Peter
Gric, Catherine La Rose.
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Lector
ludi No. 90
Iván
Rodrigo García Palacios
¿Qué
tan humanos llegarán a ser los humanos artificiales?
“Sólo
el diablo sería capaz de decir algo sobre aquel maravilloso
mecanismo”, E. T. A.Hoffman, Los autómatas.
Hasta
tanto no nos pongamos de acuerdo en definir qué es ser humanos, la
respuesta a esa pregunta será imposible. Sin embargo, eso no ha
impedido que los humanos se propongan “crear” humanos
artificiales. Ha sido una aspiración desde que los hombres se saben
hombres como lo muestran las informaciones rescatadas por la
arqueología en la tradición oral y en los artefactos en los que se
conserva la memoria de las mitologías, las teogonías, las
cosmogonías y los relatos de los humanos primitivos.
Ese
motivo y figura de los humanos artificiales que los humanos han
imaginado y tratado de “crear”, tanto o como relato o como
artefacto, ha sido complejo y variado. Los humanos siempre han
aspirado a ser como los dioses que ellos mismos han imaginado y
“creado”.
Empecemos
por las más antiguas representaciones de figuras y motivos
antropomorfos de poderes o cualidades extraordinarias, los dioses, en
las figuras de piedra, totems de madera, muñecos de barro o dibujos
en las rocas, con los cuales se simbolizaba una animación o un poder
de acción sobre o contra un objeto o persona o el mismo mundo.
También
en el aspecto imaginario, ha sido común en mitologías, teogonías o
cosmogonías y relatos, el invocar o ser poseído o ayudado por el
poder o por las cualidades de las figuras y motivos que la
imaginación ha inventado como dioses, semi-dioses, héroes o
portentos.
Por
su parte, la manufactura y
manipulación de materiales
para elaborar
figuras y motivos de humanos artificiales con el
fin de infundirles vida y
ponerlos al servicio de
los intereses e intenciones
de sus “creadores”, ha sido el
propósito en el que más se han esforzado los humanos. Figuras de
hombres o mujeres de barro, metal o madera y hasta de
materias vivas, han sido motivo tanto en
relatos mitológicos, teogónicos, cosmogónicos como en la
elaboración de muñecos en serie con la intención de animarlos por
la fuerza de poderes sobrenaturales o
mecánicos y con la finalidad de
que realicen una actividad
específica
o que
produzcan
alguna utilidad. Estas
figuras y motivos han recibido desde la antigüedad la denominación
de autómatas (ingenios mecánicos
que obran por sí mismos) y
más recientemente se les denomina
androides, robots, ginoides, fembots, las
dos últimas son las
denominaciones para las figuras de mujeres artificiales y
cuya creación es un asunto
específico y diferente al de la creación de hombres artificiales,
ya que son diferentes
los
motivos y significados por los que
se les fabrica. Por
eso, el
relato bíblico del Génesis que
describe la creación de
la mujer a partir de una costilla del Adán,
es significativo por
ser la
manifestación de una de las
aspiraciones ocultas de los humanos.
También
hay que considerar como asunto diferente
la reproducción artificial de clones “fabricados” “a la
carta”, es decir, con habilidades y capacidades predeterminadas y
escalafón socio-económico preestablecido,
tal y como lo narró
Aldous
Huxley en su novela Un mundo feliz (1931).
En
general, tanto en las mitologías, teogonías, cosmogonías como en
la literatura,
lo más común ha sido la “creación” de humanos artificiales
específicos, por lo general,
masculinos, porque
han sido
pocos los casos de la “creación” de mujeres artificiales con los
mismos propósitos, aunque si
son notables los casos en el que figuras
y motivos de mujeres poderosas
animan a las personas y a los objetos y son representadas en figuras
y motivos variados, tal el caso de
los chamanes (Mircea Eliade, 1951)
y el de
las
amantes invisibles (Elemire Zolla, 1986).
Pero ese es otro asunto.
Pero
no lejos de ese asunto de las figuras y motivos de mujeres
sobrenaturales, el asunto que me interesa en particular, es el de las
mujeres artificiales (autómatas, ginoides o fembots) que son
tratadas en la literatura como sustitutas para las mujeres reales o
como objetos domésticos o como objetos sexuales y pasionales o como
ambos. Mujeres artificiales dóciles y complacientes, hermosas e
ingeniosas, vitales y graciosas, en fin, que no demanden nada a
cambio por sus servicios. El modelo perfecto de la mujer domesticada.
Así
que, en ese
ámbito de la “creación” de mujeres
artificiales como
sustitutas de mujeres reales,
caso específico es el de Hefesto
en la mitología griega,
a quien se atribuyó la fabricación de mujeres de metal, las Kourai
Khryseai (Κουραι
Χρυσεαι, ‘doncellas doradas’) que
eran dos autómatas
de oro con la apariencia de jóvenes mujeres vivas. Se decía que
poseían inteligencia, fuerza y el don del habla. Atendían a Hefesto
en su palacio del Olimpo.
Otro
referencia
antigua
sobre
la “creación” de mujeres artificiales como
sustitutas de las mujeres
reales en los servicios
domésticos, sexuales y pasionales,
es el que ofrece el poeta romano Publio Ovidio Nasón en el libro X
de su poema Las metamorfosis en el que narra que
Pigmalión, Rey de Chipre, cansado de buscar a “la mujer perfecta”
para hacerla su reina y no conseguir más que frustración en su
intento, decide consagrar su tiempo a la creación de esculturas
hermosas y en ese afán esculpe en
marfil una mujer de proporciones
para su juicio perfectas, a quién le da el nombre de Galatea. De
tanto observar y admirar su belleza, Pigmalión termina enamorándose
de su obra. Admirada por su devoción y empeño, la diosa Venus
interviene, otorgándole la vida a Galatea.
“[…] Las Propétidas se
atrevieron a negar la divinidad de Venus y, encolerizándola, fueron
las primeras en prostituirse. Faltos de pudor se endurecieron sus
rostros, y, por medio de un cambio pequeño, se volvieron en piedra
(238-242).
Como Pigmalión las vio realizando
sus crímenes, ofendido por la mente criminal de las mujeres vivió
durante mucho tiempo célibe en lecho sin compañía. Entre tanto,
esculpió en marfil una figura femenina hermosísima, y se enamoró
de ella.
Su apariencia es la de una virgen
viviente, que pareciera moverse: tan perfecto es el arte que la
formó. Pigmalión la admira, y se apasiona por aquel cuerpo fingido.
Con frecuencia explora con sus manos si es de marfil o de carne, y no
se confiesa que es de marfil (243-255). La besa, y se siente besado,
y le habla y la toma, y siente que se hunden los dedos en su cuerpo y
teme haberla lastimado. Ya la acaricia, ya le lleva regalos que a las
muchachas agradan: conchas y joyas y avecillas, y flores multicolores
y bolas pintadas y ámbar.
También la viste y la adorna de
anillos y collares y zarcillos y cintas: todo le queda bien. Y tan
hermosa como vestida, aparece desnuda. La coloca en tapices teñidos
de púrpura y la llama esposa, y la recuesta en blandas plumas como
si su cuello pudiera sentir (256-269).
“Había llegado la fiesta de
Venus en Cipros, y habían sido sacrificadas novillas blancas de
cuernos dorados, y el incienso humeaba. Después de hacer sus
ofrendas, Pigmalión se detuvo ante el altar y pidió con timidez que
le fuera dada por esposa una virgen semejante a su estatua de marfil.
Venus, que asistía, accedió, y demostró su asentimiento levantando
una llama tres veces (270-279).
Cuando Pigmalión volvió a su
casa, fue a la estatua de su niña y, recostándose en el lecho, la
besó: parece estar tibia. Vuelve a besarla, toca su pecho: el marfil
se ablanda bajo su mano, y cede a su contacto como la cera del Himeto
suavizada y hecha tratable por el sol y el uso. Pasmado, cree que se
engaña en su alegría. La palpa y la palpa otra vez. Era de carne.
Palpitaban las venas junto a sus dedos. Da gracias entonces a Venus,
y besa una boca verdadera. La virgen siente los besos y se ruboriza,
y alza los ojos, y ve a la vez el cielo y a su amante. Venus asiste a
la boda que hizo posible. A los nueve meses, ella parió a Pafos, de
quien tomó nombre esa isla (280-297)”.
Alberto
Magno fue el primero en utilizar la palabra androide para denominar
al humano artificial y fue
propietario de algunos autómatas.
Su
discípulo,
Tomás de Aquino, por miedo al
demonio y por celosa devoción,
destruyó
el autómata o androide que utilizaba Alberto Magno para su servicio
por considerarlo un objeto
diabólico. Con este acto
vandálico, Tomás de Aquino instituyó la maldición del
cristianismo a esa aspiración de
“crear” humanos artificiales por considerar que
era un acto de soberbia pretender
usurpar
el poder divino en la creación de la vida y
que era el diablo el que instigaba a
fabricar
tales actividades y “criaturas”.
Esa
es la misma maldición que usa E. T. A. Hoffman para expresar su
temerosa fascinación por los humanos artificialmente animados que he
citado como epígrafe de este escrito.
Dejando
de lado otras referencias a la
creación de humanos u objetos animados registrados en mitologías,
teogonías, cosmogonías, leyendas y creencias, ya bien descritos, me
remito a la literatura relativamente
reciente, pues más que los
asuntos históricos, me interesan los casos en los que se trata el
tema de la mujer artificial
en la literatura.
Y,
los tres casos más llamativos que
he encontrado son: el cuento de
Ludwig Joachim von Armin, Isabel de Egipto (1812), incluido en su
libro Vier Novellem.
Los
relatos
de E. T. A. Hoffman, Los autómatas
(1814) y El hombre de la arena
(1815), publicados ambos en fechas cercanas y un poco anteriores en
el tiempo a la aparición de Frankenstein, o el moderno Prometeo
(1918) de
Mary Schelly.
Y la
novela de Auguste Villiers de L’Isle Adam, La Eva futura (1886),
toda una referencia a la ciencia
de su época.
Esa
presencia de mujeres autómatas es común en la literatura del siglo
XIX, pero otros casos no se ajustan a los requerimientos de las
mujeres artificiales que estoy reseñando, tal el caso de Julio Verne
en El castillo de los cárpatos (1892), en la que se habla de una
cantante autómata.
GINOIDES
O FEMBOTS
A
continuación ofrezco una breve reseña de las tres narraciones antes
anunciadas y que cumplen plenamente con el motivo y la figura
propuesto de la mujer artificial para usos domésticos y como
sustituta en las relaciones sexuales y afectivas y que son el motivo
central en las tramas y desarrollos de las respectivas narraciones:
-
Ludwig Joachim von Armin, Isabel de Egipto (1812):
En
la historia de Armin, Isabel, la gitana, enamorada del príncipe
Carlos V, construye un autómata siguiendo las instrucciones de su
padre a partir de la raíz de la mandrágora para hacerlo pasar por
su prometido y darle celos al príncipe. Éste, a su vez, acude a un
sabio judío para que le fabrique un golem con el aspecto de Isabel
con el fin de que el prometido de ella se enamore del golem y la
mujer quede libre.
-
E. T. A. Hoffman , El hombre de la arena (1815):
El
protagonista, el joven estudiante Nataniel, se enamora perdidamente
de la silenciosa e inmóvil Olimpia, hija de su vecino, el profesor
Spalanzani. Obsesionado por la muchacha, a la que observa con la
ayuda de un catalejo desde la ventana de su habitación, Nataniel
rechaza a su anterior prometida, Clara, gritándole: "¡Lejos de
mí, estúpida autómata!". La identificación de la mujer real
con un ser inerte a la vez que, irónicamente, se considera a la
mujer artificial como a la mujer auténticamente viva va a
convertirse en una constante. La fascinación que el joven siente por
Olimpia aumenta tras una encantadora fiesta en la que Nataniel baila
con la muñeca y sostiene una "conversación" basada en los
"ja, ja" que ella repite invariablemente. El resto de
invitados notan que hay algo extraño en la muchacha y les resulta
incomprensible la reacción del muchacho. Igual de incomprensible
resulta para el mismo lector. La única explicación, y la que
Hoffmann desarrolla en las últimas páginas de la historia, es la de
la locura.
Una
discusión entre Spalanzani, el creador del mecanismo, y el óptico
Coppola, proveedor de los ojos de la muñeca, termina con una
redistribución de posesiones que revela cruelmente la naturaleza
mecánica de Olimpia. El estudiante sufre una crisis nerviosa al
observar cómo es desmembrada la muchacha. Un posterior encuentro con
Coppola producirá en Nataniel un delirio que lo llevará a arrojarse
desde lo alto de una torre.
La
fascinación de E. T. A. Hoffman por los artefactos animados,
autómatas y androides, hace que los utilice como motivos, figuras y
personajes de sus obras literarias relacionadas con asuntos
musicales, otra de sus fascinaciones, tal el caso de Los autómatas,
relato escrito un año antes que El hombre de la arena.
-
E. T. A. Hoffman, Los autómatas (1814):
El
efecto terrorífico de la autómata se cifra en su naturaleza
mecánica, familiar y extraña a la vez: se trata de un simulacro de
mujer pero no es una mujer; es un artefacto que infunde una rígida
sensación de vida pero no está vivo. Luis, en Los autómatas,
explica la sensación que le producen esos mecanismos que suplantan
al hombre: “A mí me resultan sumamente desagradables todas estas
figuras que no tienen aspecto humano, aunque, sin embargo, imitan a
los hombres, y tienen toda la apariencia de una muerte viviente, o de
una vida mortecina. Ya en mi más tierna infancia, echaba a correr
llorando cuando me llevaban al gabinete de las figuras de cera, y
todavía hoy no puedo entrar en uno de esos gabinetes sin que me
sobrecoja un sentimiento horrible y siniestro. Tendría que gritar
las palabras de Macbeth: “¿Qué miras con esos ojos que no ven?”,
cuando contemplo fijas en mí las miradas muertas, quietas y
vidriosas de todos esos potentados y héroes famosos y asesinos y
criminales [...] En resumen, me causan una impresión fatal los
movimientos mecánicos de esas figuras muertas que imitan a los
vivos” (Cuentos [1], p. 174)”.
-
Auguste Villiers de L’Isle Adam, La Eva futura (1886):
En
La Eva Futura, Auguste Villiers de L’Isle Adam planteó el tema de
la creación de un androide femenino y cómo est mujer artificial
escapaba del control de su creador tras obtener un espíritu
superior. El protagonista de la novela, Lord Celian Ewald, idealista
y apuesto caballero de 27 años, viaja, acompañado de una hermosa
pero tosca mujer, para visitar a Thomas Alva Edison (1847-1931) en su
casa en New Jersey. Al ver la obsesión del joven por la perfección,
el famoso inventor construirá una réplica exacta de aquella mujer,
pero tan exquisitamente delicada que hace olvidar la tosquedad de la
original. Mezclando realidad con ficción, predicciones científicas
con ironía social, arias de Wagner con digresiones filosóficas, en
esta sátira descarnada Villiers de L’Isle Adam sugirió el
advenimiento de la publicidad engañosa, base de las técnicas de
manipulación de masas, e imaginó algo que la robótica y la
genética parecen no estar hoy tan lejos de lograr: la duplicación o
clonación de personas.
OTROS
SENTIMIENTOS
Pero,
también en la literatura, los humanos artificiales se “crean”
para suplir otras necesidades sentimentales, tal el caso de aquellos
humanos artificiales “creados” para remplazar la presencia y los
sentimientos de un ser querido muerto o desaparecido.
-
Horacio Quiroga, El hombre artificial:
En
El hombre artificial, tres científicos cuyas etnias reflejan la
diversidad de la capital argentina a comienzos del siglo, deciden
crear a un hombre y animarlo por medio de la transmisión del dolor
de otro ser humano que es torturado en el cuarto adjunto. Un ruso, un
italiano y un porteño, todos marcados por una integridad
extraordinaria, son guiados por un fuerte racionalismo cientificista
y el deseo de superar sus problemáticas relaciones familiares,
particularmente con sus padres. En este sentido, construyen una
paternidad alternativa a través de la creación del "hijo"
artificial.
Junto
al cuento de Horacio Quiroga, en la literatura del sur del
continente, también existen otros relatos y propuestas literarias
sobre el motivo de los humanos artificiales tanto como artefactos o
como personajes imaginarios. Tal Macedonio Fernández y su personaje
autómata. Jorge Luis Borges, fascinado por el golem. Julio Cortázar,
fascinado por estatuillas y estatuas vivientes, pero, en particular,
por las muñecas. Y Felisberto Hernández, también también
fascinado por las muñecas. Y lo otro, es ese invento de la ciencia
que “crea” humanos artificiales en la novela de Adolfo Bioy
Casares, La invención de Morel (1940).
NOVELAS
PARADIGMA
Por
mi parte, la novela de Mary Schelly, Frankenstein, o el moderno
Prometeo (1918), que ha sido paradigmática en el tema, tampoco
responde a los requerimientos de que el objeto “creado” lo haya
sido con el fin de ser utilizado como un objeto doméstico o
sustituto sexual y sentimental, aunque, ese hombre artificial
“creado” y animado por el doctor Frankenstein, se enamore, se
decepcione y reaccione con la violencia emocional de los humanos
comunes, todo ello por los atributos humanos que le han sido
preservados e injertados durante el proceso de ensamble y animación
y que proceden de los cuerpos de los que han sido tomadas las piezas.
Pero este es un asunto mucho mejor comentado por los críticos
literarios y filosóficos que han estudiado la novela y sus
circunstancias.
De
igual forma, la novela de Gustav
Meyrink, El Golem. Pesadilla en el gueto de Praga (1915), tampoco
se corresponde con los requerimientos que he propuesto, así ese
muñeco de arcilla que es animado por una palabra clave, haya sido
creado con un fin específico, tanto en la leyenda como en la novela.
-
Gustav Meyrink, El Golem. Pesadilla en el gueto de Praga (1915).
La
leyenda del Golem, procedente de una leyenda judía, es recogida por
Gustav Meyrink en la obra El Golem. Pesadilla en el gueto de Praga
(1915).
En
esas leyendas un rabino o estudiante de la Cábala crea un monstruo
de arcilla que es semejante al hombre. En su frente se graba la
palabra Emeth (Verdad), que constituye la clave de su
existencia ya que, si se le quita la primera letra al nombre, queda
inmovilizado, pues la palabra se convierte en Meth (Muerte).
En algunas de estas leyendas el rabino se olvida de quitar la primera
letra del nombre el sábado por la noche y el poder de la criatura
crece hasta llegar a rebelarse contra su creador. En otros casos, la
criatura de barro sólo puede quedar inmovilizada tras la muerte de
su creador, cuando se derrumba sobre su amo. Según la tradición, en
torno a 1500 el rabí Judá Ben Loew, del gueto de Praga, confeccionó
este peculiar hombre artificial siguiendo las instrucciones de la
Cábala con el fin de defender el gueto de la amenaza de ser
destruido por las autoridades que habían creído las denuncias de
los que afirmaban que los judíos practicaban sacrificios humanos.
ROBOTS
También
fueron los griegos los primeros en tratar de construir artefactos con
movimiento propio o autómatas, una tradición que desde entonces se
ha extendido por muchas otras civilizaciones, hasta ahora que
ciencias y tecnologías se proponen la “creación” de humanos
artificiales iguales o similares a los humanos reales y cuyo
propósito, como lo ha sido desde el principio, es el de relevar a
los humanos en la realización de los trabajos y las tareas más
arduas, dolorosas o peligrosas.
Ese
es el caso de los robots, su nombre tiene origen en la obra teatral
de Karel Capek, R. U. R. (Robots Universales Rossum), en la que se
cuenta el funcionamiento de una fábrica de hombres y mujeres
artificiales que, con la apariencia de humanos reales y pocas
diferencias en el comportamiento, son utilizados para desempeñar con
alta eficiencia aquellos trabajos que no requieren de iniciativa ni
de la expresión de sentimientos, pues tales robots los realizan con
perfección mecánica, puesto que son regidos por normas estrictas de
programación de las que no se pueden apartar.
BIÓNICA
Uno
de los mayores temores de los humanos ha sido el anticipar lo que
sucederá el día en el que las ciencias y las tecnologías logren
desarrollar humanos artificiales tan superiores que los sometan y
dominen, tal y como los humanos lo han hecho con su propio mundo.
De
los relatos recientes en la literatura, pues el cine tiene abundantes
ejemplos, es la visión que nos ofrece Isaac Asimov en El hombre
bicentenario y el mismo Isaac Asimov con Robert Silverberg, en El
hombre positrónico, adaptada al cine y que es una novela mucho menos
apocalíptica que la de los androides de Philip K. Dick en su novela,
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y tantas otras de
ciencia ficción que también han sido adaptadas al cine.
-
El hombre bicentenario, Isasc Asimov.
-
El hombre positrónico, Isaac Asimos y Robert Silverberg.
Isaac
Asimov es conocido por su literatura de ciencia ficción y por ser un
referente en lo relacionado con los robots, con los que elaboró su
reflexión literaria sobre un mundo en el que los humanos
artificiales serán algo común y doméstico, pero también, amigos o
enemigos de sus creadores. Isaac Asimof fue también quien estableció
las leyes que deberían regir las relaciones entre humanos y robots.
Son las tres leyes de la robótica que Asimov propuso en su relato
Círculo vicioso de 1941:
Primera Ley: Un robot no hará daño
a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra
daño.
Segunda Ley: Un robot debe hacer o
realizar las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas
órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.
Tercera Ley: Un robot debe proteger
su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en
conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.
Pero
un asunto que Isaac Asimov enfrenta con menos dramatismo y más
humanismo que en otras de sus obras sobre robots, quizás no la más
lograda literariamente, es el que propuso con El hombre bicentenario
y luego, con la participación de Robert Silverberg, en El hombre
positrónico, al narrar lo que sucede con un robot que luego de
sufrir un violento golpe accidental, desarrolla una anomalía en su
software que lo dota de habilidades y capacidades similares a las de
los humanos, las mismas que ira desarrollando hasta el punto de que,
por su cuenta y riesgo y con la colaboración del hijo del ingeniero
que fuera su primer desarrollador, emprende la investigación y
desarrollo de la ciencia y la tecnología mediante la cual sustituir
sus partes robóticas por órganos humanos, con tal éxito que luego
de mucho tiempo de vida y de la muerte de todos aquellos que fueron
sus amigos y seres queridos y ya convertido en el humano que ha
logrado llegar a ser, pide que se le habilite legalmente como tal, a
la vez que aspira a poder morir como un humano común y corriente,
renunciando a la inmortalidad. A manera de paradoja, pareciera que
Asimov se hiciera eco de esa reflexión judía sobre aqeullo de que
la inmortalidad sería una estado insoportable, pues se carecería
del espíritu de la precariedad que nos hace ser ingeniosos.
En
fin, el fin no está cerca … todavía.
INGENIERÍA
GENÉTICA
Lo
paradójico de las profecías no es que se cumplan y que, como en el
caso de los profetas del Antiguo Testamento, sean castigados aquellos
que desafiaron el poder de dios, sino que la sola enunciación de la
profecía sea la causa para su cumplimiento. Eso es lo que sucede con
las profecías de los escritores de ciencia ficción que anticipan
los desarrollos de las ciencias y las tecnologías y las
consecuencias de su aplicación en la realidad, pues han sido comunes
los casos en los que sus relatos han sido inspiración para el
desarrollo de las técnicas y las herramientas que hacen posible que
tales realizaciones se puedan llevar a la práctica.
Eso
es lo que ha sucedido con algunas célebres novelas y relatos cuyos
autores anticiparon el desarrollo asombroso de las ciencias
biológicas y criticaron la desbordada ambición humana por usurpar
el poder divino de crear la vida.
Como
curiosidades literarias, un par de ejemplos de esas narraciones que
anticipan los desarrollos de la ingeniería genética y sus
consecuencias: H. G. Wells, La isla del doctor Moreau (1896) y Aldous
Huxley, Un mundo feliz (1931):
-
H. G. Wells, La isla del doctor Moreau (1896).
Se
me ocurre que H. G. Wells, además de un adelantado en las visiones
literarias de la ciencia ficción, como buen habitante de su época y
mundo, es un moralista visionario. Por más de cien años, se
anticipó a los terrores que atraerían sobre la humanidad los
descubrimientos de las ciencias biológicas.
Eran
los tiempos de las polémicas científicas y religiosas sobre la
naturaleza de la naturaleza. Herencia, evolución, ciencias físicas,
ciencias exactas, en fin, pero, por sobre todo, la omnipotencia de la
ciencia y el sinfín del progreso.
¿Qué
novelas escribiría H. G. Wells si viviera hoy? ¿Cuál sería su
visión de los viajes en el tiempo, de la presencia de
extraterrestres, de la ingeniería genética que muta humanos y
animales o hace hombres invisibles?
Precisamente,
es sobre la ingeniería genética de lo que trata su anticipación en
La isla del doctor Moreau, pues, con el saber y la práctica de las
ciencias biológicas de su tiempo, el doctor Moreau está
experimentando cómo desarrollar nuevas especies o especímenes por
los cruces e injertos de animales y humanos de acuerdo a
requerimientos y referentes determinados con el fin de que
desarrollen habilidades y capacidades especiales con las que realizar
servicios y trabajos específicos.
En
fin, a diferencia de Huxley, como se ilustra a continuación, Wells
se le había anticipado, además, su portafolio de “creaciones” y
“criaturas” es mucho más amplio y variado.
-
Aldous Huxley, Un mundo feliz (1931).
En
el mundo de las fábricas de producción de humanos por referencias,
preferencias y condicionamientos, en Un mundo feliz, de Aldous
Huxley:
"Un
edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima
de la entrada principal las palabras: Centro de Incubación y
Condicionamiento de la Central de Londres, y, en un escudo, la divisa
del Estado Mundial: Comunidad, Identidad, Estabilidad" (Aldous
Huxley, Un mundo feliz, capítulo 1, Barcelona, Plaza & Janés,
p. 18).
En
lo que sigue de ese primer capítulo, Aldous Huxley explica "El
Método Bokanovsky", ese mediante el cual se multiplica la
producción de clones humanos según los requerimientos del sistema
económico y político de ese mundo feliz:
"—Esto
—siguió el director, con un movimiento de la mano— son las
incubadoras. —Y abriendo una puerta aislante les enseñó hileras y
más hileras de tubos de ensayo numerados—. La provisión semanal
de óvulos —explicó—. Conservados a la temperatura de la sangre;
en tanto que los gametos masculinos —y al decir esto abrió otra
puerta— deben ser conservados a treinta y cinco grados de
temperatura en lugar de treinta y siete. La temperatura de la sangre
esterilizada.
Los
moruecos envueltos en termógeno no engendran corderillos.
Sin
dejar de apoyarse en las incubadoras, el director ofreció a los
nuevos alumnos, mientras los lápices corrían ilegiblemente por las
páginas, una breve descripción del moderno proceso de fecundación.
Primero habló, naturalmente, de sus prolegómenos quirúrgicos, la
operación voluntariamente sufrida para el bien de la Sociedad,
aparte el hecho de que entraña una prima equivalente al salario de
seis meses; prosiguió con unas notas sobre la técnica de
conservación de los ovarios extirpados de forma que se conserven en
vida y se desarrollen activamente; pasó a hacer algunas
consideraciones sobre la temperatura, salinidad y viscosidad óptimas;
prendidos y maduros; y, acompañando a sus alumnos a las mesas de
trabajo, les enseñó en la práctica cómo se retiraba aquel licor
de los tubos de ensayo; cómo se vertía, gota a gota, sobre placas
de microscopio especialmente caldeadas; cómo los óvulos que
contenía eran inspeccionados en busca de posibles anormalidades,
contados y trasladados a un recipiente poroso; cómo (y para ello los
llevó al sitio donde se realizaba la operación) este recipiente era
sumergido en un caldo caliente que contenía espermatozoos en
libertad, a una concentración mínima de cien mil por centímetro
cúbico, como hizo constar con insistencia; y cómo, al cabo de diez
minutos, el recipiente era extraído del caldo y su contenido volvía
a ser examinado; cómo, si algunos de los óvulos seguían sin
fertilizar, era sumergido de nuevo, y, en caso necesario, una tercera
vez; cómo los óvulos fecundados volvían a las incubadoras, donde
los Alfas y los Betas permanecían hasta que eran definitivamente
embotellados, en tanto que los Gammas, Deltas y Epsilones eran
retirados al cabo de sólo treinta y seis horas, para ser sometidos
al método de Bokanovsky.
—El
método de Bokanovsky —repitió el director.
Y
los estudiantes subrayaron estas palabras.
Un
óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo
bokanovskificado prolifera, se subdivide. De ocho a noventa y seis
brotes, y cada brote llegará a formar un embrión perfectamente
constituido y cada embrión se convertirá en un adulto normal. Una
producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se
conseguía uno. Progreso.
—En
esencia —concluyó el DIC—, la bokanovskificación consiste en
una serie de paros del desarrollo. Controlamos el crecimiento normal,
y paradójicamente, el óvulo reacciona echando brotes.
«Reacciona
echando brotes». Los lápices corrían" (Aldous Huxley, Un
mundo feliz, capítulo 1, Barcelona, Plaza & Janés, p. 18).
1 comentario:
De la sublime condición de Galatea asumida como aspiración- y obsesión particular de Pigmalión- a la banalidad de las muñecas hinchables producidas en serie median más que los tiempos de la Historia y la mitología, querido Ivancho.
En realidad se trata de dos cosmovisiones: la de la necesidad de trascendencia del individuo en el cuerpo del otro y la del consumo compulsivo como respuesta al vacío.
En el medio, están esos relatos que mencionas y muchos miles más, que gravitan siempre entre el deseo y el control: el erotismo y el poder como partes de un organismo que se muerde la cola por los siglos de los siglos.
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