1 de noviembre de 2018

Lecturas lúdicas: El negocio de los libros-E La literatura y el negocio de los libros



Ilustración para El cementerio de los libros olvidados
http://somatosphere.net/2014/01/top-of-the-heap-angela-garcia.html/attachment-5


Lecturas lúdicas: El negocio de los libros-E
La literatura y el negocio de los libros


Por Iván Rodrigo García Palacios


Para darle un recreo a esta serie de Lecturas lúdicas sobre el negocio de los libros, he aquí unos cuentos contados por los novelistas:
Al escritor español Carlos Ruiz Zafón se le ocurrió la forma de contar una de las más extraordinaria historias sobre los libros que un niño quisiera conocer: tratar de dar respuesta a la pregunta: ¿dónde van los libros de los que ya nadie se acuerda? Y para ello, nada mejor que contar la historia de un librero que inicia a su hijo en los misterios de El cementerio de los libros olvidados. Esta historia la cuenta Carlos Ruiz Zafón en la primera novela, La sombra del viento que hace parte de una tetralogía titulada.
Así comienza el cuento:
EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS
Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derramaba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido” (Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento).
Los tres restantes volúmenes de la tetralogía continuarán con el desarrollo del resto de la historia de aquel niño y la trama de aventuras e intrigas que se van sucediendo a medida que va pasando la historia en la ciudad de Barcelona desde los años 20 hasta los cincuenta, Guerra Civil y dictadura franquista, incluidas.

Stefan Zweig in Ossining, New York in 1941, seven years after he fled the ascendant Nazism of Europe.
https://www.newyorker.com/books/page-turner/when-its-too-late-to-stop-fascism-according-to-stefan-zweig


Stefan Sweig, un hombre de libros


Al norte, en Alemania, otro escritor, este con un fin trágico, nos recuerda aquella época de comienzos del siglo XX en la que el Imperio Austrohúngro se desintegraba y provocaba la primera La Gran Guerra y la destrucción de la civilización europea, la que luego se vuelve catástrofe durante la segunda Gran Guerra.
Stefan Zweig, con su relato o novela breve, Mendel, el hombre de los libros, nos cuenta del oficio y de los trágicos eventos que destruyen la vida de Mendel, un librero, buscador de libros antiguos y raros por encargo, todo porque los servicios secretos de seguridad del Imperio descubren que es un inmigrante ilegal en Viena. Ese asunto de los inmigrantes ilegales no es cosa de ahora.
He aquí la presentación de Mendel:
Un compañero de la universidad, algo mayor que yo, me condujo a Mendel. Entonces yo investigaba al, incluso hoy, poco conocido médico y magnetizador paracélsico Mesmer, con poca suerte, por cierto; pues las obras básicas eran insuficientes, y el bibliotecario, al que como incauto novato pedí información, me respondió con un gruñido antipático que los datos bibliográficos eran cosa mía y no suya. Entonces aquel compañero me citó por primera vez su nombre.
Iré contigo a ver a Mendel —me prometió—, él sabe todo y lo consigue todo, es capaz de traerte el libro más esotérico del librero de viejo alemán más olvidado. Es el hombre más eficaz de Viena y, además, un original, un dinosaurio libresco prehistórico en vías de extinción.
Fuimos juntos al Café Gluck, y allí estaba, Mendel, el de los libros, con sus lentes, su barba descuidada, vestido de negro, meciéndose mientras leía como un arbusto oscuro en el viento. Nos acercamos, pero él no se inmutó. Sentado leía y mecía el torso sobre la mesa, como una pagoda, y a su espalda colgaba del gancho su abrigo cuarteado y negro, bien relleno de revistas y papelotes. Mi amigo tosió enérgicamente para anunciamos. Pero Mendel, las gruesas lentes pegadas al libro, seguía sin darse cuenta. Entonces mi amigo golpeó con los nudillos sobre la mesa, tan fuerte y audible como se llama a una puerta; por fin Mendel alzó la vista, empujó las gafas enmarcadas en acero hacia la frente con rapidez mecánica, y bajo las cejas revueltas de un color gris ceniza nos salieron al encuentro dos ojos extraordinarios, pequeños, negros, despiertos, ojos rápidos, agudos e inquietos como una lengua de serpiente. Mi amigo me presentó y yo expuse mi asunto, quejándome —como me había aconsejado astutamente mi amigo— con énfasis exagerado del bibliotecario que no había querido darme información. Mendel se echó hacia atrás y escupió cuidadosamente. Entonces soltó una risa breve y dijo con fuerte acento oriental:
Con que no ha querido ¿eh? ¡No ha podido, amigo mío! Es un Parch, un asno bataneado con pelo gris. Le conozco, para desgracia mía, desde hace veinte años, pero no ha aprendido nada desde entonces. ¡Cobrar su sueldo, es lo único que saben hacer! Deberían picar piedras, estos señores doctores, en vez de cuidar los libros” (Stefan Zweig, Mendel el de los libros).


http://antoniosaz.blogspot.com/2014/11/fahrenheit-451-1966-francois-truffaut.html


La temperatura a la que arde el papel


La quema de libros se ha dado a lo largo de la historia de la civilización, desde los emperadores chinos, hasta la quema de libros en Berlín el 10 de mayo de 1933 o durante La Revolución Cultural China de Mao Zedong, de 1966 a 1976.
Y hablando de especialistas en quemar libros, un buen ejemplo literario lo ofrece la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, la temperatura a la que arde el papel.
En un Estado distópico, en el cual los libros están prohibidos, se crea un ejército especializado en perseguir a los poseedores de libros y a quemar todo ejemplar o biblioteca que descubran, incluso a sus propietarios, si se oponen.
Todo trascurre sin problemas para la fuerza incendiaria hasta que uno de los miembros de ese ejército descubre el amor y, enamorado, se enamora también de los libros.
Pero así como el Estado se propone la incineración de los libros, un grupo de personas se impone la misión de salvarlos y para conservar los libros y burlar la acción de las fuerzas incendiarios, esos grupos organizan la resistencia a ese Estado y para conservar los libros se inventan lo que llaman los Hombres-libro, es decir, personas que memorizan un libro y lo conservan en su memoria para ser trasmitido a otros y mantenerlos preservados de generación en generación.
A partir de esta novela se han realizado dos películas. La primera y la versión considerada clásica, la del director francés François Truffaut y una versión comercial reciente producida y emitida por los canales de Streaming de HBO en 2018.


George Grosz. Punishment
https://whenyouwereapostcard.postx2.com/post/79878444903/george-grosz-punishment-strafe-1934


Un hombre-libro incinerado


Otra novela sobre la quema de libros es la de Elias Canetti, Auto de fe, publicada en 1935, en la que desde el mismo título se hace referencia a una época en la que tanto los libros como sus dueños eran quemados en nombre la fe religiosa.
Antes que Ray Bradbury, Elias Canetti propuso la existencia de hombres-libro, pero más allá de ello, se hizo eco de la quema de libros de los nazis en 1933, pero mucho más, anticipó la perversión con la que esos nazis destruirían a Europa bajo el fuego de sus cañones y bombas unos años más tarde y, con ello, buena parte del patrimonio cultural occidental de siglos.
Peter Kien es un profesor experto sinólogo y dueño de una biblioteca con 25.000 volúmenes, la más grande e importante de su ciudad quien termina su vida en la locura e incinerado por el incendio de su propia biblioteca.
He aquí un fragmento de la explicación que el mismo Elias Canetti escribió sobre esta su única obra de ficción y novela:
El personaje principal de este libro, conocido hoy como Kien, era designado en los primeros esbozos con una B., abreviatura de Büchermensch (hombre-libro). Pues así, como un hombre-libro, lo tenía ante mis ojos, a tal punto que su relación con los libros era mucho más importante que él mismo. El componerse de libros era entonces su único atributo, y no tenía ningún otro. Cuando por fin me puse a escribir su historia en forma coherente, le di el nombre de Brand (Incendio). En este nombre estaba contenido su final: tenía que acabar en un incendio. Mientras yo ignoraba aún cómo iría progresando la novela, una cosa era segura ya desde el comienzo: él se prendería fuego junto con sus libros y ardería con su biblioteca en el incendio que provocase; por eso se llamaba Brand. Así pues, sus dos nombres anteriores, Büchermensch y Brand, fueron desde el comienzo el único dato seguro sobre su persona” (Elias Canetti,
Ensayo extraído del libro de Elias Canetti Das Gewissen der Worte, Cari Hanser Verlag, 1973).
Me parece interesante llamar la atención sobre lo que Elias Canetti hace decir a su protagonista sobre lo que debiera ser lectura para los niños y de la mercancía que les ofrecen las librerías:
Kien sintió lástima. El chico estaba corrompiendo su espíritu tierno y tal vez ávido de lecturas con esa infame pacotilla. Años después, quizá leyese más de un libro infecto sólo por haberse familiarizado desde niño con el título. ¿Cómo limitar la receptividad de los primeros años? En cuanto un niño aprende a caminar y a deletrear, queda a merced tanto del pavimento de una calle mal asfaltada, como de la mercadería de cualquier pobre infeliz que —el diablo sabrá por qué— se dedicó a vender libros. Los niños pequeños debieran crecer en grandes bibliotecas particulares. El contacto diario y exclusivo con espíritus serios, una atmósfera intelectual, sombría y apacible, y un tenaz esfuerzo de adaptación al orden más riguroso, tanto en el tiempo como en el espacio, ¿qué mejor manera de ayudar a esos seres tiernos en su juventud? Pero el único hombre que, en esa ciudad, poseía una biblioteca digna de consideración, era el propio Kien”.


Podría deducir que Elias Canetti anticipó en su novela Auto de fe, las consecuencias de la perdida de las habilidades de la lectura. Claro que si, como todos los artistas, anticipó el futuro, pero también hay que decir que en esa novela Elias Canetti denuncia el ascenso del nazismo, el fascismo y los populismos que arrasaron a Europa y buena parte del mundo en la II Guerra Mundial. Algo que ahora se repite.
¿Está condenada la humanidad a su autodestrucción? Esa podría ser la metáfora de Auto de fe. Un autodestrucción cada vez con medios más poderosos y eficaces.
Bien puede ser, la naturaleza todo lo construye y todo lo destruye de acuerdo con su ley.


En la próxima y última Lectura lúdica – El negocio de los libros, unas denuncias y algunas conclusiones.







Cartas Abelardinas – 10 Pietro Citati, charlando entre amigos sobre la y algunas novelas del siglo XIX

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