Martin
Heidegger, en el círculo.
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Martin
Heidegger y “el ser” el macho alfa
Por
Iván Rodrigo García Palacios
Martin
Heidegger (1889-1976) siempre quiso ser ser el macho alfa, no solo de
las atractivas hembras a su alrededor, sino y lo más visceral, entre
los filósofos y, aunque al fin lo logró en ambos campos, por su
cobardía fue más bien un logro triste y desgraciado en el que
prevaleció la miseria del corazón humano. “Genio y figura ...”.
Resulta
que cuando Heiddeger quiso “ser alguien” en el ámbito de la
filosofía como catedrático de la Universidad de Friburgo, su primer
trabajo como docente, parecía que en la filosofía alemana y
universal ya todo estaba dicho y hecho, así como que también todos
los puestos importantes ya estaban ocupados. Los maestros de la
antigüedad casi agotados. Los maestros alemanes, ya superados. Así
que el único lugar novedoso e importante de lo que estaba sucediendo
en filosofía también estaba ocupado por Emund Husserl (1859-1938)
con su fenomenología. Por lo que Heidegger se tragó ese zapo y con
la falsa humildad que siempre lo caracterizó, se aguantó a Husserl,
un judío, como su maestro y como la autoridad académica de la que
dependía su futuro, por supuesto, no sin evidentes y hasta violentas
repulsas. Igual y con el mismo rencor, soportó a otros maestros
judíos como Jaspers y a los condiscípulos judíos y, luego, a sus
alumnos judíos (Karl Löwith, Fritz Kaufmann, Werner Brock, Helene
Weiß). Y, por supuesto, a las jóvenes discípulas judías a las que
sedujo. Sus deseos afrodisíacos no eran para nada eugenésicos.
Tanto
con las mujeres como con los filósofos y con otras personas, de
ambos sexos, Heidegger fue un predador. Usó y descartó a sus
jóvenes alumnas y a otras mujeres a las que sedujo para su placer y
provecho. Igual hizo con los filósofos, tanto los antecesores a los
que consideró, pero no como el aprendiz que con la humildad del
sabio se reconoce sobre hombros de gigantes. Lo mismo hizo con sus
maestros y con los colegas de su tiempo, a los que derrumba como a
ídolos vencidos para elevar sobre esos escombros su propia
inmortalidad de bronce o mármol.
Heidegger
era poseído por dos fuerzas. Las de Eros, ese estro amoroso que
impulsa a la generación en el espíritu, y por las de Afrodita, ese
impulso biológico de poseer y fecundar en los cuerpos. Pero también,
era poseído por las fuerzas destructivas que tanto Eros como
Afrodita encarnan en la naturaleza: las veleidades de la adulación y
el apetito de poder absoluto.
Si
bien es posible que Heidegger no destruyera las vidas de las jóvenes
a las que sedujo, si las afectó profundamente, para bien o para mal.
La seducción más documentada, junto con las consecuencias de la
misma, es la de Hannah Arentd, la que, a pesar del desprecio que
Heidegger sentía por su obra, o precisamente por ello, ella creó y
desarrolló una de las más importantes filosofía del siglo XX.
Sin
embargo, no se puede decir lo mismo de los filósofos a los que
destruyó, no tanto en su persona como en su obra, aun cuando no
estuvo lejano de destruir las vidas de algunos judíos a causa de su
antisemitismo, tal el caso particular la de su maestro Husserl que,
además de ser judío, era, junto con su obra, aquello a lo que
tenía que superar y destruir para así poder levantar su propio
pedestal. Si en la sabiduría popular esta bien que el discípulo
supere a su maestro, está mal que este lo haga de malas maneras.
Esto
dijo Heidegger de su maestro:
“Husserl nunca fue filósofo, ni un
segundo de su vida” y “cada vez es más ridículo” (Carta del
20 de febrero a K. Löwith en T. Kisiel y T. Sheehan (2015). […]
“quizás el viejo advierta en verdad que le estoy retorciendo el
cuello, y entonces se acaba la expectativa de la sucesión” (Carta
del 8 de mayo de 1923 a K. Löwith en T. Kisiel y T. Sheehan (2015).
De
todas maneras Husserl recomendó, aprobó y logró que Heidegger
fuera nombrado como su sucesor en la cátedra de la Universidad de
Friburgo, a pesar de lo que luego sucedió y que ya es una triste
historia … que todavía levanta ampollas.
Es
cierto también que, si bien no se sabe de que hubiera enviado a
ningún judío a los campos de concentración o a la cámara de gas,
si se sabe que negó su ayuda a aquellos judíos que creyeron ser sus
amigos y a sus colegas judíos. Claro que el desquite llegó después
de la derrota de los nazis cuando Heidegger pidió la ayuda de
aquellos a los que se las había negado y alguno de ellos se la
dieron, tal el caso de Karl Jaspers y Hannah Arentd. Ella fue
criticada por haber promovido “el perdón y olvido” y así como
la reincorporación de Heidegger a la cátedra en reconocimiento de
la importancia de su obra. La historia no ha sentenciado todavía ese
suceso.
Una
revisión y re-consideración
Por
allá en 2009 estaba investigando el enamoramiento de Nietzsche por
Lou Andreas Salome y se me ocurrió que lo mismo les había sucedido
a otros filósofos y fue así como me interesé en el enamoramiento
de Heidegger por Hannah Arentd, igualmente celebre en la historia de
la filosofía.
Pues
bien, en ese entonces el amigo, filósofo y músico, Víctor León
Jaramillo era profesor en la Universidad Luis Amigó y era el
organizador de un congreso internacional de filosofía cuyo tema era
algo así como “Del amor, el cuerpo y el deseo en la posmodernidad”
y le pareció que yo podría decir algo sobre el asunto de los
filósofos enamorados ya que lo habíamos conversado en las tertulias
que hacíamos en mi casa. Y acepté.
En
esa época también andaba entusiasmado estudiando la erótica
platónica, esa que Platón propuso en Fedro, Banquete y República,
razón por la cual le daba más importancia a la acción de Eros
sobre los espíritus que al poder de Afrodita sobre los cuerpos, algo
que el mismo Platón distinguía de manera clara y tajante, pero en
lo que todavía yo no estaba interesado.
Fue
por eso que las consecuencias de los enamoramientos de los filósofos
que propuse en mi ponencia, fueron más eróticas que afrodisíacas
o, mejor dicho, estas últimas no hacían parte de mi exposición
porque yo mismo no establecía las diferencias en las causas y en los
efectos de lo que son Eros y Afrodita tanto en la erótica platónica
como en la misma evolución natural y cultural de los humanos, esos
estados fisiológicos y anímicos a los que metaforizamos con ese par
de motivos mitológicos griegos y sobre los que han corrido ríos de
tinta.
Así
que ahora, diez años después, vuelvo al asunto. Y es que,
recientemente se encendió otra vez la intensa polémica sobre “el
ser nazi” de y en la obra filosófica de Heidegger. Polémica en
la que, además del asunto nazi, se desnudó el lado oscuro de
Heidegger como predador sexual de jóvenes atractivas, en especial,
entre sus alumnas, algo de lo que Heidegger se justificaba como lo
justificó ante su esposa Elfride (Carta del 14 de febrero de 1950),
porque, según él, le eran necesarios esos ardores afrodisíacos
para poder encender el Eros que lo impulsaba a generar y escribir sus
obras filosóficas.
Lo
cierto es que ahora, y para empezar a reivindicarme, voy a proponer
la diferencia que para mi tienen ambos asuntos: El sexo es un
imperativo biológico - Afrodita/Venus. El deseo es un sentimiento –
Eros. Es por ello que cualquier consideración que se haga sobre las
motivaciones de los humanos para realizar sus obras y vidas y a
partir de estas diferencias, va a demandar el que se esclarezca el
punto y hora en el que un instinto provoca un deseo y el punto y hora
en el que ese deseo se trasforma en el Eros del espíritu tal y como
Diotima le enseñó a Sócrates. Mejor dicho, de vuelta a la polémica
sobre ¿qué es el deseo? Y de allí en adelante, demostrar cómo y
por qué el pensamiento se origina en el sentir.
Pero
si a ese Eros platónico había atribuido en mi ponencia la
importancia del enamoramiento de Heidegger por Hannah Arentd. También
y si bien Heidegger parecía requerir de esa doble motivación, Eros
y Afrodita, para generar su pensamiento, ello no lo justifica y con
toda seguridad lo hubiera pasado muy mal en esta época del “me
too”.
Claro
que, y a pesar de la lascivia y lujuriosas debilidades de Heidegger
ante las atracciones del poder y del sexo, hay que reconocer que su
hermenéutica determinó la filosofía del siglo XX. Pero, aun así,
tampoco lo uno justifica lo otro. Un acto criminal es un delito por
donde quiera que se le mire.