26 de julio de 2010

Nietzsche: El enigma de Ariadna

Iván Rodrigo García Palacios

Es un reto y una historia fascinante el intentar esclarecer el enigma de Ariadna, ese desafío que Friedrich Nietzsche lanzó, al final de su vida lúcida, en Ecce homo.
Nietzsche bien conocía del sentido que los antiguos griegos le daban al enigma: en primer lugar, trágico y agonístico, según la leyenda que relata la aflicción que causó la muerte de Homero. En segundo lugar, por la conexión de enigma y sabiduría tal y como Heráclito emplea e interpreta esa misma leyenda de la muerte de Homero. En tercer lugar, se corresponde con las célebres interpretaciones que se hacen del enigma de la Esfinge y Edipo, en la tragedia de Sófocles. Y, en cuarto lugar, por la definición de Aristóteles:
"El enigma es la formulación de una imposibilidad racional que, aun así, expresa un objeto real".

Lo que bien explica Giorgio Colli:
"El sabio, que domina la razón, debe desatar ese nudo. Por eso, el enigma, cuando entra en el agonismo de la sabiduría, debe revestir una forma contradictoria" (1).

A esto y a que se revelen muchas otras conexiones existenciales de su vida y de su obra, es a lo que Nietzsche desafía para que se desate, del nudo de su enigma, aquellos asuntos que le causaron penas y aflicciones, agonías y éxtasis, así como "el furor" para realizar sus obras.
Sobre ello ya he escrito en otros de mis textos y ahora voy a intentar contar una nueva historia.

***

Faltaban casi tres meses para que Friedrich Nietzsche, ya afectado por terribles sufrimientos y por estados alternantes de lucidez y delirio, se precipitara en el silencio y el fuego de sus tinieblas interiores y consumirse lentamente durante los últimos diez años de su vida.
Era el 15 de octubre de 1888, cuando inició la escritura de Ecce homo, su autobiografía y explicación de sus obras. Ese es un libro marcado por las trágicas condiciones corporales, mentales y espirituales de Nietzsche, a las que es necesario considerar al momento de su lectura e interpretación, porque, en esos estados, lo que él escribe es la manifestación hermética de su consciencia consumida por el fuego, "el furor" fulgurante del sol radiante que centelleaba en su cerebro.
Es, en esas circunstancias y precisamente al explicar la escritura de Así habló Zaratustra, que Nietzsche lanza el desafío para que se solucione el enigma de Ariadna:
"Nada igual se ha compuesto nunca, ni sentido nunca, ni sufrido nunca: así sufre un dios, un Dionisios. La respuesta a este ditirambo del aislamiento solar en la luz sería Ariadna... ¡Quién sabe, excepto yo, qué es Ariadna! De todos estos enigmas nadie tuvo hasta ahora la solución, dudo que alguien viera siquiera aquí nunca enigmas. -
Zaratustra define en una ocasión su tarea -es también la mía- con tal rigor que no podemos equivocarnos sobre el sentido: dice sí hasta llegar a la justificación, hasta llegar incluso a la redención de todo lo pasado.
Yo camino entre los hombres como entre los fragmentos del futuro: de aquel futuro que yo contemplo.
Y todos mis pensamientos y deseos tienden a pensar y reunir en unidad lo que es fragmento y enigma y espantoso azar.
¡Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre no fuese también poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar!
Redimir a los que han pasado, y transformar todo «Fue» en un «Así lo quise yo» ¡sólo eso sería para mí redención!".
(Ecce homo, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. 8).
Y enfatizo: "precisamente al explicar la escritura de Así habló Zaratustra", porque de esa forma el enigma de Ariadna es referido a Zaratustra y no a ninguna de sus otras obras anteriores en las que ya el nombre de Ariadna aparece como compañera de Dionisios, como específicamente lo hizo en el proyecto de drama, Empédocles, escrito en 1870, por la misma época en la que comenzaba escribir los primeros textos que darían origen, dos años después, a su libro: El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música.
Son, ese proyecto de drama y ese libro, los que es necesario considerar como elementos fundamentales en la formulación y desvelamiento del enigma de Ariadna, porque, el proyecto de drama Empédocles, fue escrito para declarar y enmascarar su enamoramiento por Cósima Wargner y, El nacimiento de la tragedia, de manera abierta y evidente, para reivindicar el sentido mitológico de la música de Richard Wagner.
Nada extraño sería que, en este contexto de conexiones y significaciones mitológicas, Nietzsche se esté refiriendo a Richard Wagner o bien como al temido Minotauro-Dionisios, al que se ofrenda a Ariadna o bien como a Teseo, de quien ella está enamorada.
Lo más extraño de esta historia, es que Nietzsche, en 1882, doce años después, cambia o suprime el nombre o los discursos o las canciones que habían sido escritos para Dionisios y Ariadna, de los manuscritos que envía al editor para la publicación de Así habló Zaratustra, como puede comprobarse confrontando los originales y los apuntes conservados en el archivo de Nietzsche.
Esto permite entonces conectar el enigma de Ariadna con los dos enamoramientos de Nietzsche, el por Cósima y el por Lou Andreas Salomé, porque Así habló Zaratustra es un poema épico-filosófico, pero, también, un poema enamorado que Nietzsche escribe bajo los influjos de su enamoramiento por Lou como ya lo he demostrado.
Sin embargo, antes de considerar las conexiones del enigma de Ariadna con estos dos enamoramientos, es necesario establecer una conexión, previa y directa con otro enamoramiento, uno muy cercano a la memoria y al corazón de Nietzsche: el enamoramiento de Hölderlin por Susette Gontard, su Diotima, porque es en el poema Empédocles, de Hölderlin, donde se encuentra la clave que origina todo el enigma de Ariadna:
"Pausanias:
¿Por qué me ocultas y haces de tu pena para mi
un enigma. ¡Créeme!, nada es más doloroso.
Empédocles:
Y nada es más doloroso, Pausanias,
que descifrar una pena. ¿Es que no lo ves?".
(Hölderlin, Empédocles, Escena IV, v. 440-445).

Este origen del enigma de Ariadna se explica porque Nietzsche sintió, con temor y temblor, una patológica admiración por Hölderlin y por su obra, por su destino trágico y por envidia reverente a su poesía.
Admiración y envidia que se remontan a la adolescencia de Nietzsche, cuando, siendo estudiante interno en Schulpforta, se inicia en la música de Wagner y en la vida y obra de Hölderlin, lo que marcaría de manera profunda e indeleble su destino humano y filosófico. Así se explica el que tomara, traspusiera y trasformara numerosos de los motivos y figuras de Wagner y Hölderlin en su propia obra y comportamientos.
De manera evidente, Nietzsche tomó para su proyecto de drama, Empédocles, la figura de Empédocles, tanto el personaje del poema de Hölderlin, como la del filósofo siciliano, fundador religioso y médico prodigioso del siglo quinto de la Grecia antigua, Empédocles de Acragas, el que, según la leyenda, se arrojó al cráter ardiente del Etna.
Con ellos y con otros motivos y figuras de las vidas y las obras de ambos Empédocles, Nietzsche configura su proyecto de drama. Pero y como puede deducirse, en ese proyecto de drama también se prefiguraban ya los motivos filosóficos de "Dios ha muerto", el eterno retorno y el superhombre que Nietzsche desarrollará en Así habló Zaratustra. Lo que no debe ser extraño, porque es eso lo que el enamoramiento provoca que sienta y piense el enamorado.
Por ejemplo, se inspirará, para los versos iniciales del Zaratustra, en el sol de Hölderlin, cuya luz será Diotima y que, para Nietzsche, será Ariadna, pero también, como explico en otro texto, en los soles y esferas de los filósofos presocráticos: Heráclito, Parménides y Empédocles.
Este es el sol de Hölderlin:
"Desciende, hermoso sol, bien poco se preocupan
de ti, no te han conocido, oh sagrado,
mientras calmoso y sin esfuerzo pasabas
sobre los hombres en su afán.

¡Oh luz, gozosamente me levantas y me desciendes!
¡Qué bien te reconocen mis ojos, soberana.
Pues yo aprendí a adorar en tu paz divina
Cuando Diotima curó mi alma.

¡Cómo te escuchaba, enviada del cielo!
A ti amor, Diotima, como levantaba
desde ti mis ojos hacia el áureo día,
pensativos y absortos. Entonces susurraban

más vivas las fuentes, respiraban,
amándome, las flores de la tierra,
mientras riendo sobre nubes de plata
el éter se inclinaba enviando bendiciones" (2).
A ello, Nietzsche agrega, en su drama Empédocles, a Dionisios, Ariadna, Teseo, Corina y un enamoramiento trágico, el motivo de su propio enamoramiento por una mujer casada, al igual que Hölderlin.
Nietzsche finalmente no escribió el drama Empédocles, el que, por lo que luego sucedió el 25 de diciembre de 1870, fue remplazado por una copia en limpio de su estudio: El origen del pensamiento trágico, como regalo para el cumpleaños treinta y tres de Cósima.

***

La historia del enigma de Ariadna continúa doce años después, en 1882. Pero, ya para ese momento, es necesario preguntarse:
¿Por qué Nietzsche escribió un poema épico-filosófico y enamorado y no un nuevo drama o libro de aforismos como el que ya estaba escribiendo en el segundo semestre de 1882 y que posteriormente se convirtió en la cuarta parte de la Gaya ciencia?
Si se acepta que lo que desata el enamoramiento es una visión sublimada o mitológica que se proyecta en una persona, idea y actividad y nunca en una persona específica, eso explicaría el que para Nietzsche, en la aparición estelar de Lou Andreas Salomé, en marzo de 1882 en la Catedral de San Pedro en Roma, se le revelara de nuevo Ariadna como a un renacido Dionisios. Al igual que explica el que, en sus delirios finales, confundiera como una y la misma a Cósima, Lou y Ariadna.
También se aclara el que, doce años después y ya sin los temores ni temblores de declararle su enamoramiento a Lou, una mujer soltera, Nietzsche se siente en la libertad de trasponer y encarnar a Dionisios en Zaratustra. Dionisios, es el mismo dios mitológico que desposará a Ariadna en la isla de Naxos y, con ello, los demás motivos trágicos del mito minoico. Ariadna, es la "Señora del Laberinto", la "Luminosísima". Zaratustra, es el profeta y fundador del mazdeísmo o zoroastrismo y primer moralista.
Pero, como en toda tragedia erótica, otra vez emerge en la mente de Nietzsche el trágico triángulo erótico de los celos. Esta vez, Paul Rée es el rival, el Teseo del que Nietzsche cree que Ariadna está enamorada y a quien ella guía con el hilo y la luz de su amor en el laberinto y no a él.
Aun así, es a Lou a la que ofrenda Así habló Zaratustra, el compendio de su "filosofía del futuro". Un poema épico-filosófico y enamorado.
Un poema que se inspira en las Purificaciones de Empédocles de Acragas y en el Poema del Ser de Parménides y en el nuevo sol de Heráclito y en el Empédocles, los poemas y los dramas que Hölderlin escribiera para Diotima.
Pero, también, Así habló Zaratustra es un compendio ético y una guía de trasformaciones hacia el Superhombre, una nueva visión y actualización, al tiempo de Nietzsche, de aquel mundo y época y una profecía para los tiempos por venir. Eso es lo que hace Nietzsche al interpretar los preceptos de los antiguos sabios griegos; los preceptos de los poetas-filósofos helénicos, latinos, humanistas italianos y, por supuesto, de las ideas y pensamientos de Bruno y Spinoza. El Spinoza que tanto admiraba Lou y al que ella había convertido en guía de su existencia y pensamientos.
Nietzsche pretendía ser eso y mucho más para Lou.
De las conexiones del enamoramiento de Nietzsche por Lou y de este con la escritura de Así habló Zaratustra, he escrito con amplitud en otros textos.
Sin embargo, bien vale la pena recordar, al menos, una de las referencias más explicitas y significativas que hace Nietzsche en Así habló Zaratustra sobre su enamoramiento por Lou.
Se corresponde con aquellos días y noches que siguieron al estelar encuentro y que se refiere a los paseos por las calles de Roma y que Nietzsche rememora en la La canción de la noche cuando habla de los cantos de los surtidores de las fuentes romanas y de los susurros de "las vivas fuentes" de Hölderlin:
"Es de noche: ahora hablan más fuerte todos los surtidores. Y también mi alma es un surtidor.
Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es la canción de un amante" (Z, II, La canción de la noche).

En fin y aunque el enigma de Ariadna continúe indescifrable por el resto de la eternidad, sigue abierto, es una ofrenda y un desafío. Es la propuesta de un delicioso juego de niños, una vital Lectura Lúdica para quienes "lo desconocido", los enigmas, los misterios, son el motivo y la razón de su enamoramiento perpetuo. Un enigma que provoca la visión de aquella Diana cazadora que cada día se muestra en una fuente del bosque y da caza, con sus flechas, al corazón de los amantes, poseyéndolos y dotándolos de una nueva vida como lo explica Giordano Bruno:
"Ninguno cree posible ver el sol, el universal Apolo y luz absoluta, excelentísima y suprema especie; mas sí ciertamente su sombra, su Diana, el mundo, el universo, la naturaleza que se halla en las cosas, la luz que se oculta en la opacidad de la materia (es decir, aquella misma en tanto que resplandece en las tinieblas). De los muchos, pues, que por las dichas y otras vías vagan por esta desierta selva, poquísimos son los que acceden hasta la fuente de Diana. Conténtanse muchos con la caza de fieras montaraces menos ilustres, y la mayor parte no encuentra cosa que aprehender, pues habiendo tendido al viento las redes, se hallan con las manos repletas de moscas. Rarísimos son, como digo, los Acteones a los que concede el destino poder contemplar a Diana desnuda y transformarse de tal modo que -prendados de la armónica belleza del cuerpo de la naturaleza, y vislumbrados ellos por esas dos luces, gémino resplandor de la divina bondad y belleza- vengan convertidos en ciervos, no siendo ya cazadores sino presas. Pues el término y fin último de esta cacería el llegar a la captura de esa fugaz y montaraz pieza, por la cual el depredador vuélvese presa y el cazador caza. En cualquier otra especie de cacería en que se persiguen cosas particulares, es el cazador quien atrae a sí a las otras cosas, absorbiéndolas por la boca de la propia inteligencia; mas en tratándose de divina y universal caza, llega de tal modo a apresarlo que es él quien queda forzosamente prendido, absorbido, unido. Y así, vulgar, ordinario, civil, popular como era, deviene ahora selvático cual ciervo morador de los desiertos; vive divinamente en las frondosidades de la selva, en los aposentos nada artificiales de los cavernosos montes, admirando las fuentes de donde manan los grandes ríos y vegetando intacto libremente con la divinidad, a la cual aspiraran tantos hombres que en la tierra quisieron gozar de celeste vida, y que como una sola voz dijeran: "He aquí que me alejé huyendo e hice mansión en la soledad" (Salmos, 54, 8). Entonces los canes, pensamientos de cosas divinas, devoran a este Acteón, haciendo que muera para el vulgo, para la multitud, liberado de las trabas de los sentidos perturbados, libre de la carnal prisión de la materia; no verá ya más a su Diana, como a través de orificios y ventanas, sino que, habiendo echado por tierra las murallas, es todo ojos a la vista del horizonte entero. De esta suerte contempla ahora todo como uno, sin ver ya por distinciones y números, los cuales, según los diversos sentidos -domo a través de otras tantas figuras-, no permiten ver y aprehender sino confusamente. Contempla a la Anfitrite, fuente de todos los números, de todas las especies, de todas las razones, que es la Mónada, verdadera esencia del ser de todos; y si no la ve en su esencia, en su absoluta luz, la contempla en su progenitura, que se le asemeja y es su imagen; porque de la monada que es la divinidad procede esta otra mónada que es la naturaleza, el universo, el mundo, donde se contempla y refleja como el sol en la luna, mediante la cual nos ilumina, permaneciendo él en el hemisferio de las sustancias intelectuales. Tal es Diana, ese uno que es el ente mismo, ese ente que es la misma verdad, esa verdad que es la naturaleza comprensible, en la que influye el sol y el resplandor de la naturaleza superior, según que la unidad sea distinguida en generada y generadora, o produciente y producida. Podéis así por vos mismo concluir acerca del modo de la caza y de la nobleza y digno triunfo del cazador; por todo ello ufánase el Furioso de ser presa de esa Diana a la cual rindióse, de la cual se considera favorecido esposo y el más feliz cautivo y subyugado, sin que pueda envidiar a hombre alguno -que más no puede lograr- o dios que obtener pudiera lo que es imposible para una inferior naturaleza, y que no debe ser por consiguiente deseado y ni siquiera puede ser objeto de nuestro apetito" (Los Heroicos Furores, II, 2).
Esa fue la locura enamorada de Nietzsche.

NOTAS

(1) Giorgio Colli, El nacimiento de la filosofía, Tusquets, Barcelona, 2009, pp. 66-67.
(2) Friedrich Hölderlin, Fragmentos, cuarta escena, primera versión, Poemas. introducción y traducción de José María Valverde, Icaria, Barcelona, 1991, p. 71.

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APÉNDICE

Algunas citas de Así habló Zaratustra y El nacimiento de la tragedia, en las cuales Nietzsche se refiere a sus enigmas:

Así habló Zaratustra:

"Todo en la mujer es un enigma, y todo en la mujer tiene una única solución: se llama embarazo" (Z, De viejecillas y de jovencillas).

"Él ha domeñado monstruos, ha resuelto enigmas: pero aún debería redimir a sus propios monstruos y enigmas, en hijos celestes debería aún transformarlos" (Z, De los sublimes).

"Un enigma continúa siendo para mí este sueño; su sentido está oculto dentro de él, aprisionado allí, y aún no vuela por encima de él con alas libres" (Z, El adivino).
(...)
"Así contó Zaratustra su sueño, y luego calló: pues aún no sabía la interpretación de su sueño. Pero el discípulo al que él más amaba se levantó con presteza, tomó la mano de Zaratustra y dijo:
«¡Tu vida misma nos da la interpretación de ese sueño, Zaratustra!
(...)
Yo camino entre los hombres como entre los fragmentos del futuro: de aquel futuro que yo contemplo.
Y todos mis pensamientos y deseos tienden a pensar y reunir en unidad lo que es fragmento y enigma y espantoso azar.
¡Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre no fuese también poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar! Redimir a los que han pasado, y transformar todo "Fue" en un "Así lo quise" - ¡sólo eso sería para mí redención!" (Z, De la redención).

"¡Resolvedme, pues, el enigma que yo contemplé entonces, interpretadme la visión del más solitario!" (Z, De la visión y enigma, 2).

«¡Zaratustra! ¡Zaratustra! ¡Resuelve mi enigma! ¡Habla, habla! ¿Cuál es la venganza que se toma del testigo?
Yo te invito a que te vuelvas atrás, ¡aquí hay hielo resbaladizo! ¡Cuida, cuida de que tu orgullo no se rompa aquí las piernas!
¡Tú te crees sabio, orgulloso Zaratustra! Resuelve, pues, el enigma, tú duro cascanueces, - ¡el enigma que yo soy! ¡Di, pues: quién soy yo!»
- Mas cuando Zaratustra hubo oído estas palabras, - ¿qué creéis que ocurrió en su alma? La compasión lo acometió; y se desplomó de golpe, como una encina que ha resistido durante largo tiempo a muchos leñadores, - de manera pesada, súbita, causando espanto incluso a quienes querían abatirla. Pero enseguida volvió a levantarse del suelo, y su rostro se endureció
«Te conozco bien, dijo con voz de bronce: ¡tú eres el asesino de Dios! Déjame irme.
No soportabas a Aquel que te veía, - que te veía siempre y de parte a parte, ¡tú el más feo de los hombres! ¡Te vengaste de ese testigo!» (Z, El más feo de los hombres).

"Entonces amaba yo a tales muchachas de Oriente y otros azules reinos celestiales, sobre los que no penden nubes ni pensamientos.
No podréis creer de qué modo tan gracioso se estaban sentadas, cuando no bailaban, profundas, pero sin pensamientos, como pequeños misterios, como enigmas engalanados con cintas, como nueces de sobremesa - multicolores y extrañas, ¡en verdad!, pero sin nubes: enigmas que se dejan adivinar: por amor a tales muchachas compuse yo entonces un salmo de sobremesa.» (Z, Entre hijas del desierto , 1).

El nacimiento de la tragedia:

"Ensayo de autocrítica
Sea lo que sea aquello que esté a la base de este libro problemático: una cuestión de primer rango y máximo atractivo tiene que haber sido, y además una cuestión profundamente personal - testimonio de ello es la época en la cual surgió, pese a la cual surgió, la excitante época de la guerra francoalemana de 1870-1871. Mientras los estampidos de la batalla de Wörth se expandían sobre Europa, el hombre caviloso y amigo de enigmas a quien se le deparó la paternidad de este libro estaba en un rincón cualquiera de los Alpes, muy sumergido en sus cavilaciones y enigmas, en consecuencia muy preocupado y despreocupado a la vez, y redactaba sus pensamientos sobre los griegos, -núcleo del libro extraño y difícilmente accesible a que va a estar dedicado este tardío prólogo (o epílogo)" (N, El nacimiento de la tragedia).

"Como poeta, Eurípides se sentía sin duda - ésta es la solución del enigma que acabamos de plantear - por encima de la masa, pero no por encima de dos de sus espectadores" (N, El nacimiento de la tragedia).

"Mientras que Esquilo encuentra lo sublime en la sublimidad de la administración de la justicia por los olímpicos, Sófocles lo ve - de modo sorprendente - en la sublimidad de la impenetrabilidad de esa misma administración de la justicia. Él restablece en su integridad el punto de vista popular. El inmerecimiento de un destino espantoso le parecía sublime a Sófocles, los enigmas verdaderamente insolubles de la existencia humana fueron su musa trágica. El sufrimiento logra en él su transfiguración; es concebido como algo santificador. La distancia entre lo humano y lo divino es inmensa; por ello lo que procede es la sumisión y la resignación más hondas. La auténtica virtud es la σωφροσύυη [cordura], en realidad una virtud negativa. La humanidad heroica es la más noble de todas, sin aquella virtud; su destino demuestra aquel abismo insalvable. Apenas existe la culpa, sólo una falta de conocimiento sobre el valor del ser humano y sus límites" (N. El nacimiento de la tragedia).

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