14 de marzo de 2019

Cartas Abelardinas- 1



Cartas Abelardinas- 1


Lo grata que es para mí su amistad, podría juzgarlo usted mismo, si su modestia le permitiera reflexionar sobre las cualidades que posee tan abundantemente” (Spinoza, Carta a Enque Oldenburg).


Y por esto que decimos que el placer es principio y fin del vivir venturoso” (Epicuro, Carta a Meneceo).


Medellín, jueves 14 de marzo 2019
Abelardo
Me explico. Estas cartas son Abelardinas por dos Maestros: Uno, Abelardo, Pedro Abelardo, fue maestro en los combates de la disputa. Y dos, Abelardo, Abelgomo, un Magister Ludi. Como quien dice dos personajes anacrónicos al día de hoy, pero no porque sus buenos oficios ya no sean necesarios, todo lo contrario: son más necesarios ahora que nunca. Y me explico.
Uno, los combates de la disputa no son combates de la disputa en busca de una verdad huidiza, pero al fin, una verdad. Por el contrario, los otros combates son enfrentamientos de fanáticos iracundos y energúmenos que anteponen la violencia física y destructora contra el otro como la única posibilidad de derrotar sus argumentos. Eso que llaman “troll” que la mayor parte de las veces se atrincheran en la clandestinidad.
Dos, porque en esta época el jugar con la propia imaginación y el propio pensamiento es ya algo, no inútil, sino superfluo y hasta ridículo: otros, con sus dispositivos tecnológicos, juegan con nuestras neuronas espejo y piensan por nosotros y opinan por nosotros. Somos, como en el poema de Barba Jacob, “briznas de paja al viento” o, mejor, dispersos en una tormenta de pixels.
Para superar esas catástrofes en desarrollo de nuestra humanidad, es necesario que estos Abelardos, muchos Abelardos, sean rescatados. Del primero, para que vuelva a enseñar el arte de la disputa. Del segundo, para que prosiga con su tarea de divulgar y entusiasmar a otros por la lectura y el disfrute de la lectura y el ejercicio de la conciencia crítica.
Y, por mi parte, escribo estas cartas porque soy un anacrónico admirador y escribidor de cartas, epístolas, correspondencias, en fin, correos electrónicos como cartas, esas que se escriben desde la intimidad para compartir la propia vida y existencia, junto con algunas reflexiones y con los mejores sentimientos por los amigos, esos seres humanos con los que establecemos relaciones personales, es decir, de persona a persona, cara a cara, así sea en la cara de una pantalla en blanco, para compartir las propias experiencias sobre los asuntos que nos interesan a ambos y no por contactos indiscriminados de muchos con muchos y sin otra intención que exhibir aquello que se presume es lo más excitante de nuestras vidas y para hacernos creer que nuestras vidas son espectaculares, porque la ven muchos, para envidia o escarnio, mejor dicho, eso es un espectáculo masivo de vacuidades. Algo así como el montaje editado de mínimas escenas inventadas con el único fin de despertar la envidia y no la honesta admiración.
En fin, escribo cartas para jugar a ejercitar un diálogo conmigo mismo y al mismo tiempo jugar a armar pensamientos con las palabras adecuadas.


La historia de la literatura incluye gran cantidad de libros denominados epistolarios o correespondencias, más todavía, ese tipo de escritura se ha constituido en un género particular. Pero hay que distinguir. Unos son los libros publicados como el intercambio de cartas de dos personas y otros son los libros que recopilan y editan las cartas personales eíntimas de algunas persona que, bien por su importancia como personajes de la vida pública o por la de sus cartas, se las publica para el uso público, según las intenciones de los editores.
Como género literario, las novelas escritas como intercambio de cartas o epistolarios estuvieron de moda en la Europa del siglo XVIII. Una de las más célebres fue Las penas del joven Werther de Goethe, en Alemania. En Francia, Las amistades peligrosas de Pierre Ambroise Choderlos de Laclos; Julia, o la Nueva Eloísa de Jean-Jacques Rousseau. En Inglaterra, Pamela o la virtud recompensada y Clarisa, la historia de una joven dama de Samuel Richardson, etc.
Para efectos de lo que escribo, las cartas de los personajes que atraen mi atención y gusto, son aquellas que son importantes por lo en ellas escrito, tal el caso de las cartas de Séneca conocidas como las Epístolas morales o a Lucilio, que no son propiamente un intercambio de cartas entre el maestro y el discípulo, sino la escritura de unos pensamientos con el propósito de ser publicados pero dirigidos, eso sí, al joven discípulo y amigo.
Pero más me atraen las cartas personales e intimas, es decir, aquellas que dos amigos o dos amantes, en fin, dos personas intercambian con el fin de compartir y debatir sus pensamientos íntimos como un proceso de su desarrollo y elaboración. Tal sería el caso de las cartas que se conservan de Epicuro dirigidas a sus amigos y alumnos con el fin de compartirles su pensamiento filosófico y científico. De no ser por ellas poco más se sabría de Epicuro la importancia de sus ideas científicas, políticas, filosóficas.
En este apartado, podrían incluirse las cartas de Spinoza, de las que se conservan un buen número y que son la materia para que sus estudiosos conozcan las propias opiniones del filósofo sobre sus obras y su pensamiento. Fueron varios y variados los corresponsales con los que intercambio Spinoza sus cartas.
Hay que incluir aquí las cartas de Hölderlin y las de los románticos de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en las que compartían la amistad y las inquietudes artísticas, filosóficas y personales que los afectaban. Y no solo las de ellos, sino las de muchos otros que podrían agruparse como las cartas ensayo. Las hay de todas las especies.
Y en el grado sublime de la intimidad epistolar están las cartas de los amantes. A manera de ejemplo máximo las de Abelardo y Eloisa. En otro grado menor, las cartas de Rainer María Rilke y Lou Andreas Salome, que más que cartas íntimas son la intimidad de la necesidad y el apoyo emocional que el poeta solicitaba de su amiga y amante.
Más extrañas son las cartas de Nietzsche, extrañas en el sentido de que el filósofo tenía una forma muy peculiar de decir lo que quería y pensaba a sus amigos y a sus presuntas amantes y digo presuntas porque Nietzsche fue un impotente para amar.
Y ya en los tiempos recientes, destaco la extensa correspondencia entre Albert Camus y María Casares que es la exposición de una pasión en carne viva desvelada en el tiempo y en el espacio de sus vidas.
En fin, la lista podría ser todo lo extensa que se desee tanto en personajes como en motivos, las cartas son como la vida.
Pero lo cierto, como podrás leer en la cita final, la idea es la de darle sentido a la amistad. Hasta la siguiente.
Salud y alegría,
Iván Rodrigo.


Que nadie, por joven, tarde en filosofar, ni, por viejo, de filosofar se canse. Pues para nadie es demasiado pronto ni demasiado tarde en lo que atañe a la salud del alma. El que dice que aún no ha llegado la hora de filosofar o que ya pasó es semejante al que dice que la hora de la felicidad no viene o que ya no está presente. De modo que han de filosofar tanto el joven como el viejo; uno, para que, envejeciendo, se rejuvenezca en bienes por la gratitud de los acontecidos, el otro, para que, joven, sea al mismo tiempo anciano por la ausencia de temor ante lo venidero. Es preciso, pues, meditar en las cosas que producen la felicidad, puesto que, presente ésta, lo tenemos todo, y, ausente, todo lo hacemos para tenerla” (Epicuro, Carta a Meneceo).






Cartas Abelardinas – 10 Pietro Citati, charlando entre amigos sobre la y algunas novelas del siglo XIX

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