26 de abril de 2019

Cartas Abelardinas – 7



Mayo del 68
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Cartas Abelardinas – 7


El amor se buscaba en nuestros ojos, uno al otro, más veces que la atención se dirigía al texto” (Pedro Abelardo, Historia Calamitatum. Cartas de Abelardo y Eloisa. Traducción de Cristina Peri Rossi. Palma de Mallorca: Olañeta Editor, 1982. Cita tomada del libro de Eduardo López Jaramillo, Cuando escuches de grandes amores, El Arca perdida Editores, Pereira 2014..


Medellín, jueves 25 de abril 2019
Abelardo
Hablemos algo de la historia del deseo y de las pasiones y de lo que estos tienen que ver con la política.
A mediados del siglo XX dos filósofos franceses hicieron una lectura de la vida y la obra de Spinoza que les significó una experiencia que afectaría profundamente su propia vida y obra. Ambos, por coincidencia, compartían puntos en común. Para ambos, esa lectura estuvo marcada por sus lecturas de Spinoza, de Marx y de Freud. Para ambos, el meollo de la cuestión eran los afectos: emociones, sentimientos, pasiones y, por supuesto, el deseo, conatus, que para Spinoza era la esencia y fuerza vital de la vida humana. Ambos buscaban la sustancia, la materia, el cuerpo, con los cuales sustentar la encarnación, el cuerpo humano, de sus propuestas teóricas. Ellos estaban en la saga del materialismo desde Demócrito, Epicuro, Lucrecio, a Spinoza y a ese pandemonio de demonizaciones que se desató desde el siglo XVII hasta nuestros días contra aquellas propuestas.
Esos dos filósofos fueron:
El uno, Louis Althusser, quien orientó sus propuestas hacia la filosofía marxista de la historia y de la política. El otro, Gilles Deleuze, que se orientó hacia la filosofía práctica. Y, además, tuvieron otro punto en común, su vida y obra tuvo un profundo impacto en el desarrollo de la filosofía de finales del siglo XX y son numerosos su discípulos y estudiosos que también produjeron obras impactantes.
De ese humano deseante político o vital que Althusser y Deleuze interpretaron en su lectura de Spinoza y que tanto impacto tuvo en las teorías políticas y sociales de finales del siglo XX, al humano del siglo XXI manipulado en sus deseos por poderosas tecnologías, no son muchos los años pasados, pero sí mucha la ciencia y muchas las tecnologías desarrolladas para provocar, determinar y dirigir los deseos y voluntades de los individuos y las comunidades.
Es necesario aclarar que cuando hablo del deseo también hablo de las emociones, los sentimientos, las pasiones, positivas y negativas, pues esos son los mecanismos sensuales identificados como procesos propios del cuerpo, del cerebro y de la mente para aprehender, conocer, interpretar, etc. aquello que siente o sea ese proceso que lleva del sentir al pensar.
No es un asunto reciente, ya en la antigüedad clásica los filósofos de la naturaleza habían planteado las definiciones y explicaciones, las certezas y prejuicios, sobre el sentir, las que se dieron desde un punto de partida meramente intuitivo y empírico que son las mismas que que han validado y controvertido las recientes investigaciones y descubrimientos de las neurociencias y otras ciencias que estudian la naturaleza, funcionamiento y expresión de esa sensualidad del cuerpo, el cerebro y la mente y la evolución cultural e histórica de tales definiciones y explicaciones, las que persisten en la cultura. Sin embargo, persiste otra, aquella que se niega a aceptar y a reconocer que todo lo que es y hace el ser humano es el resultado de la evolución y no del lo humano que “concibe al hombre dentro de la naturaleza como a un imperio dentro de otro imperio”, como lo denunció Spinoza. O sea, que la evolución cultural es el resultado de la evolución biológica.
Claro que, para los primeros teorizadores de la naturaleza humana, los griegos y, desde ellos, para todos los que han teorizado hasta nuestros días, el deseo, las emociones, los deseos, los sentimientos, las pasiones y todos los comportamientos relacionados, han sido un aspecto complejo y complicado de la naturaleza de los humanos, pues, en primer lugar, son poderosos determinantes de las acciones y de los estados del ánimo, hasta el punto de ser los grandes motivadores, pero también los obstáculos para la expresión del homo racional y, peor aun, un impedimento para la realización de los aspectos más trascendentales que se esperan de esa naturaleza humana: el espíritu.
En fin, Platón definió el deseo como Eros, el demonio del deseo, ese intermediario entre la materia de la carne y su idea de espíritu, esa fuerza que eleva el alma hacia las maravillas de las ideas o que precipita al cuerpo hacia la degeneración de la carne. También dijo que era carencia y astucia. Esa definición determinó todas las que de allí en adelante se han propuesto, hasta hoy.
Sin embargo, en ese largo camino del conocimiento de la naturaleza, por allá en el siglo XVII, Spinoza dio la mejor definición y explicación de lo que es del deseo: la esencia del ser humano. Además, ofreció una explicación del funcionamiento y del manejo que las personas y las comunidades pueden hacer de sus emociones, apetitos y/o deseos, sentimientos, pasiones. Pero más que eso, dijo que la alegría es la fuerza que aumenta la potencia. Y, lo mejor, dio la solución para los males anímicos: un afecto negativo se puede remplazar por un afecto positivo, o sea, la tristeza se sustituye con una alegría. En fin, un vademecum para la salud del aliento vital, que era lo que los filósofos griegos pretendían con su filosofía: la salud de su propio cuerpo y espíritu y los de todos y, con ello, la salud de la comunidad.
Hay que tener en cuenta que Spinoza en la Ética se opone y critica la propuesta que hace Descartes en su libro Las pasiones del alma. Desgraciadamente, la demonización de Spinoza y su obra, impidió que sus propuestas fueran reconocidas y aplicadas por los filósofos y científicos posteriores. De no haber sido así, no se hubiera consagrado el dualismo cartesiano que ha dominado desde entonces la concepción de la naturaleza humana. Pero eso merece otra carta.
Afortunadamente, las cosas están cambiando y ha sido precisamente la visión de Spinoza la que ha seguido el neurocientífico Antonio Damasio para sus investigaciones sobre las emociones y los sentimientos y cuyos resultados han sido aceptados por la comunidad científica … hasta ahora. Y también ha sido el materialismo de la evolución el que sustenta las investigaciones y descubrimientos de tantos otros científicos que exploran en lo por conocer de la naturaleza humana.
Mejor dicho, en estos asuntos pasionales, las cosas se han movido entre dios o el diablo. Y ese será el motivo de la próxima carta.
Salud y alegría,
Iván Rodrigo.




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