Lector
Ludi No. 71
Iván
Rodrigo García Palacios
La
mente es lo que el cerebro hace
Son
más los neurocientíficos que han propuesto alguna forma de
filosofar a partir de los descubrimientos de las neurociencias que
los filósofos, quienes, prácticamente, están pasmados ante tal
avalancha de los avances neurocientíficos.
Sin
embargo, no puede decirse que tales avances neurocientíficos
ofrezcan todavía un terreno firme sobre el cual fundamentar ni una
ciencia ni una filosofía adecuadas sobre la naturaleza de lo humano
y de la naturaleza de la mente. Ni los científicos y, por ende, ni
los filósofos, tiene aun una comprobación científica sobre la
naturaleza de la mente, salvo la frase que ya es un lugar común en
los campos de las neurociencias:
"La
mente es lo que el cerebro hace".
Pero,
como no soy ni científico ni filósofo, esa frase me es suficiente
para intentar una Lectura Lúdica de todos esos asuntos y eso es lo
que he hecho en algunos de mis escritos.
Pero,
ahora no me voy a meter en los laberintos ni de las filosofías ni de
las neurociencias, voy a realizar un liviano recorrido por las
leyendas y las historias de las relaciones de los científicos con la
filosofía y de los filósofos con la ciencia en los territorios de
la mente y la naturaleza de lo humano.
Si
se quisiera poner una marca evidente e histórica del comienzo de
esas relaciones, habría que tomarla del pórtico de la Academia de
Platón, en el cual se colocó la siguiente inscripción:
"No ingrese quien no
sepa geometría".
Para
Platón, las ciencias eran un punto de apoyo para el logro del fin
último de la dialéctica: El Bien Supremo.
Sin
embargo, fue el mismo Platón quien rompió con ese posible punto de
apoyo, pues para él eran más importantes los aspectos metafísicos
del ser y del conocer que los aspectos científicos. Para
Aristóteles, el avanzado discípulo de Platón, las cosas fueron
casi lo mismo, aunque diferentes.
Como
puede deducirse, es a partir de allí que se rompen las relaciones
entre ciencia y filosofía y, si bien, la filosofía se pretenderá
desde entonces como la única dueña de La Verdad, será en la
ciencia donde y desde siempre estará el punto de apoyo o de partida
para las reflexiones de la filosofía, tal y como lo habían hecho
los Sabios anteriores a Platón, más consagrados a desvelar lo
desconocido de la naturaleza material de las cosas que en los asuntos
metafísicos e ideales de las mismas. Para los Sabios, lo fundamental
estaba en el desarrollo de los lenguajes, los códigos, con los
cuales conocer y explicar la vida, el espacio, el tiempo y el
movimiento.
Dos
mil años después, los filósofos humanistas del Renacimiento
italiano, retomarán el propósito de interpretar a la naturaleza a
partir de los avances de la ciencias, buscando que filosofías y
ciencias hablaran en sus propios lenguajes, independientes de los de
la metafísica y de los de las teologías, pero ese intento es
frustrado por el miedo a las hogueras del Santo Oficio, tal y como
ocurrió con Giordano Bruno y su infinito universo y los mundos, así
como con su interpretación filosófica y divulgación de las ideas
copernicanas.
Un
poco más tarde, Descartes, atemorizado por las hogueras
inquisitoriales y víctima de los prejuicios religiosos, opta por
malinterpretar el método científico de Galileo y propone el error o
mito de la dualidad cuerpo-mente, paradigma que todavía prevalece
(Ver: Gilbert Ryle, El concepto de lo mental y Jean-Marie Schaeffer,
El fin de la excepción humana).
Sólo
Spinoza se atreve a proponer y demostrar "geométricamente",
la naturaleza unida de cuerpo y mente:
"El objeto de la
idea que constituye el alma (mens) humana es un cuerpo, o sea,
cierto modo de la Extensión existente en acto, y no otra cosa"
(Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, II,
Proposición XIII).
Ante
la imposibilidad de quemar a Spinoza en las hogueras inquisitoriales,
queman y prohíben sus libros e ideas y a aquellos que las aceptan,
defienden y divulgan.
En
consecuencia, las ciencias de la naturaleza unida de cuerpo y mente,
desde entonces y hasta finales del siglo XX, quedan relegadas a la
clandestinidad y enterradas bajo gruesas capas de ignorancia y
superstición, así como enfrentadas a una estéril polémica entre
dualismo o monismo, inmanencia o trascendendencia.
Las
demás ciencias de la naturaleza alcanzan vertiginoso avance a partir
de la integración de sus lenguajes: las ciencias físicas se nutren
con los avances de los lenguajes matemáticos, como lo hacen Leibniz
y Newton, al tiempo que se desarrollan los lenguajes de otras
ciencias naturales y sociales: la química, la botánica, la
zoología, la sociología, etc.
Durante
el siglo XVIII, las ciencias de la naturaleza logran extraordinarios
resultados y descubrimientos, hasta el punto que los filósofos de la
Revolución Francesa se proponen la realización de una enciclopedia
que reúna todos los conocimientos y saberes existentes.
Será
a mediados del siglo XIX cuando Charles Darwin conmocione los ámbitos
científicos y filosóficos con sus teorías de la evolución. Sin
embargo, más que debates científicos y filosóficos, las teorías
de Darwin desatan la cruenta persecución, teológica y religiosa, a
la que los filósofos temerosamente le sacan el cuerpo.
Así
que, salvo tímidas aproximaciones filosóficas, las teorías
evolutivas quedan restringidas y encerradas en las ciencias
biológicas y sociales dedicadas al estudio de la naturaleza del
cuerpo humano y sólo relacionadas con la naturaleza de la mente
humana por sus comportamientos culturales, psicológicos, políticos,
éticos y morales.
La
mente, como producto natural del cerebro, continuó siendo terreno
vedado, pero, no por ello, dejó de ser terreno de oportunidades para
los falsos profetas, los que se encargan de arar en el inmenso
territorio de las supersticiones y especulaciones de la dualidad
cuerpo-alma y de la naturaleza sobrenatural del pensamiento y del
lenguaje.
Serán
entonces los extraordinarios descubrimientos y avances de las
ciencias y las tecnologías durante el siglo XX los que permitirán
desarrollar las herramientas adecuadas con las cuales realizar las
exploraciones en "la caja cerrada", hasta entonces
hermética, del cerebro, en búsqueda de la naturaleza de la mente,
así todavía no se pueda decir otra cosa que lo ya afirmado:
"La
mente es lo que el cerebro hace".
Pero,
no será por mucho tiempo. Porque, ahora si puede decirse que lo
propuesto por Goethe puede ya aplicarse sin temores ni reservas:
"Si el físico
puede llegar a conocer aquello que hemos llamado un fenómeno
primigenio, queda entonces aliviado, y el filósofo con él. El
primero porque está convencido de haber llegado a los límites de su
ciencia, de que se encuentra en las alturas empíricas, desde donde,
hacia atrás, puede vislumbrar la experiencia en todos sus niveles,
y, hacia adelante, el reino de la teoría, donde puede penetrar. El
filósofo queda aliviado porque toma del físico algo último, que
para él se convierte en algo primero" (J. W. Goethe, Teoría de
los colores).
1 comentario:
Querido Ivancho : acaso sin proponérselo, científicos y filósofos contribuyeron por caminos distintos a forjar la que talvez sea la más perfecta ficción de la especie : la idea del yo, unida al concepto de una historia personal, tan frágil, que puede ser socavada por una enfermedad como el Alzhaimer.
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