Lector
Ludi No. 87
Por
Iván Rodrigo García Palacios
Voyeurismo
literario
Franz
Kafka, sexo y escritura
Escenas
de: El fogonero, La condena, El proceso: Leni; El castillo, Frieda,
Cartas a Milena y la conexión rusa, Dostoievski
Hace
años, muchos años, cuando el sexo, la pornografía y todo lo
relacionado con Eros, era, más que un misterio, el pecado más grave
y el más expedito camino al infierno, y era "casi"
imposible satisfacer la natural curiosidad juvenil del despertar
sensual, pues ese tipo de "materiales" eran también "casi"
imposibles de conseguir, por lo que había que recurrir a la
literatura de más fácil acceso. La literatura prohibida como la
novela de Hernri Barbusse, El infierno, en la que se cuenta la
historia de un voyeurista -mito que inspira este escrito- entre
muchas otras condenadas en el Índice por obscenas, o a la literatura
clásica, en la que es posible encontrarse con una que otra escena
más o menos explicita de aquel pecaminoso placer del "hacer el
amor".
Uno
de aquellos escritores clásicos, quizás uno de los más inocuos,
sexualmente hablando, era Franz Kafka, del que nadie sospechaba,
entonces, la oscura carga de sexo que se ocultaba en su escritura
biográfica de diarios y cartas y en su narraciones herméticas y
aporísticas, algo de lo que ha ido emergiendo a la luz pública a
media que se han ido dando los cambios de moralidades de los últimos
tiempos y por el interés de los estudiosos en desvelar los aspectos
humanos, más humanos, de "los grandes hombres".
Bien
poco de "aquello" se sabía entonces, pero, lo que si se
podía deducir sin mayor esfuerzo, era el ardor sexual explicito y
obsceno que emanaba en tres escenas de sus tres novelas, a las que
llamo novelas-mujer. Una, en El fogonero, entre Karl y la muchacha,
del primer capítulo de su novela América o El desaparecido que es
la novela de "la señora Tschissik". Dos, en El proceso,
entre Joseph K. y Leni, que es la novela de Felice. Y la otra, en El
castillo, entre el agrimensor y Frieda que es la novela de Milena. En
esta última está “la escena erótica más hermosa que se haya
escrito” según Milan Kundera.
Para
alborotar mis recuerdos de aquellos tiempos y refrescar aquellas
lecturas apasionadas que me extasiaban y entusiasmaban hasta casi el
delirio, pego, como si de un libro de recortes se tratara y con la
timidez del voyeurista, esas escenas y otros materiales de la misma
naturaleza tomados de los diarios y las cartas, con las
correspondientes ilustraciones, unas de de Robert Crumb de la
biografía ilustrada de Kafka, otra, de Luis Scafati para El castillo
y un fotograma de la película El proceso, dirigida por Orson Welles
y con la actuaciones de Anthony Perkins y Romy Schneider en los
papeles de Joseph K. y Leni.
No
son estas las únicas escenas de tales características en la
escritura de Kafka y un Lector Ludi podrá gozar desvelándolas, pero
si vale la pena mencionar una poderosa influencia en la escritura de
Kafka que se trasluce 1
en todos sus escritos y que marca hasta sus expresiones sexuales y
afectivas.
Dostoievski
fue maestro y modelo para Kafka y aunque fue menos explicito con sus
escenas sexuales, si le sirvieron a Kafka como útiles palimpsestos,
tal y como puede notarse, por ejemplo, en la escena de Humillados y
ofendidos (primera parte, capítulo X), que Kafka traspone en su
relato Desdicha (1910). Además, la compleja sexualidad y afectividad
del protagonista de aquella novela, Iván
Petróvich, al igual que las complejas relaciones sexuales y
afectivas del "Hombre del subsuelo" con Lisa en la segunda
parte de Memorias del subsuelo, le debieron ofrecer a Kafka una
visión en la cual reconocer las cercanas conexiones con su propia
vida sexual y afectiva, tan determinantes en su escritura. Y eso no
fue todo lo de Kafka con Dostoievski, pero ese ya es otro cuento.
Lo
cierto es que sus relaciones las mujeres, pero no cualquier tipo de
mujer ni cualquier clase de relación, son materia prima de la
escritura de Kafka, una materia con la que él convierte en arte lo
más profundo y oscuro de su sexualidad y afectividad:
“Así eran las
mujeres que Kafka amaba, así debían ser: seres sin rostro que,
precisamente por no tenerlo, podían excitar su fantasía con una
fuerza especial y eran idóneas como pantallas de proyección de sus
visiones. En su carencia permanente necesitaba no tanto personas
reales del sexo femenino cuanto criaturas de su imaginación,
principalmente. Pero éstas no podían surgir sin unos modelos
reales, que, sin embargo, no debían ser ni demasiado claros ni
demasiado próximos. Y Kafka no tuvo ningún reparo en comunicárselo
muy pronto y sin rodeos a su nueva pareja epistolar: a la “Milena
real”, a quien enviaba sus cartas, opuso “la milena aún más
real”, es decir, aquella que “se hallaba presente conmigo todo el
día, en la habitación, en el balcón, en las nubes” 2.
Para
saber más sobre este asunto de Kafka con las mujeres, recomiendo el
libro de Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas, el que me
ha sido de gran utilidad al hacer los recortes de las escenas que he
usado para este libro de recortes.
-I-
Ilustración
de Robert Crumb.
https://500ejemplares.files.wordpress.com/2010/10/kafkaylasmujeres.jpg
La
conexión rusa: la violación de Karl
La
conexión rusa. Cuenta Max Brod 3
que el 1 y 4 de mayo de 1910, se encontró con Kafka en el Café
Savoy, en donde se presentaba una compañía de teatro de judíos
orientales (rusos) cuyo repertorio eran obras escritas en yiddisch y
que Kafka se entusiasmó mucho, por un lado, con la señora Tschissik
y, por el otro, con la amistad del joven actor Isaac Löwy 4.
La
primera mujer-novela de Kafka fue América - El desaparecido 5,
empezada a esbozar a comienzos de 1912, cuando todavía estaba muy
próximo a aquel enamoramiento, “doloroso y secreto”, por la
señora Tschissik, actriz de aquella compañía de actores judíos y
“[…] cuyo repertorio consiste en
obras escritas en yídish, está dirigida por un tal Löwy, que se
convierte en su amigo y le descubre la tradición de los judíos de
Europa oriental” 6.
Puede
vislumbrarse algo de la oscuridad afectiva de Kafka si se nota que el
apellido Löwy se corresponde con el mismo apellido de su madre y, si
además, se agrega la misteriosa atracción que la señora Tschissik
ejerce sobre él, tal y como puede deducirse del retrato que de ella
hace Daniel Desmarquest:
"[...] La señora Tschissik, le
inspirará un amor doloroso y secreto -que ella tal vez ni siquiera
sospechó. Ya no es muy joven aunque, con el pelo suelto, se parece
"una muchacha de otros tiempos": treinta años, casada y
madre, la señora Tschissik es una pasión sin esperanzas, condenada
a permanecer en secreto -y es justamente en ella en quien pone su
mirada. En páginas y páginas del Diario no se cansa de alabar a la
mujer cuyo apellido "tanto me gusta escribir" 7.
Muchas
de las primeras anotaciones de mayo de 1910, son expresiones casi
desgarradas y se refieren a su amistad con Isaac Löwy, pero más
impresionantes son las que dedica al desgarrado y clandestino amor
por la "la señora Tschissik", en particular, porque en una
de esas anotaciones expone el motivo del relato Desdicha, ese en el
que se establece la conexión rusa: Dostoievski y el que escribe días
después:
"[...] pese a toda mi desdicha
aun puedo sentir amor (...) Un amor no terrenal, sin embargo"
(Diarios).
Esa
conexión rusa, el enamoramiento de Kafka por la señora Tschissik y
su amistad con Isaac Löwy, son los motivos que lo "animaron"
a comenzar la escritura de su novela América o El desaparecido. El
fogonero es el primer capítulo de esa novela, el que comienza a
escribir en su diario y en el que ya se plantea la oscura relación
sexual y afectiva que allí va a representarse
He
preferido tomar el fragmento de lo escrito en el segundo cuaderno de
los diarios y no del relato publicado y que cada cual haga la
respectiva comparación:
"Karl, sin embargo, no sentía
nada por aquella muchacha. En el cúmulo de recuerdos de un pasado
que se alejaba cada vez más, la veía sentada en la cocina, junto al
aparador, sobre cuyo tablero apoyaba los codos. Se quedaba mirándolo
cada vez que él entraba en la cocina a buscar un vaso de agua para
su padre o dar algún recado de su madre. A veces, en aquella
posición incómoda al lado del aparador, ella se ponía a escribir
una carta buscando su inspiración en la cara de Karl. A veces se
tapaba los ojos con la mano y no había manera de abordarla. A veces
caía de rodillas en su estrecho cuartito, junto a la cocina, y
rezaba ante un crucifijo de madera; Karl la observaba entonces con
cierto temor, al pasar, por la rendija de la puerta entornada. A
veces ella se ponía a dar vueltas en la cocina y retrocedía,
riéndose como una bruja, cuando Karl se cruzaba en su camino. A
veces cerraba la puerta de la cocina cuando Karl ya había entrado, y
no quitaba la mano del picaporte hasta que él le pedía que lo
dejara salir. A veces traía cosas que él no quería y, en silencio,
se las ponía en las manos. Una vez, sin embargo, dijo «¡Karl!» y
se lo llevó, perplejo aún por la inesperada interpelación, entre
muecas y suspiros, a su cuartito, que cerró con llave. Se abrazó a
su cuello hasta dejarlo sin aire y, mientras le pedía que la
desvistiese, en realidad fue ella quien lo desvistió y lo acostó en
su cama, como si a partir de entonces no quisiera dejárselo a nadie
más, sino acariciarlo y cuidarlo hasta el final de los días. «Karl,
Karl mío», exclamaba como si al mirarlo se ratificase en su
posesión, mientras Karl no veía absolutamente nada y se sentía
incómodo entre el montón de cálida ropa de cama que ella parecía
haber amontonado expresamente para él. Luego ella se acostó a su
lado y quiso sonsacarle ciertos secretos, pero él no pudo decirle
ninguno y ella se enfadó, en broma o en serio, lo zarandeó, escuchó
su corazón, le ofreció su pecho para que escuchase también, sin
conseguir que lo hiciera, apretó su vientre desnudo contra el cuerpo
del muchacho y, con la mano, hurgó entre sus piernas de forma tan
repulsiva que Karl sacó la cabeza y el cuello fuera de las
almohadas, debatiéndose, luego ella empujó varias veces el vientre
contra él, y a él le pareció que era una parte de sí mismo y tal
vez por ello lo invadió una horrible sensación de desamparo.
Llorando, Karl volvió finalmente a su cama, tras haber expresado
ella reiteradamente su deseo de volver a verlo. Eso había sido todo,
pero el tío supo convertirlo en una gran historia. Y el caso era que
la cocinera también había pensado en él y le había comunicado al
tío su llegada. Un gesto muy hermoso por su parte, que él
intentaría retribuirle algún día".
(Franz Kafka, Diarios, Cuaderno
segundo, fragmento, Corresponde a «El fogonero», primer capítulo
de la novela El desaparecido).
-II-
Franz Kafka, ilustración de Robert
Crump.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_0bZeUwUA51Ba5KivfUZt5T3vYS4lMjS9WaMdk0q5Y9UuCfdUjW0TyFeXzxzpRHGD4NRBmqDLoYq1H0KPYjgXwZe7pJ-WGUC2nptqcJc9oGSikDbPTp_-GqAgcRDFPfaz6gicsw/s1600/Kafka+Crumb+3.jpg
La
condena y una eyaculación al final
Los
biógrafos de Kafka han ido desvelando las anotaciones de sus diarios
y las conexiones con sus relatos y novelas, tal el caso de este
apunte que hace el filósofo de la Universidad de Antioquia, Jorge
Mario Mejía, en un ensayo sobre la escritura en Nietzsche, Kafka,
Deleuze, Dostoievski. Se refiere a una anotación de Kafka sobre la
frase final del relato La condena:
"¿Sabes que significa la frase
final? Con ella pensé en una fuerte eyaculación" (K., Escritos
sobre sus escritos, p. 18).
La frase final dice:
"En ese instante pasaba por el
puente una interminable fila de vehículos"
(La condena). Verkehr (tráfico,
circulación) significa también, entre otras cosas, comercio carnal,
coito.
[...]
Kafka escribe la frase final cuando la
muchacha del servicio pasa por primera vez por la antesala. Junto a
la cama intacta, estira el cuerpo ante la criada y dice: "He
escrito hasta ahora". Luego entra temblando al cuarto de las
hermanas".
(Jorge Mario Mejía, De la escritura
parasitaria. Nietzsche, Kafka, Deleuze, Dostoievski, Editorial
Universidad de Antioquia, Medellín, 1996, p. 56).
Se
sabe que La condena es el relato que Kafka escribió de un tirón en
una noche (22 al 23 de septiembre de 1912), un poco más de un mes
después de haber conocido a Felice Bauer, a la que se lo dedica, y
cuando todavía estaba en los momentos más exaltados de su
seducción.
Luego
también dirá:
"La condena es el fantasma de una
noche" (Conversación entre Kafka y Gustav Janouch, Escritos de
Franz Kafka sobre sus escritos, Anagrama, Barcelona, 1983, p. 29).
-III-
Joseph
K y Leni (Anthony Perkins y Romy Schneider),, El proceso, director:
Orson Welles.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgDagJ_E1KY7ltK1Pgc4Zyv6QjGtH9-JUHuPOzQPHJwojm6HfN5vg98iOCa-PftwiMeghuBWIvqcpT9C_wn_caqI2pdkps58aaeAYu3NDY0jPhy3xjZDcRwSYqX_XPIHYLzhTR2/s400/Romy+Schneider+-+Leni+-+El+proceso+(2).jpg
"Ahora
me perteneces"
El
proceso es la novela de Felice Bauer. Pero, entonces, ¿quién es
Leni?
La
extraña muchacha de los dedos de la mano empalmados por una membrana
ha sido uno de esos misterios ocultos en la escritura de Kafka y tras
el cual, críticos de todas la cataduras, han visto uno más de
"esos" asuntos de sus perversos sentimientos sexuales,
tanto con artificiosas interpretaciones psicoanalíticas, como con
interpretaciones existenciales de filósofos y críticos literarios.
Cualquiera
sea la posible solución de ese enigma, lo cierto es que se trata de
una asombrosa aporía de la talla de las propuestas en los capítulos
Ante la Ley y Un sueño. Sin embargo, como aquí se trata de un
evidente asunto sexual y como El proceso es la novela del fallido
matrimonio con Felice, es seguro que Leni es la encarnación de
alguna otra de las muchachas con las que Kafka ensoñó realizar su
retorcida sexualidad al tiempo que desataba el conflicto matrimonial
con Felice:
"¿Tiene algún defecto físico?»
«¿Un defecto físico?», preguntó K. «Sí», dijo Leni. "Yo
tengo uno de esos pequeños defectos, mire." Separó los dedos
medio y anular de su mano derecha, entre los que la piel que los unía
llegaba casi hasta la articulación superior de los dedos pequeños.
K. no advirtió inmediatamente en la oscuridad lo que ella le quería
mostrar, y por eso ella le guió la mano para que lo palpase. "Vaya
juego de la naturaleza", dijo K., y agregó después de haber
contemplado toda la mano: «¡Qué hermosa garra!». Con una especie
de orgullo, Leni miraba cómo K., asombrado, separaba y volvía a
juntar una y otra vez los dos dedos, hasta que finalmente los besó
fugazmente y los soltó. «¡Oh!», exclamó ella inmediatamente,
«¡me ha besado!» Rápidamente, con la boca abierta, se puso de
rodillas sobre el regazo de K., K. alzó, casi consternado, la vista
hacia ella; ahora que la tenía tan cerca se desprendía de ella un
olor amargo y excitante, como de pimienta; ella atrajo su cabeza
hacia sí, se inclinó sobre él y le mordió y le besó el cuello,
incluso le mordió su cabello. "¡Me ha cambiado!", gritaba
de vez en cuando, «ve usted, me ha cambiado a pesar de todo».
Entonces resbaló su rodilla, con un pequeño grito casi cayó sobre
la alfombra; K. la abrazó para sostenerla y se vio arrastrado hacia
ella. «Ahora me perteneces», dijo ella.
"Aquí tienes la llave de la
casa, ven cuando quieras", fueron sus últimas palabras, y le
dio todavía un beso a tientas en la espalda, mientras él se iba".
(Franz Kafka, El proceso, capítulo
10, El tío, edición crítica de Guillermo Sánchez Trujillo,
Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 2005).
-IV-
Luis
Scafati, ilustración para El castillo
http://www.fantasticplasticmag.com/wordpress2/wp-content/archivos/2015/04/el-castillo-02.jpg
"[...]
la escena erótica más hermosa" (Milan Kundera)
El
castillo es la novela de Milena Jesenská. Ella es la mujer que más
cerca estuvo de la intimidad sexual de Kafka, es la que casi logra
que Kafka se abriera a la experiencia sexual y recibiera el acto de
entrega sexual que una mujer le otorga. Fue un momento, porque fueron
más poderosos sus miedos, tal y como lo confesará en la carta que
más adelante trascribo y en la que relata los dos actos sexuales que
experimentó con Milena en aquellos cuatro días memorables en Viena,
el uno, consumado y feliz y el otro, fracasado y retorcido por la
culpa.
Ese
es el posible misterio que se desvela en esta escena de El castillo,
en la que se funden y confunden ternura y temor, culpa y repugnancia,
ese sentir el sexo como algo sucio y degradante y, a su vez, la
inversión idealizada, que es el sentimiento que embarga a Kafka
frente al sexo:
"Aún no había
salido de la habitación, cuando Frieda
apagó la luz y ya estaba al lado de K
debajo del mostrador.
—¡Amado mío! ¡Mi dulce amado!
—susurró, pero ni siquiera rozó a K, como desvanecida de amor
yacía sobre la espalda con los brazos extendidos; el tiempo no tenía
límites para su dicha amorosa; y más que cantar, suspiraba alguna
cancioncista. Luego se sobresaltó, pues K estaba sumido en sus
pensamientos, y comenzó a arrastrarse hacia él como si fuera una
niña:
—Ven, aquí se asfixia uno.
Se abrazaron, el
pequeño cuerpo ardía en las manos de K, rodaron sumidos en una
inconsciencia de la que K intentó en vano liberarse; unos metros más
allá chocaron con la puerta de Klamm
provocan do un ruido sordo y allí yacieron
sobre un charco de cerveza y rodeados de otra basura de la que el
suelo estaba cubierto. Allí transcurrieron horas, horas de un
aliento común, de latidos comunes, horas en las que K tuvo la
sensación de perderse o de que estaba tan lejos en alguna tierra
extraña como ningún otro hombre antes que él, una tierra en la que
el aire no tenía nada del aire natal, en la que uno podía
asfixiarse de nostalgia y ante cuyas disparatadas tentaciones no se
podía hacer otra cosa que continuar, seguir perdiéndose. Y para él,
al menos en un principio, no supuso ningún susto, sino un consolador
amanecer, cuando alguien llamó a Frieda
desde la habitación de Klamm
con una voz profunda, entre indiferente y
autoritaria.
—Frieda —dijo
K en el oído de Frieda y
transmitió la llamada.
Con una obediencia
innata Frieda quiso
levantarse de un salto, pero entonces se acordó de dónde estaba, se
estiró, rió en silencio y dijo:
—No, no iré, nunca más iré con
él.
(Franz Kafka, El castillo, Alianza,
Madrid, 1996, pp. 51-52).
De
las mujeres a las que Franz Kafka convirtió en motivo de seducción
epistolar, fue Milena Jesenská la que más cerca estuvo de una
verdadera relación íntima y sexual con él.
“Si el impacto de una muchacha se
refleja en la obra, el de Milena guarda proporción con el fracaso
que representa: la literatura va a trasformar esta pérdida en un
libro grandioso hasta en su no conclusión. Es, claro, El castillo.
Kafka abraza su destino transfigurándolo. Sería inútil preguntarse
si Milena es la Frieda de la novela, la “rubia insignificante”,
un poco “ajada”, con la que el agrimensor rueda por el suelo en
medio de charcos de cerveza y suciedad, y si hay que ver en esta
profanación el anverso negro de las cartas. Lo decisivo es que Kafka
haya extraído de Milena la fuerza erótica de esta escena –“la
escena erótica más hermosa-, dice Milan Kundera, que se haya
escrito” (Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas, Edaf, Madrid,
2003, p. 244).
-V-
Ilustración
de Robert Crumb. Franz Kafka y Milena en el partque.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhv6ybhEq7VRYib2joV-Kluebbnadw3tiXt5kBQcf6UWUkHjvTavim3S480AW0lq2PzoM9viR71BmHyDPPyon5NwjTwuRhXgvw2fTLeIB-vhOoym01h0Ok28HxKtO071NzBdad-/s1600/2015-05-06+19.57.32.jpg
"Tu
seno desnudo"
"Tu
rostro sobre el mío en el bosque, y tu rostro bajo el mío en el
bosque, y mi cabeza que descansa sobre tu seno desnudo"
(Diarios).
El
momento que motiva esta anotación de Kafka en su diario, corresponde
al cuarto de los cuatro días que, a partir del 30 de junio de 1920,
pasó con Milena en Viena. Y corresponde a la excursión a un parque
durante la cual vivieron una íntima actividad sexual en la que, y de
manera excepcional, Kafka no fue abrumado por su miedo al sexo, pero,
no por mucho tiempo:
"Entre el lecho de hierba en un
claro del bosque y el lecho de la habitación, la diferencia es como
del día a la noche -"un abismo, dice Kafka, que no puedo
franquear, probablemente porque no quiero". En el bosque, el
cuerpo de Milena se inscribe en la luz del mundo, amarlo es abrazar
ese todo. La “media hora en la cama” que ella evocó un día en
una carta, “con desprecio, como un relato masculino”, representa
una prueba mucho más terrorífica" (Daniel Desmarquest, Kafka y
las muchachas, Edaf, Madrid, 2003, p. 229).
Y
como para Kafka sus cartas son el tribunal y el escenario en donde,
además de sublimar su existencia, puede expresar con hermética
sinceridad los más oscuros de sus miedos y pasiones. Esta es aquella
célebre carta:
Franz
Kafka, Cartas a Milena, 1920:
Lunes por la tarde
Sería un embustero si no dijera algo
más que hoy, en la carta de la mañana. Sobre todo porque me dirijo
a ti, ante quien puedo hablar con tanta libertad como ante nadie,
pues nadie ha estado hasta ahora tan cerca de mí, tan a conciencia y
a voluntad como tú, a pesar de todo, a pesar de todo. (Establece la
distinción entre el gran A Pesar de Todo y el gran No Obstante.)
Las mejores cartas que me has escrito
(y eso es mucho decir, pues tus cartas en totalidad son, casi línea
por línea, lo mejor que haya ocurrido en mi vida) son aquéllas en
las cuales justificas mi "miedo" y, al mismo tiempo,
procuras explicarme que no debo sentirlo. Pero ocurre que también
yo, aunque a veces parezca un sobornado defensor de mi "miedo",
probablemente lo justifique en lo más hondo de mí. Es más: ese
miedo es parte de mí y quizá sea lo mejor de mí. Y puesto que es
lo mejor de mí, quizá sea también lo único que tú amas. Pues
¿qué cosa digna de amar puede encontrarse en mí? Mi miedo, en
cambio, es digno de ser amado.
Y cuando una vez me preguntaste cómo
podía decir que había pasado un sábado agradable, si tenía ese
miedo en el corazón, no me pareció difícil explicártelo. Puesto
que te amo (y te amo, pues, conceptualizadora mía; como el mar ama a
un diminuto guijarro hundido en sus profundidades, de la misma manera
le envuelve mi amor ... y ojalá yo sea también para ti ese
guijarro, si el Cielo lo permite), amo el mundo entero y a ese mundo
pertenece también tu hombro izquierdo, no, primero fue el derecho y
por eso lo beso cuando quiero (y tú eres tan tierna como para
apartar la blusa) y a ese mundo pertenece también tu hombro
izquierdo y tu rostro sobre mí en el bosque y tu rostro bajo mí en
el bosque y ese descansar sobre tu pecho casi desnudo. Y por eso
tienes razón cuando dices que ya fuimos uno, y eso no me produce
miedo alguno, es mi única dicha y mi único orgullo y no lo limito
para nada al bosque.
Pero entre ese día-mundo y aquella
"media hora en la cama" de la cual hablabas con tanto
desprecio en una carta, definiéndola como cosa de hombres, existe
para mí un abismo que no puedo franquear, probablemente porque no
quiero. Allí hay un asunto de la noche, en todo sentido un asunto de
la noche; aquí está el mundo y yo lo poseo y se supone que yo
franquee el precipicio para penetrar en la noche y para apoderarme
otra vez de ella. ¿Puede uno apoderarse otra vez de algo? ¿No
equivale eso a perderlo? Aquí está el mundo, que yo poseo, y se
pretende que yo franquee el abismo en nombre de un inquietante
hechizo, un conjuro, una piedra filosofal, una alquimia, un anillo
mágico. No quiero saber nada de eso, me inspira un miedo horrible.
¡'Tratar de atrapar en una noche, por
medio de una hechicería, a toda prisa, jadeante, desvalido, poseído,
tratar de atrapar por medio de una hechicería lo que cada día
ofrece a los ojos abiertos! ("Quizá" no haya otra manera
de engendrar hijos, "quizá" los hijos también sean un
hechizo. Dejemos ese tema por ahora.) Por eso estoy tan agradecido (a
ti y a todo) y por eso es, pues, samozrejmé
(lógico y natural) que junto a ti me sienta absolutamente sereno y
absolutamente inquieto, absolutamente coaccionado y absolutamente
libre, razón por la cual, luego de haberlo comprendido, he
renunciado a todo el resto de la vida. ¡Mírame a los ojos!
Por Frau K. me entero de que los
libros han sido trasladados de la mesa de luz al escritorio. Tendría
que habérseme consultado antes si estaba de acuerdo con el traslado.
Y yo habría dicho: ¡no!
Y ahora agradéceme. Tengo ganas de
escribir algo loco en estos últimos renglones (algo locamente
celoso), pero he logrado reprimir ese deseo.
Y ahora basta, ahora cuéntame algo de
Emilie.
***
Notas
1"En
el que deben traslucirse los rastros -tenues pero no indescifrables-
de la "previa" escritura de nuestro amigo" (Jorge
Luis Borges, Ficciones).
2Marcel
Reich-Ranicki, Siete precursores escritores del siglo XX, Galaxia
Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2003 (307 p.), p. 211. De
la conferencia, Sus besos escritos, en la cual se reafirma ese
fascinante misterio femenino que para Kafka entrelazaba su vida con
la literatura y que, el crítico polaco, Marcel Reich-Ranicki,
pronunciara en Maguncia y Hamburgo en 1983, con motivo del
centenario del nacimiento de Kafka y dedicada a la publicación del
libro Cartas a Milena, que contiene la correspondencia completa,
ordenada cronológicamente y con un apéndice con ocho cartas de
Milena a Max Brod. Además, la nota necrológica escrita para Kafka
y tres de las novelas por entregas, de Milena.
3Max
Brod, Kafka, Alianza-EMECE, Madrid, 1982, p. 108.
4Daniel
Demarquest, Kafka y las muchachas, Edaf, Madrid, 2003, pp. 67-70.
5La
obra se publicó por primera vez en 1927 con el título América, un
título escogido arbitrariamente por Max Brod; en una carta a Felice
Bauer de 11 de noviembre de 1912, Kafka se refiere a la novela con
la designación El desaparecido, así como en una anotación de su
Diario de 31 de diciembre de 1914.
6Daniel
Desmarquest, Kafka y las muchachas, Edaf, Madrid, 2003, p. 67.
7Daniel
Desmarquest, Kafka y las muchachas, Edaf, Madrid, 2003, pp. 67 y 68.
1 comentario:
Querido Ivancho : sin las grandes, inapelables derrotas, no existiría el género épico. Si asumimos la cama como es : un campo de batalla del que todos salimos perdedores, empezaríamos a entender la tozuda devoción de Kafka, no por el cuerpo femenino, sino por su ausencia. Es más, creo que su obra toda es un intento desesperado por aprehender esa forma que siempre se le escurre entre las manos. De ahí sus símiles y tropos, que cuanto más metafísicos parecen, más se acercan al carácter terrenal, irrevocable de la carne.
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