6 de noviembre de 2007

Las Sonatas que inspiraron el "tono"

LECTOR LUDI-50

Las Sonatas que inspiraron el "tono"

de Cien años de soledad

- Un homenaje a las Memorias del Marqués de Bradomín

- ¿Un catálogo secreto de las lecturas mexicanas de Gabriel García Márquez?

Por Iván Rodrigo García Palacios

Luego del gozo adviene el sosiego y con él una nueva visión al horizonte. Había gozado con la hierofanía de mis hipótesis descabellada por las cuales demostraba que Gabriel García Márquez se sumergió en las entrañas de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry para encontrarse con los importantes elementos que lo compulsaron a escribir Cien años de soledad (1).

Sin embargo, como LECTOR LUDI sabía que esa era apenas una pieza, importante y novedosa, del total de una exploración literario-arqueológica del pasado de una obra maestra de la literatura universal, a la que, por más que se deseara, sería imposible determinar con certeza su origen y mucho menos la historia de su proceso creativo.

Así que a lo más que podía aspirar, era a continuar en estado de inspiración iniciatica y gozar, si así se me permitiera, con una que otra posterior epifanía y con ese empeño en mente continúe sumergiéndome en los misterios, mitos y leyendas que abundan sobre Cien años de soledad.

Se me ocurrió que en el territorio clandestino y secreto de la génesis de Cien años de soledad existe un punto determinante y fundamental: encontrar el origen del "tono", ese "tono" que, entre las inconmensurables cualidades estéticas y artísticas de Cien años de soledad, la hacían una novela única y extraordinaria. Y que, como era bien evidente, en muy poco podía haberse inspirado en el "tono" de Bajo el volcán, salvo en que buena parte del "realismo mágico" garcíamarquiano estuviera conectado, como ya lo había demostrado antes, con el "delirium tremens" de Malcolm Lowry y con el universo onírico de los surrealistas, pero del surrealismo de los españoles, el que Luis Buñuel y los otros exilados llevaron a México.

Para emprender esa tarea sólo cuento con los delirios de mis hipótesis descabelladas y con ellas, con mi "deseo de descubrimiento" y como hierofante dionisiaco, me lanzo a la aventura de demostrar que todo lo que conciba la imaginación, es posible.

Como en casi todo lo relacionado con Gabriel García Márquez y con su obra, en el proceso creativo de Cien años de soledad, también existe una ¿leyenda o historia?, confirmada y negada a medias tanto por el escritor mismo como por sus amigos y sus críticos más cercanos, según la cual en los tiempos anteriores a la anunciación que da origen a la escritura de Cien años de soledad, Gabriel García Márquez estaba escribiendo otra novela que se titularía El otoño del patriarca, de la cual ya había escrito 300 páginas, de las cuales nada sobrevivió en la posterior escritura de esa novela (2).

¡Oh Gracia divina! ¡Ábrete Sésamo! La puerta se abrió y en el primer salón de la cueva de los ladrones, como Aladino me encontré con:

La cofradía sectaria de los cientos de estudiosos, críticos y comentaristas de la obra de Gabriel García Márquez que se han concentrado, avalado y consagrado entre ellos mismos, sobre unas cuantas de las posibles o probables inspiraciones e influencias que hubiesen tenido el poder de intervenir y relacionarse en el proceso creativo de Cien años de soledad y fuera de las cuales no hay salvación.

Caminos trillados de Sísifo que ya no conducen a ninguna parte. Razón suficiente para subvertirlos y, como un niño, gritar que el emperador anda desnudo, con la única finalidad de rescatar para la literatura el poder anárquico de la libertad de interpretación creadora de conocimiento.

Sí, así como lo había demostrado en la muy probable conexión de Gabriel García Márquez y su lectura de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, con la escritura de Cien años de soledad, era necesario volver a explorar en el territorio ignoto de esas otras lecturas secretas a las que García Márquez nunca menciona y las cuales, según sus circunstancias y condiciones, debieron ser obligatorias, como lo fue, por ejemplo, la sí reconocida influencia e inspiración por la obra de Juan Rulfo.

Esas circunstancias y condiciones antecedentes a la escritura de Cien años de soledad son, en gran parte, ya historia oficial, sin embargo, tras esa historia se ocultan herméticos los secretos nunca revelados, pero que, como en todo lo humano, "nada existe oculto bajo el sol" y es posible emprender la aventura de desvelarlos, así no sea más en la búsqueda de una quimera o del "Vellocino de Oro".

Serán pues los mitos y las leyendas los mapas y las claves que orienten esta aventura penelopesca que desteje la historia oficial garcíamarquiana para hallar los hilos ocultos del tapiz persa de la imaginación y del hermetismo con el que Gabriel García Márquez oculta sus secretos.

Primero la historia. El Gabriel García Márquez que llegó a Ciudad de México el 2 de julio de 1961, en su huida del Imperio, cargado con su familia y dueño de un mar de experiencias y de una amplia cultura e historia universal, antigua y contemporánea, estaba condenado, como la mayoría de sus personajes literarios, a reiniciar su destino, a realizar la fundación de un nuevo mundo, en esa ciudad y país, tarea previa, obligatoria y necesaria, antes de la anunciación, iluminación y consagración, de Cien años de soledad.

En los pliegues ocultos de ese tapiz de la historia hay que leer y mirar, con ojos de adivino, si se quieren desentrañar anticipadamente aquellos secretos que han sido guardados en las bóvedas de las universidades estadounidenses para ser desvelados después de su muerte, tal el caso de la correspondencia de Gabriel García Márquez con Carlos Fuentes, durante el proceso de escritura de Cien años de soledad.

Un primer hilo que se oculta tras las historias y leyendas del éxodo mexicano, es aquel que teje su relación con el cine, parte del cual ya mencioné en mi hipótesis descabellada anterior. Ahora es necesario continuar con esa urdiembre cinematográfica para establecer las otras conexiones que conducen a Cien años de soledad.

La primera conexión se sitúa en aquel momento del cine mexicano en el que se gestaba una nueva ola influida por "Cahiers de Cinemá" y, determinantemente, por Luis Buñuel y los otros españoles expatriados por el franquismo. Los españoles vinculados a los productores y productoras de cine que aspiraban a crear un nuevo cine en contraposición a la esterotipación mexicana de los años cuarenta y cincuenta y más acorde con las tendencias del cine europeo de la época.

Tal es el caso de Manuel Barbancho Ponce,

"[...] Productor de algunas de algunas de las mejores películas de Luis Buñuel y uno de los fundadores del cine independiente mexicano, creía que, ante la falta de buenos argumentos originales, el cine debía alimentarse de la literatura y recurrió con frecuencia a escritores como Benito Pérez Galdós, Ramón María Valle-Inclán o Juan Rulfo, por el que sentía una admiración aparte" (3).

Porque es aquí, con Manuel Barbancho Ponce, que el hilo hace "punto cadeneta punto" para unir, en primer lugar, el ya conocido y biográfico encuentro de Gabriel García Márquez con Juan Rulfo, en la realización de la película basada en la novela de Rulfo, Pedro Páramo y su influencia en Cien años de soledad.

En segundo lugar y como evento histórico, se menciona a Luis Buñuel con quien Gabriel García Márquez estableció relación, pero también aparece el nombre de Ramón María Valle-Inclán y el uso de su obra en el cine por parte de Manuel Barbancho Ponce.

Si se aplica a la anterior referencia el "racionamiento por abducción" (4), es posible empezar a conectar o tejer un tapiz para mostrar una historia o crear otra leyenda.

Por un lado, es bien conocida la valleinclaniana influencia de esperpentos y fantoches en la cinematografía de Luis Buñuel. "Dime con quien andas...". Por el otro lado y según la leyenda antes mencionada, Gabriel García Márquez y su escritura de la novela El otoño del patriarca...

¿Es posible hacer aquí una conexión con la novela Tirano Banderas, de Ramón María Valle-Inclán? Esta hipótesis descabellada sería más posible probar si se conocieran las 300 páginas de aquel primer original. Sin embargo y aun sin ellas, se puede suponer que tal conexión sí existió.

Y, existiendo tal conexión, también puede suponerse con certidumbre que Gabriel García Márquez leyó, o bien antes de su exilio mexicano o bien durante aquel tiempo, las novelas y las obras teatrales de Ramón María Valle-Inclán, por razones muy específicas, como las que podrían explicar la necesidad de adaptarse al "tono" valleinclanesco y surrealista que Luis Buñuel infundía en aquel cine mexicano que querían realizar los productores, cineastas e intelectuales mexicanos independientes y con los cuales Gabriel García Márquez trabajó como guionista.

¿No es acaso Tiempo de morir, la película de Arturo Ripstein, el primer guión de Gabriel García Márquez, una muestra de aquel influjo de Luis Buñuel y la maduración de su "tono" valleinclanesco?

Ese secreto, junto a la conexión con Bajo el volcán y muchas otras claves de la carpintería de Cien años de soledad, todavía lo comparte con Carlos Fuentes quien le hiciera la adaptación de los diálogos de Tiempo de morir, similar labor en la que ya antes habían coincidido durante la realización de la película Pedro Páramo.

Se puede decir también y con cierta certidumbre que Gabriel García Márquez, antes de llegar a México, ya había leído algo de Ramón María Valle-Inclán, porque la primera muestra del "tono" que marcará a Cien años de soledad ya había sido ensayado por primera vez en el cuento Los funerales de la Mama Grande, escrito desde 1959 y publicado en 1962.

Es en ese cuento fundador del "tono" de Cien años de soledad en donde se manifiesta de manera evidente la conexión de Gabriel García Márquez con la obra de Ramón María Valle-Inclán. Porque si se hace una lectura comparativa y abductiva entre Los funerales de la Mama Grande y la serie novelística de Ramón María Valle-Inclán, inicialmente titulada, El ruedo ibérico y luego publicada como La corte de los milagros, en especial el Libro Segundo: La Rosa de Oro, las resemblanzas y resonancias comunes son, más que coincidencia, asombrosas.

Esta conexión tuvo que ser profundizada, por necesidad y gusto, durante la época cinematográfica del exilio mexicano, porque, para comprender aquel ámbito españolizado y europeizado en el que Gabriel García Márquez trataba de adaptarse, tuvo que leer y estudiar la restante obra novelística y teatral de Ramón María Valle-Inclán.

Ahí es "donde salta la liebre". En primer lugar, Tirano Banderas y lo ya dicho sobre la leyenda de El otoño del patriarca. En segundo lugar, obvio, el teatro de Ramón María Valle-Inclán y las novedades que este había aportado a la tragedia y la dramaturgia del siglo XX: esperpentos y fantoches, materia prima de ese cine mexicano independiente, así como de las películas de Luis Buñuel. Y, en tercer lugar, las otras novelas, en especial, Las sonatas.

Y, con todo ello, comienza a sonar el "tono" valleinclanesco que inspirará a Gabriel García Márquez, para, a partir de allí y de quién sabe cuántas partituras más, componer las originales y novedosas variaciones de esa gran música que es la escritura y la lectura, únicas y exclusivas, de Cien años de soledad.

¿Pudo haber sido que la lectura, secreta y clandestina, de las Memorias del Marqués de Bradomín y sus musicales títulos: Sonata de primavera, Sonata de estío, Sonata de otoño y Sonata de invierno, fuera uno más de los ingredientes que, en el ardiente caldero de su mente, "hechizaran" la imaginación de Gabriel García Márquez, para, por fin, como aprendiz de brujo y alquimista, crear esa piedra filosofal que es Cien años de soledad?

Sí, son esas lecturas, conservadas en secreto y clandestinidad por Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, como un estricto pero burlón código de amistad y complicidad, las que permitirán desvelar, por fin y en buena parte, las claves de ese misterio alquímico que fue parte del proceso creativo de Cien años de soledad.

Sin embargo, lo que me permite confirmar ahora mi hipótesis descabellada, al mismo tiempo que la leyenda de la escritura previa de El otoño del patriarca, son las circunstancias histórico-biográficas de la amistad de Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes.

Ambos se conocen y trabajan juntos en 1963 cuando Carlos Fuentes adapta los diálogos de El gallo de oro. A pesar del primer desencuentro, muy pronto se hacen amigos íntimos. Carlos Fuentes había publicado, en 1962, La muerte de Artemio Cruz, su novela del dictador.

Es muy posible que Gabriel García Márquez hubiese querido emular a su amigo y emprende la escritura de esa primera versión abortada de El otoño del patriarca, de la que, seguramente, conservará, para la versión definitiva, publicada en 1975, los elementos paralelos y contrapuestos que él había establecido con la novela de Carlos Fuentes.

Y, en cuanto a mi hipótesis descabellada, la prueba se consolida por medio de la afirmación que niega y la negación que afirma. Gabriel García Márquez ha afirmado que durante el proceso de escritura de El otoño del patriarca leyó mucho a Joseph Conrad y en particular su novela Nostromo. E, igualmente ha negado que su novela tenga ninguna influencia del Tirano Banderas, de Ramón María Valle-Inclán (5).

El que tenga ojos para leer que realice su propia lectura demostrativa, así como ya han sido demostradas las muchas otras lecturas que han alimentado la imaginación y creación de la escritura de Gabriel García Márquez, en las obras posteriores a Cien años de soledad.

Entonces, ¿cuáles serían esas lecturas secretas y clandestinas? ¿Cuál es el catálogo secreto de las lecturas mexicanas de Gabriel García Márquez?

Se me ocurre pensar que nunca se ha mencionado que él hubiera leído, antes de escribir Cien años de soledad, a Joaquim María Machado de Assis y sus Quincas Borba, Memorias póstumas de Bras Cubas, El alienista, etc., tan propio y cercano. O, a los surrealistas, tan parte del cine y de la intelectualidad renovadora mexicana de esa época: André Breton y su Nadja; Louis Aragón y sus: Aniceto o el panorama, novela y El campesino de París, etc.; Francis Picabia y su Caravanserail; Pierre Reverdy y su El ladrón de Talan; Alfred Jarry y sus Ubu rey, Mesalina, El supermacho y, por supuesto, la obra de Gerard de Nerval...

O, ¿cuáles sus lecturas secretas y clandestinas de otros autores españoles y latinoamericanos?

Una investigación fascinante que será motivo para otras de mis tareas de forense literario.

NOTAS

(1) Iván Rodrigo García Palacios, LECTOR LUDI. Manual de iniciación a la alquimia de la lectura, Cuarta parte: Una lectura alquímica a Gabriel García Márquez, Medellín, 2007,

(2) Dasso Saldívar, García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía, Alfaguara, Madrid, 1997 (611 p.), p. 429.

(3) Dasso Saldívar, García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía..., pp. 421-422.

(4) Carlos Rincón, García Márquez, Hawthorne, Shakespeare, De la Vega & Co. Unltd., Serie “La Granada Entreabierta”, 86, Instituto Caro y Cuervo, Santa Fe de Bogotá (1999), pp. 66-67:

"Racionamiento por abducción", descubierto por Charles S. Peirce en 1879 y que funciona, algo así, como lo explica Carlos Rincón:

"Se trata según leía alguna vez en un artículo de Heinz Heckhausen, del cortocircuito, de la chispa que se produce entre dos complejos de imaginación hasta entonces separados, "por mediación de un elemento común". La complejidad de un concepto -de una imagen- puede así potenciarse, multiplicarse como por arte de magia, al estar puesta en contacto con diferentes contextos".

(5) Michael Palencia-Roth, Gabriel García Márquez. La línea, el círculo y las metamorfosis del mito, Gredos, Madrid, 1983 (318 p.), p. 178.

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