Ilustración
para El cementerio de los libros olvidados
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Lecturas
lúdicas: El negocio de los libros-E
La
literatura y el negocio de los libros
Por
Iván Rodrigo García Palacios
Para
darle un recreo a esta serie de Lecturas lúdicas sobre el negocio de
los libros, he aquí unos cuentos contados por los novelistas:
Al
escritor español Carlos Ruiz Zafón se le ocurrió la forma de
contar una de las más extraordinaria historias sobre los libros que
un niño quisiera conocer: tratar de dar respuesta a la pregunta:
¿dónde van los libros de los que ya nadie se acuerda? Y para ello,
nada mejor que contar la historia de un librero que inicia a su hijo
en los misterios de El cementerio de los libros olvidados. Esta
historia la cuenta Carlos Ruiz Zafón en la primera novela, La sombra
del viento que hace parte de una tetralogía titulada.
Así
comienza el cuento:
EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS
“Todavía
recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a
visitar el Cementerio de los Libros Olvidados.
Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por
las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol
de vapor que se derramaba sobre la Rambla de Santa Mónica en una
guirnalda de cobre líquido” (Carlos Ruiz
Zafón, La sombra del viento).
Los
tres restantes volúmenes de la tetralogía continuarán con el
desarrollo del resto de la historia de aquel niño y la trama de
aventuras e intrigas que se van sucediendo a medida que va pasando la
historia en la ciudad de Barcelona desde los años 20 hasta los
cincuenta, Guerra Civil y dictadura franquista, incluidas.
Stefan
Zweig in Ossining, New York in 1941, seven years after he fled the
ascendant Nazism of Europe.
https://www.newyorker.com/books/page-turner/when-its-too-late-to-stop-fascism-according-to-stefan-zweig
Stefan
Sweig, un hombre de libros
Al
norte, en Alemania, otro escritor, este con un fin trágico, nos
recuerda aquella época de comienzos del siglo XX en la que el
Imperio Austrohúngro se desintegraba y provocaba la primera La Gran
Guerra y la destrucción de la civilización europea, la que luego se
vuelve catástrofe durante la segunda Gran Guerra.
Stefan
Zweig, con su relato o novela breve, Mendel, el hombre de los libros,
nos cuenta del oficio y de los trágicos eventos que destruyen la
vida de Mendel, un librero, buscador de libros antiguos y raros por
encargo, todo porque los servicios secretos de seguridad del Imperio
descubren que es un inmigrante ilegal en Viena. Ese asunto de los
inmigrantes ilegales no es cosa de ahora.
He
aquí la presentación de Mendel:
“Un compañero de la universidad,
algo mayor que yo, me condujo a Mendel. Entonces yo investigaba al,
incluso hoy, poco conocido médico y magnetizador paracélsico
Mesmer, con poca suerte, por cierto; pues las obras básicas eran
insuficientes, y el bibliotecario, al que como incauto novato pedí
información, me respondió con un gruñido antipático que los datos
bibliográficos eran cosa mía y no suya. Entonces aquel compañero
me citó por primera vez su nombre.
—Iré contigo a ver a Mendel —me
prometió—, él sabe todo y lo consigue todo, es capaz de traerte
el libro más esotérico del librero de viejo alemán más olvidado.
Es el hombre más eficaz de Viena y, además, un original, un
dinosaurio libresco prehistórico en vías de extinción.
Fuimos juntos al Café Gluck, y allí
estaba, Mendel, el de los libros, con sus lentes, su barba
descuidada, vestido de negro, meciéndose mientras leía como un
arbusto oscuro en el viento. Nos acercamos, pero él no se inmutó.
Sentado leía y mecía el torso sobre la mesa, como una pagoda, y a
su espalda colgaba del gancho su abrigo cuarteado y negro, bien
relleno de revistas y papelotes. Mi amigo tosió enérgicamente para
anunciamos. Pero Mendel, las gruesas lentes pegadas al libro, seguía
sin darse cuenta. Entonces mi amigo golpeó con los nudillos sobre la
mesa, tan fuerte y audible como se llama a una puerta; por fin Mendel
alzó la vista, empujó las gafas enmarcadas en acero hacia la frente
con rapidez mecánica, y bajo las cejas revueltas de un color gris
ceniza nos salieron al encuentro dos ojos extraordinarios, pequeños,
negros, despiertos, ojos rápidos, agudos e inquietos como una lengua
de serpiente. Mi amigo me presentó y yo expuse mi asunto, quejándome
—como me había aconsejado astutamente mi amigo— con énfasis
exagerado del bibliotecario que no había querido darme información.
Mendel se echó hacia atrás y escupió cuidadosamente. Entonces
soltó una risa breve y dijo con fuerte acento oriental:
—Con que
no ha querido ¿eh? ¡No ha podido, amigo mío! Es un Parch,
un asno bataneado con pelo
gris. Le conozco, para desgracia mía, desde hace veinte años, pero
no ha aprendido nada desde entonces. ¡Cobrar su sueldo, es lo único
que saben hacer! Deberían picar piedras, estos señores doctores, en
vez de cuidar los libros” (Stefan
Zweig, Mendel el de los libros).
http://antoniosaz.blogspot.com/2014/11/fahrenheit-451-1966-francois-truffaut.html
La
temperatura a la que arde el papel
La
quema de libros se ha dado a lo largo de la historia de la
civilización, desde los emperadores chinos, hasta la quema de libros
en Berlín el 10 de mayo de 1933 o durante La Revolución Cultural
China de Mao Zedong, de 1966 a 1976.
Y
hablando de especialistas en quemar libros, un buen ejemplo literario
lo ofrece la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, la temperatura a
la que arde el papel.
En
un Estado distópico, en el cual los libros están prohibidos, se
crea un ejército especializado en perseguir a los poseedores de
libros y a quemar todo ejemplar o biblioteca que descubran, incluso a
sus propietarios, si se oponen.
Todo
trascurre sin problemas para la fuerza incendiaria hasta que uno de
los miembros de ese ejército descubre el amor y, enamorado, se
enamora también de los libros.
Pero
así como el Estado se propone la incineración de los libros, un
grupo de personas se impone la misión de salvarlos y para conservar
los libros y burlar la acción de las fuerzas incendiarios, esos
grupos organizan la resistencia a ese Estado y para conservar los
libros se inventan lo que llaman los Hombres-libro, es decir,
personas que memorizan un libro y lo conservan en su memoria para ser
trasmitido a otros y mantenerlos preservados de generación en
generación.
A
partir de esta novela se han realizado dos películas. La primera y
la versión considerada clásica, la del director francés François
Truffaut y una versión comercial reciente producida y emitida por
los canales de Streaming de HBO en 2018.
George
Grosz. Punishment
https://whenyouwereapostcard.postx2.com/post/79878444903/george-grosz-punishment-strafe-1934
Un
hombre-libro incinerado
Otra
novela sobre la quema de libros es la de Elias Canetti, Auto de fe,
publicada en 1935, en la que desde el mismo título se hace
referencia a una época en la que tanto los libros como sus dueños
eran quemados en nombre la fe religiosa.
Antes
que Ray Bradbury, Elias Canetti propuso la existencia de
hombres-libro, pero más allá de ello, se hizo eco de la quema de
libros de los nazis en 1933, pero mucho más, anticipó la perversión
con la que esos nazis destruirían a Europa bajo el fuego de sus
cañones y bombas unos años más tarde y, con ello, buena parte del
patrimonio cultural occidental de siglos.
Peter
Kien es un profesor experto sinólogo y dueño de una biblioteca con
25.000 volúmenes, la más grande e importante de su ciudad quien
termina su vida en la locura e incinerado por el incendio de su
propia biblioteca.
He
aquí un fragmento de la explicación que el mismo Elias Canetti
escribió sobre esta su única obra de ficción y novela:
“El personaje principal de este
libro, conocido hoy como Kien, era designado en los primeros esbozos
con una B., abreviatura de Büchermensch (hombre-libro). Pues así,
como un hombre-libro, lo tenía ante mis ojos, a tal punto que su
relación con los libros era mucho más importante que él mismo. El
componerse de libros era entonces su único atributo, y no tenía
ningún otro. Cuando por fin me puse a escribir su historia en forma
coherente, le di el nombre de Brand (Incendio). En este nombre estaba
contenido su final: tenía que acabar en un incendio. Mientras yo
ignoraba aún cómo iría progresando la novela, una cosa era segura
ya desde el comienzo: él se prendería fuego junto con sus libros y
ardería con su biblioteca en el incendio que provocase; por eso se
llamaba Brand. Así pues, sus dos nombres anteriores, Büchermensch y
Brand, fueron desde el comienzo el único dato seguro sobre su
persona” (Elias Canetti,
Ensayo extraído del libro de Elias
Canetti Das Gewissen der Worte, Cari Hanser Verlag, 1973).
Me
parece interesante llamar la atención sobre lo que Elias Canetti
hace decir a su protagonista sobre lo que debiera ser lectura para
los niños y de la mercancía que les ofrecen las librerías:
“Kien sintió lástima. El chico
estaba corrompiendo su espíritu tierno y tal vez ávido de lecturas
con esa infame pacotilla. Años después, quizá leyese más de un
libro infecto sólo por haberse familiarizado desde niño con el
título. ¿Cómo limitar la receptividad de los primeros años? En
cuanto un niño aprende a caminar y a deletrear, queda a merced tanto
del pavimento de una calle mal asfaltada, como de la mercadería de
cualquier pobre infeliz que —el diablo sabrá por qué— se dedicó
a vender libros. Los niños pequeños debieran crecer en grandes
bibliotecas particulares. El contacto diario y exclusivo con
espíritus serios, una atmósfera intelectual, sombría y apacible, y
un tenaz esfuerzo de adaptación al orden más riguroso, tanto en el
tiempo como en el espacio, ¿qué mejor manera de ayudar a esos seres
tiernos en su juventud? Pero el único hombre que, en esa ciudad,
poseía una biblioteca digna de consideración, era el propio Kien”.
Podría
deducir que Elias Canetti anticipó en su novela Auto de fe, las
consecuencias de la perdida de las habilidades de la lectura. Claro
que si, como todos los artistas, anticipó el futuro, pero también
hay que decir que en esa novela Elias Canetti denuncia el ascenso del
nazismo, el fascismo y los populismos que arrasaron a Europa y buena
parte del mundo en la II Guerra Mundial. Algo que ahora se repite.
¿Está
condenada la humanidad a su autodestrucción? Esa podría ser la
metáfora de Auto de fe. Un autodestrucción cada vez con medios más
poderosos y eficaces.
Bien
puede ser, la naturaleza todo lo construye y todo lo destruye de
acuerdo con su ley.
En
la próxima y última Lectura lúdica – El negocio de los libros,
unas denuncias y algunas conclusiones.
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