es asimétrica, no divisible; la sugerencia de que el razonamiento, y el juicio moral, y el sufrimiento que proviene del dolor físico o de la conmoción emocional pueden existir separados del cuerpo. Más específicamente: que las operaciones más refinadas de la mente están separadas de la estructura y funcionamiento de un organismo biológico."
4 Sinecio de Cirerne, Cartas, (Gredos, Madrid, 1995, p. 258). Carta 137 a Herculiano, desde Cirene a Alejandría, entre el 393 y el 399: "[...] Si de verdad el provecho que se obtenía de los errantes viajes de Odiseo era, como afirmó Homero, «ver las ciudades de muchos hombres y conocer su forma de pensar», y eso aun habiendo arribado a las costas no de gente agradable sino de Lestrígones y Ciclopes, de seguro que el poema habría celebrado maravillosamente este viaje tuyo y mío, que nos ha permitido llegar a conocer por experiencia cosas que, aunque la fama las contara, no se creerían. Y es que hemos visto con nuestros propios ojos y escuchado con nuestros propios oídos a la auténtica maestra de los misterios de la filosofía". Destaco en cursiva y subrayo la referencia de Sinecio a Hipatia y a sus "enseñanzas secretas".
5"SÓCRATES: Pero hay dos formas de locura; una debida a enfermedades humanas, y otra que tiene lugar por un cambio que hace la divinidad en los usos establecidos.
FEDRO: Así es.
SÓCRATES: En la divina, distinguíamos cuatro partes, correspondientes a cuatro divinidades, asignando a Apolo la inspiración profética, a Dioniso la mística, a las Musas la poética, y la cuarta, la locura erótica, que dijimos ser la más excelsa, a Afrodita y a Eros" (Platón, Fedro: 265 a-b).

1 comentario:

martiniano dijo...

El misterio, querido Ivancho. Si nos aproximamos a él no es para " resolverlo" y convertirlo en instrumento, como lo pretende la racionalidad capitalista - y su contracara, el comunismo- sino porque sabemos que detrás alienta la sucesión infinita de facetas que constituyen el vasto universo. En la base de esa curiosidad subyace el ansia de conocimiento ha movido a los grandes espíritus, enamorados desde siempre del carácter insoluble del misterio. Si se conformaran con " desvelarlo", como han pretendido todas las formas de la institucionalidad no serían o no hubiesen sido castigados. La gran Hipatia lo supo cmo ninguna.
Un abrazo y hablamos,
Gustavo

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